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Capítulo 2. El heredero

Caminamos por el largo corredor oscuro hasta llegar a lo que parecía ser una sala redonda, alrededor había dos ventanales que permitían observar el paso de la tormenta, pero nada más, ni pinturas o algún otro mueble, solo se encontraban un par de puertas que supuse debían llevar al despacho de mi padre, era lo único que había en ese lado de la casa.

El rastro de aquel líquido rojo en el suelo llegaba a ese lugar y mi madre, continúo hasta abrir las puertas, a pesar de la angustia que sufría, no pude evitar la emoción que me producía el por fin ver qué había en ese lugar.

Así que cuando finalmente se abrieron las puertas, divise algo que me desconcertó, no era lo que esperaba, un despacho común con libros, sofás, cuadros y artículos decorativos. Nada qué no hubiese visto antes en otra habitación de la casa, aunque había una chimenea, estaba encendida y mi padre estaba frente a ella, sentado sobre un sofá sosteniendo una copa de vino en su mano.

—Los mataron a todos Lewis—declaró mi padre al hombre que estaba agachado a un lado suyo, como si estuviera haciendo una reverencia. Él era su mano derecha, su amigo, trabajaba para nosotros y él miraba a mi padre apesadumbrado, como si hubiese cometido un error y estuviera ahí para recibir su castigo, como si no fuese más que un perro arrepentido, pero yo no sabia por qué motivo—has los arreglos necesarios para que no vinculen a mi familia con lo que paso y elimina a cualquier testigo qué quede con vida.

—¿Qué debo hacer respecto a la familia de su hermano?—cuestionó agachando la mirada—¿Debo hacer los arreglos funerarios?

—No—dijo mi padre— no deben relacionar a la familia Wellington con nosotros, por protección. Mi hijo ahora es el último descendiente qué queda con vida, así que no hagas nada, mi hermano, su esposa y sus hijas entenderán, en donde sea que se encuentren sus almas. Sus muertes no serán en vano.

Algo en mi pecho se sintió extraño, como si lo estrujaran y apretaran hasta dejarme sin aliento. El tío Markus estaba muerto, junto con su esposa, la tía Anne y mis primas Charlotte y Camila. ¿Cómo era eso posible? ¿Qué había sucedido?

—De acuerdo—respondió Lewis, él alzó la mirada y me vio—su hijo esta aquí.

Se levantó y extrañamente hizo una reverencia ante mi padre, como las que se realizan en presencia de un rey. Poco después camino en nuestra dirección, pero paso de largo y salió de la habitación sin decir nada.

—Acércate—sugirió mi madre soltando mi mano y guiándome a avanzar sin vergüenza ante la presencia de mi padre.

Camine lento aunque no por vergüenza, sino por miedo de confirmar lo que mis ojos habían visto, que él había sido la persona que había llegado a la casa de esa forma tan abrupta y escandalosa, pero al llegar y verlo de frente no logre distinguir a simple vista aquel líquido rojo que había quedado esparcido por el suelo de la casa.

—P-padre—pronuncié de forma nerviosa.

—Roy—musito dirigiéndome la mirada, su apariencia era desoladora, se le notaba pálido y cansado— debo decirte algo importante, hijo.

Extendió su mano y con sus dedos hizo un ademán para que me aproximara, dude, por lo extraño de la situación, pero enseguida esa duda se disipó, porque mi padre solía ser afectuoso al no vernos durante un largo tiempo y precisamente sospeche qué en esa ocasión era algo similar.

—Hijo mío, este secreto qué hoy compartiré contigo ha pasado de generación en generación en nuestra familia— una leve tos le interrumpió, pero enseguida aclaro su garganta—hubo alguna vez un reino, la familia que lo gobernó era justa y piadosa, pero un día esa familia declinó su derecho sobre el trono y desapareció. Cuando eso sucedió los males azotaron a la región. Aquella familia justa qué tenía el derecho de volver a reclamar su trono no lo hizo por temor al monarca qué se había erigido, ese rey, temió qué su poder sobre el reino se le fuera arrebatado si algún miembro de esa familia se levantaba en su contra y sabiendo que tenían el derecho, decidió asesinarlos en secreto para protegerse a sí mismo. La familia real se escondió y ese rey jamás los encontró, pero advirtió a su descendencia sobre su existencia y que debían tomar las medidas necesarias para proteger lo que ahora era suyo.

La historia de mi padre concluyó sin un final y entonces se levantó con mucho esfuerzo, me atemorizo el ver, al fin, la sangre qué manchaba el costado de su camisa, parecía ser una herida muy grande

—Padre—pronuncié angustiado—por favor no te levantes.

