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Capítulo 4. La lluvia

—No es nada—me dijo con una sonrisa, satisfecha por haber realizado su buena acción del día o al menos eso parecía creer. Volví a observar la hoja de papel en la mano, reflexionando qué iba a hacer con eso, mis principios me sugerían reprender a mi amiga por la falsificación de la firma de mi padre, pero, por otro lado, me evitaría los dos problemas qué me esperaban en casa, mis padres.

—¿Te parece esto una buena idea?

—Por supuesto—aseguro mientras guardaba el fino bolígrafo devuelta en la bolsa—nadie notará la diferencia.

Doble la nota y la guarde debidamente en uno de los bolsillos mal remendados de la bolsa que colgaba, al igual que la de mi amiga, sobre mi hombro. No entendía cuál era el motivo por que alguien como ella había elegido ser mi amiga, entre ambas existían muchas diferencias y no solo por su cara bonita y su facilidad para socializar con la gente, la diferencia qué nos separaba era una brecha social, entre el dinero y la pobreza.

Su familia había escalado los peldaños de una larga escalera social a la que ahora pertenecía por el hecho de poseer una fábrica textil. Bianca me había mencionado que las enormes fábricas que poseía su familia, habían comenzado con un taller de un sastre, su abuelo, pero con los años y gracias a la guerra, su negocio había prosperado al fabricar uniformes para médicos, militares y enfermeras. Se había convertido en una gran línea de fábricas con grandes maquinarias que ayudaban a hilar grandes telares y empleaban a cientos de empleados qué cortaban, cosían y planchaban.

Se suponía que no debía hablarme, eso le dijo su madre, pero su espíritu rebelde la había obligado a desobedecer esas órdenes y agradecía que lo hiciera, que fuera mi amiga a pesar de las adversidades qué pretendían separarnos. Por supuesto, mi familia no era como la suya, a penas sobrevivíamos con lo que ganaba mi padre y aun así no era suficiente.

Ese era el motivo por el que estudiaba mecanografía, para ayudar a mi padre con los gastos una vez que consiguiera empleo y también para que mi madre no mal barateara las pocas joyas qué tenía y que habían sido una herencia de su madre, con tal de darnos una comida decente sobre la mesa. Esa era mi motivación para dar lo mejor de mí para convertirme en una mecanógrafa, pero al parecer esa razón no era suficiente para que mis dedos se movieran más rápido y las teclas de esa máquina resonaran al compás de mi velocidad. Era decepcionante.

Bianca volvió a tomarme del brazo y continuamos avanzando por nuestro camino cotidiano.

—Por cierto—expresó deteniendo su andar—este fin de semana iré a la casa de mis abuelos, es su aniversario y mis padres insisten en que mi presencia es necesaria, así que te veré el lunes por la mañana.

—Es la primera vez que escucho qué cumplirás una orden de tus padres—me burle, pues generalmente Bianca lograba salirse con la suya, era extraño saber que en esa ocasión no sería así.

—Bueno, mi padre fue muy persuasivo en esta ocasión—agitó el pequeño monedero qué aún llevaba en la mano, el sonido qué emitió advertía qué en su interior no quedaba mucho qué gastar, cosa que me hizo sentir culpable al comprender que mi amiga había gastado dinero por mi causa, a pesar de estar corta de recursos.

—Entonces no debiste gastar tanto dinero en un periódico qué ni siquiera vas a leer—replique avergonzada por no detenerla, si hubiera sabido que su bolsillo y el mío estaban igual de vacíos mi consciencia no estaría remordiéndome.

—Te dije que no era nada—aludió con una sonrisa— fue un favor entre amigas y además sé que tu familia necesita el apoyo.

Agache la mirada, agradecida por tenerla a mi lado. Lo que había entre nosotras no era una simple amistad, era como una hermandad y era cierto, ella era como la hermana qué nunca tuve, mi confidente y mejor consejera.

