Luc había enviado a investigar a Nammi, descubriendo nada, y pensó que nada era muy poco y que si queria hacer las cosas bien, las debía hacer él mismo, por lo que apenas estuvo solo en su habitación y aun con su brazo enyesado, se puso manos a la obra con su ordenador, ahora no solo sabia el nombre de la joven, también sabía que fue enfermera en Chicago, y así comenzó su investigación, percatándose que alguien había querido borrar los registros de Nammi, pero siempre quedaba algo, un pequeño hilo del que jalar, y eso fue todo, su mano herida le hacía más lerdo el trabajar, pero no imposible, código tras código, página tras página y cuando menos lo pensó, había ingresado en una de las computadoras principales y no del hospital, Luc había llegado al sistema operativo de Valentina Constantini y el corazón se le aceleró, no pensaba revisar ni meter su nariz en algo que solo lo llevaría a la muerte, por lo que solo fue a la lista de empleados del club “el infierno” y sí que lo era, al men
Nammi lavo sus manos con sumo cuidado, sus piernas no temblaban, y aunque su corazón martillaba a una velocidad de vértigo, su rostro no demostraba nada más que concentración, los años que ejerció como enfermera le sirvieron de mucho, pero sin lugar a dudas el tiempo bajo la supervisión de Valentina Constantini, también le brindaban cierta seguridad al distinguir que sea quien sea Luc, no la mataría, al menos no ahora, que estaba hurgando la pierna de uno de sus custodios, para retirar la bala que el mismo Luc le había puesto allí.— ¿Segura que sabes lo que haces? Esto duele como el demonio. — se quejó el hombre y Nammi lo vio casi con aburrimiento.— ¿Por qué los hombres son tan quisquillosos? — murmuro más para ella que para los presentes, aunque sin lugar a duda la escucharon y prueba de ello fueron las risillas que dejaron salir.— Claro, seguro que a ti te han quitado varias balas y sabes lo que se siente. — refuto molesto Emilio, el guardia herido.— Nunca me han impactado, ha
— Creo que te debo una explicación. — el aliento de Luc golpeo el delgado brazo y Nammi sin ser consiente lo quito un poco de la cercanía del rostro de su jefe. — Lo siento, ¿lo hice mal? — la castaña negó con la cabeza, pues sus cuerdas vocales estaban duras, incapaz de producir sonido alguno. — En ese caso, por favor, deja tu brazo más cerca, que solo tengo una mano buena. — una nueva sonrisa apareció en el rostro del mayor y Nammi se obligó a aclarar su garganta, para poder decir algo y no quedar como estúpida.— Creo que ahora ambos solo tenemos una mano útil. — y de forma fugaz a su mente llego la imagen de Valentina, y su explicación de cómo darse placer sola, y no perder su preciosa virginidad.— ¿Segura que estas bien? Estas completamente roja. — y seguido a la acusación de Luc, su mano dejo la gasa y su palma abierta toco la frente de Nammi, provocando que su temperatura aumentara aún mas y ella solo queria que el mismo infierno se la llevara.— Yo… yo… no estoy acostumbrada
Nammi estaba concentrada en su trabajo, ser una enfermera no era fácil y Dios lo sabía, pudiera ser que no ostentara un gran título como los doctores que la rodeaban, quienes muchas veces la felicitaban por su trabajo, pero ella hacia el trabajo sucio, el tedioso, pero además, era quien brindaba esa primera sonrisa, esa palabra de aliento y quien llevaba tranquilidad, todo se trataba de la empatía, desde el niño más pequeño, al adulto mayor, ella no hacia distinción, no importaba si era tomar la temperatura, colocar una inyección, dar una píldora, sostener la mano de los pacientes al vomitar, no importaba que, ella estaba siempre dispuesta a estar allí, era su segunda pasión, y ¿Cuál era la primera? Ser diseñadora de modas, desde pequeña soñó con ello.— ¿Has pensado en lo que te dije? — la joven giro a ver a la morena y su peinado afro.— No lo sé Mirra, se dice muchas cosas de ese club, más de Valentina Constantini y su harem de hombres. — respondió botando las gasas con sangre que
