El tic tac del reloj de piso del doctor Albert Fox, es el único sonido que se escucha en las cuatro paredes de la habitación. Él está sentado frente a mí detrás de su escritorio con las manos recargadas pacientemente sobre la madera de caoba de su escritorio. La luz natural de la ventana traspasa las delgadas y casi transparentes cortinas blancas hasta su posición sentada, llenándolo de un halo sobrenatural y haciéndolo parecer una deidad nórdica, si su cabello rubio y brillante no se pareciera más a el de un príncipe novelesco antiguo; su sonrisa engañosamente gentil y de autosuficiencia me irrita. ¡Arg! Si pudiera borrársela con mi puño tal vez nos ahorraríamos más sesiones de terapia. ¡Qué no me sirven para nada!, he de añadir.
¿Obsesión? Él me ha dicho que estoy obsesionado. ¡Maldita sea! ¿Qué sabe él de obsesiones o de amor? No sabe quién fui o quién soy. No sabe nada de las crueldades de la vida o de cómo el destino puede arrastrarte por una serie de eventos desafortunados o cómo la rueda de fortuna mejor conocida como el Karma, puede joderte a puro placer devolviéndote la m****a que has ido dejando tirada por el mundo en lo que podría ser el mejor momento de tu vida. Solo hay que verlo, está sentado con su rostro de niño bonito, cabello rubio bien cuidado y sedoso, con un trabajo estable y bien remunerado, seguro tiene a una chica detrás de él besando el piso por el que pasa, tiene la vida perfecta. ¿Qué sabe de pérdidas y dolores en el alma? ¡Cabrón!
Sí, mi puño tirándole los dientes blancos y perfectos sería una mejor medicina que los antidepresivos.
La alarma que anuncia el término de la sesión timbra y yo me levanto, como las muchas otras sesiones anteriores, me voy sin decir una sola palabra. No tengo nada que decir, no tengo nada que contar y aunque tuviera, la realidad es que no puedo.
—Señor…
Cierro la puerta detrás de mi antes de escucharlo decir que me espera para la siguiente sesión, que, si me niego a hablar, entonces no puede darme de alta y tendré que continuar visitándolo a él o a cualquier otro que sea asignado.
La verdad no me importa perder una hora cada tres días de mi vida, porque no tengo nada mejor que hacer que maldecirlo a él y a su obscena colección de libros que yacen metódicamente bien colocados en el librero a sus espaldas.
Al llegar al estacionamiento del edificio, me encuentro con mi hermano esperándome de pie, recargado en su Mustang clásico de color negro. Era un auto hermoso, no podía negarlo, pero llamativo para mi gusto. Hubo un momento en mi vida en el que los autos, los buenos autos, hermosos y rápidos, eran mi obsesión. Mi padre me regaló el primero a los dieciséis años, un hermoso Mercedes negro. El cual un día volqué mientras mi mejor amigo —en ese entonces— y yo, regresábamos de una fiesta. Fue un milagro que no sufriéramos daño alguno. Mi padre no volvió a comprarme un auto. Había dicho que era estúpido e imprudente de mi parte arriesgar mi vida y que él no sería partícipe de mi muerte, por lo que, si quería un coche, tendría que comprármelo yo. No tuve cara para refutarle, le había prometido a mi madre no correrlo a altas velocidades. Rompí mi promesa y en ese entonces no era tan mal hijo. Era rebelde como lo debe ser un adolescente, pero, siempre fui dentro de lo que cabe, un buen muchacho. Y, sí, me compré uno nueve años después, cuando obtuve mi primer asenso en lo que creía era el trabajo de mi vida.
—¿Estás listo?
«No, no lo estoy», quiero decirle, pero en su lugar asiento y subo al auto. Él hace igual, sube y lo enciende. El precioso, como lo llamamos, ronronea fuerte y vibrante como un felino que acaba de despertar de la siesta de muy buen humor. Divino y excitante.
Salimos de allí en silencio, no hay tráfico por lo que se supone que llegaremos a mi destino, más rápido de lo que creía.
—Evan… —¡Oh, sí! Conocía ese tono de advertencia en su voz más de lo que desearía haber escuchado en mi vida—. No puedes volver a hacerlo. No puedes obsesionarte con esa mujer. —Tuerzo los labios con fastidio, otro más que sentía el derecho de sermonearme y decirme que era una obsesión—. Ella no te ama, nunca podrá hacerlo. Al menos, no de verdad. Tú no eres su esposo y no puedes simplemente llegar y suplantarlo solo porque él está muerto. No puedes simplemente, tomar sus cosas, su vida, su esposa. Es una mentira que a la larga los lastimará, más de lo que les hará bien. Tienes que…
—¡Detén el auto frente a cualquier florería! —ordené, porque si no lo cortaba seguiría con su sermón y no estaba de ánimo para escuchar su sarta de tonterías, bueno, tampoco era como si alguna vez lo escuchara.
Mi hermano rueda los ojos. ¡Tan infantil!
—¿No escuchas?
