Enrico mantuvo el arma en alto por unos segundos más, su mano temblando ligeramente. La tensión en la habitación era palpable. Finalmente, bajó el arma lentamente, y su rostro, una máscara de emociones contradictorias.—Maldita seas, mujer —gruñó, pasándose una mano por el cabello con frustración—. ¿Por qué tienes que hacer todo tan difícil?Inés soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo, pero mantuvo su postura firme.—Porque estoy luchando por mi hijo, Enrico. Igual que tú.Tomasso, que había estado observando la escena con creciente preocupación, intervino.—Escuchen, los dos. Esto no puede seguir así. Están lastimando a Dante con su pelea. Necesitan encontrar una solución que funcione para todos.Enrico e Inés se miraron, la hostilidad en sus ojos mezclándose con un destello de comprensión reluctante. —Tal vez... —comenzó Inés, su voz suavizándose ligeramente—. Tal vez podríamos intentar una custodia compartida. Dante necesita a ambos en su vida.Enrico frunció el ceño
La mañana siguiente llegó con una mezcla de tensión y expectación en el ambiente. Inés se despertó con una sensación incómoda en el estómago, el mismo que se le revolvía cada vez que pensaba en lo que estaba por venir. Sabía que ese contrato no sería más que una extensión del control de Enrico, un mecanismo para asegurarse de que ella cumpliera con su parte mientras él hacía lo que quería.Caminó a la cocina y se puso a preparar su café, el aroma llenó el ambiente, dándole un poco de tranquilidad. Sabía que el abogado de Enrico llegaría pronto para presentarles el contrato que habían acordado la noche anterior. La idea de un acuerdo legal que uniera sus vidas de alguna manera, aunque fuera solo en papel, la inquietaba. Enrico, por otro lado, estaba sentado en el salón, leyendo el periódico como si fuera cualquier día normal, pero la verdad es que estaba nervioso esperando la llegada del letrado. Minutos después, cuando el timbre sonó, Inés sintió un escalofrío recorrer su espalda,
Esa misma noche, después de la euforia vivida por Dante, Inés salió al pasillo después de asegurarse de que estuviera profundamente dormido. La casa estaba en completo silencio. Sin embargo, no dudó en caminar a la sala, donde encontró a Enrico escuchando música sentado en un sillón, con una copa de vino en la mano y una expresión pensativa que parecía fuera de lugar en alguien como él.—Tenemos que hablar —dijo Inés, cruzando los brazos con firmeza.Enrico alzó una ceja, pero no parecía sorprendido.—¿Sobre qué? —preguntó con desdén, girando la copa en su mano.—Sobre esto —dijo, haciendo un gesto amplio que abarcaba todo lo que había ocurrido desde que llegaron a la casa—. No puedo casarme contigo mañana. Es demasiado pronto.Enrico dejó la copa sobre la mesa y la miró con una sonrisa burlona.—Aceptaste el acuerdo, Inés. Mañana te conviertes en mi esposa, le guste a quien le guste.Ella apretó los labios, furiosa.—Sí, lo acepté, pero no tan rápido. Pensé que me iba a dar tiempo a
El comentario de Enrico sobre su cumpleaños cayó como una bomba en la habitación. Carolina e Inés intercambiaron miradas de asombro y confusión, mientras Enrico permanecía sumido en sus pensamientos.—¿Tu cumpleaños es el 10 de agosto? —preguntó Carolina, rompiendo el silencio.Enrico asintió lentamente, su mirada fija en la puerta por donde María había desaparecido.—Sí, es una coincidencia extraña, ¿no crees? —murmuró, más para sí mismo que para las demás.Inés, sintiendo que había algo más detrás de todo esto, dio un paso adelante.—Enrico, ¿qué está pasando? Pareces... perturbado.Él la miró, sus ojos llenos de una emoción que Inés no pudo descifrar.—No, todo está bien —respondió; sin embargo, en su interior había algo que no cuadraba. La reacción de María al verlo, su llanto el mismo día de su cumpleaños... ¿Qué escondía la madre de Carolina? Se pasó una mano por el cabello, frustrado—. ¿Tendrías algún inconveniente en que hablara con tu madre?Carolina, protectora como siempre
