Inés avanzó un paso, todavía atónita.—¿Cómo es posible? Creímos... creí que habías muerto. Todos lo creíamos.Tomasso, menos impresionado, pero claramente cauteloso, se acercó lentamente.—¿Qué significa esto, Enrico? ¿Por qué reapareces ahora, después de tanto tiempo? ¿Por qué no me dijiste que estabas vivo? ¿Sabes lo culpable que me sentí por no haberme quedado a salvarte? A ti, a mi hermano del alma, ¿acaso no confías en mí? —inquirió en tono dolido.Enrico mantuvo su postura tranquila, pero sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y propósito.—Por supuesto que confío en ti, Tomasso. Eres mi hermano del alma. Pero necesitaba mantenerme oculto, incluso de ti, para protegerlos a todos. —¿Nos hiciste pasar por todo esto a propósito? ¿Me separaste de Dante por gusto? ¿Y todo lo planeaste? —inquirió Inés con incredulidad.—No planeé mi atentado, eso fue obra de Genoveva, le avisé a algunos enemigos, les dio mi ubicación y los envié. Luego de lo ocurrido, yo necesitaba hacerle cre
Inés sintió como si las palabras de Enrico fueran un golpe directo a su pecho. Su mirada permaneció fija en él, tratando de descifrar hasta qué punto estaba dispuesto a llegar.—¿Pierdo a mi hijo? —repitió, su voz temblorosa pero cargada de indignación—. —¿Me estás dando un ultimátum? ¿Después de todo lo que hemos pasado? ¿Crees que puedes usarlo como un arma para manipularme?Inés miró a Enrico, sus ojos llenos de una mezcla de incredulidad y dolor. Él mantuvo su mirada firme, aunque un atisbo de culpa se asomó en sus ojos.—No es un ultimátum, Inés. Es la realidad. No puedo y no quiero, no voy a separarme de mi hijo otra vez. Y si tú no estás dispuesta a venir con nosotros...—¿Nosotros? —interrumpió Inés, su voz temblando ligeramente—. ¿Ya has decidido?Enrico suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto de frustración.—Inés, entiende. Este mundo, mi mundo, es peligroso. Pero es mi realidad. Y ahora que Genoveva ya no está, tengo la oportunidad de hacer las cosas diferen
Enrico se acercó rápidamente, su rostro una mezcla de confusión y preocupación.—¿Qué le pasa? ¿Por qué reaccionó así al verme? —preguntó, arrodillándose junto a Inés para examinar a María.Inés negó con la cabeza, igualmente desconcertada. —No lo sé. Nunca la había visto actuar de esta manera. Es como si, de pronto, hubiera visto un fantasma. ¡¿Qué hiciste para que reaccionara así?! —exclamó, su voz, una mezcla de furia y miedo.Enrico negó con la cabeza, avanzando un paso hacia ellas.—¿Yo? No hice nada. No entiendo por qué me miró de esa manera. —¡Pues lo averiguaremos! —Inés tomó el rostro de María entre sus manos, dándole pequeñas palmaditas en las mejillas—. María, despierta. Por favor, dime qué pasa.Mientras intentaban reanimar a María, Tomasso entró corriendo a la habitación, alarmado por el ruido.—¿Qué sucedió? —preguntó, evaluando rápidamente la escena.—María se desmayó al ver a Enrico, —explicó Inés. —Parecía aterrorizada, como si lo conociera.Tomasso frunció el ceño,
Por su parte, Carolina entró en la clínica apresuradamente, con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. Había pasado las últimas horas intentando no pensar en lo peor, pero las palabras del médico seguían resonando en su cabeza.“El proceso es riesgoso, pero es nuestra mejor opción”.En la recepción, una enfermera amable la dirigió hacia el área de cuidados intensivos. Allí la esperaba el doctor, un hombre de cabello canoso y rostro sereno que sostenía una carpeta con las últimas actualizaciones de Lisandro.—Señora Carolina —la saludó con un tono calmado, aunque profesional—. Gracias por venir tan rápido. Tenemos que discutir el estado de su esposo antes de proceder.Carolina asintió, sintiendo que un nudo se formaba en su garganta.—¿Cómo está? —preguntó, intentando sonar más fuerte de lo que se sentía.El doctor suspiró, abriendo la carpeta y hojeando los informes.—Lisandro está estable, pero débil. Hemos estado monitorizando sus nive
