El silencio en la sala se volvió insoportable. Todos los presentes observaban expectantes a Inés, que permanecía inmóvil, su mirada fija en el suelo, como si buscara respuestas en las vetas de la madera.—Inés... —susurró Enrico, con una mezcla de impaciencia y advertencia, apenas audible para los más cercanos.La oficiante, incómoda ante la falta de respuesta, intentó suavizar el momento repitiendo la pregunta con delicadeza.—Inés, ¿acepta usted a Enrico como su legítimo esposo?Ella seguía sin responder, nerviosa, sus ojos se desviaron hacia Enrico, se encontró con su mirada fija, penetrante, como si pudiera leer sus pensamientos. Su ceño fruncido denotaba irritación, pero también algo más... ¿Era eso preocupación? No podía estar segura. En ese instante, sintió que su mundo estaba a punto de derrumbarse."Esto es una locura", pensó. "No debería estar aquí. No debería estar haciendo esto". Respiró profundamente, intentando calmar el temblor de sus manos. Iba a negarse, pero en ese
Un par de días después.Carolina respiró hondo mientras se acercaba a la clínica, como hacía todos los días. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el pasillo con un brillo cálido que contrastaba con la frialdad del lugar. Su corazón latía con fuerza; ese era un día crucial. Lisandro empezaba con el acondicionamiento para el proceso de trasplante, con las quimioterapias para eliminar las células enfermas, aunque la incertidumbre la invadía. La tranquilidad de Lisandro le daba un rayo de esperanza.Al llegar a la habitación, miró a Lisandro a través del cristal sentado en la cama, con una expresión serena en su rostro. El médico, un hombre de mediana edad con una sonrisa tranquilizadora, llegó justo detrás de ella. —Carolina, me alegra que estés aquí. Ya estamos listos para iniciar el proceso hoy mismo. Confío en que todo saldrá bien —, dijo el médico, mientras revisaba los documentos en su mano.Carolina asintió, tratando de mantener la compostura.—Gracias,
Carolina regresó a casa en silencio. El día había sido agotador emocionalmente. La conversación con Leandro la había dejado llena de dudas, y cada palabra parecía abrir un nuevo abismo de preguntas en su mente. Entró al jardín buscando un poco de paz, pero allí estaba María, sentada en un banco bajo el sol, distraída, mirando las flores sin prestarles verdadera atención.Carolina dudó antes de acercarse. No sabía cómo abordar el tema que la tenía intranquila desde la clínica. Optó por sentarse junto a su madre sin decir nada. María, al percatarse de su presencia, tomó su mano suavemente, como solía hacerlo cuando era niña.—¿Cómo está Lisandro? —preguntó María, rompiendo el incómodo silencio.Carolina apretó los labios y luego respondió con sinceridad.—Luchando. Está haciendo todo lo posible por salir adelante.María asintió lentamente, sus ojos aún fijos, en algún punto indeterminado del jardín. El silencio regresó entre ambas, esta vez más denso, como si las palabras que querían de
La tensión en la casa era palpable. Carolina no podía dejar de pensar en la extraña reacción de su madre al ver a Leandro, y las palabras enigmáticas de este resonaban en su mente. Decidida a llegar al fondo del asunto, se dirigió a la habitación de María.Golpeó suavemente la puerta. —Mamá, ¿puedo pasar? —preguntó con voz suave.Hubo un momento de silencio antes de que María respondiera con voz temblorosa.—Adelante, hija.Carolina entró y encontró a su madre sentada en la cama, con una expresión de angustia en su rostro. Se sentó a su lado y tomó su mano.—Mamá, necesito que me digas la verdad. ¿Qué está pasando? ¿De dónde conoces a Leandro?María cerró los ojos y respiró profundamente antes de hablar.—Carolina, hay cosas de mi pasado que nunca te conté. Cosas que quise dejar atrás para protegerte.—¿Protegerme de qué, mamá? —insistió Carolina.María la miró con ojos llenos de lágrimas.—De la verdad sobre tu padre... y sobre quién es él realmente.Carolina sintió que el corazón l
