—¿Tienes familia? —curioseó dibujando una hilera de líneas imaginarias en su torso.Volvió al presente que ni siquiera debía vivir a futuro y la besó en la frente, inhalando su aroma. La pregunta surgió intempestiva, aunque él no se atrevería a increpar.—Sí.—¿Por qué no me lo habías contado?—Hasta ahora que lo preguntas —respondió con incomodidad —. Ellos viven al otro lado del mundo. Tengo una hermana, hija del primer matrimonio de mi padre. Pero no somos tan unidos.—Oh, entiendo —respondió, tratando de no hacer demasiadas preguntas y respetando su privacidad, pero era muy curiosa —. ¿Y cómo te sientes al no ser tan cercano con tu familia?—No tiene caso hablar de ello. —¿Por qué?—Digamos que somos diferentes, eso no quiere decir que no le llame. Me mantengo en contacto con ella, también con mi padre —zanjó, deteniendo ese rumbo por el que iba la conversación hacia un terreno movedizo.Mariané se dio cuenta de que no quería hablar de su familia y desistió de una vez por todas,
A la mañana siguiente, la luz del alba se enredaba en su rojizo. Su rostro lucía angelical recibiendo el cálido sol de la mañana iluminando sus mejillas pecosas, también se resbalaba por esas largas y tupidas pestañas cubriendo sus ojos caramelos. Jamás pensó tenerla así, en su cama. Completamente desnuda. Mariané, se movió quedando boca arriba, uno de sus senos se libró de la sábana. Le picaron los dedos por ir a tocarlo. Se contuvo; tuvo la dicha de hacerlo anoche.Dejó de verla, volvió al vestidor anudándose la corbata. Se calzó los zapatos italianos y se puso perfume. Cuando regresó a la habitación, ya su florecilla había despertado. Permanecía sentada en la cama con la sábana oscura aferrada torno a su delgado cuerpo, despeinada, con los ojos plagados de vergüenza.—Buenos días, me alegra que despiertes, dormilona.Su respuesta fue casi muda. Saludó en un tono bajito, como si no quisiera que la escuchara.—Debo irme a trabajar.Asintió y se cubrió el rostro con una de las almohad
Mariané se quedó inmóvil, con la mirada perdida en el horizonte. Sus ojos reflejaban una profunda tristeza que parecía pesarle en el alma. Aunque era un día soleado, se le parecía más a nubes grises en el cielo, lo que muy bien podría reflejar su estado de ánimo.El horizonte, que solía ser una fuente de esperanza y promesas, ahora parecía distante e inalcanzable. Mariané se sentía atrapada en su dolor, incapaz de moverse o encontrar consuelo en aquel paisaje desolado.—Te extraño tanto, mamá... Papá...Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras recordaba momentos pasados y pérdidas irreparables. La tristeza se apoderaba de ella, envolviéndola en una nube gris que parecía no tener fin.En ese instante, Mariané anhelaba poder tenerlos junto a ella, pero tenía una vida por delante y debía hacer todo lo posible por disfrutar de ello, esa era una razón para seguir. Seguramente sus padres la habrían incitado a hacer lo mismo. Sin embargo, la nostalgia permanecía dentr
»La amo con ansias, locura y ardor, no soy capaz de admitirlo; con solo mirarla se da cuenta de que me trae loco, fantaseando con su boca rosada atada a la mía y su cadera al vaivén de un ritmo caliente en el que nuestros cuerpos se acoplan a la perfección».***Se tumbó en la silla giratoria, palpando que la soledad resultaba agobiante. Se quejó de la rigidez en el cuello, temía que fuera la m*****a migraña.Se frotó la sien clavando la vista en el mini bar. No podía beber, lo sabía, aún así lo hacía. Sentía un hormigueo en el lado izquierdo de su cara, aura, eran los síntomas que le advertían el terrible dolor de cabeza que había padecido desde adolescente. En cualquier momento llegaría; buscó un analgésico para apaciguar el dolor, se lo metió a la boca y con un sorbo de agua lo tragó.Pensaba irse a la cama, aguardar los minutos o quizás horas infernales que traía la migraña. Pero tenía una reunión pendiente que no podía cancelar a última hora y varias citas pautadas. Llamó a Brenda