Carolina entró en la habitación y cerró la puerta suavemente tras ella. Su madre se sentó en el borde de la cama, su mirada perdida en algún punto distante.—Mamá, por favor, háblame —insistió Carolina, sentándose junto a ella—. ¿Qué fue lo que viste en Enrico que te afectó tanto?María suspiró profundamente, como si estuviera reuniendo fuerzas para hablar.—Es una historia muy vieja, hija. Una que he intentado olvidar durante años.Carolina tomó la mano de su madre entre las suyas.—Estoy aquí para escucharte, mamá. Sea lo que sea.María cerró los ojos un momento, las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, sin poder frenar esa lucha interna. Durante mucho tiempo había tratado de mantener esos recuerdos en un rincón de su mente, para evitar que le causaran daño, pero ahora parecía que la verdad la estaba buscando y le daba miedo que la alcanzara.—Mamá, por favor, ¿Qué te atormenta? —insistió Carolina, pero María no estaba dispuesta a hablar, aunque en su rostro era evidente el dolo
María respiró hondo, tratando de calmar los latidos frenéticos de su corazón. El rostro impasible de su suegro la observaba, esperando su reacción, mientras las palabras que había escuchado retumbaban en su mente. Estaba en un torbellino de emociones, atrapada entre el amor por su hijo y el horror de lo que se avecinaba. La revelación de Domenico y su padre resonaba en su mente como un eco aterrador. La idea de que su hija, aún no nacida, pudiera ser sacrificada por el bien de la organización, la llenaba de desesperación. Sabía que no tenía alternativa; si intentaba huir en ese momento, la encontrarían, y sus dos hijos estarían en peligro. Debía encontrar el momento adecuado.—Los escuché... —pronunció, su voz temblando, pero firme.Los dos hombres se miraron, sorprendidos por su confesión. Ella aprovechó ese momento para recomponerse y continuar antes de que pudieran reaccionar.—. Y si es una niña y no le sirve a la organización... entonces acepto abortarla. Ustedes pongan la fech
El sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Enrico y Tomasso se encontraban en una finca a las afueras de la ciudad, un lugar que en el pasado solía ser un refugio para Enrico, pero que ahora se sentía más como una prisión. La tensión en el aire era palpable, y el silencio solo era interrumpido por el canto de los pájaros y el suave susurro del viento.Tomasso, con una mirada inquisitiva, rompió el silencio. —¿Qué vamos a hacer, Enrico? —preguntó, su voz grave, resonando en el ambiente—. ¿Vas a dejar a Dante con su madre?Enrico, con el ceño fruncido, respondió con determinación.—No. Me voy a llevar a mi hijo conmigo. Le di hasta hoy para que se preparara y decidiera venirse conmigo.Tomasso lo miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.—¿De verdad crees que ella va a renunciar a su hijo? —preguntó—. Si no lo hizo antes que huyó, no creo que lo vaya a hacer ahora.Enrico esbozó una risa irónica c
Enrico salió de la casa con un golpe de puerta que resonó en el silencio de la sala. Su corazón latía con fuerza, y la rabia lo consumía mientras caminaba hacia el coche con pasos firmes, sus pensamientos desbordados por la furia. Dante era su hijo, su sangre, y nadie, ni siquiera Inés, iba a arrebatárselo.Entretanto, había dejado a Carolina en un estado de terrible remordimiento, sentía que había traicionado a la persona que más los había ayudado. Pero es que se encontraba entre la espada y la pared, no podía traicionar a Inés porque ella era su hermana, la persona que más la había ayudado.Cuando Enrico subió al vehículo y, encendió el motor, sacó su teléfono para hacer una llamada.—¿La tienen localizada? —preguntó con voz cortante.Del otro lado de la línea, una voz masculina respondió con rapidez.—Sí, señor. Salieron temprano esta mañana en un transporte, la estamos siguiendo.—Perfecto. Manténganla vigilada, pero no actúen todavía. Quiero que sienta que tiene escapatoria antes