El tiempo se sucedía, de la misma manera en la que también se sucedían los malos tratos y los insultos, definitivamente David estaba empezando a saber lo que era dejar de sentir, puesto que lo único que podía notar era un peso en el pecho que no cesaba, seguido de varios latigazos en el corazón que se transformaban en pequeños dolores en el pecho, el futuro abogado no sabía que era lo que le estaba pasando, es por eso que tampoco le daba mucha importancia. El Ferrari de color rosa de Brenda aparcaba en su casa, de repente un intenso olor a quemado invadía sus fosas nasales, las de ambos, que se miraban con cara de pánico mientras salían del coche y se metían corriendo en casa de la chica rubia.
Ella gritaba. — !!Mamá!! — Todo parecía estar muy tranquilo, no había humo, no había llamas, no había nada que hiciese indicar que había fuego en casa de Brenda. — !!Blanca!! — La voz amortiguada de David se oía en la planta de arriba, hasta que la encontraban. — !Brenda tu madre está aquí arriba! — Brenda iba corriendo y subía las escaleras con el corazón a doscientos mil por hora, no sabía que se iba a encontrar, no sabía que estaba pasando, estaba demasiado aturdida como para darse cuenta de la realidad. Una habitación de estilo moderno, con muebles de madera de color gris, una colcha roja y unas cortinas también rojas hacían acto de presencia en los ojos de la mejor amiga de David.Blanca los miraba con sorpresa. — Ay, ¿Pero que les pasa? ¿Por qué gritan...? — El acento Mexicano en la también raspada voz de la madre de Brenda, los envolvía a los tres. — ¿No hay nada que se esté quemando? — La mujer se levantaba asustada, no sabía muy bien a lo que se estaba refiriendo su hija, entre esas entremedias, David miraba por la ventana a la casa vecina, su casa, la que durante mucho tiempo había considerado un refugio, el humo entonces salía de allí. Antes de que Blanca pudiese ir a mirar si todo estaba bien en su hogar, era el futuro abogado el que salía con pies en polvorosa hacía su hogar, ante la atenta y atónita mirada de sus mejores amigas que también iban detrás de él.David abría la puerta tan violentamente que se había hecho daño, pero eso no le impidió ver lo que estaba pasando. — Señor por favor, va a dejar a su esposo sin ropa... — Mane, furioso y con las tenazas con que las estaba echando al cubo de metal desgastado que estaba ardiendo las prendas de su marido amenazaba a Gabriela. — ! Tú cállate carajo! Ese imbécil no se merece nada de lo que tiene, además es una ballena, necesita una talla más grande. — Cruel y ruin así lo habían definido sus palabras, las mismas que expulsaba delante de ellas, delante de él, que no entendía por qué tanta animadversión hacia su persona, que no entendía por qué tanto daño y por qué tanto dolor. — !!Es mi ropa Mane!! — La furia en la voz de David era más que evidente.En ese momento, los dos se miraban, pero lejos de mirarse con algún tipo de aprecio, se miraban con desprecio, asco, odio. El futuro abogado gritaba, por qué sin darse cuenta, en uno de esos momentos en los que ninguno de los dos sabía que estaba pasando, las tenazas que quemaban, habían abrasado la piel de la barriga de David. Él solo podía sollozar de dolor. — Ay dale, no exageres, tampoco ha sido para tanto... — Gabriela, que intentaba ir a por el botiquín mientras que Blanca y Brenda trataban de llamar a una ambulancia, le decía a su jefe. — El único imbécil que hay aquí eres tú. ¿Tus compañeros de trabajo saben que tan mal tratas a tu esposo? — Mane palideció ante la amenaza de su asistenta a quien no le importaba perder en un juego en el que solo jugaba un alma.Poco tiempo después se encontraban en el hospital, David había entrado de urgencia. — Tenemos que llamar a sus padres, ese pavo se está pasando con él. — Brenda, ante la semejante idea de que su amigo fuese arrastrado por la furia de su padre a peleas, insultos y el divorcio, había pedido exhaustivamente que no avisasen a nadie. Un apuesto y galante doctor aparecía en la sala de espera con unos papeles en sus manos, al mirarlos