Alexander se detiene frente a la puerta del apartamento de Isabella, el corazón golpeándole con violencia en el pecho.Aprieta las llaves entre los dedos, inhalando profundamente.Tiene que hacerlo.Tiene que hablar con ella.Decirle todo lo que siente, aclarar las dudas que lo están consumiendo desde dentro.Pero en cuanto piensa en las palabras de Camille, en el veneno cuidadosamente destilado que aún envenena su mente, una sombra de inseguridad lo invade.¿Qué tal si todo lo que cree haber visto en Isabella no es más que una ilusión?¿Qué tal si realmente ella le ha ocultado quién es?Sacude la cabeza, como intentando despejarse de esos pensamientos.La ama.Lo sabe.Aunque el miedo lo carcoma, aunque su corazón se sienta dividido, lo que siente por ella es real.Toca el timbre.Isabella abre la puerta casi de inmediato.Su sonrisa, radiante por costumbre, se apaga apenas lo ve.Él lo nota.Nota cómo su rostro, su cuerpo entero, se repliega en una barrera silenciosa.—Hola —murmura
Henry no sabe en qué momento Valentina se convierte en su refugio.Quizás es en esas pequeñas charlas después de las reuniones de trabajo, donde sus risas se mezclan sin esfuerzo.Quizás es en la forma en que ella lo mira, sin juicio, como si realmente viera algo bueno en él.Algo que ni siquiera él puede reconocer.Camina junto a ella por el sendero del parque, las manos en los bolsillos, luchando contra la necesidad de rozarla, de tocarla, de aferrarse a esa luz que ella irradia sin siquiera intentarlo.Valentina habla de cualquier cosa —una serie que está viendo, una receta que arruinó en la cocina— y Henry la escucha, embobado, sintiendo cómo su mundo se acomoda, por primera vez en mucho tiempo, en torno a algo que no es rabia, venganza o dolor.Es ella.Ella, con su risa franca.Ella, con su mirada clara.Ella, que no sabe los monstruos que esconde dentro de sí.Se detienen frente a un pequeño lago.La brisa fresca revuelve los cabellos de Valentina, y Henry, sin pensar, estira l
Henry camina de un lado a otro en su departamento, el corazón golpeándole las costillas como si quisiera escapar. Tiene el celular apretado en la mano, los nudillos blancos de tanta fuerza. Sabe lo que debe hacer. No lo que quiere, sino lo correcto. Valentina merece la verdad, aunque eso signifique perderla.Se pasa una mano temblorosa por el cabello, tratando de reunir el valor que siente desmoronarse con cada latido. Finalmente, con un rugido ahogado, marca el número de Camille.Ella contesta al primer timbrazo, su voz cargada de una ira contenida.—¡Por fin te dignas a llamarme! ¿Sabes cuántos mensajes te he dejado? ¿Tienes ideas de cuántas llamadas te he hecho? ¡Te has burlado de mí, Henry! —escupe, el tono chillón perforándole el oído — Desapareciste. Te esfumaste como si nada ¡Teníamos un trato!Henry cierra los ojos un segundo, exhalando.—No te contesté porque me cansé —dice, la voz baja pero tensa, como una cuerda a punto de romperse—. Me cansé de ser tu marioneta, Camille.