En su lugar, saco la cajetilla de cigarros del bolsillo de mi chamarra. Tomo uno y lo enciendo. Después de otros minutos en silencio finalmente se detiene frente a una florería, bajo del auto y compro rosas rojas. Vuelvo a subir con el ramo bien sujeto contra mi pecho. Aspiro su aroma.
Hubo otro tiempo en el que tuve una esposa, ella amaba las rosas rojas. Era hermosa y gentil, y cuando era feliz ella sonreía mucho. Me encantaba verla feliz. Pero ella se había ido, murió y fue mi culpa. Al igual que yo, ese yo antiguo… tampoco volverá. Era tan triste. La vida era una p**a m****a melancólica.
Y ya estoy pensando de nuevo en que debí morir hace unas semanas ya sea por una jodida bala en el corazón o por mi fracasado y heroico intento de suicidio. Tal vez, después de todo, sí debería hablar con Albert.
Tras mirarme, revolcándome en la miseria de mis recuerdos, por unos largos dos minutos, mi hermano enciende nuevamente a precioso.
Saco el móvil de mi chaqueta y marco el número del Dr. Rizos de oro. Él responde al segundo timbrazo.
—Te escucho…
—Dame una razón por la que no debería darme un tiro en la cabeza.
—Porque no estás destinado a morir. La bala rozó tu hombro, las pastillas… tampoco te mataron. No creo que necesites una razón, lo que necesitas es tener esperanza.
—Hablas como si supieras, eres un farsante. Dime ¿qué sabes tú? —siento tanto odio en este momento que me desquito con él.
—Si te lo digo, no podré ser más tu terapeuta.
—No te ofendas, doctor, pero honestamente eres… ¡Pésimo en tu trabajo! Por lo que no importa o ¿sí?
—Hace unas semanas conocí al amor de mi vida, ella padece esquizofrenia y no quiere aceptarlo. Pero tengo la esperanza de poder mostrarle que la vida no solo es oscuridad y que está llena de colores, que uno es quien decide en qué lugar desea estar.
Su estúpida respuesta romántica me da náuseas.
—¡Albert Fox, eres un cabrón! —el estúpido suelta una carcajada, miro a mi hermano que sonríe divertido, claramente ha escuchado la conversación. Le hago una seña con mi dedo medio.
—¡Por supuesto que no!
—Más vale que cuides de ella porque si no lo haces regresaré del infierno a destrozar tu bonita cara.
Corté la llamada sin más, más enojado y con una razón para no quitarme la vida. Si se atrevía hacerle daño… tendría que volver y matar al imbécil.
Mi jodido hermano me da algunas miradas largas durante el trayecto al departamento de Elena antes de finalmente llegar. Sin decir nada bajo del auto y entro al edificio para enfrentarme a mi cruda realidad.
Ethan Donovan está muerto.
Lo sé, lo mataron cruelmente, le robaron la vida, le robaron el alma, le quitaron todo.
Y es que nadie lo entiende, pero yo solo necesito un momento, un día más para vivir y tener una oportunidad para amarla.
Llegué a una residencia de clase media. La casa era blanca, aunque su pintura se mostraba un poco desgastada. Subí las escaleras que conducían a la puerta y di tres toques. Entonces la puerta fue abierta por un hombre joven muy parecido a mí. Sus ojos grises del mismo tono que los míos me evaluaban, yo también hice lo mismo. Y tras una sonrisa preguntó:—¿Ethan Donovan?Fruncí el ceño, se suponía que cualquiera que fueran las personas que vivían aquí, no deberían conocerme y, sin embargo...—Sí —respondí sin demostrarle mi desconcierto.El chico se recargó en el marco de la puerta, sonrió y luego me miró de arriba abajo sin ninguna vergüenza. A leguas se le notaba que era un cínico.—Si estás aquí —cruzó sus brazos—, es porque ya sabes la verdad, &iq
Al regreso de Elena a Estados Unidos, el plan que se había estado gestando durante dos años atrás, para atrapar a Jonathan, se puso en marcha. Y Evan Reader tuvo que salir a la luz. Odiaba esta situación, tanto como me moría por comenzar. Noah, en un principio quería que hablara con ella, que la involucrara para sacar toda la información del bufete y de las empresas desde que fueron fundadas hasta la fecha, esta información estaba en los archivos y discos duros de las computadoras de Jonathan. Como directora y socia mayoritaria tenía el acceso a todo eso y el derecho de ordenar una auditoría, solo que los auditores serían policías. Y aunque sería lo más fácil, era poner en peligro su vida. Por ende, le ofrecerían una nueva identidad. Y por Dios que ella merecía tener una vida tranquila y sin problemas, meterla en mis asuntos era arrastrarla a una vida de huida const
Me encontraba a oscuras en mi habitación recordando al maldito demonio que llevo tatuado en mi corazón, la música de fondo era como un dedo lastimando una y otra vez la herida de su rechazo.Mientras bebo de la botella de brandy, Jessie, entra a la habitación, puedo imaginarla rodando los ojos debido a lo enferma que debía parecerle la situación. Me refiero a la oscuridad en la que estoy con el tipo de música de una mujer que ama un imposible.De pronto la luz ciega mi vista, luego de varios parpadeos tratando de enfocarme, lo primero que observo es su rostro descompuesto debido a la escena deprimente que estaba presenciando… Ebria, desalineada, seguramente con el maquillaje corrido debido a mis lágrimas y para rematar los ojos hinchados. Ella se acerca lentamente para finalmente sentarse a mi lado, arrebatándome el control del reproductor para bajar un poco el volumen. Los vidrios dejan de retumbar.
