Madson Reese parecía más inquieta de lo habitual aquella calurosa mañana. Aun así, intentaba disimular su descontento por sentirse atrapada por una personalidad que no era la suya.Cesare entró en la casa y se sentó en el sofá. Los bebés estaban con él, como de costumbre, y Madson maldijo al verlos allí, en lo que parecía una gran diversión. Sin embargo, le daba mucha rabia despertarse una vez más y no ver a sus hijos a su lado. Aquel hombre entraba en su habitación cuando le daba la gana y se llevaba de paseo a los niños que no creía suyos sin consentimiento.Las largas zancadas anunciaban la acalorada discusión que probablemente tendría con él de una vez por todas. Pero el hombre le hizo perder la compostura en el momento en que se sentó con los dos bebés, cada uno sobre una pierna, y abrió un libro, intentando equilibrarlo todo al mismo tiempo, mientras las rápidas manos de los inocentes bebés intentaban arrancar las páginas de su libro favorito.Los ojos de Madson se llenaron de e
Madson Reese no había salido de su habitación desde su sangrienta discusión con Lady Lucy. Y al aislarse en aquella habitación con sus hijos muy pequeños, había despertado la curiosidad y la sospecha de Cesare Santorini. Y a pesar del parecido entre las mujeres, él ya no podía imaginar que ella fuera realmente Madson. En cualquier caso, le preocupaba que ella se marchara y le dejara allí, sin su presencia y sin los bebés.Aquella mezcla de sentimientos le hacía sentirse fatal, y era plenamente consciente de que no podría soportar estar lejos de ellos ni un solo día. Durante unas horas al día, acababa reprochándose la promesa que le había hecho a Madson. Sabía que la amaba, y también sabía que no quería a nadie más que a ella, y, sin embargo, quería a los niños. Y cómo podía explicarse a sí mismo que sentía lo mismo por Verona que por Madson. Esa confusión le hacía creer que estaba mezclando sus sentimientos. Y no sería correcto usarla para reemplazar a alguien que ya se había ido. –
Como la primera vez, Madson se sentía incómoda en una fiesta en la que los invitados no eran sus amigos y por eso aún no había bajado. Pero después de mucho pensar frente al espejo, decidió que pondría fin a todo aquello. Necesitaba poner fin a toda aquella farsa, y aún más necesitaba averiguar quién había intentado matarla. Así que la mujer se dirigió al armario y analizó los elegantes vestidos que la modista había preparado exclusivamente para ella cuando aún se encontraba en la nostálgica Italia. No había nada que le recordara a la mujer que solía ser, pero el par de guantes podría haber sido suficiente para recordarle cómo tenía que volver a ser. Así que se los puso y se dejó el pelo suelto y libre como una salvaje, aunque perfectamente alineado. Se miró al espejo y sopesó la posibilidad de maquillarse intensamente, pero al final optó por algo ligero y sereno, como solía hacer antes de adoptar la personalidad de otra mujer.Luego giró el cuerpo y respiró hondo y largamente, sinti
Cesare se preguntó cómo era posible que aquella mujer que tenía delante fuera tan cansina. ¿Cómo podía librarse de un problema que él mismo se había buscado? Aunque se sentía incómodo con la presencia de Sara Reese en la fiesta de Verona, su atención no estaba en ella. No podía concentrarse en otra cosa que no fuera el hecho de que Verona se había disfrazado a propósito de su difunta esposa. ¿A qué clase de juego estaba jugando con esa actitud? Sin pensar con claridad, abandonó a Sara Reese sin echarla de casa para acercarse a Verona, que también parecía nerviosa.Observó a la mujer desde lejos, y la forma en que su madre las miraba a ambas le alarmó. Parecía que Lady Lucy no quería que se conocieran. Así que se apresuró hacia ella, pero fue interrumpido por el viejo cuidador de la granja.El hombre lo saludó como si mereciera estar allí, en medio de gente selecta y todo aquel lujo, pero Cesare hizo caso omiso de la mano que colgaba en el aire y lo miró con cierto asco, como si fuera
