Carolina corría por las calles desconocidas, su corazón latiendo desbocado. El uniforme de enfermera que llevaba puesto la hacía sentir expuesta, como si en cualquier momento alguien pudiera reconocerla y llevarla de vuelta a ese infierno. Cada vez que escuchaba una sirena o veía un auto que se parecía al de Genoveva, sentía que el pánico la invadía. No sabía hacia dónde ir, pero sabía que tenía que alejarse lo más posible de la clínica.Después de correr durante lo que le pareció una eternidad, Carolina se detuvo en un callejón para recuperar el aliento. Se apoyó contra la pared, jadeando, mientras trataba de pensar en su próximo movimiento."Tengo que contactar a Lisandro", pensó. Pero no tenía teléfono ni dinero. Estaba completamente sola en una parte que no conocía.Mientras contemplaba sus opciones, escuchó voces acercándose. El miedo la paralizó por un momento, pero luego se obligó a moverse. Se escondió detrás de un contenedor de basura, conteniendo la respiración mientras dos
Leandro estaba en su despacho cuando el hombre que Genoveva había enviado para cumplir su orden llegó a la mansión de la familia Quintero Ovalles. Se presentó con una expresión grave, y Leandro lo miró con curiosidad. —¿Qué ocurre?—preguntó Leandro. El hombre cerró la puerta tras de sí y se acercó al esposo de la mujer con una mezcla de urgencia y cautela. —Señor, necesito hablar con usted en privado —dijo el hombre, su tono apremiante. Leandro lo miró con recelo, pero también con una creciente preocupación. —¿Qué sucede? —preguntó, dejando de lado los papeles que revisaba. El hombre dio un paso más cerca, bajando la voz. —Es sobre su esposa, señor, debemos irnos. Su esposa lo ha mandado a matar —dijo—, su voz era seria y directa. Leandro lo miró incrédulo, como si las palabras del hombre no tuvieran sentido. —¡¿Qué?! ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? Genoveva nunca haría algo así. Es mi esposa. El hombre asintió, con la expresión seria. —Señor, lo digo con seriedad,
Genoveva, por su parte, comenzó a dar órdenes desde su auto. —Quiero que bloqueen todas las salidas principales de la ciudad. Si tiene a los niños, debe dirigirse a algún lugar seguro. ¡Encuéntrenlo antes de que se salga con la suya! —ordenó a sus hombres, su tono implacable. Uno de ellos intentó razonar. —Señora, tal vez deberíamos reconsiderar. Si seguimos con esto, podríamos llamar demasiado la atención. Ella giró bruscamente hacia él, sus ojos brillaban con un peligro latente. —¿Reconsiderar? ¡¿Reconsiderar qué?! ¿Dejar que ese idiota arruine mis planes? —susurró con veneno. Luego se recostó en el asiento y añadió con una sonrisa gélida—. No me detendré hasta que tenga a esos niños de vuelta. Y si Leandro quiere enfrentarse a mí, que así sea, pero que cargue con las consecuencias. —Señora… las cosas no son como piensa… el señor Leandro… tiene mucho poder y… —Sandeces, eso es lo que dices. No cuestiones mis órdenes. Las cosas se harán como yo digo y no admito dis
El silencio que siguió a las palabras de Leandro fue absoluto. Los hombres de Genoveva se miraron entre sí, confundidos y temerosos. La autoridad que emanaba de Leandro era palpable, como si de repente se hubiera quitado una máscara que había llevado durante mucho tiempo.—Durante años he permitido que Genoveva jugara sus juegos, pensando que tenía el control. Pero se equivocó al amenazar a mis nietos y la felicidad de mi hijo."¿Qué está pasando? ¡Respondan!" La voz de Genoveva sonó desde el teléfono caído, su tono cada vez más frenético, mientras le ordenaba al chofer que se diera prisa.Leandro se acercó al teléfono, lo recogió, lo puso en alta voz, habló directamente a Genoveva.—Creo que es hora de que tengamos una conversación, querida —, dijo, su voz fría como el hielo. —Has jugado tu juego durante demasiado tiempo, pero esto se acabó."¿Leandro? ¿Qué estás diciendo?" La voz de Genoveva sonaba desconcertada, perdiendo por primera vez su tono autoritario.—Lo que oyes, Genoveva.