Enrico condujo hasta la casa de Carolina; su mente era un torbellino de emociones. La ira, la confusión y el dolor se mezclaban en su interior mientras repasaba mentalmente las preguntas que quería hacerle a María. ¿Por qué los había abandonado? ¿Por qué no le dijo la verdad cuando lo vio?Al llegar, encontró a María en el jardín, regando unas flores. Por un momento, la imagen de la mujer mayor, tranquila y apacible, contrastó con la tormenta que rugía dentro de él. Respiró hondo, intentando calmarse, antes de acercarse.—María —llamó, su voz tensa.Ella se giró, sorprendida por su presencia. Al ver su expresión, la sonrisa de bienvenida se desvaneció de su rostro.—Enrico... ¿Qué haces aquí? —preguntó, un temblor apenas perceptible en su voz.Él sacó los resultados del análisis de su bolsillo y los agitó frente a ella.—Creo que es hora de que hablemos, ¿no crees? —dijo, su tono cargado de amargura—. ¿O prefieres seguir fingiendo que no eres mi madre?María palideció, dejando caer la
Carolina se llevó una mano a la boca, ahogando un sollozo. Todo lo que creía saber sobre su vida, sobre su familia, se estaba desmoronando frente a sus ojos. Se tambaleó, sintiendo que el suelo se movía bajo sus pies. La revelación de que Enrico era su hermano la golpeó con la fuerza de un tsunami, dejándola sin aliento."No... no puede ser verdad", pensó, negando con la cabeza. Pero al mirar a su madre, vio la culpa y el arrepentimiento escritos en su rostro.—Mamá... ¿Es cierto? —preguntó, su voz apenas un susurro.María asintió lentamente, las lágrimas corriendo por sus mejillas.—Sí, es verdad. Lo siento tanto, hija. Enrico es tu hermano mayor. Nunca quise que las cosas fueran así.Carolina se tambaleó, sintiendo que las piernas le fallaban. Enrico, a pesar de su propia ira y confusión, se acercó instintivamente para sostenerla.—Siéntate —dijo, guiándola hacia un banco cercano—. Creo que todos necesitamos escuchar la historia completa.María los miró a ambos, sus hijos, juntos po
Enrico salió del despacho de Tomasso con la mente en ebullición. La conversación con su amigo había dejado más preguntas que respuestas, y la inquietud lo seguía como una sombra. Extrañando que Inés no hubiese salido a saludarla, comenzó a buscarla en el jardín, la cocina y en cada sala y salón compartido de la casa, pero se dio cuenta de que no estaba en ninguna parte.—¿Dónde estará? —murmuró para sí mismo, sintiendo que la frustración comenzaba a acumularse en su pecho.Al final, decidió ir a su habitación, con la esperanza de encontrarla allí. Al llegar, se detuvo frente a la puerta, dudando por un momento. Golpeó suavemente, sin embargo, no recibió respuesta. Lo que hizo crecer la inquietud en su interior. —Inés, ¿estás ahí? —preguntó, su voz resonando en el silencio.Nada. Solo el eco de su propia voz. Enrico sintió un impulso de abrir la puerta, porque la necesidad de hablar con ella era abrumadora. Buscó en la mesa a un lado y encontró un juego de llaves, con un suspiro deci
Inés se sacudió bajo el peso de Enrico, intentando recuperar el control de la situación. Pero él era fuerte, demasiado fuerte, y la intensidad de su mirada la desarmaba. Los labios de Enrico se movían con una precisión devastadora sobre los suyos, y aunque quería gritar, lo único que logró fue un gemido ahogado que traicionó su voluntad.—¡Enrico, suéltame! —logró articular finalmente, su voz ronca por la emoción contenida.Él se detuvo, pero no se apartó. Su rostro quedó a centímetros del de ella, sus respiraciones entrelazándose. Los ojos de Enrico ardían con una mezcla de desafío y deseo.—Admítelo, Inés. Esto no es solo odio. Hay algo más… me deseas —murmuró, su tono bajo y grave como una caricia.Inés lo miró con furia, aunque su cuerpo la delataba. Sus mejillas estaban encendidas, sus labios hinchados por el contacto, y su pecho subía y bajaba rápidamente. Pero no estaba dispuesta a darle la satisfacción de aceptar lo que sentía.—¡Eres un imbécil arrogante! —gritó, empujándolo