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Capítulo 3: Voy a enamorar a mi marido y se arrepentirá del desprecio

Dos meses después…

Maximiliano se encontraba como cada noche en su club nocturno.

Había fundado aquel lugar junto a uno de sus mejores amigos y su madre puso el grito en el cielo el día en que se enteró.

Por ese motivo lo había obligado a casarse, si hubiera sido por él habría demorado ese matrimonio mil años más.

—En qué piensas que te veo muy callado —le preguntó su amigo.

En su desgraciada esposa, en eso pensaba.

Andrea lo había llamado esa mañana para pedirle que fuera a ver a la «señora» porque cada día estaba más triste y no quería comer.

—Pienso en que tengo que pasar a ver a mi queridísima esposa para recordarle que llorando y haciendo berrinches no conseguirá lo que quiere.

Su amigo lo miró con compasión y le dio una palmada en el hombro.

—¿Tan malo fue el matrimonio? Iba tan cubierta el día de la boda que no nos dejaste ver a tu esposa. ¿Es por eso que la desprecias? ¿Es fea? —Maximiliano suspiró con cansancio.

—No tengo la menor idea, la única vez que me fijé en ella fue cuando tenía quince años y pasaron ya diez años de eso. Solo tenerla cerca me llena de coraje, no la soporto —gruñó y se dedicó a mirar a las bellezas que entraban al local.

—Ella no tiene la culpa de que te dejara Valeria, deberías darle una oportunidad, al final es tu esposa. ¿O te vas a divorciar? —preguntó su amigo.

—Exacto, esperaré un año, después alegaré que tenemos diferencias irreconciliables y nadie podrá culparme por eso. Mi madre lo aceptará y la promesa que hizo mi padre con esa familia quedará cumplida. Diré que no sirve en la cama y que es como un mueble —dijo con burla y se levantó de golpe al sentir que le habían derramado un vaso lleno de bebida.

Una de sus empleadas de limpieza se disculpó con rapidez, sostenía el vaso entre las manos y agachaba la cabeza.

—Lo siento, señor Verona, tropecé. No pretendía… Lo limpiaré ahora mismo. —Le ofreció un paño que estaba demasiado sucio y lo miró asqueado.

—Menudo personal contratas —se quejó con su amigo.

—Soy nueva, lo siento, no me despida —escuchó que decía la mujer, pero él se alejó sin contestarte.

Pensar en su esposa siempre lo ponía de malhumor y que lo interrumpieran de esa forma mucho más.

***

Delilah no aguantaba más aquel encierro y la tristeza.

Dos interminables meses habían pasado desde que se había casado y Maximiliano no daba señales de vida, pero si intentaba salir siempre había un guardia dispuesto a acompañarla.

¿Qué creía que se iba a escapar?

Al parecer le leía el pensamiento porque era en lo que ella pensaba.

Se tumbó boca arriba en la cama y se limpió las lágrimas llena de rabia. Odiaba a ese hombre con todas sus fuerzas.

Tocaron la puerta de su habitación y Andrea entró sin esperar que le diera paso.

—Señora Verona, tiene visita —le dijo con demasiada alegría.

—¿Es mi padre de nuevo? Porque si es así invéntale cualquier cosa, no me apetece verlo y que me repita lo afortunada que soy.

Andrea negó con la cabeza y se sentó a un lado de la cama con confianza.

Pasaban tanto tiempo juntas que casi parecían madre e hija.

Lo único que detestaba era que la siguiera llamando señora Verona y le recordara siempre que estaba casada con ese hombre.

—Es su hermana, ¿no me decía esta mañana que la extrañaba mucho?

Delilah salió de la cama con rapidez y se miró en el espejo para asegurarse de que no se le notaba lo mucho que había llorado.

Sin esperar a Andrea salió corriendo en busca de su hermana.

La encontró ojeando un jarrón, lo sostenía entre las manos y lo miraba con el ceño fruncido.

—¡Aurora! —gritó y el jarrón salió volando de las manos de su hermana.

Delilah lo agarró en el aire y lo sostuvo contra el pecho.

—¡Me has dado un susto de muerte! —masculló su hermana y se apresuró a abrazarla—. Nana, perdóname por no venir antes.

Aurora siempre la llamaba de esa forma y a pesar de que ambas eran muy jóvenes, Delilah para ella era la única madre que había conocido.

—Te perdono si vienes más seguido, o mejor ven a vivir aquí, igual mi esposo nunca está… Porque está muy ocupado con el trabajo —se corrigió con rapidez, no quería que su hermana supiera lo mal que iba a todo.

Por la expresión de Aurora supo que no la había engañado.

—A ese ser rastrero ni me lo nombres, o sí, puedes nombrarlo, pero para insultarlo. De él vine a hablar. No sé cómo me contuve anoche, lo único que quería era decirle sus verdades.

