Aria, aquella mañana empezó a sentirse agotada y apenas era el comienzo de prepararse para la mudanza, si tuviera su empleo habría vendido todo y empezado desde cero, completamente en el nuevo departamento que quería comprar, pero no podía darse el lujo de comprar muebles nuevos también. —A ver, niños, procuren no entrar a la habitación, hay demasiadas cosas por el suelo y podrían accidentalmente caerse —les advirtió desde la cocina. —Mamá, Maximiliano está diciendo que no tendremos un hermoso patio en nuestra nueva casa —comenzó diciendo la pequeña haciendo un puchero y su madre deslizó una triste sonrisa, definitivamente le rompía el corazón abandonar el lugar en donde sus trillizos habían pasado los primeros años de vida. Pero el cambio era inevitable, no podían quedarse. —Mi niña... —se puso a su altura —. Aridna, no tienes que preocuparte por eso. Apuesto a que te gustará demasiado la ciudad y podremos visitar lugares magníficos. Así que, puede que sea mejor que un patio, mi
Después de tomar una ducha más larga de lo habitual, se preparó para dormir, pero el insomnio no se lo permitiría. Por su lado, Aria terminó de limpiar todo y se aseguró de que los trillizos estuvieran dormidos. Aún así, Ariadna se levantó muy tarde en la noche porque no podía dormir. —¿Te pasa algo, cielito? —He tenido una pesadilla. —No hay de qué temer —apuntó con dulzura mientras acariciaba su cabello —. Cuando estaba pequeñita, también tuve muchas pesadillas, pero mamá siempre me contaba un cuento y ya no tuve miedo, de hecho papá solía a menudo contar más cuentos que mi madre, ya que ella tenía que trabajar hasta tarde, así que papá lo hacía. —Mamá, ¿por qué tú tienes un papá y nosotros no? Dice Maximiliano que nuestro papá tal vez nos abandonó. —¿Qué? Oye Aridna, no es así... —en ese momento la cabeza de la mujer se quedó en blanco no esperaba aquella declaración de su hijita —. Es decir, por supuesto que tienen un p
Abigail estaba sentada en la cocina, con la mirada fija en su taza de café, mientras su frustración se acumulaba. No podía soportar la idea de que Maxwell todavía estuviera enamorado de Aria. Cada vez que pensaba en ello, una rabia intensa la invadía.—Odio saber que sigue pensando en ella —le dijo a su marido, Máximo, mientras agitaba la cuchara en su taza con impaciencia—. Es un tonto enamorado que no entiende lo que está en juego.Máximo, con un suspiro hondo, la miró con seriedad. —¿Y qué piensas hacer al respecto? Ya he hecho hasta lo imposible para evitar que algo pase. Pero, ¿qué más puedo hacer? Maxwell es un adulto, y está decidido a seguir sus propios sentimientos.Abigail se puso de pie, caminando de un lado a otro de la cocina, con la ira reflejada en su rostro. —Deberíamos evitar a toda costa que esa mujer y sus hijos se acerquen. Imagínate el escándalo que se armaría si la prensa y los medios de comunicación más importantes se enteraran de esos bastardos.La frialdad e
Estela tomó la decisión de ir a un bar cercano para quitarse un poco de tensión y es que habían sido semanas llenas de mucho trabajo y quería al menos sentirse más ligera. Sin embargo ella también se estaba complicando la vida con todo el asunto del moreno. Pensaba que si, no se tomaba un respiro, terminaría colapsando. Inspiró hondo. Estela entró al bar, sintiéndose aún confundida por esos sentimientos extraños que comenzaban a florecer dentro de ella, dirigidos a Noah. Era como si su presencia se hubiera incrustado en su mente de una manera que no podía ignorar. A pesar de la música y las luces parpadeantes, sus pensamientos se centraban en él, en sus ojos y su hermosa sonrisa, todo se transformaba en algo especial. Se acomodó en la barra y pidió una bebida, intentando distraerse. Pero mientras el líquido llenaba su vaso, su mente seguía regresando a Noah, a cada una de sus interacciones recientes. Era como si ahora se hubiera metido más en su cabeza, y esa sensación la hacia se
