Alexandra GreenEl abrazo de mi padre y el cálido consuelo que me ofrecía me hacían sentir como si el tiempo se hubiera detenido. En ese momento, en sus brazos, me sentía segura y protegida, algo que había extrañado durante mi ausencia.Pero como siempre había sido, a mí me perseguían los problemas y la felicidad de nuestro reencuentro se vio empañada por la llegada de mi madrastra, que como había ocurrido desde su llegada a nuestra vidas, demostró el poco cariño que tenía hacia mí y por eso, ahora no tenía ningún disimuló de mostrarme hostilidad de manera descarada.Como me quedé en silencio lo repitió.—Alexandra, ¡Estoy hablando contigo! ¿Acaso eres sorda? —gruñó con rabia.Mi padre me soltó, frunció el ceño y se volvió hacia ella.—Margaret, ella es mi hija, no puedes negarle la entrada a su propio hogar —replicó con firmeza.—Tú siempre has sido un debilucho, Arthur, no me sorprende que la sigas defendiendo a pesar de todo lo que ha hecho —espetó Margaret con desprecio.Mi padre
Catherine DimitrakisMi corazón latió con fuerza mientras escuchaba la voz de mi mamá a través del teléfono. Sin embargo, al ver entrar a mi padre a la habitación y hacer esa pregunta, me sentí atrapada en medio de una situación que no sabía cómo manejar.—Yo… —balbuceé, no encontrando qué decir.“Yo no quiero hablar con él, por favor”, me susurró mi madre con tono conmovido.—Por favor, hija, pásamela, si no hablo con ella voy a enloquecer —dijo mi padre con una expresión de tristeza.Yo cerré los ojos, los apreté con fuerza, tratando de tomar la decisión correcta, hasta que por fin hablé.—Papá, si estoy hablando con ella —ante mis palabras esbozó una expresión de asombro en su rostro—, pero ella ha llamado para hablar conmigo, si está huyendo de ti no creo que quiera hablarte.Sin embargo, mi padre no le prestó atención a mis palabras y terminó quitándome el teléfono.—¿Dónde estás? ¿Sabes lo angustiado que estoy por ti? Cuando llegué a casa y vi esa carta, sentí como si fuese una
Von DimitrakisHabíamos buscado el listado de los ginecobstetra del pueblo el día anterior, y hoy empezaríamos a recorrer los consultorios uno por uno, pero justo cuando estaba saliendo del hotel vi entrar a Alexandra a la cafetería del frente acompañada de dos hombres.—¡Foster, esa es mi esposa! Y anda con un par de idiotas ¡Esa mujer me va a escuchar! —exclamé —, Voy a buscarla.Salí corriendo, cuando iba a cruzar la calle un auto venía a toda velocidad y dio un frenazo justo cuando iba a llegar a mi lado, el hombre nervioso me gritó unas palabras y yo lo ignoré, estaba pendiente, era de ver qué estaba haciendo Alexandra.Al entrar en el café vi a mi mujer hablando con un hombre de los que la acompañaban, caminé hacia la mesa donde estaban y escuché la conversación, cuando vi que iba a colocar su mano en la de mi mujer, la rabia bulló dentro de mí, y sin poder ocultar mi furia me acerqué a ellos y lo detuve.El hombre se levantó y me miró con aprensión, pero antes de que pudiera de
Von DimitrakisRobert Smith, el hermanastro de Alexandra, y su madre intercambiaron miradas nerviosas. Parecían sorprendidos por nuestra declaración, como si nunca hubieran esperado que alguien se atreviera a cuestionar su posesión de la casa.—No sé de qué están hablando —dijo Robert con una voz temblorosa—. Esta casa es de mi madre y de nosotros, ese viejo la puso a su nombre cuando creyó que se iba a morir.—Eso no es cierto y lo saben, no es lo que dicen los documentos, él le dio un poder y tu madre aprovechó mientras lo intervenían quirúrgicamente y la colocó a su nombre, hay acciones civiles y penales en su contra. Además, de ello, estoy dispuesto a ejercer acciones penales por lo que le hicieron a mi esposa embarazada, les juro que Von Dimitrakis no deja pasar una afrenta —expresé con firmeza.—¿Dimitrakis? ¿Es usted familiar del propietario del consorcio Dimitrakis? —preguntó Robert con curiosidad.—No, no soy familiar del propietario —dije y en la expresión del hombre se dibu
