Delilah estaba asustada.
Miraba el traje de novia con aprehensión, el día que se suponía debía ser el más feliz de su vida para ella era una desgracia.
Dos mujeres que no conocía se habían instalado en su casa por orden de su prometido e insistían en prepararla para una boda que no deseaba.
Años atrás, ella sí habría ido ilusionada al altar, casarse con Maximiliano Verona era el sueño de cualquier mujer.
Su prometido era uno de los hombres más poderosos del país, con una fortuna que muchos envidiaban y proveniente de una familia emparentada con la antigua monarquía Italiana.
Y ella, una mujer sin nada, sin apellido, sin dinero, sin una educación ejemplar, se encontraba a punto de casarse por un golpe de suerte que su padre tuvo unos años atrás.
Delilah no estaría tan aterrada si ese hombre no la hubiera despreciado y mirado como si ella fuera su mayor castigo el día en que la presentaron como su prometida.
También iría con otro ánimo si su hermana estuviera con ella en ese momento y le dijera que todo se iba a arreglar, pero no lo estaba porque no quería presenciar el día en que arruinaba su vida.
Se lo había dejado claro, no la vería ir hacia el altar.
La única persona que estaba allí eran esas dos desconocidas y su padre que se encontraba esperando con una botella de Whisky celebrando su buena suerte.
Él pensaba que ese matrimonio les haría dejar de pasar penalidades, pero ella no estaba tan segura.
Maximiliano Verona no parecía guardar agradecimiento hacia él, si estaba cumpliendo con aquel matrimonio era porque todo había quedado atado hace años, pero su futuro marido había dejado claro lo poco que ella le importaba.
Cuando estuvo lista y vestida con el traje de novia que su futuro esposo había escogido para ella, salieron hacia la iglesia.
Una enorme limusina los esperaba mientras todos los vecinos correteaban a su alrededor.
No era algo muy común ver ese tipo de coches de alta gama en aquel barrio.
Delilah imaginó por unos segundos que sus vecinos decidían robarlo o mínimo llevarse las ruedas para que no pudiera llegar a la boda, pero eso no ocurriría.
Ella era muy querida por sus vecinos, la habían visto crecer y sufrir, ninguno haría nada que pudiera entorpecer su felicidad.
«Si supieran que me siento camino de la guillotina», pensó a la vez que cruzaba el umbral de la puerta de su casa acompañada de su padre.
El vestido le pesaba, el velo tan tupido le impedía ver con claridad y el corsé que le habían puesto para entrar en aquel traje le cortaba la respiración.
Ni esa delicadeza pudo tener Maximiliano, cerciorarse de la talla correcta de su futura esposa habría sido todo un detalle.
—No puedo hacerlo, papá —jadeó casi sin aire, ya no sabía si era el corsé o los nervios que estaban a punto de hacerla gritar.
—Deja de quejarte, tenías que ser tú, eres la mayor y la que más ha sufrido desde la muerte de tu madre. Esto lo hago por ti, vivirás una vida que jamás imaginaste.
Delilah entró a la limusina y su padre se acomodó a su lado.
Intentó rogar de nuevo, agarró las manos de su padre y apartó el velo para que viera su expresión desesperada. Ella prefería quedarse en aquel barrio, junto a él y en la pobreza que casarse con un desconocido.
—Por favor, papá, yo nunca te he pedido nada. Siempre estuve para lo que necesitaste, te ruego que no me obligues a casarme con él. Me hará la vida un infierno, no me quiere y me desprecia.
Su padre negó con la cabeza y por la mirada que le echó sabía que sus palabras caían en saco roto.
—No hay a nadie que te conozca un poco que no haya terminado amándote. —Le acarició la mejilla y la miró como hacía muchos años no lo hacía, con amor—. Al principio será difícil, pero sé que lograrías derretir el corazón hasta del hombre más frío y Maximiliano no será una excepción. Ahora deja de llorar que casi llegamos.
Su padre volvió a cubrirla con el velo y Delilah no pudo obedecerlo.