Por otro lado, Ismaíl no encontraba la manera de direccionar sus pensamientos hacia la junta. Escuchó atento al señor Donovan, pero no pasó mucho para volver a pensarla. Todo torno a Mariané empezaba a volverse abstruso. En medio de la retahíla de palabras, su imagen se proyectó; cálida y serena, dulce y hermosa, con su abundante cabello rojo cayendo en ondas. Ella una obra de arte pintada con sutileza etérea, perfecta.—¿Alguna objeción? —preguntó mirando a los presentes.Ninguno levantó la mano. Así pudo dar por terminada la reunión. Después de dar apretones de manos por todos lados y alguno que otro abrazo, se encerró en su oficina. Se tomó un respiro aflojando su corbata.A través del interfono le pidió a Danna, su asistente, que le trajera una taza de Gahwa, o café árabe acompañado de dátiles o frutos secos. Minutos después, la chica tocó con sus nudillos emitiendo un saludo tímido.—Adelante. —le permitió el pase.Ingresó con cautela y depositó la taza y la bandeja sobre el escri
Febril—Primero mantener la calma. La fiebre podría darse debido a un resfriado. ¿Se ha mojado con la lluvia? Los resfriados son muy comunes…—No, no lo sé. Acabo de llegar a casa, y ella no ha salido de aquí —afirmó y volteó a mirarla, lánguida. Se sacudía entre escalofríos —. Su pelo está húmedo, pero no sé con certeza si se ha mojado con la lluvia.—Deberías preguntárselo, quizá salió al balcón y se empapó. Revisa su temperatura, intenta bajarla con toallitas húmedas, si no mejora podrías hacerle un baño de inmersión. Paracetamol o ibuprofeno ayudan a disminuir la fiebre y aliviar los dolores musculares —suspiró al otro lado de la línea. Ismaíl se grabó todo a la perfección —. Intentaré estar mañana temprano.—Te lo agradezco, Marc. Estamos en contacto, adiós.Dio grandes zancadas hasta ella, empezó a poner los pañuelos en su frente. Palpar el calor extremo emanando de su cuerpo le preocupó en demasía.—Te pondrás bien, florecilla. —le prometió besando la cara interna de su mano.O
Mariané abrió la boca, era raro que Ismaíl estuviera dándole de comer. Su delicada atención le resultaba agradable y un aliciente su compañía. Estaba agotada pero el caldo empezó a surtir efecto y se sintió más animada.—Debes descansar —susurró Ismaíl, limpiando su comisura con una servilleta de tela. Torció los labios y negó con la cabeza —. Lo harás si quieres mejorar, ¿de acuerdo?Mariané hizo un puchero y lo miró con ojos suplicantes —Duerme conmigo —imploró —. Lo haré si te quedas.Ismaíl se sintió atrapado entre sus deseos y las barreras sociales que los separaban. Dudó unos instantes antes de responder. —No es correcto...—¿Besarme hace rato si lo ha sido? —lo retó Mariané, entornando la mirada.Permaneció callado, pero una sonrisa a medias se dibujó en su rostro. Ella se contagió de su sonrisa y alargó la mano acariciándole la barba incipiente.—¿Te sientes mejor?—Casi, solo estaré bien si me besas. —insistió atrevida.El tinte rojo en sus mejillas delató el nerviosismo que
«Dejaré que haga de mis brazos un refugio, que su piel y la mía se fundan en el calor que nos consume día a día»PerdiciónDurmió en su pecho, él nunca soltó su cintura. Esa noche descansó como nunca. Se dio cuenta que por ella arder en el infierno, perderse y olvidarse del qué dirían valía la pena. Esa noche, la tormenta en el exterior se había ido, pero se metió en su interior, sacudiéndolo en la remota probabilidad de olvidarla. Entre lo onírico y la realidad chocando entre sí transcurrieron las horas, agonizando por ella.Quiso que pararan las manecillas o que se volvieran sempiternos los momentos a su lado.A la mañana el doctor Marc Evanson la examinó. Como si nunca estuvo febril, se mostró sonriente y enérgica. Por su estado gripal le recomendó tomar té caliente, antigripales y evitar mojarse con la lluvia, ducharse tarde o exponerse al sereno de la noche.Ismaíl estuvo al corriente de las instrucciones que daba el especialista.—Te acompaño a la salida.Ambos salieron dejándo