Por su parte, Carolina entró en la clínica apresuradamente, con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. Había pasado las últimas horas intentando no pensar en lo peor, pero las palabras del médico seguían resonando en su cabeza.“El proceso es riesgoso, pero es nuestra mejor opción”.En la recepción, una enfermera amable la dirigió hacia el área de cuidados intensivos. Allí la esperaba el doctor, un hombre de cabello canoso y rostro sereno que sostenía una carpeta con las últimas actualizaciones de Lisandro.—Señora Carolina —la saludó con un tono calmado, aunque profesional—. Gracias por venir tan rápido. Tenemos que discutir el estado de su esposo antes de proceder.Carolina asintió, sintiendo que un nudo se formaba en su garganta.—¿Cómo está? —preguntó, intentando sonar más fuerte de lo que se sentía.El doctor suspiró, abriendo la carpeta y hojeando los informes.—Lisandro está estable, pero débil. Hemos estado monitorizando sus nive
Carolina entró en la habitación y cerró la puerta suavemente tras ella. Su madre se sentó en el borde de la cama, su mirada perdida en algún punto distante.—Mamá, por favor, háblame —insistió Carolina, sentándose junto a ella—. ¿Qué fue lo que viste en Enrico que te afectó tanto?María suspiró profundamente, como si estuviera reuniendo fuerzas para hablar.—Es una historia muy vieja, hija. Una que he intentado olvidar durante años.Carolina tomó la mano de su madre entre las suyas.—Estoy aquí para escucharte, mamá. Sea lo que sea.María cerró los ojos un momento, las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, sin poder frenar esa lucha interna. Durante mucho tiempo había tratado de mantener esos recuerdos en un rincón de su mente, para evitar que le causaran daño, pero ahora parecía que la verdad la estaba buscando y le daba miedo que la alcanzara.—Mamá, por favor, ¿Qué te atormenta? —insistió Carolina, pero María no estaba dispuesta a hablar, aunque en su rostro era evidente el dolo
María respiró hondo, tratando de calmar los latidos frenéticos de su corazón. El rostro impasible de su suegro la observaba, esperando su reacción, mientras las palabras que había escuchado retumbaban en su mente. Estaba en un torbellino de emociones, atrapada entre el amor por su hijo y el horror de lo que se avecinaba. La revelación de Domenico y su padre resonaba en su mente como un eco aterrador. La idea de que su hija, aún no nacida, pudiera ser sacrificada por el bien de la organización, la llenaba de desesperación. Sabía que no tenía alternativa; si intentaba huir en ese momento, la encontrarían, y sus dos hijos estarían en peligro. Debía encontrar el momento adecuado.—Los escuché... —pronunció, su voz temblando, pero firme.Los dos hombres se miraron, sorprendidos por su confesión. Ella aprovechó ese momento para recomponerse y continuar antes de que pudieran reaccionar.—. Y si es una niña y no le sirve a la organización... entonces acepto abortarla. Ustedes pongan la fech
El sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Enrico y Tomasso se encontraban en una finca a las afueras de la ciudad, un lugar que en el pasado solía ser un refugio para Enrico, pero que ahora se sentía más como una prisión. La tensión en el aire era palpable, y el silencio solo era interrumpido por el canto de los pájaros y el suave susurro del viento.Tomasso, con una mirada inquisitiva, rompió el silencio. —¿Qué vamos a hacer, Enrico? —preguntó, su voz grave, resonando en el ambiente—. ¿Vas a dejar a Dante con su madre?Enrico, con el ceño fruncido, respondió con determinación.—No. Me voy a llevar a mi hijo conmigo. Le di hasta hoy para que se preparara y decidiera venirse conmigo.Tomasso lo miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.—¿De verdad crees que ella va a renunciar a su hijo? —preguntó—. Si no lo hizo antes que huyó, no creo que lo vaya a hacer ahora.Enrico esbozó una risa irónica c