Las lágrimas continuaban su descenso a través de las mejillas y se perdían en algún punto de la tela.
En cuanto vio el edificio sintió que todo su pequeño mundo se le caía encima.
En algún momento la limusina se había detenido y caminó por inercia hasta la entrada de la iglesia.
Su padre se encontraba a su lado y solo eso la ayudó a no desvanecerse cuando la marcha nupcial comenzó a sonar.
Su pecho subía y bajaba con demasiada rapidez en un intento por obtener el oxígeno que el corsé le negaba.
Pudo atisbar a través del velo la cantidad de invitados que ella no conocía, su futuro esposo se había negado a que nadie más que su padre la acompañara.
Se avergonzaba de ella y de su procedencia.
Pudo ver la figura masculina al final del pasillo, no sabía si la miraba porque no lograba visualizar sus facciones con aquel velo.
Habían pasado diez años desde que la prometieron con él y esa noche fue la única en que lo vio.
Nunca se molestó en regresar a visitarla para conocerla más a fondo, pero sí se encargó de mantenerla vigilada día y noche, porque Delilah desde ese momento era de su propiedad y tenía que asegurarse de que ningún otro hombre la tocara.
—Papá… No puedo —susurró cuando ya casi estaba por llegar junto a su futuro marido, pero su padre ignoró sus palabras.
Maximiliano parecía haber cambiado mucho desde la última vez que lo vio, estaba más alto, más imponente o sería el miedo que sentía que la hacía verlo distinto.
Como un monstruo que iba a acabar con ella porque conforme se acercaron pudo atisbar en su expresión que no estaba nada feliz con aquella boda.
¿Entonces por qué la obligaba? Ella tenía las mismas ganas que él de casarse.
—Cuídala como él habría querido que lo hicieras, cumple la promesa dada, ella es mi vida y tú vives porque yo te salvé —dijo su padre para que Maximiliano lo escuchara.
Su futuro esposo apretó la mandíbula y Delilah sintió el peso del odio traspasando su velo.
Se iba a desmayar, aquello era una pesadilla.
Maximiliano le colocó la mano sobre su brazo y miró al frente.
Delilah hizo lo mismo, pero no pudo evitar volver a mirarlo y, aunque él no podía verle el rostro ni la desesperación que había en él, le dijo:
—Por favor, solo dame una oportunidad, se-seré bue-buena esposa —tartamudeó ya sin poder controlar la fuerza de su llanto.
Él la miró por encima del hombro y le apretó la mano contra su brazo.
Por un momento le pareció ver compasión en su mirada, como si verla tan nerviosa le provocara malestar y eso le doliera, pero solo fueron unos segundos.
Debió imaginarlo porque su respuesta no fue la que esperaba.
—Ni siquiera lo intentes, porque yo dudo que pueda ser un buen esposo para ti.
No pudo contestar porque el sacerdote comenzó a oficiar la boda y desde ese momento Delilah se evadió en su mente.
En algún momento se dieron el sí quiero y se colocaron los anillos, pero para ella todo había pasado como en una película ajena a sí misma.
Cada vez se sentía peor y solo se mantenía en pie por el agarre que ejercía Maximiliano.
—Los declaro marido y mujer —escuchó que decía el sacerdote—. Puede besar a la novia.
Su esposo le alzó el velo y la miró con el ceño fruncido al ver el rostro enrojecido y las lágrimas decorando sus mejillas.
Sin decir una palabra, la soltó y se marchó por el pasillo dejándola sola.
Delilah no pudo soportarlo más, intentó dar un paso para seguirlo, ya estaba casada y su padre no la recibiría de vuelta en su casa.
No lo logró, la vista se le oscureció y antes de que nadie pudiera socorrerla perdió el conocimiento.
