AhogadoNo me conformé con pertenecer a una familia adoptiva, necesitaba descubrir mi verdadera identidad. A los diecinueve mientras rebuscaba entre mis cosas, me topé con una carta. Aquel papel amarillento nunca lo noté. Le pregunté a Lía, me explicó que cuando me adoptaron la directora del orfanato le pidió que me lo diera en cuanto fuera mayor. Se disculpó por haberlo olvidado y más aún dejarlo en una caja que pude haber desechado al desconocer que eso estaba ahí.La carta había sido escrita por mi madre, poco antes de morir. Decía que llegó a New York con su tía, una mujer difícil, pero que al pasarse de copas, despistada y sin cuidado. Se aprovechó de eso y salió a experimentar. Todo parecía distinto a su país, más liberal. Cuenta que acabó entrando en un lugar repleto de personas, un bullicio que se repartía entre la pista de baile y otros, tomando a raudales. Era un club, ahí vio a mi padre por primera vez, un hombre mayor para ella. Casualmente tenía la misma edad que tú, diec
Con el corazón partido cayó sobre el frío suelo. El camino de errores por el que transitó no dejaba de golpearlo. Ahora que estaba solo, se sintió perdido, sin encontrar la manera de seguir adelante, no aguantaría sin ella; se cubrió la cara sumergido en el llanto a mares.—Ismaíl ya es hora de irnos.No contestó, parecía que las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Quiso desaparecer cuando su padre lo encontró así. Mohammed lo ayudó a levantarse y él, como un chiquillo, lo abrazó sin querer soltarlo.—No puedes seguir lamentando un capítulo viejo, déjala ir Ismaíl. —le dijo dándole golpecitos en la espalda.Pasar la página no lo podría hacer, no se sentía preparado para arrojar atardeceres, noches, días cargados de risas, besos incluso lágrimas a la basura. Pero era consciente de una ineludible necesidad de suspirar en medio de la tormenta o se ahogaría irremediablemente.Al día siguiente la pelirroja volvió a ver a Brenda, aquellos meses lejos, la misma eternidad, se de
DeclaracionesCon desparpajo se abrigó. Salir por ahí, andar sin rumbo, al menos le sacaría de la cabeza el intenso pensar, eso creía.Saliendo evitó un alboroto, si Brenda la pillaba, obvio que no la dejaría salir. La mujer buscó al mediodía a Mariané y supuso que estaría afuera. Creyó idóneo permitirle un rato de soledad. Se dedicó a preparar el almuerzo cortando algunas zanahorias y papas. Pero pasado ya un tiempo, si no volvía, entonces iría a buscarla.Jugó con su móvil, confundida. Dejó de girar el aparato sobre su regazo. A lo lejos avistó una pareja sacándose fotos. La escena más empalagosa que contempló jamás. Siguió observando lo que ocurría ahí, el chico se arrodilló ante la joven mujer y sacó de su bolsillo… Oh por Dios. Era una propuesta de matrimonio, se percató de pronto con los ojos de par en par. Al pareció le dio el sí, porque se dieron un beso largo y apasionado antes de que él se incorporara de nuevo y le tomase la mano para ponerle el anillo.Apartó la vista, reco
La siguiente hoja declaraba también su tormento, sus observaciones a escondidas de las que no se percató jamás. Al pie de la página decía en letra cursiva, Junio.El mar está de fondo, el viento un adorno que azota su cabello, se mueve de un lado al otro bajo el atardecer de sangre y fuego del olvido. Estoy ahí, cautivado, testigo de los rayos de sol que van quedando y logran atravesar con su luz, el atractivo escarlata de sus hebras.Camina sin observar a su alrededor, no se da cuenta que tienta con sus movimientos; una ferviente necesidad de acercarme a ella no deja de crecer, pero es infranqueable, teniendo que conformarme con el deleite de mirarla.Acabo acercándome a ella, cediendo a la dulce tentación de estar a su lado y replantear la posibilidad de quererla así, en secreto. Se siente bien su cercanía. Me mira con sus hipnóticos ojos caramelos, en un parpadear ha derrumbado todos mis muros.MarzoLa primavera debiera tener su nombre, porque ella florece en una sonrisa, una mira
