Thomas tocó el timbre de esa casa y esperó. Cuando la puerta se abrió, el rostro de Helena, que ya era tenso antes de recibirlo, se transformó completamente, abriendo mucho los ojos al observar el estado del rostro de Thomas. Era una sola cosa hinchada, con cardenales en los pómulos y en los ojos, el labio hinchado y partido, y uno de los ojos completamente cerrado. Al verlo en ese estado, Helena hizo una mueca con la boca.—¿Otra vez te peleaste en un partido de rugby? —masculló, con voz cargada de resentimiento.Thomas dejó salir un suspiro lleno de frustración.—No es asunto tuyo, honestamente. Sólo vine a buscar a mi hijo y nos vamos —respondió con voz queda.—No te voy a dar a Xavier hasta que no me digas qué te pasó. —Helena no iba a dejar el tema, así como así.Con una blanqueada de ojos —otro suspiro— Thomas respondió.—Tuve un partido de rugby un poco más intenso de lo normal.—No mientras. Sé perfectamente cuándo tienes partidos y cuándo no. Además, este sábado era la fiesta
Thomas se despidió de Sophia con un gesto de su cabeza y se subió a su camioneta para conducir en silencio hacia su casa. Habían acordado saludarse y despedirse de esa manera cuando se encuentren en la vía pública, algo que a ninguno de los dos les parecía agradable; pero desde esa maldita fotografía que debían tener mil ojos, especialmente luego de lo ocurrido en la fiesta de Halloween.La fiesta de Halloween. Habían pagado demasiado cara la entrada y permanencia a esa fiesta. No sólo Thomas había sido brutalmente agredido por medio plantel de Los Romanos, sino que también Helena le prohibía a Xavier ver a su padre. Thomas le había contado con lujo de detalles todo lo ocurrido con la madre de su hijo, provocando que Sophia frunza el ceño, ofreciéndole ayuda con la denuncia por el impedimento de contacto, pero Thomas lo había rechazado cordialmente.Los recuerdos de aquella noche, que había iniciado de manera especial, y había terminado en un desastre, regresaron a su mente. Al menos
El ansiado 31 de octubre había llegado. Y, aunque Sophia estaba un poco escéptica en cuanto a que la visiten los niños, toda su casa había sido decorada y preparada para la noche más terrorífica del año. Las calabazas ya estaban colgadas desde el techo del porche, y cuando se enciendan las velas con luces LED en su interior seguramente causarían un efecto asombroso, como fantasmagóricos rostros flotando en el aire. El hermoso gato negro de cartón ya estaba en su posición, justo en la entrada, listo para recibir a los visitantes. Y, por si fuera poco, Sophia había decorado hasta la tranquera de su casa con un hermoso listón naranja y una calabaza de cartulina, llamando así la atención de todos los que pasaran.Por lo general, los niños salían a pedir dulces luego de las seis de la tarde, horario en que bajaba el sol, habían terminado sus tareas y sus padres y hermanos mayores habían arribado a casa para poder acompañarlos. Pero eran las siete de la noche, y aún ningún niño había llamad
Sophia lo miró sin entender.—¿Por qué no? —preguntó.—Porque… emmm… Es de mala suerte lavar platos en Noche de Brujas —se excusó torpemente—. Además, podemos seguir usándolos para comer papas fritas y ver otra película.La mujer levantó una ceja. Esa había sido la excusa más patética que había escuchado nunca. ¿Lavar los platos en Halloween era considerando de mala suerte? ¿En dónde? ¿En el país de Nunca Jamás?—Yo ya no tengo hambre… Y no estoy de ánimos para otra película —masculló. Se giró hacia el fregadero, decidida, pero Thomas insistió.—¡Bueno, pero…! ¡Pero aún la noche es joven! ¡Y es Halloween! —exclamó mientas la apartaba de la ventana del fregadero. Sophia lo miró con el ceño fruncido.—Thomas, ¿qué te pasa? —quiso saber. Había algo en el tono de su voz que le indicó a Thomas que no iba a tolerar más actitudes extrañas sin una buena razón.Thomas le quitó los platos de las manos y los dejó en la mesa de la cocina.—Hay… algo que quiero mostrarte —le dijo. La mujer no aflo
