El auto donde iban Lisandro y Carolina avanzaba a toda velocidad por la carretera, dejando atrás la ciudad y adentrándose en un paisaje cada vez más rural. La tensión en el vehículo era palpable, con ambos sumidos en un silencio cargado de preocupación.Lisandro mantenía la vista hacia la ventana. Carolina, a su lado, alternaba entre mirar por la ventana y observar a su esposo, notando la palidez de su rostro y el sudor que perlaba su frente.—Lisandro, ¿estás bien? —preguntó finalmente, su voz suave, pero cargada de preocupación—. Tal vez deberíamos detenernos un momento para que descanses.Él negó con la cabeza, sin apartar la vista del camino.—No hay tiempo, Carolina. Cada minuto cuenta. No sabemos qué puede estar pasando con los niños.Carolina asintió, entendiendo la urgencia, pero sin poder evitar preocuparse por la salud de su esposo.—Lo sé, amor. Aunque no nos servirá de nada llegar si tú...Sus palabras fueron interrumpidas por el sonido del teléfono de Lisandro. Era Lares
Lisandro no bajó el arma, su mirada fría y determinada.—No me subestimes, madre. Ya no soy el niño que podías manipular a tu antojo y tampoco el hijo que te admiraba, porque ahora sé la clase de persona que eres, así que baja el arma. ¡Ahora!Carolina, parada junto a Lisandro, observaba la escena con horror. Sus ojos iban de Genoveva a Leandro, quien yacía herido en el suelo, la sangre empapando su camisa.—Por favor, —suplicó Carolina—, ya basta de violencia. Piensa en los niños, Genoveva. ¿Es esto lo que quieres que vean?Genoveva soltó una risa amarga.—¿Los niños? Todo lo que he hecho ha sido por ellos. Por su futuro, por su legado.—No, —interrumpió Leandro, su voz débil pero firme—. Lo has hecho por ti misma, por tu ambición desmedida.Genoveva giró bruscamente hacia él, sus ojos llenos de furia.—¡Cállate! Tú no tienes derecho a hablar. Me engañaste todos estos años, haciéndome creer que eras un hombre intachable, y no eres más que un maldito jefe de mafia.Lisandro sintió que
El silencio que siguió a la aparición del hombre fue ensordecedor. Genoveva, con los brazos heridos y el rostro pálido como un fantasma, miraba al recién llegado como si hubiera visto resucitar a un muerto y es que no era para menos allí estaba quienes todos creyeron que así había sido.—Enrico... —susurró, finalmente, su voz apenas audible.Enrico Armone, estaba de pie en la entrada de la sala, con un arma en la mano y una expresión fría en su rostro. Sus ojos recorrieron la escena frente a él, deteniéndose brevemente en cada persona.—Veo que llegué justo a tiempo para la reunión familiar —dijo con sarcasmo, su voz cargada de amargura.Lisandro, aún en shock, fue el primero en recuperar la voz.—¿Cómo... cómo es posible? Se suponía que estabas muerto.Enrico soltó una risa sin humor.—La muerte es un concepto muy flexible en nuestro mundo, ¿no crees, Genoveva? —dijo, clavando su mirada en la mujer.Genoveva, aún sosteniendo a Dante, pero con menos fuerza debido a sus heridas, intent
Los paramédicos comenzaron a trabajar con rapidez para estabilizar a Leandro sobre una camilla. Su herida seguía sangrando, y su respiración era entrecortada, pero consciente. No revisaron a Genoveva porque Enrico había dicho que estaba muerta. Lisandro observó con ojos llenos de preocupación, a pesar de todo lo ocurrido y lo que se había enterado, Leandro había sido un buen padre y Genoveva hasta que había ocurrido el problemas con Carolina, siempre había sido una buena madre, pero no tenía idea de cuando todo cambió, jamás imaginó que sus aparentes perfectos e intachables padres estuvieran rodeados de tanta basura.Y Genoveva aunque había muerto, no sentía dolor, solo alivio, porque sabía que de estar viva ellos no tendrían paz.Siguió viendo a su padre y en ese momento uno de los paramédicos habló.—Lo llevaremos de inmediato al hospital más cercano —dijo uno de los paramédicos, ajustando los monitores conectados al pecho de Leandro y sacándolo de allí.Lisandro se acercó tambalea