Los ojos de Isabella arden de cansancio mientras recorre una vez más la interminable serie de correos impresos que cubren la mesa de la oficina privada que Alexander le prestó. La luz azulada de la pantalla parpadea a un lado, mientras en su mano sostiene una taza de café frío que ya ha olvidado beber.Valentina, sentada frente a ella, le lanza una mirada llena de preocupación.—Tienes que descansar, Isa —le dice en voz baja, aunque sabe que sus palabras caerán en saco roto.Isabella niega con la cabeza, el cabello revuelto cayéndole en desorden sobre el rostro.—Estamos cerca, lo siento. No puedo parar ahora —susurra, pasando las hojas con dedos temblorosos.Días. Días sin dormir, días sin respirar bien, días sintiendo que la ansiedad la devora desde adentro. Pero ahora, por fin, algo empieza a salir a la luz. Gracias a Laura, la jefa del equipo de comunicación de Alexander, quien sin preguntar demasiado le ofreció la ayuda discreta del equipo informático de Blackwood.—Encontraron
Los golpes secos contra la puerta lo sacan de su ensimismamiento. Alexander parpadea, como si su mente tardara en procesar que alguien llama a su casa a esta hora de la noche. Frunce el ceño. ¿Quién demonios podría ser? Se pone de pie, cruzando la sala en tres zancadas, y al abrir la puerta, la sorpresa lo golpea de lleno.Isabella está allí.Tan cerca. Tan real.La luz tenue del pasillo se derrama sobre ella, haciendo brillar su cabello oscuro. Su mirada, sin embargo, no tiene el calor de otras veces. Sus ojos son dos tormentas contenidas, y su postura, aunque erguida, revela la tensión que vibra en cada fibra de su cuerpo.Alexander se queda congelado.Ella nunca había ido a su casa, a pesar de vivir pared con pared. Nunca antes había cruzado ese umbral invisible que ambos parecían respetar como una regla tácita. Verla allí, al otro lado de su puerta, tiene algo de inédito, algo de peligroso.—¿Puedo pasar? —pregunta Isabella, su voz baja, controlada, pero cargada de una firmeza q
Henry no podía dejar de mirar el reloj. Cada tic-tac era un recordatorio cruel de lo tarde que había llegado a esta realización. Había dado mil vueltas a su decisión, había repasado cada palabra que diría, cada gesto que haría. Quería arreglarlo. No solo por él, sino por ella. Por Valentina.Tomó su abrigo y salió de su departamento sin pensarlo más. Necesitaba verla. Necesitaba contarle todo antes de que fuera demasiado tarde, antes de que Camille pudiera hacer más daño, antes de que él mismo se odiara aún más.El ascensor parecía tardar una eternidad, cada piso descendido un latido doloroso en su pecho. Al llegar al edificio de Valentina, dudó unos segundos frente a la puerta. Luego respiró hondo, como si de ello dependiera su vida, y golpeó.Unos segundos. Dos. Tres.La puerta se abrió de golpe, y lo primero que recibió fue un bofetón tan duro que su cabeza giró hacia un lado.El ardor en su mejilla no era nada comparado al dolor que sintió al verla.Valentina estaba de pie frent
El café se le derramó por tercera vez esa mañana. —¡Maldición! —bufó Isabella mientras intentaba limpiar la mancha en su blusa con una servilleta húmeda. Los trillizos habían dejado un caos en la cocina, la niñera había llegado tarde, y su cita con el nuevo empleo no podía ser más inoportuna. Aun así, ahí estaba: parada frente a uno de los rascacielos más imponentes de la ciudad, con una mezcla de nerviosismo, adrenalina y… algo más que no sabía cómo nombrar. Blackwood Enterprises. El nombre retumbaba en su mente desde que aceptó el trabajo como diseñadora dentro del departamento creativo. El sueldo era una bendición, la oportunidad, un sueño. Pero algo dentro de ella vibraba extraño desde que escuchó aquel apellido. Sacudió la cabeza y entró al edificio. Al pisar el mármol brillante del vestíbulo, sus pasos resonaron como una advertencia. El ascensor estaba abierto. Isabella se apresuró, ajustando su bolso y ocultando la mancha de café como podía. Dentro, un hombre con un
Cinco años atrás La música suave del cuarteto de cuerdas llenaba la sala del hotel con elegancia, mientras el murmullo de la élite empresarial flotaba entre copas de champán, risas fingidas y sonrisas ensayadas. Isabella se sentía como una intrusa. Llevaba puesto un vestido negro prestado y unos tacones que no eran suyos. Había acompañado a Valentina, su mejor amiga y abogada en ascenso, a esa gala benéfica solo porque prometieron que habría canapés caros, vino gratis y, con suerte, alguien interesante para mirar. —Solo estás aquí para disfrutar —le recordó Valentina, dándole un leve codazo—. Olvídate del mundo real por una noche. Y así lo haría, se lo había prometido a sí misma. Después de pasar mucho tiempo donde su plan más atrevido era quedarse en su casa viendo comedias románticas y llorando por el daño que su ex le había hecho, estaba lista para comenzar de nuevo. Caminaba hacia la terraza cuando lo vio. Alto, traje oscuro perfectamente ajustado, copa en mano, mirada intens