pronunciaba el nombre de David. — ¿David Peña López? — Se levantaba, y con él lo hacían Brenda y Blanca. — Soy yo... — El herido arrastraba sus palabras, por qué de repente, que ese doctor hubiese pronunciado su nombre, aunque hubiese sido en ese tono formal y profesional, al chico le había despertado algo en la boca del estómago.Jamás pensó que alguien como Brandon Pablos pudiese hacerle sentir desde lo más profundo de su corazón, que le pudiese hacer despertar de ese letargo emocional en el que se encontraba, su cuerpo fibroso y musculoso era incluso notable a través de la bata blanca impoluta que vestía como uniforme de trabajo. — Bien... ¿Cuéntame qué te ha pasado? — David se perdía en el tono ronco de la voz del médico, no sabía muy bien por qué estaba reaccionando así, nunca antes le había pasado, bueno, si, pero con Mane todo había sido distinto. Brandon alzaba las cejas esperando una respuesta en silencio del que se había convertido en su paciente. — Me he quemado en la barriga. — En ese momento, la voz amortiguada del chico, unido a las lágrimas que inesperadamente estaban invadiendo su cara debido al ardor que sentía eran demasiado visibles.El pelo negro de Brandon, el color café de sus ojos, su uno ochenta y seis, su piel morena, todo despertaba en David algo que conocía muy bien, los nervios empezaban a apoderarse de él, mientras se perdía en ese impacto que hay entre lo que uno empieza a sentir y no sabe cómo gestionar y la realidad que uno mismo ni siquiera es capaz de controlar.— Ven a la camilla... — Esa palabra, esa m*****a palabra había hecho que durante un nanosegundo al futuro abogado se le pasasen pensamientos indecentes por la cabeza. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba así? ¿En qué se estaba convirtiendo? Como un autómata David le hacía caso, se tumbaba en la camilla. — A ver, déjame ver... — Después de haberse puesto los guantes Brandon cogía el bajo de la camiseta del chico, para tirar hacia arriba y mostrar la quemadura.Él no le dejaba, sus ojos se unían en una vorágine de dolor para David y en un ambiente extraño para el médico. — No... — El chico tenía miedo, miedo de mostrar su cuerpo, miedo de mostrar que tenía sobrepeso, que nunca le iba a gustar a nadie, y no solo el miedo, también pánico, pánico de sentir en algún momento el tacto a través de los guantes de ese hombre tan guapo que le estaba atendiendo. — Venga, déjame ¿Si? No voy a hacerte daño... — Y con esa última frase, conseguía subir la prenda, se moría de la vergüenza, el futuro abogado sentía tanta que había girado su cabeza y miraba hacia la pared de la izquierda, era lo único capaz de hacer. El sanitario le hablaba ante semejante gesto. — ¿Te sientes bien?Ahí estaba la clave de todo. ¿Se sentía bien? No, no se sentía nada bien, al contrario, se ahogaba en una vida que no había elegido, se ahogaba en la consecuencia de un maldito capricho que había acabado destruyéndolo a él y a todo lo que le rodeaba, no estaba bien que no encontrase sus emociones. — Sí... ¿Por favor puede acabar ya? — El médico volvía a bajar la camiseta, y se unía junto a su paciente en su escritorio. — Bien David, es una leve quemadura, te voy a recetar una pomada para que te la apliques dos veces al día y listo, dentro de dos semanas vuelves a verme ¿vale? — Había vuelto su tono profesional, su tono formal que hacía que David se sintiese mal por haber actuado de esa manera.David siempre había pensado que nadie sería capaz de arreglarle, de volver a recomponer los trozos de un corazón malherido. Decían que la gente podía recuperarse de una herida de bala, de una herida de muerte que se los llevaba por delante y les cambiaba la vida para siempre, quizás por eso, quizás en ese momento, en la oscuridad de la habitación de Brenda, cuando llegaron de noche, se había permitido que un rayo de luz iluminase su mente, que una chispa de ilusión volviese a entrar por cada poro de la piel del chico, haciéndole sentir algo que hasta hace mucho tiempo creía perdido. Por qué si, se puede volver a encontrar lo que un día