»Es irónico tenerte cerca pero no poderte querer. Que el día y la noche se rocen y no puedan estar juntos al igual que tú y yo. Que ironía la vida al ponerte en mi camino y deba tomar otro rumbo, florecilla«.DesesperaciónEl lado vacío de la cama conservaba su olor, podía sentirla junto a él; el desvarío no se disipaba, la flama ardiente invadía hasta los sueños más profundos. Vino el insomnio y lo despertó de febriles deseos envolviéndolo. Una necesidad de calmar sus ansias, besarla y tocarla lo desterró de sus principios más arraigados. Las ganas de hacerla suya, pronunciar su nombre, era intensa. La evocó desnuda, su piel blanca respondiendo a sus toques, ahí, mirándolo con expectativa, subiéndose a horcajadas sobre él y gimiendo mientras la recorría con alevosía y desesperación.Necesitaba respirarla, probarla y volverse conflátil en sus brazos. Se endureció y tuvo que tomar una ducha fría o no podría conciliar el sueño.Entonces salió de casa, lo hizo o se ahogaría él en todo aq
El verano de ese año llegó. Ismaíl decidió que viajarían a Francia. La noticia embargó de felicidad a Mariané, jamás había ido. Uno de sus sueños era conocer París, la ciudad del amor. Marina y Brenda le ayudaron a empacar sus cosas. Todo marchaba a la normalidad, hasta que se encontró en la nebulosa, presa de un llanto descomunal por una extraña razón que no supo explicar. La americana se retiró dándole espacio, no solía ser buena consolando a los demás, su fuerte era hacer reír a las personas hasta doler la panza. Eso de lidiar con emociones grises se lo dejaba a su compañera.Mariané siempre soñó con ir a Francia, pero ahora que tenía la oportunidad, se sentía un poco sentimental. La mezcla de emociones en su interior era abrumador. —¿Por qué lloras, Mariané? Has esperado esto mucho tiempo, no hay razón para estar triste.Sentándose a su lado la abrazó por los hombros.—No lo sé… —sorbió por la nariz —. No puedo evitar hacerlo.—Ya verás que te va encantar el viaje, la pasarás bie
A la mañana arribaron a Francia envuelta en la luz radiante del verano. Ismaíl la despertó después del aterrizaje. Se mostró cansina, bamboleándose al caminar. Evitando que se fuera de bruces, se enganchó a su delgado brazo, avanzando a su paso. El letargo que la envolvía era tal, que vaciló al caminar dando varios trompicones; sin darle otra opción la levantó del suelo y atravesó el hangar hasta abordar el auto que los esperaba. Como aquel viaje a Italia, la pelirroja posó la cabeza en sus piernas y volvió a sucumbir.Se alojaron en un prestigioso hotel, el Le ballu, ubicado en París, a 1,7 km de la sala de conciertos La Cigale, las habitaciones contaban con aire acondicionado y un bar. Se sirvió un vaso de whisky y se lo bebió sentado en la cama. Por su parte, Mariané miró la tremenda pantalla plana, la encendió alegre de contar con canales vía satélite. Además, en la habitación había una cocina, escritorio y el baño privado. Pero estaba segura que nunca la usaría. Saldrían a comer
Experimentó la necesidad de aquel fornido y bronceado cuerpo atado al suyo, que aquella sonrisa de costado que le dedicó antes de lanzarse en un perfecto clavado, se volviera cómplice del silencio de su boca anhelando besos ávidos y desesperados. Una esbelta y atrevida morena se impuso en su campo, le echó una mirada lascivia a Ismaíl que nadaba experto y volvió a clavarla en ella mostrando sus dientes con picardía.—¿Tu padre está casado? —preguntó interesada. Con una mano en su estrecha cintura —. No me malinterpretes, es simple curiosidad.—No es mi padre. —escupió mordiente, dedicándole una mirada asesina.—No te enfades, niña. ¿Es tu hermano? Mira, seré directa. Vine a Francia a divertirme y ese hombre es un buen partido.—Ismaíl es mi tío, pero está casado, de hecho ha venido su esposa con nosotros. —mintió divertida al ver su reacción estupefacta, decepcionada y al final tornándose molesta.—Es todo lo que quería saber. —se dio la vuelta y anduvo exagerando el contorneo de sus