Aria despertó en la mañana, ofuscada por la luz del sol golpeando su rostro. Se soltó de las sábanas y salió de la cama, enderezando su espalda. Aunque durmió, se sentía agotada aún. Tres pequeños revoltosos se presentaron en la habitación y ella los recibió repartiendo dulces besos sobre cada uno. Aria, aún inquieta por la necesidad de sus trillizos por saber de su padre, tenía que fingir que nada malo pasaba. Que todo estaba bien. —Mamá, quiero comer tortitas. —¿tortitas? —Yo también —coincidió Arthur con sus ojos brillando —. Las tortitas qué vimos en la tele. Maximiliano se relamió los labios al tiempo que tocaba su pancita. Aria no pudo evitar sonreír y sentirse curiosa. Así que tras indagar un poco se puso al tanto de las "tortitas, que sus pequeños querían comer. Después de un rato, y después de asegurarse de que comieran, pudo sentarse en el sofá y descansar. Los niños, mientras tanto, estaban jugando en la habitación. Aria se acomodó en el sofá de su nuevo departam
Días antes...La morena se sentía profundamente afectada después de haber recibido el rechazo de su jefe. Pretendía que no le afectaba, pero por dentro estaba muriendo de odio. Se preguntaba cómo era posible que no fuera como los demás hombres. Aún recordaba la primera vez que puso un pie en su oficina, cuando miró esos ojos azules como el mar. Desde ese momento, su vida cambiaría para siempre. No podía evitar sentirse atraída por quien rápidamente se convirtió en su jefe.Se esforzó por dar lo mejor de sí, ser competente y perfecta en todos los sentidos, con la esperanza de llamar la atención de Maxwell Kensington. Pero todo se vino abajo como un castillo de cartas, dejándola con un sabor amargo.Aquella mañana, la morena caminaba por calles repletas de transeúntes. Odiaba su vida, detestaba no tener la suerte de pertenecer a una familia adinerada. Sin otra opción, debía usar el transporte público, pero al menos ahora podía darse el lujo de tomar un taxi con más frecuencia.Enfadada
Maxwell había salido salido de la reunión. Al abordar su deportivo en el estacionamiento subterráneo, sintió una punzada aguda en su cabeza, como si un rayo de dolor lo atravesara.Mientras conducía por las calles, el dolor se intensificó, llevándolo a un estado de alerta. Con cada giro, las luces de la ciudad parecían bailar, distorsionadas por la niebla de su malestar. Sin previo aviso, el dolor se volvió insoportable, y en un impulso, frenó de golpe. El sonido del neumático chirriante resonó en la noche, pero no fue el único ruido que se escuchó. Un estruendo sordo siguió: el impacto de otro vehículo chocando contra la parte trasera de su auto.Maxwell sintió cómo su cuerpo se sacudía por la colisión. Con dificultad, giró la cabeza para ver el daño, pero el dolor en su cabeza lo mantenía aturdido. Mientras tanto, Aria, quien viajaba en el coche que había impactado, maldijo en voz baja. Había estado distraída, pensando en sus propios problemas, y ahora estaba furiosa por el idiota q
Maxwell salió de la casa de sus padres con el corazón palpitante, decidido. La conversación con sus padres seguía siendo una tortura en su cabeza, pero ya no había lugar para las dudas. Se subió a su auto y, sin pensarlo dos veces, pisó el acelerador. La adrenalina corría por sus venas mientras avanzaba entre los autos, aferrado al volante con una fuerza casi desesperada. Su mirada era intensa, fija en la carretera que se extendía delante de él.La ira lo invadía, pero ese mismo enojo era el que lo empujaba a seguir adelante. De repente, frenó en seco en un área de descanso, sacando su teléfono. Y marcó el número de Noah. Pronto la voz de Noah se escuchó. —¿Maxwell? ¿Qué pasa? Estoy en la oficina, trabajando en un caso. ¿Algo urgente?Maxwell respiró hondo antes de hablarle sobre su decisión. —Te llamo para decirte que he decidido hacerlo. Quiero conocer a los trillizos.El silencio se apoderó de la llamada. Noah, sorprendido, no sabía qué decir al principio. La revelación de su a