—Debes dejar de perder el tiempo Jake. Pronto serás un hombre —mi padre no me daba tregua, cada día lo mismo. Se la pasaba quejando que aún no tenía nada resuelto y en unas semanas estaría en la escuela de infantería.
—Déjame disfrutar el tiempo que me queda aquí —me quejé cansado de sus sermones.
—Crece de una vez. Es solo una chica. Conocerás miles durante tu vida.
—Estás equivocado.
—Ya verás Jake. El diablo sabe más por viejo que por diablo.
—¿Puedo retirarme? —pregunté levantándome de la mesa, mi madre asintió y subí a mi habitación.
Me tiré boca abajo en la cama. Rendido de las peleas, la tristeza por tener que irme y dejar a Becks, a mis amigos, a mi ciudad.
Tarde en la noche me escabullí, como de costumbre, en el dormitorio de Rebecca. Ella dormía plácidamente, me acurruqué a su lado y traté de mantenerme despierto. Grabando en mi memoria su imagen.
El viaje a los estatales, fue corto. Ganamos el torneo y volvimos a casa cargando el preciado trofeo. La fiesta fue memorable. Todos queríamos extender los festejos. Nuestro último torneo juntos. Mike, Dexter y yo decidimos hacernos un tatuaje, los tres nos grabamos en la piel el trofeo estatal a modo de recordatorio, todos en el mismo lugar, el hombro izquierdo. Y las iniciales de la escuela. Después de la fiesta llevé a Becks a casa, me escabullí por la ventana y le hice el amor lentamente.
El último día de clases fue una locura. y cuando la campana finalmente sonó fui directo a buscar a mi novia. La encontré en su casillero guardando las cosas, la abracé por detrás, corrí su largo y rubio cabello y besé su cuello.
—Será la última vez que te bese en este pasillo —dije en un susurro y sentí su cuerpo estremecerse. Se giró con una sonrisa.
—Entonces aprovéchalo Gilbert —rebatió acercándose a mi boca y deteniéndose a escasos centímetros dejándome a mí el resto. La sujeté fuerte por la cintura y devoré su boca, un jadeo escapó de su garganta y lo ahogué en mis labios. Sus manos se aferraron a mi pelo y las mías, inquietas, buscaron rápidamente su trasero, pero me detuvo antes de poder disfrutarlo.
—Tranquilo Gilbert. Aún estamos en la escuela.
—Lo siento… es que… mira cómo me pones, amor —una suave risita escapó de sus dientes y me contagió.
—¿Ahora es mi culpa?
—Siempre. ¿Nerviosa por esta noche?
—Ansiosa… nerviosa… desesperada.
—Lo harás maravillosamente, no tengo dudas.
Dejé a Becks en el teatro, esta noche estrenarían la obra que ella escribió y debía ultimar detalles. Me marché a casa y luego de comer algo y ducharme volví a la escuela.
El teatro estaba lleno. Busqué mi lugar.
—Allí están Kim y su madre. Sentémonos con ellas —le proclamé a mi hermana Candice que insistió en venir. Las saludamos y dejé el ramo de rosas sobre mi regazo. A los pocos minutos las luces se apagaron y el silencio reinó en el lugar. Una voz gruesa nos dio la bienvenida y el espectáculo comenzó.
Como lo suponía fue maravillosa. Becks era una escritora magnifica y había conseguido enamorar a todo el público. Cuando el profesor de teatro la nombró, no tuvo más remedio que subir al escenario y aceptar el sin fin de aplausos y ovaciones. Hizo una reverencia con sus mejillas encendidas y yo me sentí el hombre más orgulloso del mundo.
El lugar se fue desalojando y me aproximé al escenario, cuando me vio se acercó al borde, la tomé entre mis brazos y la besé con pasión.
—Felicitaciones muñeca. Fue maravilloso.
—Gracias amor. ¿En verdad te gustó?
—¿Gustarme? No amor, me encantó. Estas son para ti —le entregué el ramo de rosas y ella sonrió ampliamente. Luego de que todos la felicitaran nos fuimos a celebrar al restaurante donde Karen trabajaba. Después de la cena, las llevé a su casa y me marché para volver en el cobijo de la noche.
