Por otro lado, Ismaíl no encontraba la manera de direccionar sus pensamientos hacia la junta. Escuchó atento al señor Donovan, pero no pasó mucho para volver a pensarla. Todo torno a Mariané empezaba a volverse abstruso. En medio de la retahíla de palabras, su imagen se proyectó; cálida y serena, dulce y hermosa, con su abundante cabello rojo cayendo en ondas. Ella una obra de arte pintada con sutileza etérea, perfecta.—¿Alguna objeción? —preguntó mirando a los presentes.Ninguno levantó la mano. Así pudo dar por terminada la reunión. Después de dar apretones de manos por todos lados y alguno que otro abrazo, se encerró en su oficina. Se tomó un respiro aflojando su corbata.A través del interfono le pidió a Danna, su asistente, que le trajera una taza de Gahwa, o café árabe acompañado de dátiles o frutos secos. Minutos después, la chica tocó con sus nudillos emitiendo un saludo tímido.—Adelante. —le permitió el pase.Ingresó con cautela y depositó la taza y la bandeja sobre el escri
Febril—Primero mantener la calma. La fiebre podría darse debido a un resfriado. ¿Se ha mojado con la lluvia? Los resfriados son muy comunes…—No, no lo sé. Acabo de llegar a casa, y ella no ha salido de aquí —afirmó y volteó a mirarla, lánguida. Se sacudía entre escalofríos —. Su pelo está húmedo, pero no sé con certeza si se ha mojado con la lluvia.—Deberías preguntárselo, quizá salió al balcón y se empapó. Revisa su temperatura, intenta bajarla con toallitas húmedas, si no mejora podrías hacerle un baño de inmersión. Paracetamol o ibuprofeno ayudan a disminuir la fiebre y aliviar los dolores musculares —suspiró al otro lado de la línea. Ismaíl se grabó todo a la perfección —. Intentaré estar mañana temprano.—Te lo agradezco, Marc. Estamos en contacto, adiós.Dio grandes zancadas hasta ella, empezó a poner los pañuelos en su frente. Palpar el calor extremo emanando de su cuerpo le preocupó en demasía.—Te pondrás bien, florecilla. —le prometió besando la cara interna de su mano.O
Mariané abrió la boca, era raro que Ismaíl estuviera dándole de comer. Su delicada atención le resultaba agradable y un aliciente su compañía. Estaba agotada pero el caldo empezó a surtir efecto y se sintió más animada.—Debes descansar —susurró Ismaíl, limpiando su comisura con una servilleta de tela. Torció los labios y negó con la cabeza —. Lo harás si quieres mejorar, ¿de acuerdo?Mariané hizo un puchero y lo miró con ojos suplicantes —Duerme conmigo —imploró —. Lo haré si te quedas.Ismaíl se sintió atrapado entre sus deseos y las barreras sociales que los separaban. Dudó unos instantes antes de responder. —No es correcto...—¿Besarme hace rato si lo ha sido? —lo retó Mariané, entornando la mirada.Permaneció callado, pero una sonrisa a medias se dibujó en su rostro. Ella se contagió de su sonrisa y alargó la mano acariciándole la barba incipiente.—¿Te sientes mejor?—Casi, solo estaré bien si me besas. —insistió atrevida.El tinte rojo en sus mejillas delató el nerviosismo que
«Dejaré que haga de mis brazos un refugio, que su piel y la mía se fundan en el calor que nos consume día a día»PerdiciónDurmió en su pecho, él nunca soltó su cintura. Esa noche descansó como nunca. Se dio cuenta que por ella arder en el infierno, perderse y olvidarse del qué dirían valía la pena. Esa noche, la tormenta en el exterior se había ido, pero se metió en su interior, sacudiéndolo en la remota probabilidad de olvidarla. Entre lo onírico y la realidad chocando entre sí transcurrieron las horas, agonizando por ella.Quiso que pararan las manecillas o que se volvieran sempiternos los momentos a su lado.A la mañana el doctor Marc Evanson la examinó. Como si nunca estuvo febril, se mostró sonriente y enérgica. Por su estado gripal le recomendó tomar té caliente, antigripales y evitar mojarse con la lluvia, ducharse tarde o exponerse al sereno de la noche.Ismaíl estuvo al corriente de las instrucciones que daba el especialista.—Te acompaño a la salida.Ambos salieron dejándo