—Evan Reader para servirle, señorita. —Cierro la distancia hasta posarme frente a su escritorio y le ofrezco la mano. Ella levanta la vista del papel para ver mi gesto como si fuera la cosa más repugnante que ha visto en su vida. Luego, ve mi rostro.—Elena Donovan…Elena al tomar mi mano para corresponder mi saludo se ha puesto de pie, lo único que separa nuestros cuerpos, es el escritorio con la base de la mesa de vidrio; por lo que puedo notar, fácilmente, que lleva puesta una falda, a lo que las mujeres dirían es de corte de lápiz, alguna vez la escuché llamar de esa forma a la falda que me hizo comprarle solo porque el color vino le había gustado. Nunca la usó. Tiempo después Caroline, la llevaría puesta, ya que, no tenía absolutamente nada decente para trabajar conmigo en la firma; y Elena le había donado mucha de la ropa que nunca utilizó po
Cuando era niña mi padre y yo jugábamos al juego de a mentiritas. A veces mi padre era un cazador de niños, otras un príncipe encantado, pero su personaje favorito era el de un ladrón de corazones, que al final del juego terminaba dándole su corazón a una princesa —que era mi madre—, pues había perdido su corazón porque yo, que representaba a una bruja, la había encantado.Todavía estoy mirando la puerta por donde se ha ido, debo llevar algunos minutos como una estatua. Mi primera reacción coherente ha sido seguirle el juego de manera tan natural que hasta yo me he sorprendido. Leo de nuevo el curriculum en mis manos y sé que no estoy imaginando cosas. Sé que Evan Reader es Ethan Donovan.Y aunque sus dotes de actor han sido admirables. Mira que apenas y reaccionar con el expediente de Caroline. Y Gianni…Mi teléfono
Busco en uno de mis cajones el expediente de Ethan que Joseph me entregó. Lo abro y me topo con la foto de él. Acerco mi rostro a la fotografía. Ethan y Evan eran extremadamente parecidos y a la vez no. Intento recordar a mi esposo, su aroma, sus movimientos. No, no eran los mismos que los de Evan. Aunque a veces su mirada y su sonrisa… Echo un vistazo a las investigaciones de los detectives que Joseph contrató. Su familia y yo lo hemos leído muchas veces, pero ¿y si pasamos por alto algo?Paso la tarde leyendo el expediente una y otra vez.Estoy segura, aunque no tengo pruebas, de que Evan es Ethan. Pero Gianni dice que Evan fue el abogado que la divorció.Busco en mi teléfono el contacto del detective que se encargó de la investigación de Ethan. Estoy por marcar el número, pero… «¿Y si está comprado?». Niego con la cabeza.Miro la computa
Cuando recibí el mensaje de mi hermano de que Elena había salido temprano de la firma y que al parecer había tenido una fuerte discusión con Jonathan me preocupé, lo peor que pasó por mi mente vino luego de que me informara de que su teléfono había sido desconectado, entré en pánico. Ellos la localizaron cuando llegó al departamento de Gianni.Gianni la había llamado a casa, pero ella no respondió. Y aunque mi hermano me dijo que ella estaba a salvo no le creí, fui allá. Me quedé mirando hacia su edificio por un largo rato hasta que ella respondió no la llamada de Gianni, sino la de Oliver. Luego, él llegó en su convertible rojo, como un maldito casanova. Él hablaba con ella mientras se peinaba y bañaba de loción.—¡Maldito hijo de…!Cinco minutos después terminó la llamada, baj
Nick estaba frente a mí mirándome como un idiota. Estábamos en un pequeño restaurante esperando las hamburguesas que solicitamos.―¿Qué? ¿Por qué no dejas de mirarme? Me miras como una chica que sale por primera vez con el chico que le gusta. ¿Te gusto Nick? ―bromeo.―No, no. Es que. ¡Estas vivo! ¿Qué sucedió?―Jonathan trabaja para la delincuencia organizada, hizo lavado de dinero con mi nombre y no dudo que también con otros de los socios, pero la policía ya investiga el caso desde hace un año antes de mi secuestro, y quienes sí están trabajando para él con plena conciencia y quienes no.―¿Él te secuestro?―Sí.―¿Por qué no lo han aprendido?―Porque necesito pruebas de mi inocencia y porque quieren atraparlos a todos. Necesito aliados dentro de la firma y mi pregunta e