—¿Por qué me llamas, eh? —escupió dolida —. No hagas las cosas más difíciles, Ismaíl. Colgaré…—¡No! —rogó. Mariané estuvo a punto de hacerlo, pero una vez más el corazón mandaba —. Por favor, escúchame. Eché de menos escuchar tu voz, dime ¿cómo estás, florecilla?—Mejor sin ti, es lo que quieres escuchar, ¿verdad?—También solías serlo a mi lado, si mal no recuerdo. —dijo en un susurro lejano que se sintió tan cerca como sufrido.Resopló enfadada consigo misma por no ser capaz de ocultar sus sentimientos. Sabía que aquella situación era absurda, que no debería sentir nada por él después de todo lo que había pasado, pero su corazón seguía latiendo con fuerza cada vez que lo veía. Quería escapar de su caja torácica, desesperadamente, y eso la desquiciaba aún más.Trató de controlar su respiración y cerró los ojos por un momento. No podía permitirse mostrar debilidad frente a él, no después de todo lo que le había hecho pasar. Pero por más que intentaba convencerse de que ya lo había su
—¿A distancia? Apenas sé de ti después de dos largos meses, no puedes ahora decir que sigues cuidando de mí. Hace mucho que dejaste de hacer ese papel. —soltó despidiendo amargura en sus palabras.—No voy a discutirlo, admito que no he sido el mejor, y lo lamento tanto pequeña. Al menos dime que podemos ser amigos.—¿Amistad? Una amistad que de permitirnos, se convertiría en algo más y sabemos cómo podría terminar. Seamos sinceros, esto se acabó y nada será como antes. Ismaíl se quedó en silencio, a veces creía que la joven tenía la mentalidad de alguien más adulta, no la de una chica de su edad. Comprendía que había dado avances apresurados, casi forzados, hacia la madurez que, por todo lo que pasaron, se vio obligada a correr en vez de dar pasos despacio. —Tienes razón, es mejor que haya distancia en medio.—Sí, Ismaíl…—Dime.—¿Por qué me diste la libreta? —inquirió a duras penas.—Te abrí mi corazón, ese es el hombre al que no conociste.—Leí casi todas las páginas, i
DestrucciónLos años habían pasado dejando un vestigio, casi invisible, de resquemor y opresión. El dolor ya no se sentía fuerte, insoportable o apabullante. Mariané parecía florecer a sus dieciocho años, de nuevo fresca, inmarcesible. El curso por el que iba, un camino recto sin bolas curvas que la hicieran tropezar. Estaba a poco de graduarse, de abandonar el lugar en el que forjó tantos momentos bonitos. Tumbada boca arriba en la cama, se visualizó junto a Kelly en la universidad; ambas habían logrado quedar en Columbia. La idea parecía perfecta, aunque aterradora algunas veces, sabía que la responsabilidad era el doble, hasta el triple. Pero lo que más rondaba en su cabecita era al fin soltarse de Ismaíl. Se esforzó tanto que al final se ganó una beca en la prestigiosa universidad. Lo que significaba que este ya no tendría que pagarle nada.—¡Ni te imaginas! —chilló su compañera apareciendo con una enorme sonrisa.Por supuesto que se lo imaginaba, con esa cara de boba y la mirada
En pies dirigió sus pasos hacia el armario, corrió las puertas y rebuscó el vestido que colgó, al igual que todo lo demás, en una percha. Cuando lo sacó de la caja, apenas le puso atención, no quería usarlo y al cambiar de parecer fijó un día para ponérselo a ver si le quedaba a la medida.Antes de tomarlo, clavó la mirada en la caja en la que vino el atuendo. Se agachó y la abrió, algo le decía que debía hacerlo y una vez descubrió la cajita en el fondo supo que no se equivocó al respecto. La sostuvo con delicadeza dejando que el grácil terciopelo oscuro rozara su piel. Su corazón latía feroz, implacable y se le cortó la respiración en cuanto encontró un broche de hermosas esferas. Nunca lo usó, incluso no lo recordó hasta ese día.Debajo yacía una tarjeta pequeña, la desdobló respirando por la boca. Tenía miedo de lo que podía toparse.Ahora que está cerca un día importante, es tiempo de que uses el broche. Con cariño, Ismaíl.Quiso ponerse enfadada, sin embargo no le molestaba ni