A Delilah Ricci le cambió la vida el día en que su madre quedó embarazada de su hermana.Cuando su madre quedó encinta los doctores le descubrieron una insuficiencia cardíaca y le aconsejaron interrumpir el embarazo.A pesar de que su padre le rogó para que lo hiciera, su madre se negó porque tenía la esperanza de que podría soportarlo una vez más.No fue así.A los seis años, Delilah se quedó huérfana de madre, junto a una hermana recién nacida y un padre que no logró superar el fallecimiento de su esposa y verse solo con dos hijas.De tener una vida acomodada y feliz, pasó a ver como su mundo se desmoronaba porque el hombre que debía protegerla se destruía poco a poco a causa del alcohol.Con ayuda de las vecinas, Delilah comenzó a hacerse cargo de tareas que no le correspondían mientras su padre se alcoholizaba día y noche.Con el tiempo, aprendió lo necesario y se convirtió en una madre para su hermana.La segunda vez que su vida cambió, fue cuando tenía quince años y su padre reg
Dos meses después…Maximiliano se encontraba como cada noche en su club nocturno.Había fundado aquel lugar junto a uno de sus mejores amigos y su madre puso el grito en el cielo el día en que se enteró.Por ese motivo lo había obligado a casarse, si hubiera sido por él habría demorado ese matrimonio mil años más.—En qué piensas que te veo muy callado —le preguntó su amigo.En su desgraciada esposa, en eso pensaba.Andrea lo había llamado esa mañana para pedirle que fuera a ver a la «señora» porque cada día estaba más triste y no quería comer.—Pienso en que tengo que pasar a ver a mi queridísima esposa para recordarle que llorando y haciendo berrinches no conseguirá lo que quiere.Su amigo lo miró con compasión y le dio una palmada en el hombro.—¿Tan malo fue el matrimonio? Iba tan cubierta el día de la boda que no nos dejaste ver a tu esposa. ¿Es por eso que la desprecias? ¿Es fea? —Maximiliano suspiró con cansancio.—No tengo la menor idea, la única vez que me fijé en ella fue cu
Delilah había salido de la casa con su hermana con la excusa de ir a un spa y de compras.Llevaba todo lo necesario para transformarse en una mujer diferente, aunque no tenía la menor idea de cómo llevarlo a cabo.Nunca había enamorado a nadie y menos cuando en realidad lo detestaba. Aquello iba a ser muy complicado, pero estaba convencida. Aurora y ella se encerraron en su habitación apenas llegaron para prepararse para esa noche.Escondería su cabello pelirrojo con una peluca negra, se pondría lentes de contacto del mismo color, un antifaz y con aquella ropa y el maquillaje, hasta ella dudaba de que la reconociera.—No sé por qué compré eso —dijo señalando a la ropa interior provocativa que su hermana le insistió que se llevara—. No pienso acostarme con él.—Será que vas a ese club a jugar a las casitas, ¿pensé que tenías claro lo que debías hacer? —se quejó Aurora y cuando le iba a responder que no dejaría que ese hombre le pusiera un solo dedo encima, Andrea entró sin llamar y c
La visita de Maximiliano solo consiguió que Delilah se reafirmara en la idea de devolverle el daño que le estaba haciendo.Más convencida que nunca, se preparó para esa noche y con la ayuda de su hermana y de Andrea, se arregló para hacerle una visita a su esposo en el club.—Es increíble, señora Verona, no parece usted —le dijo Andrea cuando la vio con aquel vestido rojo, la peluca negra y las lentes de contacto del mismo color—. Está irreconocible.—¿Crees que logre llamar su atención? —preguntó, insegura.Su plan llegaba hasta ahí, vestirse de esa forma y escapar de la casa con la ayuda de Andrea para que el guardia que la seguía a todas partes no se percatara de su marcha.—No estés nerviosa —le dijo Aurora—. Ese tipo de hombres son capaces de oler tu miedo, debes mostrarte segura de ti misma. Toma —le ofreció una tarjeta—, te conseguí este pase de entrada al club.Delilah lo tomó y la metió en su pequeño bolso.—No estoy nerviosa, lo que estoy es muy enfadada, así que será mejor