Alexandra GreenVon me quitó las prendas de un tirón, y sin previo aviso me cubrió los pechos con su suave y cálida boca. Mientras me mordía y succionaba mis duros y pequeños botones, me alzó por las caderas dejándome a horcajadas encima de su cuerpo.Con cada caricia y beso que untaba en mi cuerpo, yo ardía más, ansiosa por sentir su toque en todas partes.Él se alzó un poco y besó mis labios de manera apasionada, dejando ver el inmenso deseo que sentía por mí.Descendió poco a poco, besando mi cuello, me inclinó hacia atrás y masajeó con suavidad mis senos, al mismo tiempo subió sus labios, haciéndolos perder sobre el lóbulo de mi oreja y la línea de mi cuello. Mi cuerpo tembló como si fuese gelatina. Estaba a punto de volverme loca ante el deleite sin precedentes que sentía.Se giró y de nuevo quedé debajo de él, todo mi cuerpo se estremeció cuando él besó mi ombligo y acarició con delicadeza mi vientre, mientras le decía palabras dulces a mi hijo. De allí, sus labios se deslizaro
Von DimitrakisNo podía contener mi nerviosismo, me daba terror que le pasara algo a ella o al niño, cuando ella me ordenó buscar la pañalera y la maleta, salí corriendo una vez que los tuve, las subí al auto y arranqué.Cuando salí tenía la sensación de que se me había olvidado algo importante, con el silencio reinando en el auto, me di cuenta de mi error y ya había hecho un largo recorrido, sentí un sudor frío recorrer mi frente y mi corazón latió con tanta fuerza que pensé que se saldría de mi pecho.—¡Carajo! Dejé a Alexandra, me va a matar.No podía creer mi gran equivocación, había dejado a Alexandra en el patio, con contracciones y lista para dar a luz, ¡y me había ido sin ella!Sintiéndome culpable y abrumado por la ansiedad, giré el auto en medio de la carretera y comencé a regresar a toda velocidad. La imagen de Alexandra en el patio, sin saber qué hacer y en medio de contracciones, se me grabó en la mente.Cuando llegué a la casa, salí del auto tan rápido y allí mismo encon
Von DimitrakisLa noticia de que la madre de Catherine estaba buscando la custodia de nuestra hija nos impactó como un rayo, creando demasiada angustia y pesar en nuestros corazones.Debimos viajar a Nueva York, para poder lidiar con el asunto de la mejor manera. Cuando llegamos a casa, Foster nos estaba esperando y nos dio detalles sobre la situación y nos explicó que la madre de Catherine, ahora pretendía reclamar su derecho legal como madre.Nos sentamos juntos en la sala, el pequeño Alexander en nuestros brazos, mientras tratábamos de procesar lo que esto significaba para nuestra familia. —¿Cómo es posible que quiera la custodia después de todo este tiempo? —pregunté, con una mezcla de incredulidad y enojo—, pero tenemos la renuncia que tiene de la custodia y la patria potestad, ella me firmó los documentos.Foster suspiró y se pasó la mano por la cabeza y allí supe qué había más de lo que pensábamos.—El problema amigo es que se renuncia al ejercicio de la patria potestad, no a
Alexandra GreenA medida que pasaba el tiempo, Catherine y su hermano Alexander crecían juntos, amándose y construyendo un vínculo fuerte, duradero e inquebrantable. La familia Dimitrakis Green estaba lista para enfrentar cualquier desafío que el futuro pudiera traer, sabiendo qué juntos podíamos superar cualquier obstáculo.El tiempo fue pasando y después de completar dos años más de estudio logré licenciarme, el día de mi graduación me tocó dar las palabras de agradecimiento por mi índice académico.Ver a mi esposo, a mi padre y a mi niña que ya tenía casi nueve años me llenó de profunda alegría.Aunque estaba un poco nerviosa, logré controlar mis nervios y subí a dar mi discurso.“En este momento es imposible no recordar todos los momentos difíciles que tuve que superar para llegar hasta aquí. La muerte de mi madre cuando era muy niña, el traslado a otra ciudad, adaptarme, un corazón roto, hasta una estafa que me quitó todo lo que había trabajado, hasta que conocí a dos personas qu