Con esas palabras, Enrico, encendió el cerillo, lo tuvo un momento en sus manos, mientras no dejaba de mirar a Genoveva, hasta que terminó lanzándolo en su cuerpo.Las llamas envolvieron rápidamente el cuerpo de Genoveva, silenciando sus últimos balbuceos. Enrico observó impasible cómo el fuego consumía a la mujer que tanto daño había causado. No había satisfacción en su mirada, solo una fría determinación.—Asegúrense de que no quede nada de ella —ordenó a sus hombres—. Quiero que desaparezca cualquier rastro de su existencia.Los hombres asintieron en silencio, acostumbrados a este tipo de tareas. Enrico se dio la vuelta, dejando atrás el macabro espectáculo. Tenía asuntos más importantes que atender.Caminó hacia el auto donde Carolina esperaba con los niños. Su rostro no revelaba nada de lo que acababa de hacer.—Vamos —dijo simplemente al subir al vehículo.Carolina lo miró con una mezcla de curiosidad y aprensión, pero no preguntó nada. Sabía que había cosas que era mejor no sab
Inés avanzó un paso, todavía atónita.—¿Cómo es posible? Creímos... creí que habías muerto. Todos lo creíamos.Tomasso, menos impresionado, pero claramente cauteloso, se acercó lentamente.—¿Qué significa esto, Enrico? ¿Por qué reapareces ahora, después de tanto tiempo? ¿Por qué no me dijiste que estabas vivo? ¿Sabes lo culpable que me sentí por no haberme quedado a salvarte? A ti, a mi hermano del alma, ¿acaso no confías en mí? —inquirió en tono dolido.Enrico mantuvo su postura tranquila, pero sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y propósito.—Por supuesto que confío en ti, Tomasso. Eres mi hermano del alma. Pero necesitaba mantenerme oculto, incluso de ti, para protegerlos a todos. —¿Nos hiciste pasar por todo esto a propósito? ¿Me separaste de Dante por gusto? ¿Y todo lo planeaste? —inquirió Inés con incredulidad.—No planeé mi atentado, eso fue obra de Genoveva, le avisé a algunos enemigos, les dio mi ubicación y los envié. Luego de lo ocurrido, yo necesitaba hacerle cre
Inés sintió como si las palabras de Enrico fueran un golpe directo a su pecho. Su mirada permaneció fija en él, tratando de descifrar hasta qué punto estaba dispuesto a llegar.—¿Pierdo a mi hijo? —repitió, su voz temblorosa pero cargada de indignación—. —¿Me estás dando un ultimátum? ¿Después de todo lo que hemos pasado? ¿Crees que puedes usarlo como un arma para manipularme?Inés miró a Enrico, sus ojos llenos de una mezcla de incredulidad y dolor. Él mantuvo su mirada firme, aunque un atisbo de culpa se asomó en sus ojos.—No es un ultimátum, Inés. Es la realidad. No puedo y no quiero, no voy a separarme de mi hijo otra vez. Y si tú no estás dispuesta a venir con nosotros...—¿Nosotros? —interrumpió Inés, su voz temblando ligeramente—. ¿Ya has decidido?Enrico suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto de frustración.—Inés, entiende. Este mundo, mi mundo, es peligroso. Pero es mi realidad. Y ahora que Genoveva ya no está, tengo la oportunidad de hacer las cosas diferen
Enrico se acercó rápidamente, su rostro una mezcla de confusión y preocupación.—¿Qué le pasa? ¿Por qué reaccionó así al verme? —preguntó, arrodillándose junto a Inés para examinar a María.Inés negó con la cabeza, igualmente desconcertada. —No lo sé. Nunca la había visto actuar de esta manera. Es como si, de pronto, hubiera visto un fantasma. ¡¿Qué hiciste para que reaccionara así?! —exclamó, su voz, una mezcla de furia y miedo.Enrico negó con la cabeza, avanzando un paso hacia ellas.—¿Yo? No hice nada. No entiendo por qué me miró de esa manera. —¡Pues lo averiguaremos! —Inés tomó el rostro de María entre sus manos, dándole pequeñas palmaditas en las mejillas—. María, despierta. Por favor, dime qué pasa.Mientras intentaban reanimar a María, Tomasso entró corriendo a la habitación, alarmado por el ruido.—¿Qué sucedió? —preguntó, evaluando rápidamente la escena.—María se desmayó al ver a Enrico, —explicó Inés. —Parecía aterrorizada, como si lo conociera.Tomasso frunció el ceño,