El día de la graduación llegó. A la mañana tuvimos que asistir al ensayo y luego mis amigos y yo fuimos a almorzar a nuestra cafetería favorita. Volví a casa, tomé una ducha y comencé a prepararme. Escogí una camisa gris claro, una corbata negra y pantalón de vestir negro, me colgué la túnica del brazo y el birrete en la mano y me metí al auto junto a mis padres y Candice.
Apenas llegamos los dejé y me fui a reunir con el resto de los alumnos. Busqué a Becks con la mirada, pero no pude encontrarla.
—Cristal dijo que pasaría por ella, ya llegarán, no te preocupes —me avisó Dex cuando llegó a mi lado.
—Genial.
—Fue un divertido viaje, ¿no? —interrumpió Mike sumándose a nosotros.
—Buenos años, es cierto —acordé.
—Los mejores años de nuestras vidas —respondió Dex. Mike y yo nos miramos y soltamos una carcajada.
—¿Tú también? —me quejé.
—¿Qué?
—Mi padre nos dijo lo mismo unos meses atrás y Jake me pidió que le recordara suicidarse si estos eran los mejores años de su vida —confesó Mike entre risas.
—Idiotas. Ya verán. Van a extrañar la prepa.
A lo lejos divisé una mano en alto que me saludaba y la más hermosa sonrisa. Levanté la mía en respuesta. El profesor Smith nos comenzó a formar y entramos al auditorio en filas. Nos acomodamos en los asientos y Dex dio el discurso de fin de ciclo. Luego comenzaron a llamarnos. Cuando escuché mi apellido me levanté sonriente y al instante en que el director Kramer me entregó mi diploma una enorme ovación se escuchó. Busqué a mi novia entre la multitud y pude ver cómo se limpiaba las lágrimas de su rostro, pero sin borrar su sonrisa.
Cuando terminaron, nos entregaron una mención especial al mérito deportivo y otra nueva ronda de aplausos. Finalmente llegó el momento de lanzar al aire los birretes y celebrar que la prepa había terminado.
Me saqué fotos con mi familia, y me felicitaron. Luego fui en busca de Becks, la levanté en brazos y la besé como si la vida se me fuera en ello.
—Estoy muy orgullosa de ti Gilbert.
—Muchas gracias Baker.
—¿Te veo más tarde? —preguntó haciéndose hacia atrás. Me giré en busca de la razón de su alejamiento y vi que mis padres se acercaban. Candice la abrazó y ella le devolvió el abrazo.
—Buenas tardes señora Gilbert. Coronel Gilbert —dijo educadamente pero mi madre la ignoró y mi padre solo asintió. Puse los ojos en blanco. Increíblemente ridículo su comportamiento. Becks se alejó y yo la seguí haciendo oídos sordos a los llamados de mi madre.
—Lo lamento amor —me disculpé cuando la alcancé.
—No pasa nada. No te preocupes.
—Cenaré con ellos e iré a verte ¿De acuerdo? —dije mientras la besaba cariñosamente en los labios.
—Te estaré esperando. Diviértete.
Por supuesto la cena no fue divertida. Más bien una interminable agonía. Pero finalmente llegamos a casa. Subí a mi dormitorio y me cambié de ropa. Me puse un vaquero gastado y una sudadera negra, las zapatillas y fui a ver a Becks.
Al entrar en su habitación no la encontré. Me senté en el sillón cerca a la ventana, resguardado en la oscuridad de la noche. En algún momento me quedé dormido.
Aún confundido por el sueño, sentí alguien montarse sobre mí. Unos finos dedos se enredaron en mi pelo y sus suaves labios se cerraron en mi boca.
—Te esperaba más tarde. Siento haber tardado en subir —se disculpó mientras dejaba miles de besos en mi cuello.
