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PARTE VIII: LA PERFECCIÓN DE LA INCITACIÓN

—¿Cómo era mi novio en sus años jóvenes? — pregunta Edith, desde el otro lado de la mesa.

Tristán oculta su sonrisa, justo detrás del borde de la copa de vino, antes de dar un sorbo.

—Me haces sentir un anciano — reclama él con humor.

—Lo eres. Mayor, gruñón, mandón…, y muy sexi — contesta Edith y se encoje de hombros graciosamente, antes de volver la mirada expectante hacia nosotros.

Luc y yo estamos sentados lado a lado, en la alargada mesa del comedor. Es un sitio espacioso, impregnado de colores cálidos al igual que el resto que hemos visto. Definitivamente nos quedamos a cenar, una decisión que causó el cabreo de Luc, que ocultó - y está ocultando -, bajo la fachada de tipo encantador que deja suspirando a Edith de vez en cuando.

Es el efecto Cox, que ha perfeccionado a través de sus años de artista.

Me entretiene que en cuando le dedico una mínima mirada o sonrisa, su semblante se vuelva algo más duro. ¡Dios! No me sentía tan bien de cabrearlo, desde hace mucho, mucho tiem
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