Busque desesperado la figura de mi madre esperando apoyara mis palabras y le ordenara a mi padre permanecer sentado.

—Madre—dije suplicante— por favor dile que se detenga.

—Marianne—mi padre alzó la voz como si le ordenará qué hiciera caso omiso a mi petición —ya sabes lo que debes hacer de ahora en adelante, déjame darle mis instrucciones a mi hijo.

Sus ojos cristalinos solo eran prueba del dolor qué le había causado su orden, pero sabia que ella no se negaría a nada de lo que mi padre exigiera. Asintió, pero dejo escapar un sollozo ocultando su rostro entre las palmas de su manos.

—Sígueme, hijo.

Dio un paso y al parecer el esfuerzo le ocasionó dolor así que me coloque a su lado para qué me usará como apoyo.

—Padre—insistí—por favor quedate quieto o te harás más daño, espera a que un médico venga a sanar tu herida.

—Ya no me queda mucho tiempo hijo, esto es importante—aludió en tono grave— estoy utilizando mis últimas fuerzas para contarte algo que te incumbe así que escúchame con atención.

Volvió a toser, pero en esta ocasión dejo escapar sangre por la boca, mancho todo alrededor, pero no desistió y continuo guiándome hasta un cuadro detrás de su escritorio, era una puerta. Cuando lo deslizó, contemple unas escaleras oscuras qué no parecían tener fin, baje al paso de mi padre, peldaño por peldaño y cada paso sentí que su fuerza se apagaba.

No supe en que momento las lágrimas se deslizaron por mis mejillas, estaba asustado y muy confundido, no sabía qué hacer y tampoco a donde nos dirigíamos.

Llegamos al final de esas escaleras, pero no pude ver con claridad, sin embargo, en cuestión de segundos mi padre sucumbió dejándose caer sobre el suelo.

—¡Papá! —grité asustado, quizás era la primera vez que me dirigía hacia él de tal forma—por favor levántate.

En esos segundos de desesperación logré jalar su cuerpo para enderezarlo.

—¡Necesito ayuda, por favor! —grité lo más fuerte que pude, en esa oscuridad sentí un terror puro adentrándose en mi cuerpo, apuñalando mi corazón, mi padre estaba muriendo y yo no podía hacer nada por él. Jamás en mi vida había sentido tanta impotencia y dolor que en este momento.

—Roy, hijo— Su voz volvió a escucharse— hay una lámpara sobre la mesa, es de aceite, enciéndela.

—Si papá—me atreví a pronunciar, haciendo exactamente lo que había pedido. Busque la mesa y la encontré chocando contra ella, tente lo que había en su superficie y encontré fósforos al igual que la lámpara qué mi padre necesitaba.

Trate de encender la lámpara de aceite con un fósforo, pero mis manos temblaban demasiado, al punto de dejarlo caer al suelo por lo nervioso que me encontraba, nada tenía sentido en ese momento, ni siquiera la manera en como encendí el pabilo porque me queme el dedo, ardió, pero mi dolor físico dolía menos a comparación del tremendo nudo qué tenía atorado en mi garganta y amenazaba con salir en cualquier momento.

Cuando la llama se avivó e ilumino el sitio, descubrí qué la habitación en la que nos encontrábamos era mucho más grande de lo que imaginaba, lo que vi ahí, no era nada que no hubiese visto en las muchas habitaciones polvosas de la casa, en donde solían guardar reliquias antiguas, ahí se encontraban de cajas llenas de lo que parecían ser libros, hojas y mapas, pero hubo algo que llamo mi atención, un cuadro que retrataba a una familia.

—Lo que ves ahí— dijo con dificultad— es el legado de mi familia y ahora será tuyo.

Me acerqué e incline, deje la lámpara a un lado para poder sostener su cabeza.

—Padre, debo llamar a alguien.

—No—ladeo la cabeza negándose a mi súplica—escúchame bien hijo mío, lo que hay en esta habitación será la causa de la guerra qué esta por venir, ha sido la causa de la muerte de mis padres, será la razón por la cual moriré yo y probablemente sea la tuya si no terminas con esta masacre.

Tomo mi rostro entre sus manos, pude sentir como su sangre me manchaba el rostro, pero al ver su seriedad y como segundo a segundo su vitalidad y el brillo de sus ojos desaparecía, me atreví a preguntar:

—¿Por qué?