hicieron que escondieses, lo que un día hicieron que perdieses teniendo ellos la esperanza de que jamás volverías a encontrarlo.A la mañana del día siguiente David se moría de sueño, no paraba de mirar hacia la ventana con la esperanza de que Mane estuviese completamente arrepentido de todo lo que había hecho, su hijo Miguel, se había subido encima del cuerpo de su papá David y dormía plácidamente, era lo único que le relajaba, saber que su hijo necesitaba de toda protección y cariño era lo único que le mantenía con fuerzas. Después del desayuno salían rumbo a la universidad, mientras se metían en el coche de Brenda aparcado en la puerta. — Vamos cariño, metete en la parte de atrás ¿Si? — La inocencia del chico hacía que respondiese un tímido... — Si... — En ese momento veían como una mujer salía de casa de David, el chico cerraba el maletero del coche de su amiga y de nuevo una punzada de dolor sacudía todo su cuerpo, la mujer tenía el pelo enmarañado en una perfecta melena morena, llevaba la blusa del revés y los pantalones casi casi le llegaban al culo. De repente, David sentía como en lo más profundo de s
Los días se seguían sucediendo y ya había pasado otro mes, nadie lo predijo, nadie sabía lo que estaba por venir; Como cada mañana, Brenda salía de su casa, a su vez también lo hacía Marina, de verdad que la chica rubia no quería, de verdad que lo que se le estaba pasando por la cabeza mientras miraba como la chica morena se metía en su coche y desaparecía era un disparate, pero era, a su vez, la única manera que Brenda tenía de poder descubrir el por qué de esa mirada, que es lo que ocultaba, es por eso que cuando Marina despareció con su coche calle abajo ella se bajaba del suyo y acechando se dirigía a la casa de su enemiga, miraba la manera que tenía de poder entrar en la casa en donde se encontraba. Lo hacía, por la puerta trasera en el jardín con piscina, podía entrar, Marina siempre dejaba esa puerta abierta por si había algún tipo de emergencia poder salir por allí. Al entrar se encontraba una amplia cocina, ya que todas las casas que había en ese mismo barrio eran del mismo
— Si que me importa Mane, te recuerdo que yo sigo viviendo aquí. — Mane se volvía hacia su esposo airado. — Mira españolito de quinta, te voy a dejar una cosa bien clara, tú no tienes ningún derecho sobre mi ¿Si? Yo me chingo a quien me da la gana y cuando me da la gana... Y ahora, sal de mi cuarto — Las voces empezaban a ser fuertes, empezaban a inundarlo todo, y mientras Gabriela estaba haciendo las tareas de la casa y Miguel jugaba plácidamente, el niño pequeño se tapaba las orejas, odiaba ver como sus padres se llevaban mal, odiaba ver como no se querían, pero lo que más odiaba de todo era que nunca se iban a querer. — !!Fuera de mi cuarto ya!! — El rugido de una bestia era lo que el policía había emitido con su voz. Entre esas, y mientras las voces aumentaban a un nivel que podían oírse por toda la casa, en plena discusión, Miguel dejaba de jugar y se ponía de rodillas con las palmas de la mano unidas una junto a la otra. — Diosito, por favor, yo sé que tú eres bueno ¿Si? Haz qu
Los días se seguían sucediendo, habían pasado dos desde que todo había cambiado en la vida de nuestros protagonistas, como cada noche, Mane llegaba a su casa, y al entrar un silencio perturbador acaparaba todo su campo auditivo, no había nada, no había nadie en la casa, ni siquiera Gabriela, que se había quedado con la familia de David, el chico se recuperaba poco a poco en el hospital, estaba consciente y había salido muy bien de la operación. El policía soltaba todas sus pertenencias en una de las sillas que formaban el conjunto de cuatro y una mesa para comer, iba a la cocina, se asomaba y allí no había nadie, el primer latigazo de soledad que golpeaba su corazón, luego, iba a ducharse a su cuarto y en medio del pasillo se cruzaba con la puerta que daba al dormitorio de Miguel, también estaba vacío, el mismo día del ataque al corazón de David, sus abuelos habían ido a la casa del chico a recoger al niño. Un hilo transparente tiraba del cuerpo del hombre de treinta y nueve años, qu
