El aire en la oficina de Carolina estaba cargado de tensión. Las luces fluorescentes parpadeaban, reflejando la inquietud que se cernía sobre el ambiente. Valeria, con el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas, se encontraba frente a Carolina, quien la miraba con incredulidad. Carolina sentía que cada mirada la juzgaba, cada susurro era un cuchillo que perforaba su ya desgastada confianza. Frente a ella, Valeria bajaba la cabeza, sus manos temblorosas jugueteaban con el borde de la venda en su brazo, su angustia de Valeria era palpable, y su voz temblaba cuando finalmente se atrevió a hablar.—Lo siento, Carolina —murmuró Valeria con voz trémula, como si cargara el peso del mundo sobre sus hombros—. No puedo seguir cubriéndote. Tengo miedo… miedo de que me hagas daño… o algo peor.La indignación explotó dentro de Carolina como un volcán en erupción.—¿Cubriéndome? ¿Qué estás diciendo? —exclamó, su voz cargada de incredulidad y rabia—. ¡Di la verdad, Valeria! Sabes que yo no te he
Lisandro, en el hospital, sentía que algo no estaba bien. La ausencia de Carolina lo inquietaba, y la idea de que su madre pudiera estar detrás de todo lo que estaba sucediendo lo atormentaba. Miró el reloj con creciente ansiedad. Cada segundo que pasaba sin noticias de Carolina lo llenaba de inquietud. Había pasado más tiempo del que esperaba desde que ella salió de casa, y su instinto le decía que algo no estaba bien. Con el corazón en un puño, decidió llamar a la casa. La voz de su suegra se escuchó al otro lado de la línea.—¿Carolina está allí? —inquirió con un nudo en la garganta.“No, Lisandro, salió hace unas horas hacia la clínica”, respondió con preocupación, percatándose del estado de alarma en Lisandro. “¿Pasa algo?”, preguntó.—María, ella no ha llegado, ¿La acompañaron algunos escoltas?“No, ella quiso irse sola”.—No debió salir sola, las cosas no están bien, voy a enviar a alguien a buscarlaLisandro colgó, sintiendo que la preocupación se transformaba en un miedo pal
Carolina, sentada en la sala donde la habían dejado "para calmarse", se obligaba a respirar profundamente, a pesar del peso opresivo que sentía en el pecho. Las paredes blancas parecían cerrarse sobre ella, y cada minuto que pasaba intensificaba la angustia. Tenía que pensar, tenía que actuar. Genoveva estaba ganando, y si no hacía algo rápido, terminaría perdiendo todo lo que amaba.La mente de Carolina trabajaba frenéticamente. Se levantó, caminó de un lado a otro, buscando cualquier cosa que pudiera darle ventaja. Estaba desesperada al ver al mundo desmoronarse a su alrededor. “Debo ser más inteligente”, pensó, tratando de calmar su mente. Sabía que no podía dejar que Genoveva se saliera con la suya. Tenía que encontrar una manera de salir de allí y proteger a sus hijos.Los enfermeros y el agente habían bajado la guardia, confiados en que su última demostración de furia confirmaba la supuesta inestabilidad mental que Genoveva había fabricado.Aprovechando un momento de descuido,
Mientras tanto, Lisandro, que se sentía atado de manos por su propio tratamiento, luchaba contra la impotencia que lo consumía. La enfermedad lo tenía en un estado vulnerable, pero su mente seguía funcionando, y eso era lo único que le daba un atisbo de esperanza. Con un esfuerzo titánico, logró enviar un mensaje a uno de sus hombres de confianza, ordenando que rastrearan los últimos movimientos de Carolina antes de su desaparición. Sabía que el tiempo era esencial, y cada segundo que pasaba sin noticias de ella lo llenaba de angustia. La imagen de Carolina, atrapada y sufriendo, lo perseguía en cada momento de lucidez, sabía que su madre no tendría compasión con ella y de solo pensarlo su angustia aumentaba. El mensaje fue breve, pero cargado de significado. "Rastrea sus movimientos. Encuentra la verdad", había escrito. Lisandro sabía que su jefe de seguridad, haría lo que fuera necesario para ayudar, pero la impotencia de no poder hacer más lo consumía. Se sentía como un prisi