Un sonido extraño me sobresalto, era un automóvil, uno auténtico. Era negro y largo, sumamente lujoso, diseñado y construido para los pocos favorecidos que podían y requerían de la comodidad y la facilidad de transportarse de ciudad a ciudad.

Una máquina capaz de aniquilar la distancia sin problemas. Era extraño sentirse insignificante ante la presencia de una belleza mecánica, con sus elegantes líneas y curvas o la amplitud del interior bien estructurada, además de la elegancia de su tapicería. Sin duda alguna era una pieza de arte móvil, ideal para personas como Bianca, había escuchado una frase que decían que las cosas se parecen a su dueño y sin duda el automóvil representaba todo lo que era mi amiga y su familia, elegantes, refinados y eso era lo que aquel transporte representaba: belleza, distinción y confort perfectamente combinados.

Las personas a nuestro alrededor se quedaron perplejas admirando la máquina qué sé estacionaba frente a nosotras.

A pesar de que vivíamos en una ciudad más o menos grande y que las calles eran amplias para que esas máquinas transitaran por ambos lados de la calle, era claro que la guerra había sido muy cruel con las personas que estaban en los últimos peldaños de la cadena social qué nos regia. La mayoría estaba en las mismas condiciones, tratando de sobrevivir a la crisis económica que azotaba a todo el reino, soportando día a día los estragos de una vida común, debajo de lo bueno y decente, pero sin caer en la miseria.

Las personas como yo, simples y comunes, admiramos el automóvil como la gran maravilla, solo podíamos hacer eso, observar algo que podría valer más que nuestras casas viejas y mohosas, verlo y apreciarlo para tener los detalles de cómo eran esas cosas porque, posiblemente nunca tendríamos la oportunidad de poseer algo parecido.

—Llegaron por mí—declaró mostrando un ánimo decaído—el chófer me llevará a la estación de tren.

—Debe ser emocionante viajar en tren— manifesté tratando de ocultar la envidia qué tenía al ver que Bianca tenía un estilo de vida muy diferente al mío, ella podía viajar a donde deseaba mientras qué yo ni siquiera había podido ir a la inauguración de la estación del tren porque el evento había sido del otro lado de la ciudad, la zona residencial donde vivían los ricos y pudientes.

—Es aburrido— giro la vista observando como las personas se aglomeraban alrededor del auto de su familia, el chófer al ver qué había más de uno que se atrevía a tocar el armatoste, bajo tratando de ahuyentarlos, sobre todo a los niños que se subían pisando las llantas para admirar el interior—pero si quieres subir al tren podríamos ir en tu próximo cumpleaños a un día de campo lejos de la ciudad, así aprovechamos para tomar aire fresco.

Reí ante su sugerencia. Tan solo pensar en el precio de un boleto de ida y vuelta debía pasar de lo exorbitante y yo no podía pagar algo así y aunque Bianca seguramente lo decía con la intención de pagar por ambos pasajes, no quería abusar de su amabilidad y darle más motivos a su madre para regañarla por mi causa.

—Aún falta mucho tiempo para mi cumpleaños, pero lo pensaré.

—Está bien, entonces nos vemos el lunes—alzó la mano para despedirse de mí, el chófer corrió rodeando el auto para abrirle la puerta a mi amiga. La gente al ver que la dueña ya estaba en su interior decidió apartarse para darle paso a la elegante máquina.

Y en unos segundos el auto encendió para después marcharse a una velocidad considerable. Me quedé ahí, observando el camino que tomaba el automóvil de mi amiga hasta que desapareció de mi vista y un trueno resonó en el cielo anunciando el inicio de una fuerte lluvia.

