El estridente grito resonó en las paredes de la mansión, que ya había sido testigo de todo tipo de tragedias y revelaciones de aquella familia, que distaba mucho de ser aburrida. Lady Lucy parecía tan desesperada que alarmó a Madson Reese en el piso de abajo, y rápidamente corrió hacia las escaleras y subió por ellas tan rápido como pudo.Y aunque la joven trató de imaginar varios escenarios de lo que podría haber ocurrido, no previó que acabaría divisando algo tan espantoso como lo que vio. Entonces se detuvo frente a aquella habitación, notando que había un rastro de sangre. La mujer se temió lo peor. Temía perder a quien amaba. Y su mente vagó hacia el pensamiento más profundo. ¿Había matado a su propia madre por el odio que sentía porque le había mentido durante tantos años? No, no podía creerlo. Cesare no era así. Cesare no... no, no...Intentando concentrarse en el espectáculo digno de una película de terror, entró en la habitación y vio una bañera cuya agua había sido teñida de
Sus ojos se abrieron lentamente, y subió las escaleras de aquella mansión, sintiendo su corazón tan desgarrado de una forma que había creído imposible hasta aquel momento. Hasta el día anterior.Habían dejado a los niños al cuidado de las agotadas niñeras tras otro día de sobrecarga, porque su madre se sentía demasiado débil para hacer frente a todo. Pero lo cierto era que Madson Reese se negaba a verlos. Para ella, el hombre no podía soportar la presión de ser engañado como lo había hecho con ella, y aunque pensaba que se merecía todo el castigo, no podía evitar culparse a sí misma. ¿Cómo explicar a sus hijos que les había privado de su padre? ¿Cómo decirles que Cesare había cometido el peor de los pecados?Al llegar al segundo piso de la mansión, no sabía adónde dirigirse y sus ojos claros vagaron hacia la puerta del dormitorio de la pareja, pero recordó el momento en que lo vio con Sara Reese, la chica rechazada que le había robado su infancia, su vida e incluso a su marido. Entonc
Su respiración era jadeante y nada tranquila en una habitación destartalada con paredes de madera que se desmoronaban. La tórrida lluvia que caía aquella mañana, algo más fría de lo habitual, le hacía temblar de frío, sobre todo por las goteras del techo, que le impedían sentirse tranquilo. El hombre, tendido en la cama como un inválido, se preguntaba si merecía la pena sentir tanto dolor por un vaso de agua que un alma buena le había servido, pero que dejó demasiado lejos para que él pudiera alcanzarlo.Sus ojos claros se centraron en la silueta de una mujer que entró en la habitación con el rayo de luz que invadió la oscura estancia. Pero aquella voz. El dulce y aterciopelado timbre de Madson Reese que nunca podría olvidar. Entonces se puso el brazo delante de la cara y dejó al descubierto su mano, infectada por la falta de cuidado que había tenido con las heridas que Cesare Santorini le había causado al quemarle las manos. Aun así, sus ojos cansados no veían con claridad.La mujer
El vaso se estrelló contra el suelo cuando Madson, muy nervioso, lo arrojó contra la pared. Ella ya no podía ocultar sus emociones, pero tampoco el hombre, que apenas podía mantenerse en pie por sí mismo. Entonces ella le miró con una expresión al principio alterada, pero que pronto se transformó en un rostro tan tranquilo y sereno como las aguas más cristalinas.Frunció el ceño mientras intentaba comprender por qué reaccionaba así, pero no había ningún propósito concreto. La verdad era que ni siquiera ella sabía qué hacía allí. No sabía qué pretendía más allá de la verdad que ya conocía bien.– Si has venido a visitarme y a oír ofensas, ya puedes irte.– No. He venido a oír de ti por qué.– ¿Por qué?– Necesito entender por qué ordenaste al encargado de la granja que me matara. ¿Cómo sabías que las cosas acabarían así? ¿Cómo sabías que saldría de esa casa y te seguiría?Entonces el viejo se echó a reír con toda su actitud maquiavélica y diabólica que solía tener cuando la llevaba a s
