14 años antes Un fuerte estruendo se hizo presente en la habitación provocando qué mi cuerpo se estremeciera ante el sonido, me encogí resguardándome en la seguridad de las mantas qué me cubrían. No podía dormir, no solo por la tempestad qué afuera azotaba los árboles contra las ventanas de la casa, sino porque había otra cosa que me aquejaba y evitaba que pudiera conciliar el sueño, me obligaban a irme de casa. Mis padres ya habían planificado mi futuro, algo que no lograba comprender, quizás por ser muy joven o porque no me explicaban el porqué de sus decisiones, sus ideales me atemorizaban más que un par de truenos. Mi existencia siempre estuvo rodeada de lujos y privilegios qué una familia como la mía podía ofrecer, pero una vida así también exigía ofrecer algún sacrificio y por ello, mi educación militar comenzaría a la edad de doce años, por supuesto, solo porque mi padre había movido sus influencias para convertirme en el cadete más joven en la historia de aquella academia.
Caminamos por el largo corredor oscuro hasta llegar a lo que parecía ser una sala redonda, alrededor había dos ventanales que permitían observar el paso de la tormenta, pero nada más, ni pinturas o algún otro mueble, solo se encontraban un par de puertas que supuse debían llevar al despacho de mi padre, era lo único que había en ese lado de la casa. El rastro de aquel líquido rojo en el suelo llegaba a ese lugar y mi madre, continúo hasta abrir las puertas, a pesar de la angustia que sufría, no pude evitar la emoción que me producía el por fin ver qué había en ese lugar. Así que cuando finalmente se abrieron las puertas, divise algo que me desconcertó, no era lo que esperaba, un despacho común con libros, sofás, cuadros y artículos decorativos. Nada qué no hubiese visto antes en otra habitación de la casa, aunque había una chimenea, estaba encendida y mi padre estaba frente a ella, sentado sobre un sofá sosteniendo una copa de vino en su mano. —Los mataron a todos Lewis—declaró mi p
Actualmente El camino a casa estaba cubierto de árboles de jacarandá, sus flores moradas abundaban por ambos lados de la calle debido a la brisa qué las había arrancado de las ramas, dejándolas olvidadas sobre la acera. Durante la temporada de lluvias era inevitable qué esas flores cayeran, eran frágiles y efímeras, pero quizás esa parte de ellas era lo más hermoso, qué su belleza era solo para admirarse por poco tiempo. Estaba a un par de calles de llegar, pero en realidad no tenía la fuerza ni la voluntad para dar otro paso más. Cambié el rumbo hacia el interior de un parque vacío, intuí que las nubes grisáceas que se podían divisar en el firmamento y que amenazaban con dejar caer gotas de agua fría, era el motivo por el que el parque y mi banca favorita, qué usualmente siempre estaba ocupados por ancianos o madres paseando a sus bebes, estuviesen vacíos. Me senté acomodando la falda del vestido color verde pistache qué mi madre había preparado para mí esa la mañana, coloque el e
—No es nada—me dijo con una sonrisa, satisfecha por haber realizado su buena acción del día o al menos eso parecía creer. Volví a observar la hoja de papel en la mano, reflexionando qué iba a hacer con eso, mis principios me sugerían reprender a mi amiga por la falsificación de la firma de mi padre, pero, por otro lado, me evitaría los dos problemas qué me esperaban en casa, mis padres. —¿Te parece esto una buena idea? —Por supuesto—aseguro mientras guardaba el fino bolígrafo devuelta en la bolsa—nadie notará la diferencia. Doble la nota y la guarde debidamente en uno de los bolsillos mal remendados de la bolsa que colgaba, al igual que la de mi amiga, sobre mi hombro. No entendía cuál era el motivo por que alguien como ella había elegido ser mi amiga, entre ambas existían muchas diferencias y no solo por su cara bonita y su facilidad para socializar con la gente, la diferencia qué nos separaba era una brecha social, entre el dinero y la pobreza. Su familia había escalado los pelda
