Lady Lucy sintió que el ataque de ansiedad le afectaba primero a los pulmones y, aunque la gente la interrogaba al mismo tiempo, no podía oír con precisión. Veía borroso y su corazón latía tan deprisa que le faltaba la oxigenación necesaria. Así que trató de concentrarse en la discusión de fondo. Y mientras miraba a la gente que seguía en la sala, vio a Sara Reese bebiendo un vaso de vino blanco como si estuviera viendo el mejor entretenimiento de su vida.Una lágrima de culpabilidad brotó de los ojos de la mujer mayor, aunque no permitió que escapara de su mejilla. Entonces se encaró con Madson Reese y se dio cuenta de que se temía lo peor. Pero no había forma de escapar a esa verdad.– ¿Me has traicionado? ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste engañarme durante tanto tiempo?– Cariño, perdóname, nunca quise que esto sucediera.– ¿Cómo pudiste no hacerlo? ¿Tanto me odias, mamá? – preguntó Cesare, dejando salir toda su indignación. Sabía que se había parecido a su padre más de lo
Lady Lucy estaba preocupada y, tras un gran esfuerzo, consiguió arrastrar a Madson Reese hasta el sofá, dejándola totalmente desorientada. Se asomó y vio a la mujer sonriendo de felicidad al descubrir que su futuro había cambiado tan repentinamente, y para la pobre dama, que había albergado aquel rencor durante tanto tiempo, parecía como si una pesadilla se convirtiera en la cruel realidad que tanto había intentado evitar.Sara Reese levantó una copa mientras desfilaba por la habitación, analizando la decoración que imaginaba que cambiaría con la fortuna que por derecho le pertenecía. Y entonces miró a su hermana, sintiéndose de nuevo superior. Incluso pensó en arrepentirse, pero no podía, por mucho que lo intentara. La verdad era que le gustaba ser mala. Le gustaba presumir ante los hombres y ser el centro de atención, y el hecho de haberse acostado con su propio hermano no le parecía tan mal después de tantos años, creyendo que se acostaba con su propio padre. Así que se encogió de
– ¿De qué te ríes, imbécil?Sara Reese se sintió ofendida por la forma de reír de Madson Reese, pero nada intimidaba a Madson, seguía riendo tanto que por un momento olvidó sus ganas de llorar y sustituyó sus lágrimas por el agotamiento de una barriga que ya no soportaba reír tanto, por lo que se convirtió en una mujer inquieta y confusa.– ¿Tú? ¿Un Santorini?– ¿De qué te ríes? Si crees que me importa haberme acostado con mi hermano, que sepas que lo volvería a hacer. Lo volvería a hacer si eso es lo que hace falta para que pierdas al hombre que amas. Lo haría solo por el placer de destruir tu vida.– Eres muy graciosa, Sara. Realmente no me había dado cuenta de que aún podías sorprenderme a estas alturas de nuestras vidas. Siempre has sido muy fantasiosa.– ¿De qué estás hablando?– No eres la hija de Santorini. Nunca has sido ni serás una Santorini de verdad.Intentó mantener la sonrisa en su rostro, pero la expresión de miedo se apoderó rápidamente de las preocupadas facciones de
El estridente grito resonó en las paredes de la mansión, que ya había sido testigo de todo tipo de tragedias y revelaciones de aquella familia, que distaba mucho de ser aburrida. Lady Lucy parecía tan desesperada que alarmó a Madson Reese en el piso de abajo, y rápidamente corrió hacia las escaleras y subió por ellas tan rápido como pudo.Y aunque la joven trató de imaginar varios escenarios de lo que podría haber ocurrido, no previó que acabaría divisando algo tan espantoso como lo que vio. Entonces se detuvo frente a aquella habitación, notando que había un rastro de sangre. La mujer se temió lo peor. Temía perder a quien amaba. Y su mente vagó hacia el pensamiento más profundo. ¿Había matado a su propia madre por el odio que sentía porque le había mentido durante tantos años? No, no podía creerlo. Cesare no era así. Cesare no... no, no...Intentando concentrarse en el espectáculo digno de una película de terror, entró en la habitación y vio una bañera cuya agua había sido teñida de