Los pies del hombre se detuvieron frente a la hermosa joven que tocaba el piano con gracia, aunque el corazón le dolía tanto como su rostro podía mostrar.Cerró los ojos y tocó la música mientras sentía la mirada del juicio arder en su suave piel, pero no se atrevió a mirar a Cesare Santorini a su lado, tan paralizado como imaginaba que se quedaría cuando supiera la verdad. No quería revelarla así, pero no había otra opción, porque sabía que, intentara lo que intentara, lady Lucy la detendría. Lo cierto era que la pobre mujer había vivido toda su vida rodeada de monstruosos secretos que la habían convertido en la joven que no solía expresarse. Tal vez el hecho de que intentara aguantar todo lo que el mundo le echaba encima era la causa de todos los problemas a los que se enfrentaba en la vida. Tal vez si hubiera protestado desde el principio y demostrado que su corazón no era de hielo, las cosas habrían sido diferentes.Las lágrimas corrían por el delicado rostro que expresaba la tris
Cesare y Madson se quedaron quietos, mirándose durante un rato. Ella transmitía certeza y dolor en su mirada, y él parecía tan sorprendido como decepcionado por recibir aquella afirmación de forma tan tajante.– ¿Qué has dicho? ¿Qué has dicho? – Su voz tenía un timbre tan fuerte que era casi inaudible por el dolor que él sintió cuando ella reveló aquellas palabras.– Me mataste, Cesare Santorini, y no necesitas que te lo repita. Sabes exactamente lo que hiciste aquel día.– ¿Por qué? – no pudo completar la pregunta. Le ardía la garganta por el nudo que se le había formado e intentaba con todas sus fuerzas impedir que las lágrimas siguieran brotando. – ¿Por qué me crees capaz de semejante monstruosidad?La mujer se sintió tan estremecida como él. Había un dolor en su alma que transmitía a través de sus ojos que solo ella podía conocer, porque también había sufrido más de lo que creía poder soportar. – No tienes que mentir más. Lo he oído todo.– ¿Lo oíste? ¿Qué has oído? Lo que oíste,
Lady Lucy sintió que el ataque de ansiedad le afectaba primero a los pulmones y, aunque la gente la interrogaba al mismo tiempo, no podía oír con precisión. Veía borroso y su corazón latía tan deprisa que le faltaba la oxigenación necesaria. Así que trató de concentrarse en la discusión de fondo. Y mientras miraba a la gente que seguía en la sala, vio a Sara Reese bebiendo un vaso de vino blanco como si estuviera viendo el mejor entretenimiento de su vida.Una lágrima de culpabilidad brotó de los ojos de la mujer mayor, aunque no permitió que escapara de su mejilla. Entonces se encaró con Madson Reese y se dio cuenta de que se temía lo peor. Pero no había forma de escapar a esa verdad.– ¿Me has traicionado? ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste engañarme durante tanto tiempo?– Cariño, perdóname, nunca quise que esto sucediera.– ¿Cómo pudiste no hacerlo? ¿Tanto me odias, mamá? – preguntó Cesare, dejando salir toda su indignación. Sabía que se había parecido a su padre más de lo
Lady Lucy estaba preocupada y, tras un gran esfuerzo, consiguió arrastrar a Madson Reese hasta el sofá, dejándola totalmente desorientada. Se asomó y vio a la mujer sonriendo de felicidad al descubrir que su futuro había cambiado tan repentinamente, y para la pobre dama, que había albergado aquel rencor durante tanto tiempo, parecía como si una pesadilla se convirtiera en la cruel realidad que tanto había intentado evitar.Sara Reese levantó una copa mientras desfilaba por la habitación, analizando la decoración que imaginaba que cambiaría con la fortuna que por derecho le pertenecía. Y entonces miró a su hermana, sintiéndose de nuevo superior. Incluso pensó en arrepentirse, pero no podía, por mucho que lo intentara. La verdad era que le gustaba ser mala. Le gustaba presumir ante los hombres y ser el centro de atención, y el hecho de haberse acostado con su propio hermano no le parecía tan mal después de tantos años, creyendo que se acostaba con su propio padre. Así que se encogió de