Brenda salía de su casa, como cada mañana dispuesta a ir primero al hospital y luego a la universidad, había quedado con David, que reaccionaba muy bien al tratamiento y al post operatorio, en que ella se encargaría de coger los apuntes necesarios y él estudiaría siempre que tuviese tiempo, se subía en su Ferrari, pero lo que ella no sabía era que había alguien siguiéndola, alguien que la estaba acechando, alguien a quien no quería que su secreto viese la luz, si, no había duda alguna de que Marina quería ver muerta a la chica de origen argentino y haría lo que fuera para conseguirlo, es por eso que mientras la chica rubia y con mechas rosas iba conduciendo, era golpeaba en su coche por la parte del maletero por el capo y los faros de otro vehículo. La estudiante estaba nerviosa, miraba de un lado a otro sin saber muy bien que estaba pasando, en las calles empedradas de Guanajuato, donde todos miraban como los dos coches combatían por mantenerse estabilizados, los vehículos empezaban
Brenda estaba ilusionadísima, había conocido en el hospital a un chico que se llamaba Gastón y que casualmente también era de origen argentino. — No sé, es que no entiendo a Mane... ¿Que le pasa? — Decía mientras iban de camino a la universidad. Desde el accidente a la chica le daba miedo conducir y por eso había decidido que de momento no tendría ningún vehículo. — ...Y bueno, pensá que a lo mejor se dio cuenta de lo mal que lo hizo y quiere volver con David. — Brenda reía incrédula, por qué ni en sus mejores sueños, se imaginaba semejante proeza. — No, no... Hay algo más... Aunque me duela decir esto por qué Mane me salvó la vida, él no hace las cosas por qué sí, una persona no puede cambiar de un día para el otro. Llegaban a las inmensas escaleras que había en el lugar, escaleras que daban a la entrada de dicha universidad. — Bueno, mi viaje se acaba acá... Luego te recojo... — Ella le abrazaba mientras sonreía, era la viva imagen de una niña pequeña a la que le habían regalado mu
Era viernes, por fin Blanca y Brenda iban a conocer a Doña Luz, la matriarca abuela de David, todo parecía perfecto, la noche anterior el estudiante había accedido de nuevo a quedarse en casa de Brenda, pero esa vez no había rastro de Mane por ningún lado, las dos estaban muy nerviosas, corriendo de un sitio a otro en el salón de su casa. - Estoy muy nerviosa... - Blanca enfundada en un vestido celeste y maquillada para la ocasión expresaba. Al mismo tiempo que Brenda decía sentada en el sofá de piel rojo. - Dale ma, seguro que todo sale muy bien ya verás que sí, solo es cuestión de ser nosotras mismas. Salían del hogar con una sensación rara en el estómago, ya no querían más desplantes por parte de la gente, ya no querían seguir con esas dudas que suponía el querer caerle bien a alguien y no saber como. - !!Papá David!! - La voz angelical de un niño de cinco años los sorprendía a todos a mitad del recorrido hacia el vehículo. - !Miguel! - El niño se abrazaba a su padre, a la altura
Era sábado, y como cada sábado las cosas empezaban a mejorar, excepto por una, David se enfrentaba a la tesitura de tener que volver a ver al hombre que tanto daño le había hecho, pese a la negativa tácita de su madre. Una idea rondaba la cabeza del universitario, una rotunda idea que acabaría con todo de un plumazo, allí se encontraba frente a la casa en la que un día había vivido, en la que tantas y tantas veces había soñado que las cosas cambiasen. Miraba hacia atrás y veía como el coche de Blanca seguía aparcado en frente de la casa de Marina. Oh dios, Marina. ¿Qué habría sido de ella? ¿Qué le habría pasado para no asomar siquiera para saber cómo se encontraba el muchacho? David miraba la casa de su amiga y una tranquilidad impropia de ese hogar atenazaba a su cuerpo, era como si de repente un glaciar ártico se hubiese derretido y toda el agua hubiese empapado su cuerpo, respiraba hondo mientras se decidía a entrar sin saber que en realidad, en las cortinas amarillas de la casa d