Sus ojos se abrieron lentamente, y subió las escaleras de aquella mansión, sintiendo su corazón tan desgarrado de una forma que había creído imposible hasta aquel momento. Hasta el día anterior.Habían dejado a los niños al cuidado de las agotadas niñeras tras otro día de sobrecarga, porque su madre se sentía demasiado débil para hacer frente a todo. Pero lo cierto era que Madson Reese se negaba a verlos. Para ella, el hombre no podía soportar la presión de ser engañado como lo había hecho con ella, y aunque pensaba que se merecía todo el castigo, no podía evitar culparse a sí misma. ¿Cómo explicar a sus hijos que les había privado de su padre? ¿Cómo decirles que Cesare había cometido el peor de los pecados?Al llegar al segundo piso de la mansión, no sabía adónde dirigirse y sus ojos claros vagaron hacia la puerta del dormitorio de la pareja, pero recordó el momento en que lo vio con Sara Reese, la chica rechazada que le había robado su infancia, su vida e incluso a su marido. Entonc
Su respiración era jadeante y nada tranquila en una habitación destartalada con paredes de madera que se desmoronaban. La tórrida lluvia que caía aquella mañana, algo más fría de lo habitual, le hacía temblar de frío, sobre todo por las goteras del techo, que le impedían sentirse tranquilo. El hombre, tendido en la cama como un inválido, se preguntaba si merecía la pena sentir tanto dolor por un vaso de agua que un alma buena le había servido, pero que dejó demasiado lejos para que él pudiera alcanzarlo.Sus ojos claros se centraron en la silueta de una mujer que entró en la habitación con el rayo de luz que invadió la oscura estancia. Pero aquella voz. El dulce y aterciopelado timbre de Madson Reese que nunca podría olvidar. Entonces se puso el brazo delante de la cara y dejó al descubierto su mano, infectada por la falta de cuidado que había tenido con las heridas que Cesare Santorini le había causado al quemarle las manos. Aun así, sus ojos cansados no veían con claridad.La mujer
El vaso se estrelló contra el suelo cuando Madson, muy nervioso, lo arrojó contra la pared. Ella ya no podía ocultar sus emociones, pero tampoco el hombre, que apenas podía mantenerse en pie por sí mismo. Entonces ella le miró con una expresión al principio alterada, pero que pronto se transformó en un rostro tan tranquilo y sereno como las aguas más cristalinas.Frunció el ceño mientras intentaba comprender por qué reaccionaba así, pero no había ningún propósito concreto. La verdad era que ni siquiera ella sabía qué hacía allí. No sabía qué pretendía más allá de la verdad que ya conocía bien.– Si has venido a visitarme y a oír ofensas, ya puedes irte.– No. He venido a oír de ti por qué.– ¿Por qué?– Necesito entender por qué ordenaste al encargado de la granja que me matara. ¿Cómo sabías que las cosas acabarían así? ¿Cómo sabías que saldría de esa casa y te seguiría?Entonces el viejo se echó a reír con toda su actitud maquiavélica y diabólica que solía tener cuando la llevaba a s
– Vamos, no seas cobarde. Demuestra que eres un hombre al menos una vez en tu vida.Pero el hombre parecía demasiado asustado por primera vez. Fue toda una sorpresa. Como un hombre que siempre había pensado que era inalcanzable, ahora temía a un trozo de papel dejado por una mujer que había muerto hacía mucho tiempo.– ¡No! ¡Sácalo de aquí! ¡Fuera de aquí! – gritó.– ¡Lo leerás, viejo verde! – Madson sintió ganas de restregar el papel contra la cara del viejo, pero se contuvo. Estaba harta de ocultar la verdad al mundo.– No quiero hacerlo. Váyase.– ¿No quieres saber lo que me dijo en esa carta, Amiro Reese?– No me importa. Todo lo que escribió era para ti, no para mí. ¿Por qué debería importarme?– Pero vas a leerla.– No puedes obligarme.Entonces levantó la carta con fiereza ante sus ojos y empezó a leer las palabras de perfecta caligrafía.– Querido Madson Reese: Siento no haberte contado la verdad sobre tu verdadero padre. La cuestión es que siempre me he sentido culpable por h