—Porque eres un príncipe, eres el legítimo heredero de este reino— creí que lo que me decía eran alucinaciones debido a la pérdida de su sangre, pero fueran ciertas o no debía escucharlo— nuestra sangre ha sido derramada generación tras generación y ahora tú serás el último hijo de la familia real Volkov. Guarda bien este secreto hijo mío, mantenlo guardado como el más grande tesoro, debes vengar a tu familia y buscar la paz qué el reino necesita, pero sobre todo no olvides que te amo mi querido hijo.

Su voz se apagó y sus ojos azules se quedaron inmóviles mirándome fijamente.

—¿Padre? — moví su cuerpo esperando una señal de su parte—¡Papá!

Sacudí su cuerpo varias veces en el suelo, una y otra vez pero no respondió.

Me derrumbé en su pecho abrazándolo con todas mi fuerzas, llorando y gritando, esperando ayuda, alguien me dijera que él estaba bien, pero nadie vino. Ninguna persona respondió a mi llamado aunque continúe gritando hasta que sentí que me quede sin voz.

Me levanté del cuerpo de mi padre y regresé a la oficina donde vi a mi madre aguardando aún con las manos cubiertas ocultando sus lágrimas.

Me aproximé a ella y la abrace aferrándome a su cuerpo, estruje la tela de su camisón entre mis dedos, dejando escapar todo el dolor y la frustración qué mi corazón sentía.

—Mi padre... él ya no despertó —anuncié entre sollozos.

—Él esta bien—mintió, pero agradecí que intentara consolarme, era el primer gesto amoroso qué me demostraba— ven te llevaré de nuevo a la cama.

Me tomo de la mano y me llevo devuelta, como si nada hubiera pasado, pero seguía llorando y cada lágrima qué derramaba me partía el corazón. Volvimos a mi habitación, me arropo y acaricio mi cabello antes de darme un beso en la mejilla.

—Lo que te dijo tu padre— dijo intentando aparentar ser fuerte— no debes mencionárselo a nadie y su muerte, bueno... lo guardaremos en secreto.

Asentí, asustado no dejaba de temblar, pero me sentía muy cansado, creí que el sueño vendría y me quedaría dormido, pero eso no paso, cuando mi madre se fue me quede despierto recordando lo que había sucedido, llore pensando en que ya no lo vería jamás. Cuestione mi suerte y porque el secreto qué mi padre había protegido hasta el final era tan importante para sacrificarlo todo.

Al salir el sol, la señora Marta se horrorizó al ver sangre en mi pijama. No dije nada al respecto cuando me pregunto por ello, me sentía perdido, atrapado en mis pensamientos, un extraño mundo del que no podría salir nunca en mi vida.

—No haga preguntas. Ahora cambie su ropa de inmediato— alegó mi madre al entrar. Desee poder expresarle a mi muy amada nana todo lo que había pasado, decirle cuanto me dolía y me ahogaba no poder hablar con nadie sobre lo que había pasado, pero no habría sido capaz de hacerlo. No tenía la fuerza suficiente para decirle que mi padre estaba muerto y quizás mi madre trataría de ocultarlo.

—Vamos Roy—extendió su mano hacia mí y tomo la maleta qué aguardaba por mí— el teniente ha venido por ti.

La miré y noté que llevaba puesto un hermoso vestido, quizás ya se había deshecho del camisón

Me llevo hasta el vestíbulo donde ya no había ningún rastro de lo que había pasado horas atrás y salimos a donde un hombre en uniforme esperaba.

Mi madre se disculpó por la ausencia de mi padre y le expreso su agradecimiento por ayudarme a ingresar a tan corta edad en la academia militar, le aseguro que no lo decepcionaría, pero no sabia si era cierto o no.

—¿Cómo te llamas? —cuestionó el hombre probando quizás mi valor al hablar.

—Mi nombres es Roy Fitzgerald Dashwood , señor.

—Muy bien, Roy ¿Te gustaría decirle algo a tu madre antes de partir?

La miré, su vestimenta y maquillaje le ayudaban a aparentar muy bien su dolor, pero aún recordaba la mirada cristalina que había derramado lágrimas tan solo unas horas atrás, así que por esos ojos, me jure a mí mismo terminar con la masacre de la familia Dashwood o más bien de la familia Volkov y encontrar a los que había dado muerte a mi padre.

—No te preocupes por mí, estaré bien. Cuando regrese terminaré lo que mi padre me encomendó.

Y ella solo sonrió ante mis palabras, qué más que palabras eran una promesa de que vengaría y daría fin al infierno al que habían sometido a mi familia.

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