—Abuelita, quiero muchísimo a mi papá. Pero quiero que mamá y papá estén juntos —se atrevió a decir la pequeña a Jasmine. La mujer suspiró profundamente tratando de encontrar una respuesta adecuada para su nieta. —Oh, ¿así que quieres que mamá y papá vivan juntos? —¡Todos juntos como familia! —exclamó la niña con la voz plagada de emoción —. Porque todos somos familia, debemos vivir juntos. —Tienes razón —acarició su cabello. Arthur se dirigió a Jasmine para intervenir. —¿Por qué mamá y papá no viven juntos, abuela? —Oh, pequeños —comenzó diciendo tomando las mejillas de ambos con dulzura —. No puedo precipitarme y decirles que papá y mamá estarán viviendo juntos mañana, sin embargo estoy segura de que papá algún día estará con ustedes en la misma casa. ¿Podrían ser un poco más pacientes? —¿De verdad papá vivirá con nosotros? —cuestionó la niña con los ojos brillando con ilusión. —Ya lo dije, Ari, Es una posibilidad grandísima. Pero los tres deben esperar.
Semanas después... Esa mañana ya estaba el sol alto cuando abrió los ojos. Aria, se alarmó creyendo que era demasiado tarde, y es que ese día sería el primer día para los trillizos en el jardín de infantes, un momento importante en sus vidas. Se levantó rápidamente, preparándose para que no se le hiciera tarde. Con la evidente emoción en la cara se dirigió a la habitación de cada uno de los niños y los despertó. Al principio los tres se quejaron pero luego cuando les recordó que sería su primer día en el jardín de infantes los niños se desperezaron, ansiosos hasta la médula. —¡Vamos, vamos! —exclamó Aria, mientras los animaba a levantarse y vestirse. Después de comer, los pequeños ya estaban preparados, arreglados todos los pies a la cabeza mientras en su espalda cargaban con sus pequeñas mochilas. Aunque era un momento cargado de emoción la mujer también se sentía emocional, Aria tenía un nudo en la garganta al verlos así. No había duda de que el tiempo pasaba de volada. E
Maxwell llegó al jardín de infantes justo a tiempo para recoger a los trillizos. Al abrir la puerta, se encontró con los tres niños, que al verlo se iluminaron de emoción. Kensington se sentía igual de emocionado al verlos al fin. —¡Papá! —gritaron al unísono, corriendo hacia él con los brazos abiertos. Maxwell los abrazó con fuerza, dándoles con cariño aquel adoso dulce. —¿Están listos para ir a un lugar genial? —inquirió, sonriendo mientras los miraba a los ojos. —¡Sí! —respondieron Ariadna, Arthur y Maximiliano, saltando de alegría. —Vamos al parque de diversiones —anunció Maxwell, y los niños estallaron en gritos de emoción. El trayecto hacia el parque estuvo conversando con ellos. —Papá, hoy hice una amiga. Es una niña muy dulce como yo. —¿De verdad? Eso me parece maravilloso, Ariadna. Los amigos siempre serán importantes en la vida. A ver, ¿como les fue a ustedes, niños? —Nos ha ido bien, papá —mencionó Arthur —. Es muy divertido. —Yo también me dive
—¿De verdad? —inquirió, aún incrédulo tratando de leer la expresión de Aria. —Sí —admitió sintiendo que su corazón estaba tan agitado que en cualquier momento podría salirte de su pecho—. Me gustaría que pasáramos la noche juntos. Es decir, solo dormir, no creas que... Después de un instante que pareció eterno, Maxwell asintió, una sonrisa se dibujó en su rostro. —Está bien, acepto. Iré al auto por mis cosas. —¿Tus cosas? —Suelo traer artículos de higiene y alguna ropa extra por si acaso. Aria asintió, casi lo había olvidado, Maxwell siempre había sido tan meticuloso y eso no había cambiado en él. —De acuerdo. Maxwell le dedicó una sonrisa antes de marcharse, en menos de cinco minutos estaba de regreso y ella le indicó que podía usar el baño. Mientras Maxwell se estaba duchando, Aria pensó que sería una buena idea preparar algunas cosas y ver una peli juntos en el sofá. En poco tiempo echó algunos snacks en un bol, también sacó de la nevera varias latas de refresco y pr