La gente comenzó a correr al sentir las primeras gotas de agua, por lo que subí mi bolso sobre mi cabeza para tratar de cubrirme, pero antes de comenzar a correr y unirme a los peatones de la calle que buscaban refugio lejos de la lluvia, vi algo sobre el suelo, era un pequeño estuche negro, me pareció que era un lápiz labial y al darle la vuelta vi el nombre: Bianca, escrito en dorado y letra cursiva. Lo guardé en el bolsillo de mi falda para poder entregárselo a mi amiga cuando volviese a verla, esperando que no cayera al correr por la calle ya empapada.

Continúe mi camino hasta que llegue a una zona donde las casas y negocios ya no lucían fachadas blancas ni enrejados negros qué dividían bonitos jardines delanteros con la calle. Aquí todo tenía un color cenizo, quizás por el tipo de piedra qué sé utilizaba en las construcciones o tal vez porque la pintura gris era mucho más barata qué otras de color vistoso y llamativo.

Ahí no había jardines ni enrejados, solo la calle y las pequeñas escaleras qué llevaban justo a la puerta de cada casa. Golpeé la puerta de mi hogar rápidamente esperando que abrieran antes de quedar como un trapo mojado y por suerte no tuve que esperar mucho, ya que pronto la puerta de mi casa se abrió.

Vi los ojos café claros de mi madre, como los míos, fruncía el ceño como si pretendiera estar enfadada, pero sus instintos maternales la obligaron a atenderme, me quito la máquina de escribir de las manos y la bolsa para que yo pudiera quitarme el suéter mojado de la espalda.

—Llegas tarde—asevero señalando la escalera indicando que subiera para cambiarme inmediatamente.

—Lo sé, perdón. Bianca me entretuvo de nuevo—expliqué encogiéndome de hombros. La expresión de mi madre paso de la molestia a la desaprobación. Ladeo la cabeza reprobando mi excusa, ella se preocupaba por mi amistad con Bianca porque su madre se había presentado en nuestra casa para explicar las diferencias entre los niveles sociales y para exigir que nosotras no podíamos ser amigas.

En esa ocasión mi madre se había enfadado mucho, pero no conmigo por supuesto, sino con aquella mujer pretenciosa que no respetaba las opiniones de los demás y mucho la decisión de su hija por haber elegido ser mi amiga. Mi madre terminó echándola de la casa expresándole qué si su hija buscaba mi amistad era porque algo le hacía falta en su hogar.

Esa semana no vi a Bianca hasta después de unos días, fue a mi casa a disculparse conmigo y con mi madre por la actitud tan grosera qué había tenido la suya. Mi madre aceptó la disculpa y sugirió qué si queríamos ser amigas nos viéramos solo al salir de las tutorías, pero que no tardáramos hablando demasiado para que ella pudiera irse a su casa sin qué su madre sospechara qué aún seguía frecuentándome.

—Cámbiate la ropa y después ve a saludar a tu padre— indicó desde el primer piso con ese tono de voz que advertía qué algo le molestaba

—Si—respondí dirigiéndome hacia mi pequeña habitación. Un cuarto en el que apenas cabía una cama individual, una mesita y su silla que solía usar como escritorio, una cajonera y un ropero viejo al que le faltaba una pata y solo se sostenía con un par de enciclopedias viejas que mi padre quería tirar a la basura, pero mi madre le había dado una mejor utilidad.

Tomé del interior del ropero el vestido azul que tanto me gustaba y enseguida retiré de mi cuerpo la ropa que chorreaba de agua. No tuve más opción que ponerme el otro vestido así, aunque aun mi cuerpo estaba húmedo porque al llegar a casa, noté de reojo las toallas revoloteando en el aire, colgadas en el tendedero de la azotea, a mi madre se le había olvidado meterlas antes de que empezara a llover.

—¿Puedo pasar? —escuché su voz del otro lado de la puerta. Por instinto mi mirada se posó en mi vestido mojado y en lo que había en uno de los bolsillos, el labial de Bianca. Seguramente, si mi madre lo hallaba, estaría en graves problemas, así que no tuve más opción que sacarlo y meterlo en el bolsillo de mi vestido azul.

—Adelante—dije.

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