Ismaíl se había graduado con honores en la escuela de finanzas de Harvard. Los números, cálculos o cuentas se le daba a la perfección. Acabó explicándole en el despacho, lo observó atenta, cada cierto tiempo perdiéndose en sus facciones esculpidas, era atractivo, guapo, su debilidad. No podía concentrarse en lo que decía si su hermosura la ponía boba.Ismaíl continuaba hablando sobre sus logros académicos y su pasión por los números, mientras Mariané lo escuchaba atentamente, admirando su inteligencia y dedicación.Aunque intentaba mantenerse concentrada en lo que decía, no podía evitar perderse en la belleza de sus facciones esculpidas. Cada vez que Ismaíl sonreía o miraba fijamente a sus ojos, Mariané sentía cómo su corazón se aceleraba y se quedaba sin palabras.Era evidente que Ismaíl tenía un efecto hipnotizante en ella. Su atractivo físico combinado con su inteligencia y pasión por su carrera lo convertían en una combinación irresistible para Mariané.—¿Estás prestando atención,
»Es irónico tenerte cerca pero no poderte querer. Que el día y la noche se rocen y no puedan estar juntos al igual que tú y yo. Que ironía la vida al ponerte en mi camino y deba tomar otro rumbo, florecilla«.DesesperaciónEl lado vacío de la cama conservaba su olor, podía sentirla junto a él; el desvarío no se disipaba, la flama ardiente invadía hasta los sueños más profundos. Vino el insomnio y lo despertó de febriles deseos envolviéndolo. Una necesidad de calmar sus ansias, besarla y tocarla lo desterró de sus principios más arraigados. Las ganas de hacerla suya, pronunciar su nombre, era intensa. La evocó desnuda, su piel blanca respondiendo a sus toques, ahí, mirándolo con expectativa, subiéndose a horcajadas sobre él y gimiendo mientras la recorría con alevosía y desesperación.Necesitaba respirarla, probarla y volverse conflátil en sus brazos. Se endureció y tuvo que tomar una ducha fría o no podría conciliar el sueño.Entonces salió de casa, lo hizo o se ahogaría él en todo aq
El verano de ese año llegó. Ismaíl decidió que viajarían a Francia. La noticia embargó de felicidad a Mariané, jamás había ido. Uno de sus sueños era conocer París, la ciudad del amor. Marina y Brenda le ayudaron a empacar sus cosas. Todo marchaba a la normalidad, hasta que se encontró en la nebulosa, presa de un llanto descomunal por una extraña razón que no supo explicar. La americana se retiró dándole espacio, no solía ser buena consolando a los demás, su fuerte era hacer reír a las personas hasta doler la panza. Eso de lidiar con emociones grises se lo dejaba a su compañera.Mariané siempre soñó con ir a Francia, pero ahora que tenía la oportunidad, se sentía un poco sentimental. La mezcla de emociones en su interior era abrumador. —¿Por qué lloras, Mariané? Has esperado esto mucho tiempo, no hay razón para estar triste.Sentándose a su lado la abrazó por los hombros.—No lo sé… —sorbió por la nariz —. No puedo evitar hacerlo.—Ya verás que te va encantar el viaje, la pasarás bie
A la mañana arribaron a Francia envuelta en la luz radiante del verano. Ismaíl la despertó después del aterrizaje. Se mostró cansina, bamboleándose al caminar. Evitando que se fuera de bruces, se enganchó a su delgado brazo, avanzando a su paso. El letargo que la envolvía era tal, que vaciló al caminar dando varios trompicones; sin darle otra opción la levantó del suelo y atravesó el hangar hasta abordar el auto que los esperaba. Como aquel viaje a Italia, la pelirroja posó la cabeza en sus piernas y volvió a sucumbir.Se alojaron en un prestigioso hotel, el Le ballu, ubicado en París, a 1,7 km de la sala de conciertos La Cigale, las habitaciones contaban con aire acondicionado y un bar. Se sirvió un vaso de whisky y se lo bebió sentado en la cama. Por su parte, Mariané miró la tremenda pantalla plana, la encendió alegre de contar con canales vía satélite. Además, en la habitación había una cocina, escritorio y el baño privado. Pero estaba segura que nunca la usaría. Saldrían a comer