—Hmmm —fue lo único que pude responder entre jadeos. Pasó sus manos por debajo de mi sudadera y me la quitó por encima de mi cabeza. Mis manos se aferraron a su trasero y mordí su labio inferior. Soltó mi cabello y se quitó la blusa que le servía de camisón y luego el sostén. Dejándome libre acceso a sus preciosos senos. De inmediato los llevé a mi boca y me deleité con su sabor. Arqueó su espalda al sentir mis labios cerrarse sobre su rosado pezón y un gemido suave escapó de su boca. Sus manos encontraron mi cremallera y la bajó con decisión. Tomé rápidamente un condón de mi bolsillo y me lo puse. Con una mano corrí sus húmedas bragas y me hundí en ella de un solo movimiento. Jadeó con fuerza y tuve que poner mi mano en su boca para callarla. Apoyó sus antebrazos sobre mis hombros y comenzó una lenta cabalgata sobre mí, que pensé que me iba a enloquecer. Estaba a punto de explotar, pero no estaba dispuesto a hacerlo antes que ella, seguí unos movimientos más, hasta que su cuerpo se tensó, se apretó contra mi miembro y se dejó ir en un gemido que absorbí en mis labios. Y solo entonces me permití venirme.
Cuando el sol comenzó a aclarar la habitación me fui a casa.
El comienzo del verano trajo consigo una eterna despedida. Teníamos las semanas contadas para estar juntos, antes de la partida de Jake. Me armé de coraje, no me permití llorar y desperdiciar nuestro tiempo juntos.Pasamos cada tarde en el muelle más apartado de la marina, solo los dos. Por la noche nos reuníamos con algunos amigos. Aunque otros como Mike, Dex y Cristal estaban de vacaciones fuera.Jenny no me sacaba el ojo de encima, sabía por descontado, que, aunque lucía una gran sonrisa, por dentro lloraba a mares.Por las noches paseábamos por la ciudad. O íbamos al cine y a cenar. Algunas noches nos juntábamos en la playa alrededor de una fogata. Fueron varias las noches que nos permitimos beber unas cuántas cervezas para tratar de llevarlo lo mejor posible esos días.A modo de sorpresa le preparé a Jake un video casero con saludos de todo el mundo. Y un recor
El primer día de clases se sintió raro. Jake no estaba para acompañarme a la escuela, en su lugar Kimmy comenzaba en la prepa.Esa mañana caminamos en silencio, al menos, yo. Kim se la pasó hablando todo el camino, de lo emocionada que estaba por comenzar en una nueva escuela. Y de las ganas que tenía de hacer nuevos amigos. Yo no podía dejar de pensar en lo diferente que sería todo desde ahora.Cuando llegué a mi casillero me abordó la primera sensación de vacío. Luego en la cafetería me volvió a pasar lo mismo. Cristal, Jenny y yo almorzamos con tristeza. Nuestros chicos se habían ido. Dexter se marchó a la Universidad de Colorado y Mike a la Universidad de Míchigan. Finalmente, Jenny nos confesó que ella y Mike habían estado juntos en la fiesta de despedida de Jake. Así que sumábamos un nuevo coraz&oacut
Pasé las dos horas que tuve que esperar por los resultados armando y desarmando mil escenarios en mi cabeza. Y cuando estaba a punto de salir corriendo, el médico regresó.—Bien Rebecca. Estás embarazada. Por el conteo calculo que de unas siete semanas.—No puede ser… —dije entre lágrimas. Él se acercó a mí y me palmeó la espalda tratando de reconfortarme.—Tranquila pequeña. No es el fin del mundo. Tienes muchas opciones. Mira este folleto y pide una cita con la doctora Gallaham. Ella te orientará y ayudará. Pero debes comenzar a alimentarte mejor, estás un poco anémica.—De acuerdo. Gracias.—Debo decirle a tu madre, eres menor de edad.—No, por favor… yo se lo diré.—Lo siento, no puedo hacerlo.—Por favor. Se lo diré yo. Solo dígale que est
Las lágrimas rebalsaron por mis ojos. No podía creer lo que veía. No parecía Jake el que hablaba. ¿En qué se había convertido? ¿Cómo pudo dejar de amarme en tan poco tiempo?¿Embarazo no deseado? Bueno, no lo buscamos es cierto. Pero aquí está y no lo había hecho yo sola.«Olvídame. Como yo te he olvidado a ti», resonó en mi cabeza.Por eso no me escribía, se olvidó de mí. No me amaba más. Inconscientemente llevé mi mano a mi imperceptible vientre.—Lo siento manchita —dije entre sollozos.Kimmy salió de la casa, me vio en ese estado y se asustó.—¿Qué pasa Becca? —preguntó mientras se sentaba a mi lado. Pero las palabras parecían haberse desvanecido. Le entregué la carta y hundí mi rostro entre mis manos.