Enrico salió de la casa con un golpe de puerta que resonó en el silencio de la sala. Su corazón latía con fuerza, y la rabia lo consumía mientras caminaba hacia el coche con pasos firmes, sus pensamientos desbordados por la furia. Dante era su hijo, su sangre, y nadie, ni siquiera Inés, iba a arrebatárselo.Entretanto, había dejado a Carolina en un estado de terrible remordimiento, sentía que había traicionado a la persona que más los había ayudado. Pero es que se encontraba entre la espada y la pared, no podía traicionar a Inés porque ella era su hermana, la persona que más la había ayudado.Cuando Enrico subió al vehículo y, encendió el motor, sacó su teléfono para hacer una llamada.—¿La tienen localizada? —preguntó con voz cortante.Del otro lado de la línea, una voz masculina respondió con rapidez.—Sí, señor. Salieron temprano esta mañana en un transporte, la estamos siguiendo.—Perfecto. Manténganla vigilada, pero no actúen todavía. Quiero que sienta que tiene escapatoria antes
Inés se quedó paralizada en medio de la calle, el eco de su propio grito resonando en su mente. La imagen de Dante siendo arrebatado de sus brazos se repetía una y otra vez, como un mantra torturador. La desesperación la envolvía, y el mundo a su alrededor se desvanecía en un mar de confusión y dolor. Los hombres que se habían llevado a su hijo desaparecieron rápidamente en el tráfico, y ella se sintió como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. La gente a su alrededor murmuraba, algunos sacando sus teléfonos para grabar la escena, pero nadie se atrevía a ayudarla. La soledad la golpeó con fuerza, y el miedo se apoderó de su corazón.—¡Dante! —gritó una vez más, su voz desgarrada por la angustia. Pero no hubo respuesta. Solo el murmullo de la multitud y el ruido de los coches que pasaban.Inés se dejó caer de rodillas en el suelo, sintiendo que el aire se le escapaba de los pulmones. Las lágrimas caían sin control por su rostro, y su mente se llenaba d
Enrico mantuvo el arma en alto por unos segundos más, su mano temblando ligeramente. La tensión en la habitación era palpable. Finalmente, bajó el arma lentamente, y su rostro, una máscara de emociones contradictorias.—Maldita seas, mujer —gruñó, pasándose una mano por el cabello con frustración—. ¿Por qué tienes que hacer todo tan difícil?Inés soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo, pero mantuvo su postura firme.—Porque estoy luchando por mi hijo, Enrico. Igual que tú.Tomasso, que había estado observando la escena con creciente preocupación, intervino.—Escuchen, los dos. Esto no puede seguir así. Están lastimando a Dante con su pelea. Necesitan encontrar una solución que funcione para todos.Enrico e Inés se miraron, la hostilidad en sus ojos mezclándose con un destello de comprensión reluctante. —Tal vez... —comenzó Inés, su voz suavizándose ligeramente—. Tal vez podríamos intentar una custodia compartida. Dante necesita a ambos en su vida.Enrico frunció el ceño
La mañana siguiente llegó con una mezcla de tensión y expectación en el ambiente. Inés se despertó con una sensación incómoda en el estómago, el mismo que se le revolvía cada vez que pensaba en lo que estaba por venir. Sabía que ese contrato no sería más que una extensión del control de Enrico, un mecanismo para asegurarse de que ella cumpliera con su parte mientras él hacía lo que quería.Caminó a la cocina y se puso a preparar su café, el aroma llenó el ambiente, dándole un poco de tranquilidad. Sabía que el abogado de Enrico llegaría pronto para presentarles el contrato que habían acordado la noche anterior. La idea de un acuerdo legal que uniera sus vidas de alguna manera, aunque fuera solo en papel, la inquietaba. Enrico, por otro lado, estaba sentado en el salón, leyendo el periódico como si fuera cualquier día normal, pero la verdad es que estaba nervioso esperando la llegada del letrado. Minutos después, cuando el timbre sonó, Inés sintió un escalofrío recorrer su espalda,