»Todo estaba a punto de derrumbarse, dejándonos el sabor amargo y la necesidad inquietante de resurgir de entre los escombros«.IntentémosloCenaron en el restaurant Le Ciel de París, Sobre la parisina torre Mont Parnasse. Ismaíl le explicó como dato curioso, que la decoración la hizo el arquitecto Noé Duchaufor. Desde allí podía verse la torre Eiffel y los demás monumentos; la visión nocturna de la ciudad de las luces, sería un regalo inolvidable.—¿Por qué frecuentas este tipo de lugares? —barrió su alrededor ofuscada. Elogiaba la comodidad de las mesas, el servicio atento y el ambiente agradable, pero ver tanta gente elegante, comiendo con remilgos, le provocó dolor de panza. Le causó desagrado presenciar la superficialidad con la que se desenvolvían. Empeoró al percatarse de la atención femenina sobre Ismaíl.—No tiene nada de malo, ¿tienes algún problema? —la miró serio —. Tampoco es la primera vez que vienes a un sitio así.—Es incómodo —se encogió en su sitio —. Y esa mujer no
—B-bueno la verdad…—empezó a jugar con el dobladillo de su vestido cachemira. La tela suave y sedosa se amoldaba perfecta a su silueta. Lo que ella empezaba a odiar de sí, él lo amaba. Podía darse cuenta de que, bajo la seda rosa palo, se escondía un monumento merecedor de honra y amor. Temblaba en el profundo nerviosismo de no saber expresar sus emociones, la atrajo a él, todavía seguían en medio del pasillo desolado, para suerte de ambos. Desquiciado con todo ese rojizo surtiendo sus hombros y espalda, los barrió a un lado y depositó un beso en su hombro descubierto.—¿Estás segura de eso? ¿Quieres ser mi novia, florecilla?En ese momento todo la sangre se acumuló en sus pecosas mejillas y se le abrieron los ojos de par en par. Las palmas le sudaban, el corazón brincaba advirtiéndole la posible taquicardia. Cada emoción latiendo, impidiéndole respirar.—Estás tomándome el pelo, bromeas… —susurró incrédula.Pero la expresión de Ismaíl era seria.—No jugaría con algo así. Intentémoslo
»Nunca me sentí tan desorientado, tuve que clavar la mirada en sus ojos y salvarme, porque ella era mi brújula, la dirección correcta a pesar de que a veces los dos encontrábamos la dulce perdición«.᯽Miedo᯽Mariané se levantó con el alba. No supo por qué ya no quería estar ahí, lejos de casa. Esa mañana, después de recibir el servicio a la habitación, se lo platicó a Ismaíl y llegaron a la conclusión de que volverían a los Estados Unidos. Solo habían pasado tres días allí, y ya era un hecho el retorno. Ese día vomitó después de regresar de almorzar con su tío. Estaba sola en la habitación, empacando lo poco que sacó de la maleta, sumida y de repente deteniéndose abrupta, sintió el ácido ascender por su garganta. Angustiada por su estado, prometió contárselo a él, en cuanto estuvieran en casa.Por desgracia, Mariané se desmayó después del aterrizaje, en cuanto pisaron el hangar privado. Abrumado, le ordenó a Hank conducir al hospital. En el trayecto despertó confusa, admitiendo el mie
—Ismaíl, Mariané te necesita, no es fácil asumir la realidad. Está embarazada, ¿tienes idea de quién es el padre? —inquirió en un ligero susurro.Asintió con lágrimas. Se agarró los costados de la cabeza abrumado; no era capaz de mentirle a todo el mundo.—Soy un imbécil.—Estaré en mi consultorio, lo que hablemos es confidencial. Recuerda que además de doctor te tengo estima, eres un amigo —le dio un golpecito en la mejilla —. Dale tu apoyo, Mariané está destrozada.Se alejó dejándolo ahí, de piedra. Envuelto en la bruma, avanzó hasta ella postrada en aquella cama. Se inclinó tembloroso y besó su frente, invadido de un tormento aniquilante. La debilidad surcaba sus facciones, lánguida y triste.—Perdóname, florecilla. ¿Qué demonios es lo que hice? —murmuró con la culpa que adolecía. Apretó la sábanas con las manos convertidas en dos puños.Todos los recuerdos retornaron en bucle, lo que hicieron mal, los besos, arrebatos acalorados, el delirio y la locura colisionando en los dos. Rep