Dos días después, yo seguía sin reaccionar y no podía hacer que Kim parara de llorar. Fuimos hasta la morgue para pedir el cuerpo de mi madre, pero necesitaban un adulto responsable y no quisieron dármelo. Pregunté qué fue lo que había pasado con ella, mi madre siempre tuvo buena salud. El médico forense me explicó que la autopsia reveló que un aneurisma en su cerebro estalló sin previo aviso. Me preguntó si ella sufría de migrañas y le dije que sí, casi diariamente, pero que nos repetía que era solo cansancio. También me dijo que no había nada que yo pudiera haber hecho, que tarde o temprano, esto iba a pasar.Kim y yo seguíamos sin ir a la escuela. No teníamos ni las fuerzas, ni la cabeza para eso ahora. Yo continuaba desarmando mi cerebro, buscando una solución. No quería que nos llevaran a un hogar, ni que me sepa
Entramos en la oficina y enseguida pude ver a mi progenitor. Estaba sentado de espaldas a nosotras, pero estaba segura de recordar ese gran porte que él tenía.Tomé la mano de Kim con fuerza, cuando él se marchó, ella apenas tenía 9 meses de vida y no lo conocía.—Señor Baker, aquí están las niñas —dijo la asistente social poniéndose a su lado. Él se puso de pie y se giró a enfrentarnos. No éramos precisamente niñas, no al menos, las qué él recordaba. Ya éramos unas jóvenes.—Hola niñas —dijo con voz temblorosa.—Hola George —dije sin inmutarme. Miré a Kimmy, ella bajó la mirada y se sentó en el banco que estaba más alejado de él. Haciendo caso omiso a su presencia.—Rebecca, qué grande estás. Ya eres toda una herm
Al día siguiente realizamos una venta de garaje y lo que no pudimos vender lo donamos al ejército de salvación. La mayoría de las pertenencias de mi madre se las dimos a María y también mi vieja bicicleta a Theo.—¿Te importa si conservo el auto de mi madre para mí? —le pregunté a George y él accedió.Al otro día fuimos hasta el cementerio a despedirnos de mi madre. Todos sus compañeros de trabajo y amigos estaban allí. También mis amigas Jenny y Cristal, el director de la escuela, algunos compañeros nuestros y el señor P, también María y Theo, por supuesto.Durante el responso en la capilla Kim se mantuvo tranquila. Yo hice mi mejor esfuerzo por mantener la cordura. Aún no podía llorarla. Sentía que si lo hacía jamás me detendría, y necesitaba ser fuerte por Kimmy.Pero
Nos tomamos dos días para acomodarnos y habituarnos a la nueva casa y a compartir con esta familia de desconocidos nuestra vida.Cristina era encantadora, de inmediato nos sentimos muy cómodas con ella, y los niños eran adorables, la mayor parte del tiempo.Pero con George no teníamos relación.Debía hablar con él y ponerlo al tanto de todo y proponerle un trato que estaba segura no rechazaría. Por descontado que nos quería fuera de su perfecta vida.Esa noche luego de que los niños se fueran a la cama y mientras Kimmy estaba en la habitación, bajé a la cocina, ellos estaban sentados en el sofá, George veía un partido de futbol americano en la televisión y Cristina ojeaba una revista acompañada de una copa de vino.—Siento molestarlos, pero quisiera hablar con ustedes —dije tomando valor.—Claro Becca, sién