La enfermera se quedó observando a Carolina por un momento. Su expresión era difícil de leer, una mezcla de curiosidad y compasión. Sus manos se detuvieron sobre la bandeja, como si dudara entre seguir el protocolo o escuchar las súplicas de la mujer frente a ella.—Por favor… —continuó Carolina, su voz quebrándose—. No puedo quedarme aquí. Mis hijos me necesitan. Lisandro me necesita. Esto es un malentendido… mi suegra… ella me odia y ha manipulado todo para hacer creer que estoy loca.La enfermera suspiró profundamente, como si estuviera librando una batalla interna.—Señora, yo solo soy una empleada aquí. Mi trabajo es asegurarme de que usted esté bien cuidada y reciba el tratamiento —respondió con voz calmada, pero sin verdadera convicción.Carolina notó un destello de duda en los ojos de la mujer y decidió aprovecharlo.—Si tiene hijos… si alguna vez ha amado a alguien más que a su propia vida, por favor, entienda lo que estoy pasando. Esto no es un capricho, no estoy aquí porque
Genoveva miró a su esposo alejarse con una mezcla de desprecio y furia. Sus ojos ardían con un odio que parecía palpable en el aire. —No sabes con quién te metiste, Leandro —dijo con voz fría, cada palabra impregnada de veneno—. Has firmado tu sentencia de muerte.Sin esperar respuesta, tomó su teléfono móvil y marcó un número que conocía de memoria. La voz al otro lado de la línea era familiar, pero no menos inquietante.—Tengo un trabajo para ti… necesito que secuestres a mi esposo y le des una lección —ordenó, su tono autoritario no dejaba lugar a dudas.El hombre al otro lado titubeó, sorprendido por la solicitud.—Señora, ¿cómo le hará eso a su esposo? Creo que no está bien…La respuesta vacilante del hombre encendió la ira de Genoveva.—¿Haces lo que te estoy pidiendo o el muerto serás tú? —su voz se tornó amenazante, y el silencio en la línea fue suficiente para que supiera que había logrado intimidarlo.Genoveva colgó, sintiéndose satisfecha por el poder que había ejercido. S
En el hospital, Lisandro recibió noticias de su jefe de seguridad. El hombre había rastreado los movimientos de Carolina hasta el momento de su desaparición y estaba seguro de que había sido llevada en un vehículo registrado a nombre de una de las empresas de Genoveva y también le informó que los niños se los había llevado ella.—Sabía que había sido Genoveva… maldita sea… —murmuró Lisandro, apretando los puños contra la cama.El médico, quien había escuchado parte de la conversación, entró rápidamente en la habitación.—Señor Quintero, debe calmarse. Su tratamiento comienza en unas horas y no podemos permitir que su estado emocional interfiera.Lisandro lo miró con furia contenida.—¿Cómo diablos espera que me calme cuando mi esposa está secuestrada y mis hijos en peligro? ¡Necesito salir de aquí!El médico colocó una mano firme en su hombro.—Entiendo su desesperación, pero si no cuida su salud, no podrá hacer nada por ellos. Déjenos ayudar.Lisandro respiró profundamente, intentand
Lisandro esperó unos minutos después de que Genoveva se fue para poner en marcha su plan. Con movimientos cuidadosos, desconectó los monitores y sueros a los que estaba conectado. Cada movimiento le producía dolor, pero la determinación de rescatar a Carolina y proteger a sus hijos lo impulsaba a seguir adelante.Se vistió con dificultad, aprovechando que las enfermeras estaban distraídas en el cambio de turno. Cuando estuvo listo, abrió sigilosamente la puerta de su habitación y se asomó al pasillo. Estaba desierto.Con pasos tambaleantes, pero decididos, Lisandro avanzó por el corredor, pegado a la pared para mantenerse estable. Su corazón latía acelerado, tanto por el esfuerzo físico como por la adrenalina de la fuga.Por fin logró llegar hasta el ascensor sin ser detectado. Mientras bajaba, respiró profundamente, intentando calmar el mareo que lo invadía. —Resiste —, se dijo a sí mismo. —Carolina, te necesita.En la planta baja, Lisandro se mezcló entre los visitantes que entrab