Entró con una toalla seca y limpia en las manos, se apresuró a ponerla en mi cabeza para frotarla suavemente secando poco a poco mi cabello mojado. —Te olvidaste de meter la ropa seca—expresé evidenciando su olvido. —Aún no se secaban, así que las deje para que terminara de enjuagarse con el agua de la lluvia—se excusó—siéntate cepillaré tu cabello. Me senté sobre la silla y sus manos tomaron mi cabello castaño para cepillarlo, al principio con delicadeza hasta que encontraba un nudo y era ahí donde aplicada su fuerza para desatarlo. —Duele— Me queje. Gracias al espejo frente a mí, logre ver como alzó la vista para sonreír con picardía, era su manera de castigarme por llegar tarde. Mantuvo silencio mientras cepillaba mi cabello como si estuviese contemplándolo, parecía disfrutar de ello, tal vez le recordaba mi niñez, cuando vivíamos en Cittadella. No recordaba mucho de esa época, pero si recordaba la forma en como solía cepillar mi cabello, el cual por alguna razón poseía un tono
Asentí y salí de la oficina. Fui a buscar a mi madre en la cocina para ayudarle tal y como me lo había ordenado mi padre, ella servía algo caldoso color naranja en los platos, no sabia que era, pero olía bastante bien, ella tenía la habilidad de hacer con pocos ingredientes una comida digna de un rey, quizás no tenía el mejor aspecto, pero su sabor era increíble. —Anda ve a dejar esto en la mesa. Y puso dos platos sobre mis manos, los lleve con precaución a la mesa, aún seguían calientes y al volver a la cocina la expresión de mi madre era de espanto. —Olvide comprar el pan—anuncio exaltada. Le iba a decir que no hacía falta comprarlo, pues afuera aún seguía lloviendo y hacía mucho viento para salir, pero antes de reaccionar me di cuenta de que ya tenía el dinero en su mano y el abrigo en la otra. —Si quieres yo voy por él—propuse con tal de que no saliera, había estado en la cocina bastante tiempo y su cuerpo resentiría el frío de la lluvia. —¿Y eso?—alzo las cejas, sorprendida
El zumbido persistió perforando mis oídos, así como el dolor que recorría mi cuerpo impedía que pudiera acelerar el paso. Cada movimiento era un martirio e incluso algo tan simple como era el respirar se volvió una tortura constante que no me dejaba pensar con claridad. Camine y camine sin idea de donde me encontraba, debido a la destrucción de las calles era imposible saber con exactitud mi ubicación, vi humo y fuego, caos y destrucción, pero en medio de aquel escenario caótico, lo peor fue encontrar cadáveres a mi paso, hombres, mujeres y niños por igual. Intente desviar la mirada, estaba asustada, con el alma hecha pedazos y con el corazón entre las manos, sin saber cómo reaccionar ante lo que mis ojos lograban ver, sangre, dolor y muerte. Derrame un par de lágrimas, pero no más, ni ellas se sintieron lo suficientemente valientes como para brotar, solo pensé en llegar a casa, en mi interior rogaba por un milagro, anhelaba que mi calle no hubiera sido destruida en el bombardeo y qu
La culpa me golpeo en el rostro gracias a su pregunta porque mientras yo estaba aquí descansando y siendo atendida, mis padres estaban allá afuera quien sabe en dónde y ni siquiera quería pensar que algo verdaderamente grave les había ocurrido, debía encontrarlos. —¿Sabes en dónde están? Negué con la cabeza. Un nudo se formó en mi garganta a punto de convertirse en un llanto desesperado, pero no quería derrumbarme frente a una persona que ni siquiera conocía, mantuve mi mirada lejos de la suya, porque solo de esa manera no lograría ver a través de mí. —El servicio de búsqueda y localización de personas coloco un aviso esta tarde para los que buscan familiares. Ven con ellos, seguro te ayudaran a encontrar a tus padres— no sabía cómo o porque, pero seguía encontrándome con buenas personas que me guiaban por el camino que debía seguir, no era mucho, pero agradecí la información— no te quedes en el piso, si gustas puedes quedarte esta noche en la sala de descanso, al fin y al cabo, tod