Al día siguiente cuando despertó, Maxwell no pudo evitar sonreír al verla pacíficamente dormida, ella era como un ángel, su ángel. Después del arrebato pasional anoche, recordar los hechos hacía explotar su corazón. Ella se removió un poco, así que trató de no despertarla y se marchó después de vestirse. Apenas llegó a su piso se duchó y se arregló para manejar al trabajo. Aria cuando despertó se sintió un poco desorientada y luego de recordar lo que sucedió con Maxwell, el calor volvió a apoderarse de su cuerpo. Se dio dos suaves golpes en las mejillas para dejar de pensar en eso. Antes de que los trillizos despertaran, se zafó de las sábanas y se dio una ducha. Ellos aún dormían cuando comenzó a preparar el desayuno, pero no podía dejarlos dormir más, tenían que ir al jardín de infantes. —Se hace tarde —soltó en el ajetreo. Aquel día Maxwell decidió desviarse de su camino a la compañía y estacionó el auto a las afueras de la cafetería de Alessandro. Cuando ingresó a
—Señor Kensington —habló Amanda haciendo acto de presencia con la tableta en la mano —. Su padre, el señor Kensington quiere verlo. —¿Ah sí? Déjalo entrar. Ella asintió y salió. Maxwell desde su lugar pudo escuchar los improperios de su padre y el reclamo en su voz contra la empleada. Pero Amanda solo estaba siguiendo órdenes de avisar antes de permitir que cualquier persona ingresara a la oficina de Maxwell. Máximo, entró con cara de pocos amigos, todavía rabioso se sentó frente a su hijo, tirando sobre el escritorio un sobre amarillo que dejó confundido al hombre. —¿Qué es eso, padre? —Esta será la única vez que te insista. Revísalo. Maxwell con el sobre entre sus manos, sustrajo el contenido dejándolo todo sobre el escritorio. En poco tiempo se dio cuenta de lo que se trataba. Varias hojas agrupadas se presentaron frente a él, casi un detallado informe de varias mujeres. —¿Qué significa esto? —¿No te das cuenta o te haces? Son candidatas, futuras candidatas con las
El dolor de cabeza y la sensación de malestar lo invadían, y todo lo que quería era que esa incomodidad desapareciera. Sabía que tal vez debería llamar a un doctor, pero no tenía ánimo para nada; solo quería que su cuerpo se liberara de esa sensación tan molesta. Mientras se acomodaba en la cama, Maxwell estaba tan distraído por su malestar que dejó la puerta principal sin seguro. Fue entonces cuando Amanda llegó, empujó la puerta y entró sin dudarlo. Al instante, su mirada se iluminó al ver el lujoso apartamento. Se sentía afortunada de estar allí, disfrutando de la opulencia que la rodeaba. —Maxwell, ¿estás aquí? —llamó, pero no recibió respuesta. La emoción de estar en su espacio personal la llevó a mirar un poco más. Mientras recorría el lugar, su mente comenzó a divagar. Se imaginó viviendo allí como la señora de la casa, disfrutando de privilegios. Sin embargo, esa sonrisa maliciosa se desvaneció rápidamente al recordar la relación de Maxwell con Aria. La odiaba, y esa idea
Aria se levantó de la cama con cuidado, asegurándose de no despertar a Maxwell. Sabía que necesitaba hacer una llamada importante. Se dirigió a la sala y buscó su teléfono. Con un suspiro, marcó el número de Estela. —Estela —pronunció cuando la llamada fue atendida—. Quería pedirte un favor. Maxwell está un poco enfermo, y aunque su fiebre ha disminuido un poco, creo que sería mejor que me quedara con él esta noche.Estela, siempre comprensiva, respondió rápidamente.—No te preocupes, Aria. Entiendo la situación. Cuidaré muy bien de los trillizos. ¿Necesitas que haga algo más? Sabes que cuentas conmigo. —No, solo que estén tranquilos y no le digas nada sobre la situación, no quiero preocuparlos. Estoy segura de que Maxwell se sentirá mejor pronto —dijo, sintiendo un alivio al saber que sus hijos estarían en buenas manos.—Perfecto. Manténme informada, ¿sí? —dijo Estela con una voz cálida.—Claro, gracias, Estela. Te lo agradezco mucho. Hablamos luego —respondió Aria antes de colgar.