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Capítulo 2: Este es solo un matrimonio de papel

A Delilah Ricci le cambió la vida el día en que su madre quedó embarazada de su hermana.

Cuando su madre quedó encinta los doctores le descubrieron una insuficiencia cardíaca y le aconsejaron interrumpir el embarazo.

A pesar de que su padre le rogó para que lo hiciera, su madre se negó porque tenía la esperanza de que podría soportarlo una vez más.

No fue así.

A los seis años, Delilah se quedó huérfana de madre, junto a una hermana recién nacida y un padre que no logró superar el fallecimiento de su esposa y verse solo con dos hijas.

De tener una vida acomodada y feliz, pasó a ver como su mundo se desmoronaba porque el hombre que debía protegerla se destruía poco a poco a causa del alcohol.

Con ayuda de las vecinas, Delilah comenzó a hacerse cargo de tareas que no le correspondían mientras su padre se alcoholizaba día y noche.

Con el tiempo, aprendió lo necesario y se convirtió en una madre para su hermana.

La segunda vez que su vida cambió, fue cuando tenía quince años y su padre regresó contando que había tenido un golpe de suerte que haría que todo mejorara.

Delilah se ilusionó sin saber que aquella suerte iba ligada a sí misma.

—Para que después me digas que ir de bar en bar no me iba a traer nada bueno —le dijo su padre esa noche—. Hace una semana, salía de uno y no veía ni por dónde caminaba, pero escuché un golpe tan fuerte que hasta la borrachera se me pasó.

Ella lo escuchó con atención, su padre la agarraba de las manos y se veía muy feliz.

—¿Y qué pasó? —preguntó curiosa y deseando que por una vez ocurriera algo bueno en sus vidas.

—Unos ricachones tuvieron un accidente, no había nadie alrededor y en el coche iba un hombre con su hijo. Si no llega a ser por mí habrían perdido la vida, los saqué justo antes de que estallara en llamas —le explicó su padre haciendo muchos movimientos con las manos y demasiado emocionado.

—¿Pero se encuentran bien? —se apresuró a preguntar.

Su padre asintió con la cabeza y le dedicó una sonrisa socarrona.

—Para que veas, seré un borracho, pero todavía puedo ser un héroe. Lo mejor de todo es que ese hombre era Lorenzo Verona y su hijo, ¡los Verona, niña! ¿Sabes lo importante y ricos que son?

Todo cambiaría a partir de esa noche porque su padre le informó poco después de que, en agradecimiento por salvarles la vida, Lorenzo Verona había decidido prometer en matrimonio a su primogénito con ella.

A los quince años su vida cambió, le pusieron tutores para educarla porque debía saber comportarse en sociedad, le pusieron vigilancia porque sería una Verona y era por su seguridad, le enseñaron todo cuanto necesitaba, menos a anhelar ese matrimonio.

Todavía recordaba las palabras de su prometido la noche en que se aparecieron por su humilde casa.

—Me casaré contigo porque mi padre dio su palabra y la palabra de un Verona es sagrada, pero quiero que estés consciente de que no me gustas y no quiero este matrimonio. Eso sí, aunque no lo quieras desde este momento eres mía y te comportarás como debes.

***

Delilah despertó por culpa de esa pesadilla, la misma que había sido recurrente desde que su padre la comprometió con Maximiliano, pero en aquella ocasión al abrir los ojos, no se encontró en su habitación.

Lo último que recordaba era haberse casado.

La pesadilla se había hecho realidad.

Ya no llevaba el traje de novia, tenía puesto un camisón de seda y se encontraba cubierta con una sábana.

Aturdida, miró a su alrededor y vio a una mujer sentada en un sillón rojizo.

Sostenía un libro en su mano y parecía muy enfrascada en la lectura.

—¿Dónde estoy? —pronunció con la voz enronquecida.

La mujer dejó caer el libro en su regazo con rapidez y la miró con una sonrisa antes de ponerse de pie y acercarse a la cama.

—En su nueva casa, señora Verona, ¿se encuentra mejor? —la mujer tendría unos cuarenta años y su expresión era bastante afable.

—No lo sé —murmuró aturdida—. No recuerdo cómo llegué aquí, ¿quién me quitó la ropa? ¿Qué día es hoy?

Intentó levantarse, pero la mujer le colocó la mano sobre el brazo impidiéndoselo.

—Tranquila, no le hace bien ponerse nerviosa. Mi nombre es Andrea y estoy aquí para ocuparme de todo lo que necesite, yo misma le cambié la ropa para que estuviera más cómoda. ¿Tiene hambre? —Delilah asintió con la cabeza, estaba algo más tranquila, la mujer era agradable.

—Un poco, pero ¿qué me ocurrió? —insistió, todos los recuerdos eran borrosos.