Delilah miraba de reojo a su esposo e intentaba controlar las ganas de marcharse de allí. Era difícil mantener la sonrisa y fingir cuando en realidad estaba muy molesta al ver ese comportamiento amable hacia ella. Si supiera que era su esposa la que estaba a su lado seguro comenzaría a dar gritos como el loco que era. Sintió los dedos de Maximiliano recorrer la mano que tenía sujeta de su brazo, fue solo un roce, pero logró ponerla tan nerviosa que en el siguiente paso que dio se torció el tobillo. Como un héroe sin capa la agarró de la cintura y no permitió que se cayera. Unos momentos antes, ella estaba mirando todo a su alrededor sin ver nada en realidad y un segundo después entre sus brazos, con el rostro pegado a su camisa y oliendo su perfume. ¡¿Qué bien olía ese condenado hombre?! —¿Te encuentras bien? —lo escuchó susurrar demasiado cerca de su oído y el cálido aliento le erizó la piel. Se estabilizó enseguida, lo agarró por los bíceps y se intentó separar de su cuerpo,
Delilah regresó a su casa cargada de emociones encontradas, pero la principal era que no deseaba volver a ese lugar.Al principio la idea de su hermana le pareció buena, pero no estaba preparada para lo que ella podría sentir llevándolo a cabo.Era doloroso ver como no la reconocía, como la había mirado tan poco que con unos cuantos arreglos él no se percataba de nada.Por más que intentó suavizar el tono de su voz, ¿acaso era tan diferente de cuando le hablaba fría o enfadada?No dejaba de ser ella y él la miró como si estuviera encantado con lo que veía.Se sintió como un cero a la izquierda y para eso no estaba preparada.Andrea se había quedado despierta para recibirla, la mujer parecía incluso más nerviosa que ella y no podía culparla.Estaba jugándose el trabajo por ayudarla, si Maximiliano la descubría intentaría que toda la culpa recayera sobre ella misma.—¿Cómo fue todo? —se apresuró a preguntar Andrea apenas la vio cruzar por la puerta—. Puedes estar tranquila, le dije al g
Cuando Delilah se quedó a solas con Maximiliano, pero ella decidió que le daría la espalda y se marcharía. No estaba obligada a recibirlo y después de lo de la noche anterior tampoco quería verlo, aunque apenas intentó escapar, él la detuvo. —¿Dónde vas? —preguntó, pero en aquella ocasión no usó ese tono tan déspota con ella. —Donde tú no estés, «esposito» —murmuró con sarcasmo. —Espera, vine a hablar contigo. —Delilah vio su intención de acercarse y lo detuvo. En sus manos llevaba una carpeta. —Lo que sea que quieras decirme que sea rápido, la verdad me duele la cabeza y no me apetece hablar. —¡Dios, eres insoportable! —masculló él—. En esta ocasión no vengo a discutir contigo, solo quería que hiciéramos un trato que nos beneficia a ambos. A Delilah eso le interesó, así fuera por curiosidad, ¿qué sería lo que según él le podría interesar a ella? —Eso sí que es una sorpresa —dijo y se dirigió a la ventana para mirar por ella y continuar dándole la espalda. —Podríamos hablar c
Delilah vio marcharse a Maximiliano exhibiendo esa sonrisa arrebatadora porque sus planes habían salido bien. Le había hecho firmar un acuerdo donde ambos tenían derecho a llevar vidas separadas, pero en público y para la familia eran un matrimonio bien avenido. Tras el fin del tiempo estipulado podrían solicitar el divorcio y ella recibiría una suma de dinero que le permitiría vivir con comodidad y sin preocupaciones. Por supuesto, en ese trato no se hizo hincapié en los posibles hijos que pudieran tener porque entre ellos jamás iba a suceder nada. Delilah lloró frente a ese contrato y no porque estuviera enamorada, pero le dolía que no se dignara a darle ni siquiera una oportunidad y que la desechara de esa forma. —¿No la ha reconocido? —Andrea se acercó a ella apenas vio desaparecer a Maximiliano—. ¿Qué ocurrió? Su esposo le pidió al guardia que se marchara porque ya no se ocuparía de su vigilancia. Delilah miró a Andrea y negó con la cabeza. Al parecer había cumplido con su p