Un pie se movía nervioso debajo de la mesa de esa lujosa cocina. Gabriel sostenía un vaso de whisky mientras observaba la pantalla de su laptop. Una foto de Thomas luciendo el uniforme de Los Espartanos encabezaba aquella nota deportiva. Quién entendía a esos idiotas de la prensa… De pasar de odiarlo y llamarlo con sobrenombres crueles e hirientes ahora lo amaban y lo ponían como ejemplo a seguir de lo que tendría que ser un rugbier. Gabriel había sido uno de los principales arquitectos de esa campaña de mala prensa para con él. Se había encargado personalmente de que así fuera, haciendo jugadas sucias, pagando de su propio bolsillo a periodistas y árbitros para que no le dejen pasar un solo error a Thomas. Y ahora todo parecía indicar que, tantos meses de arduo trabajo y planificación estaban quedando en nada.“El vikingo del rugby” lo llamaban ahora. Patéticos… Sencillamente patéticos. Ese mismo periodista que había redactado la noticia había saldado su deuda con el banco gracias a
Había adoptado la costumbre de llegar con diez minutos de adelanto. No sabía para qué, pero allí estaba Thomas, esperando a que Sophia llegue al hogar de ancianos. Noviembre se hacía sentir con una mezcla de lo más particular, uniendo el calor del verano que se avecinaba con la deliciosa brisa primaveral. Por las tardes el cielo se cubría de nubes pesadas y de un color gris tan oscuro que parecían hechas del metal más puro, arrancando destellos blancos en los rayos que surcaban el cielo, de una a otra, intentando contagiar a su compañera de la furia de las tormentas veraniegas.Tomó asiento en uno de los bancos que estaban cómodamente acomodados en la entrada del hospicio y esperó. Apoyó sus codos en sus rodillas y se recostó sobre ellos. Tenía algo para preguntarle a Sophia, no sabía si era correcto, o no, lo que iba a proponerle, pero de todas maneras quería intentarlo. Sólo tenía que encontrar las palabras correctas para poder preguntarle si le gustaría.No pudo pensar mucho más, p
Thomas caminaba lentamente junto al Oso, sintiendo el peso del anciano sobre su brazo mientras lo ayudaba a mantener el equilibrio. Abrieron la puerta que daba al enorme jardín y caminaron con cuidado hacia el exterior. El viento había comenzado a levantarse, trayendo consigo el olor a tierra mojada que precede a la tormenta. El jardín del hospicio estaba tranquilo, con algunas hojas secas que se arremolinaban cerca de los setos. Los remanentes de un otoño tardío en ese año. Los árboles, altos y viejos como los mismos residentes, parecían susurrar entre ellos, como si también esperaran la tormenta que se avecinaba.—Hace años que no salgo a caminar —murmuró el Oso, sin soltar el brazo de Thomas—. Mi cuerpo ya no responde como antes, pero hoy... Hoy sentí la necesidad de estirarlo un poco. Los huesos viejos necesitan recordar que alguna vez fueron fuertes.Thomas asintió, sin saber muy bien qué responde. En su cabeza, seguía resonando lo que el Oso había dicho sobre Sophia. No podía sa
El sonido rítmico de la lluvia golpeando el techo del porche envolvía a Thomas y Sophia en una burbuja aislada del resto del mundo. Ambos estaban sentados en un banco de madera en la entrada del hogar de ancianos, esperando a que la tormenta amainara lo suficiente como para poder marcharse a sus casas. Sophia, con las rodillas juntas y las manos entrelazadas entre los muslos, observaba con atención cómo las gotas de agua resbalaban por los árboles y el asfalto mojado. Parecía perdida en sus pensamientos, con la mirada fija en el paisaje que ofrecía el jardín del hospicio, ahora cubierto por una fina cortina de agua.A su lado, Thomas se removía incómodo, moviendo el pie derecho nerviosamente. Cada cierto tiempo, se ajustaba el cuello de la camiseta o frotaba sus manos en los muslos de su pantalón, buscando algún tipo de distracción que lo ayudara a calmar el nudo que sentía en el estómago. No era el frío lo que lo mantenía inquieto; era la presencia de Sophia, tan cerca y tan lejos al