—Los nervios de la boda, un corsé demasiado apretado y que no la dejaba respirar bien, se desmayó al terminar la ceremonia y como estaba muy alterada al despertar el doctor decidió sedarla. Ha dormido toda la noche, pero vamos, pediré que le preparen algo para desayunar.

Delilah se levantó, miró a la cama y vio que había dormido sola.

Tal vez la empleada era muy perspicaz o su expresión daba demasiada información porque le contestó a su pregunta mental como si la hubiese dicho en voz alta.

—Su esposo continúa en la casa, durmió en otra habitación para no molestarla.

Ella dudaba mucho que fuese por eso, pero cuanto antes se enfrentara a él, mejor.

Debía saber cómo iba a ser su futuro de ahora en adelante porque lo último que recordaba no le parecía nada bueno.

—¿Podría indicarme dónde se encuentra? Quisiera hablar con él, por favor.

—Por supuesto, venga conmigo —le dijo la mujer con una sonrisa.

Delilah la siguió, cruzaron el pasillo y la llevó hasta la sala.

Maximiliano se encontraba desayunando, llevaba un periódico en las manos y parecía muy interesado en su lectura.

—Señor Verona, su esposa ya despertó y deseaba verlo —informó la mujer y él alzó la vista, pero su mirada solo se posó en la empleada y a ella la ojeó como si fuese un insecto molesto.

—Muy bien, Andrea —murmuró—, déjanos solos.

—Podrías mirarme —dijo por impulso apenas la mujer se retiró—. No soy una mosca que te moleste con su presencia. Soy tu esposa.

Delilah se arrepintió apenas abrió la boca, pero ya estaba hecho.

Al parecer iba necesitar de todo su carácter para sobrellevar ese matrimonio.

Maximiliano apretó los labios en una fina línea, pero no alzó el rostro del periódico.

—Una mosca no se presentaría en la sala, a la vista de todos, en prendas que son íntimas. Hasta una mosca tendría más inteligencia, pero ya veo que ni la educación que te proporcioné logró que tuvieras la decencia que debería tener la esposa de un Verona.

Delilah se llevó las manos a la tela del camisón como si eso lograra que por arte de magia cambiara a algo que la cubriera más.

—Nadie me avisó de que debía vestirme y tampoco sé dónde se encuentra mi ropa. —Él no contestó y ella infló su pulmones para armarse de valor y continuar—. Maximiliano, este no ha sido un matrimonio deseado, pero ya lo hemos hecho, podemos intentar…

—Ni lo sueñes —la interrumpió y lo peor era que no se dignaba a mirarla. Aunque después de la queja sobre su vestimenta casi que lo prefería—. Delilah, seré muy claro contigo. Tal como dices nunca deseé este matrimonio, tenía una novia con la que quería casarme cuando mi padre me involucró en su estúpida promesa.

—¡A mí también me involucraron! —se quejó y alzó la voz.

Maximiliano arrugó el periódico entre sus manos y por unos segundos la miró, pero lleno de rabia.

Tras esa efímera mirada toda su atención se la llevó la taza de café que se encontraba en la mesa.

—Qué mala suerte has tenido, ¿no? De vivir en la miseria y con un padre alcohólico a casarte con un hombre rico, ¿debo compadecerte? —Delilah intentó abrir la boca, pero él prosiguió—: Cumplí mi promesa, nada te faltará, vivirás como una reina, pero de mí no busques nada porque no lo conseguirás.

—Pero… No lo entiendo —balbuceó, a ella esa situación le gustaba tan poco como a él—. Si no quieres estar casado conmigo podemos anularlo.

—¡Un Verona jamás falta a su promesa! —gritó y dio un manotazo con fuerza en la mesa. Delilah dio un paso atrás, asustada—. Serás mi esposa, pero solo sobre un papel. Jamás te tocaré y menos busques algo más de mí porque no lo obtendrás.

»Si tienes alguna absurda idea romántica sobre nosotros ya puedes sacártela de la cabeza porque no ocurrirá. Yo perdí el amor de la mujer que amaba por tu culpa y tú jamás sabrás lo que es eso porque no lo obtendrás de mí ni de nadie más.

Maximiliano se levantó y de nuevo, como en su boda, le dio la espalda.

—¡No es justo! ¿Esta será nuestra vida a partir de ahora? ¿Nos ignoraremos mientras vivimos en la misma casa? —preguntó.

Escuchó su risa, era un sonido lleno de amargura.

—No, tú vivirás aquí y yo me aseguraré de que no te falte nada, pero llevaremos vidas separadas. —Todavía dándole la espalda le dijo—: Espero que todo te haya quedado claro, cualquier duda tienes a Andrea para preguntarle, yo solo existo para hacerte llegar dinero.

Y tras sus hirientes palabras tomó sus cosas y se marchó.

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