Delilah no comprendía lo que su hermana quería decir.

Iba a preguntar, pero Andrea les ofreció un tentempié y se silenciaron para ir a la sala.

Cuando vio que estaban solas la curiosidad le pudo y preguntó:

—¿A qué te refieres con que lo viste anoche? ¿Estuvo en casa hablando con papá? —Seguro fue a decirle lo desgraciado que era siendo su esposo.

Aurora negó y apretó los labios. Se la veía muy molesta.

—Yo no me mudé con papá a la casota esa que le puso Maximiliano, me quedé en nuestra casa y busqué un trabajo. No pienso aceptar nada de ese hombre y menos después de lo que escuché anoche.

—Pero Aurora, yo me casé para que estuvieran bien y no les faltara nada, ¿cómo me dices eso ahora?

—Dirás que te sacrificaste porque eso es lo que hiciste, un sacrificio que yo no quería y menos después de escucharlo hablar de ti. ¿Sabes que es uno de los dueños de un club donde la gente va…? No importa eso, lo que sí debes saber es que dejará pasar un año y se divorciará de ti alegando que eres un mueble en la cama. —Su hermana mostró los puños con mucha rabia.

Delilah le agarró las manos y la detuvo.

—¿Dónde vistes a mi marido y cómo escuchaste eso?

Aurora comenzó a explicarle, desde la parte en donde había conseguido un trabajo de limpieza en un club poco recomendable, hasta que allí encontró a su esposo y lo escucho hablando sobre ella.

—Me puse tan furiosa que había recogido un vaso lleno de bebida y se lo eché encima. Te dije que no te casaras con él, Nana y no me equivoqué.

—Me estás diciendo que es un club… —Delilah se detuvo porque no era capaz de decirlo en voz alta.

—Sí, justo eso, donde van a tener sexo como locos, como degenerados, llevan máscaras para no ser reconocidos y esa cucaracha que tienes por marido es uno de los dueños. Todas las noches lo encuentras allí mientras va diciendo de ti que eres un mueble que no sirve —siseó Aurora, frenética.

—¡¿Qué se supone que haces tú en un lugar como ese?! —gritó—. No te eduqué para que frecuentaras esos lugares.

—¿Te digo que tu esposo es el dueño y me regañas a mí? Llámalo ahora mismo y dile que quieres el divorcio —le exigió su hermana y cuando estaba por contestar apareció Andrea.

—Disculpen que me meta en vuestra conversación, ¿podría hacer una sugerencia? —dijo la mujer.

—Si es para animar a mi hermana a que le pida el divorcio eres bienvenida en esta charla.

Delilah se sentía humillada, Maximiliano no tenía suficiente con abandonarla en aquella jaula de oro, también se dedicaba a estar con otras mujeres y a burlarse de ella.

Estaba furiosa.

—Puedes hablar, Andrea, solo espero que no salgas en defensa de Maximiliano como siempre lo haces. Es un insecto rastrero. —La empleada se acercó a ella y se sentó a su lado.

—No voy a defenderlo porque no estoy de acuerdo con lo que hace con usted, pero él no es malo, si usted lograra enamorarlo…

—Enamóralo, después le sacas el corazón y lo retuerces entre tus manos —murmuró su hermana.

Delilah miró a Aurora y a Andrea, pensativa.

Enamorarlo y después abandonarlo era lo que más se merecía ese ingrato hombre.

—¿Cómo podría enamorarlo si ni siquiera viene a casa y para colmo me odia? —susurró intentando buscar una solución.

Andrea la miró con picardía y dijo:

—Si él no viene a usted, tendrá usted que ir. Dice que pasa su tiempo en ese club… Yo podría ayudarla a salir de casa sin que el guardia la viera.

—En cuanto Maximiliano me vea aparecer por allí me echaría, ni siquiera me dejaría acercarme —respondió sin dejar de darle vueltas a aquella idea—. Aunque quizá ni me reconoce, las dos veces que nos hemos visto no se ha dignado ni a mirarme.

—¡Exacto! —gritó su hermana y la miró emocionada—. Te harás pasar por una clienta, lo seducirás y patearás su inmundo corazón.

—O lo conquista y son felices, Maximiliano es un buen hombre, hágame caso. Yo la ayudaré —prosiguió Andrea.

Delilah no estaba segura, no tenía la menor idea de cómo seducirlo y menos sentía ganas de hacerlo después de tanto desprecio, pero su hermana agarró su teléfono y le mostró una foto de su marido con una mujer muy atractiva colgada de su brazo.

Apretó los dientes enfurecida y miró a Andrea con decisión.

—Lo haré y ustedes van a ayudarme. Voy a enamorar a mi marido y se arrepentirá de haberme despreciado.

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