Apenas Lisandro llegó a la mansión de su padre, bajó y entró a buscar a sus hijos.—¿Dónde están los niños? —preguntó sin detenerse para comenzar a buscarlos por toda la casa.—No están, señor, su padre se los ha llevado para alejarlos de la señora Genoveva —respondió el hombre con un atisbo de nerviosismo.—¿A dónde se fue con ellos?—No lo sé con certeza, señor —respondió el hombre, visiblemente nervioso—. El señor Leandro no quiso revelar su destino exacto por seguridad. Solo dijo que los llevaría a un lugar donde estarían bien protegidos, lejos del alcance de la señora Genoveva.Lisandro apretó los puños, frustrado, pero también aliviado de que su padre hubiera actuado para proteger a los niños. —¿Hace cuánto se fueron? ¿Dijo algo más?—Se fueron hace como un poco más de una hora, señor. El señor Leandro parecía muy decidido y precavido.Carolina, que había estado escuchando la conversación, se acercó a Lisandro y lo tomó del brazo.—Amor, debemos confiar en tu padre. Si se llev
Mientras tanto, Genoveva se acercaba a la cabaña donde estaba Leandro, su mente llena de furia y determinación. Había dejado a sus hombres cerca, pero sabía que debía enfrentar a Leandro sola. Le molestaba que la hubiera dejado como una estúpida frente a todos, y temía perder el respeto de sus hombres.Le pidió a sus hombres que se quedaran fuera para que él no sospechara. Mientras ella se acercó a la casa, cuando llegó, comenzó a tocar la puerta con furia. Un par de minutos después apareció Leandro, su figura imponente y segura parecía otro. La estaba esperando, por eso no se sorprendió al verla; conocía a su esposa lo suficiente como para saber que nunca se daba por vencido. —Leandro —dijo Genoveva, su voz cargada de desdén mientras entraba a la casa—. Vengo desarmada —dijo, levantando las manos aparentemente inofensivas, llegó a la sala y luego comenzó a reclamarle—. ¿Realmente crees que puedes deshacerte de mí tan fácilmente? ¿Hacerme a un lado y humillarme frente a todos?Lean
El auto donde iban Lisandro y Carolina avanzaba a toda velocidad por la carretera, dejando atrás la ciudad y adentrándose en un paisaje cada vez más rural. La tensión en el vehículo era palpable, con ambos sumidos en un silencio cargado de preocupación.Lisandro mantenía la vista hacia la ventana. Carolina, a su lado, alternaba entre mirar por la ventana y observar a su esposo, notando la palidez de su rostro y el sudor que perlaba su frente.—Lisandro, ¿estás bien? —preguntó finalmente, su voz suave, pero cargada de preocupación—. Tal vez deberíamos detenernos un momento para que descanses.Él negó con la cabeza, sin apartar la vista del camino.—No hay tiempo, Carolina. Cada minuto cuenta. No sabemos qué puede estar pasando con los niños.Carolina asintió, entendiendo la urgencia, pero sin poder evitar preocuparse por la salud de su esposo.—Lo sé, amor. Aunque no nos servirá de nada llegar si tú...Sus palabras fueron interrumpidas por el sonido del teléfono de Lisandro. Era Lares
Lisandro no bajó el arma, su mirada fría y determinada.—No me subestimes, madre. Ya no soy el niño que podías manipular a tu antojo y tampoco el hijo que te admiraba, porque ahora sé la clase de persona que eres, así que baja el arma. ¡Ahora!Carolina, parada junto a Lisandro, observaba la escena con horror. Sus ojos iban de Genoveva a Leandro, quien yacía herido en el suelo, la sangre empapando su camisa.—Por favor, —suplicó Carolina—, ya basta de violencia. Piensa en los niños, Genoveva. ¿Es esto lo que quieres que vean?Genoveva soltó una risa amarga.—¿Los niños? Todo lo que he hecho ha sido por ellos. Por su futuro, por su legado.—No, —interrumpió Leandro, su voz débil pero firme—. Lo has hecho por ti misma, por tu ambición desmedida.Genoveva giró bruscamente hacia él, sus ojos llenos de furia.—¡Cállate! Tú no tienes derecho a hablar. Me engañaste todos estos años, haciéndome creer que eras un hombre intachable, y no eres más que un maldito jefe de mafia.Lisandro sintió que