– Vamos, no seas cobarde. Demuestra que eres un hombre al menos una vez en tu vida.Pero el hombre parecía demasiado asustado por primera vez. Fue toda una sorpresa. Como un hombre que siempre había pensado que era inalcanzable, ahora temía a un trozo de papel dejado por una mujer que había muerto hacía mucho tiempo.– ¡No! ¡Sácalo de aquí! ¡Fuera de aquí! – gritó.– ¡Lo leerás, viejo verde! – Madson sintió ganas de restregar el papel contra la cara del viejo, pero se contuvo. Estaba harta de ocultar la verdad al mundo.– No quiero hacerlo. Váyase.– ¿No quieres saber lo que me dijo en esa carta, Amiro Reese?– No me importa. Todo lo que escribió era para ti, no para mí. ¿Por qué debería importarme?– Pero vas a leerla.– No puedes obligarme.Entonces levantó la carta con fiereza ante sus ojos y empezó a leer las palabras de perfecta caligrafía.– Querido Madson Reese: Siento no haberte contado la verdad sobre tu verdadero padre. La cuestión es que siempre me he sentido culpable por h
Abrió los ojos con dificultad, en un entorno donde las luces parecían quemar la piel del hombre que yacía en la cama de un hospital. Los pitidos le provocaron un fuerte dolor de cabeza, pero aun así insistió en intentar averiguar qué le había ocurrido. Entonces se sentó en la cama y vio a Lady Lucy sentada en un sillón, donde había dormido toda la noche junto a su hijo, y por fin recordó lo que había hecho. Todo era culpa suya. La desgracia con la que estaba destinado a vivir, el hecho de haber cometido una gran abominación e incluso de haber perdido a Madson Reese para siempre, y solo podía temer que ella se marchara, llevándose a sus hijos y a su amor muy lejos, de vuelta a Italia, después de todo, ella no estaba en aquella habitación de hospital a su lado, en una enfermedad que él mismo había provocado.Cesare Santorini luchaba por levantarse, temiendo que fuera demasiado tarde para rogarle a Madson que al menos le permitiera ver a los niños, cuando el sonido de las máquinas repiqu
– Y tienes todo ese dinero, ¿verdad?– Lo tengo. Soy el hombre más rico de esta región.Entonces el caballero le dirigió otra mirada de reojo, que incomodó a Cesare.– No sé. Estás muy raro. Creo que te has escapado a algún sitio donde no debías. Si quieres, muchacho, te llevaré de vuelta.– Soy dueño de todo. Soy el multimillonario de los diamantes.– Sí. Se escapó del manicomio muy bien. – Entonces movió las riendas y los caballos empezaron a moverse lentamente.– ¡No!" La voz autoritaria reverberó por la habitación como un rugido. – "Puedo pagarte muy bien. Puedo darte todo.Pero no te has detenido. – Vete a casa, muchacho.– Eso es lo que intento.– Buena suerte.Entonces Cesare Santorini levantó un diamante que guardaba como el primero que le había regalado su padre y el brillo oscureció la visión del hombre que avanzaba hacia el paisaje digno de un cuadro. La carreta se detuvo tan bruscamente que las ruedas resbalaron sobre el suelo de tierra que garantizaba el acceso a la regió
Sara Reese seguía profundamente dormida cuando oyó de fondo el traqueteo de la jarra de porcelana barata, así que abrió los ojos, temiéndose lo peor. Temiendo que el hombre al que había dedicado su valioso tiempo le estuviera robando. Rápidamente, se levantó y se sentó en la cama, donde le vio llevarse el dinero a escondidas. Y justo cuando él se iba, ella tiró las sábanas a un lado y salió de la cama como una bestia rabiosa.– ¿Qué haces? No vas a volver a robarme. No volverás a gastar mi dinero en putas.Pero el hombre sonrió de forma cínica, como si nada de lo que ella pudiera decir fuera relevante, después de todo, ¿qué podía hacer contra él? – No te estoy robando, solo estoy cogiendo lo que es mío.– ¿Qué es tuyo? No has trabajado por ello. Lo hice. – Sara Reese parecía alterada. Su comportamiento inquieto la asustaba más que Marcos.– ¿De veras? – el hombre rio diabólicamente mientras contemplaba la forma más patética del miedo. – ¿Llamas a eso trabajo? Le diste tu culo gastado