Y así comenzó todo para Nammi, horas y horas en las que la reina de chicago, le explico el porqué de tan sustanciosa paga, y es que en su club ingresaba solo gente importante, políticos, magnates, empresarios, mafiosos, asesinos, todos eran bienvenidos al infierno, como se llamaba el club principal que dirigía Valentina Constantini, todo estaba permitido allí, siempre que fuera para placer de ambos y consensuado, al menos de eso se trataba el club en lo que el edificio se refería, aunque en sus sótanos…era otra cosa, allí, era donde el verdadero infierno se desataba, un lugar neutro dispuesto para que las mafias hicieran sus acuerdos, y los mejores calabozos de torturas para quienes necesitaran implementar su justicia, la de la mafia, por supuesto, y Nammi, debería guardar silencio, sin importar lo que viera o escuchara, nada salía del infierno que la reina de Chicago manejaba, esa era su garantía, ni identidades, ni gustos, nada, y Nammi sería una tumba, o iría a parar a una.Las sem
Luc cerró la puerta, se aseguró de echarle cerrojo, y suspiro con cansancio, comenzó a descender las escaleras bajo la atenta mirada del personal doméstico, de los cuales algunos trataban de quitar la sangre que había a los pies de las escaleras.— Señor… — lo llamo quien una vez fue su nana.— Ahora no Mimi. — dijo, y continuo su camino al despacho, aun escuchando los gritos furiosos de su hijo.No queria reconocer lo cansado que estaba, mucho menos el miedo que sentía que cada vez se le instalaba más profundo en el pecho, respiro profundo antes de abrir la puerta y trato de colocar su mejor cara de póker, aunque el rubio que lo esperaba lo conocía muy bien.— Creo que necesitas otra copa. — Luc asintió y solo tomo lo que el mafioso le ofrecía.— Bien. — dijo luego de beber el contenido de la copa de un solo trago. — ¿Ahora me crees? Estoy maldito, necesito dar con esa gitana… — pidió entre el desespero y la ira.— Está muerta Luc, lo siento. — el mencionado paso su mano por
Habían pasado dos años desde que Nammi comenzó a trabajar en el club de la reina, dos años en los cuales consiguió el dinero que necesitaba, para cumplir su sueño, ya había adquirido un departamento en parís, pequeño, pero amueblado y cerca de la universidad de diseño, hoy se enfrentaba a su último fin de semana de trabajo en el club, algo que le causaba más nostalgia que hace una semana atrás cuando dejo el hospital.— Pero Valentina, esto es mucho dinero. — dijo viendo el cheque que la reina le acababa de entregar.— Es lo que mereces, aunque aún sigo pensando que te verías muy bien al lado de mis hijos, o al menos siendo la dueña de uno. — la joven solo sonrió y negó con la cabeza.— Por favor, mamá, ya lo intentamos, pero esta mujer no cae por nuestros encantos… creo que le gustan los feos. — se quejó Marco.— Creo que nuestro error fue verla y tratarla como la hermana que siempre quisimos, una que se hiciera respetar y no que se revolcara con tres idiotas y se embarazara.
Nammi sintió que las piernas le temblaban, cada habitación del pasillo tenía una luz blanca encendida fuera, la señal que se utilizaba para que todos evacuaran las instalaciones, se suponía que se utilizaría en casos de incendios, aunque ahora se estaban usando para informar la peor de las noticias, al menos así lo sintió la joven, había estado con ellos solo unas horas antes, era imposible que la reina estuviera… no, no podía ni pensarlo.— ¡Bairon! — grito con desespero y aferrando el brazo de uno de los encargados del club, cuando la reina no estaba. — ¿Qué es lo que dicen? — pregunto temblando y no era para menos.— Murieron, los reyes… la reina… está en las noticias, hicieron volar su avión privado, cuando hicieron escala por un desperfecto en Nueva York. — el hombre ya canoso no se molestó por quitar la lagrima que caía por su mejilla, se sentía tan vacío como cada uno de los empleados, sentían que habían perdido su corazón. — Dile que debe marcharse. — dijo el mayor apuntando a