Mientras tanto, María y Carolina se sentaron en la primera fila, observando a Inés con una mezcla de orgullo y preocupación. María sentía que el peso de su pasado la aplastaba, y cada vez que miraba a Enrico, una punzada de dolor la atravesaba. —Mamá, ¿estás segura de que estás bien? —preguntó Carolina, con la voz baja, mientras la ceremonia comenzaba.María asintió, sin embargo, su mirada no podía evitar fijarse en Enrico, su hijo, quien estaba de pie junto a Inés, con una expresión seria en su rostro. —Solo estoy un poco nerviosa —respondió María, tratando de mantener la compostura.Carolina la miró fijamente, sintiendo que había algo más detrás de su respuesta. Apretó suavemente la mano de su madre, intuyendo que había algo más detrás de su nerviosismo. —Mamá, si hay algo que debas decirme, es mejor que lo hagas ahora. No quiero que guardes secretos que puedan lastimarnos a todos.María suspiró, sintiendo que el tiempo se le acababa, tragó saliva, sintiendo un nudo en la gargant
El silencio en la sala se volvió insoportable. Todos los presentes observaban expectantes a Inés, que permanecía inmóvil, su mirada fija en el suelo, como si buscara respuestas en las vetas de la madera.—Inés... —susurró Enrico, con una mezcla de impaciencia y advertencia, apenas audible para los más cercanos.La oficiante, incómoda ante la falta de respuesta, intentó suavizar el momento repitiendo la pregunta con delicadeza.—Inés, ¿acepta usted a Enrico como su legítimo esposo?Ella seguía sin responder, nerviosa, sus ojos se desviaron hacia Enrico, se encontró con su mirada fija, penetrante, como si pudiera leer sus pensamientos. Su ceño fruncido denotaba irritación, pero también algo más... ¿Era eso preocupación? No podía estar segura. En ese instante, sintió que su mundo estaba a punto de derrumbarse."Esto es una locura", pensó. "No debería estar aquí. No debería estar haciendo esto". Respiró profundamente, intentando calmar el temblor de sus manos. Iba a negarse, pero en ese
Un par de días después.Carolina respiró hondo mientras se acercaba a la clínica, como hacía todos los días. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el pasillo con un brillo cálido que contrastaba con la frialdad del lugar. Su corazón latía con fuerza; ese era un día crucial. Lisandro empezaba con el acondicionamiento para el proceso de trasplante, con las quimioterapias para eliminar las células enfermas, aunque la incertidumbre la invadía. La tranquilidad de Lisandro le daba un rayo de esperanza.Al llegar a la habitación, miró a Lisandro a través del cristal sentado en la cama, con una expresión serena en su rostro. El médico, un hombre de mediana edad con una sonrisa tranquilizadora, llegó justo detrás de ella. —Carolina, me alegra que estés aquí. Ya estamos listos para iniciar el proceso hoy mismo. Confío en que todo saldrá bien —, dijo el médico, mientras revisaba los documentos en su mano.Carolina asintió, tratando de mantener la compostura.—Gracias,
Carolina regresó a casa en silencio. El día había sido agotador emocionalmente. La conversación con Leandro la había dejado llena de dudas, y cada palabra parecía abrir un nuevo abismo de preguntas en su mente. Entró al jardín buscando un poco de paz, pero allí estaba María, sentada en un banco bajo el sol, distraída, mirando las flores sin prestarles verdadera atención.Carolina dudó antes de acercarse. No sabía cómo abordar el tema que la tenía intranquila desde la clínica. Optó por sentarse junto a su madre sin decir nada. María, al percatarse de su presencia, tomó su mano suavemente, como solía hacerlo cuando era niña.—¿Cómo está Lisandro? —preguntó María, rompiendo el incómodo silencio.Carolina apretó los labios y luego respondió con sinceridad.—Luchando. Está haciendo todo lo posible por salir adelante.María asintió lentamente, sus ojos aún fijos, en algún punto indeterminado del jardín. El silencio regresó entre ambas, esta vez más denso, como si las palabras que querían de