La enfermera se quedó observando a Carolina por un momento. Su expresión era difícil de leer, una mezcla de curiosidad y compasión. Sus manos se detuvieron sobre la bandeja, como si dudara entre seguir el protocolo o escuchar las súplicas de la mujer frente a ella.—Por favor… —continuó Carolina, su voz quebrándose—. No puedo quedarme aquí. Mis hijos me necesitan. Lisandro me necesita. Esto es un malentendido… mi suegra… ella me odia y ha manipulado todo para hacer creer que estoy loca.La enfermera suspiró profundamente, como si estuviera librando una batalla interna.—Señora, yo solo soy una empleada aquí. Mi trabajo es asegurarme de que usted esté bien cuidada y reciba el tratamiento —respondió con voz calmada, pero sin verdadera convicción.Carolina notó un destello de duda en los ojos de la mujer y decidió aprovecharlo.—Si tiene hijos… si alguna vez ha amado a alguien más que a su propia vida, por favor, entienda lo que estoy pasando. Esto no es un capricho, no estoy aquí porque
Genoveva miró a su esposo alejarse con una mezcla de desprecio y furia. Sus ojos ardían con un odio que parecía palpable en el aire. —No sabes con quién te metiste, Leandro —dijo con voz fría, cada palabra impregnada de veneno—. Has firmado tu sentencia de muerte.Sin esperar respuesta, tomó su teléfono móvil y marcó un número que conocía de memoria. La voz al otro lado de la línea era familiar, pero no menos inquietante.—Tengo un trabajo para ti… necesito que secuestres a mi esposo y le des una lección —ordenó, su tono autoritario no dejaba lugar a dudas.El hombre al otro lado titubeó, sorprendido por la solicitud.—Señora, ¿cómo le hará eso a su esposo? Creo que no está bien…La respuesta vacilante del hombre encendió la ira de Genoveva.—¿Haces lo que te estoy pidiendo o el muerto serás tú? —su voz se tornó amenazante, y el silencio en la línea fue suficiente para que supiera que había logrado intimidarlo.Genoveva colgó, sintiéndose satisfecha por el poder que había ejercido. S
En el hospital, Lisandro recibió noticias de su jefe de seguridad. El hombre había rastreado los movimientos de Carolina hasta el momento de su desaparición y estaba seguro de que había sido llevada en un vehículo registrado a nombre de una de las empresas de Genoveva y también le informó que los niños se los había llevado ella.—Sabía que había sido Genoveva… maldita sea… —murmuró Lisandro, apretando los puños contra la cama.El médico, quien había escuchado parte de la conversación, entró rápidamente en la habitación.—Señor Quintero, debe calmarse. Su tratamiento comienza en unas horas y no podemos permitir que su estado emocional interfiera.Lisandro lo miró con furia contenida.—¿Cómo diablos espera que me calme cuando mi esposa está secuestrada y mis hijos en peligro? ¡Necesito salir de aquí!El médico colocó una mano firme en su hombro.—Entiendo su desesperación, pero si no cuida su salud, no podrá hacer nada por ellos. Déjenos ayudar.Lisandro respiró profundamente, intentand
Lisandro esperó unos minutos después de que Genoveva se fue para poner en marcha su plan. Con movimientos cuidadosos, desconectó los monitores y sueros a los que estaba conectado. Cada movimiento le producía dolor, pero la determinación de rescatar a Carolina y proteger a sus hijos lo impulsaba a seguir adelante.Se vistió con dificultad, aprovechando que las enfermeras estaban distraídas en el cambio de turno. Cuando estuvo listo, abrió sigilosamente la puerta de su habitación y se asomó al pasillo. Estaba desierto.Con pasos tambaleantes, pero decididos, Lisandro avanzó por el corredor, pegado a la pared para mantenerse estable. Su corazón latía acelerado, tanto por el esfuerzo físico como por la adrenalina de la fuga.Por fin logró llegar hasta el ascensor sin ser detectado. Mientras bajaba, respiró profundamente, intentando calmar el mareo que lo invadía. —Resiste —, se dijo a sí mismo. —Carolina, te necesita.En la planta baja, Lisandro se mezcló entre los visitantes que entrab
Carolina corría por las calles desconocidas, su corazón latiendo desbocado. El uniforme de enfermera que llevaba puesto la hacía sentir expuesta, como si en cualquier momento alguien pudiera reconocerla y llevarla de vuelta a ese infierno. Cada vez que escuchaba una sirena o veía un auto que se parecía al de Genoveva, sentía que el pánico la invadía. No sabía hacia dónde ir, pero sabía que tenía que alejarse lo más posible de la clínica.Después de correr durante lo que le pareció una eternidad, Carolina se detuvo en un callejón para recuperar el aliento. Se apoyó contra la pared, jadeando, mientras trataba de pensar en su próximo movimiento."Tengo que contactar a Lisandro", pensó. Pero no tenía teléfono ni dinero. Estaba completamente sola en una parte que no conocía.Mientras contemplaba sus opciones, escuchó voces acercándose. El miedo la paralizó por un momento, pero luego se obligó a moverse. Se escondió detrás de un contenedor de basura, conteniendo la respiración mientras dos
Leandro estaba en su despacho cuando el hombre que Genoveva había enviado para cumplir su orden llegó a la mansión de la familia Quintero Ovalles. Se presentó con una expresión grave, y Leandro lo miró con curiosidad. —¿Qué ocurre?—preguntó Leandro. El hombre cerró la puerta tras de sí y se acercó al esposo de la mujer con una mezcla de urgencia y cautela. —Señor, necesito hablar con usted en privado —dijo el hombre, su tono apremiante. Leandro lo miró con recelo, pero también con una creciente preocupación. —¿Qué sucede? —preguntó, dejando de lado los papeles que revisaba. El hombre dio un paso más cerca, bajando la voz. —Es sobre su esposa, señor, debemos irnos. Su esposa lo ha mandado a matar —dijo—, su voz era seria y directa. Leandro lo miró incrédulo, como si las palabras del hombre no tuvieran sentido. —¡¿Qué?! ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? Genoveva nunca haría algo así. Es mi esposa. El hombre asintió, con la expresión seria. —Señor, lo digo con seriedad,
Genoveva, por su parte, comenzó a dar órdenes desde su auto. —Quiero que bloqueen todas las salidas principales de la ciudad. Si tiene a los niños, debe dirigirse a algún lugar seguro. ¡Encuéntrenlo antes de que se salga con la suya! —ordenó a sus hombres, su tono implacable. Uno de ellos intentó razonar. —Señora, tal vez deberíamos reconsiderar. Si seguimos con esto, podríamos llamar demasiado la atención. Ella giró bruscamente hacia él, sus ojos brillaban con un peligro latente. —¿Reconsiderar? ¡¿Reconsiderar qué?! ¿Dejar que ese idiota arruine mis planes? —susurró con veneno. Luego se recostó en el asiento y añadió con una sonrisa gélida—. No me detendré hasta que tenga a esos niños de vuelta. Y si Leandro quiere enfrentarse a mí, que así sea, pero que cargue con las consecuencias. —Señora… las cosas no son como piensa… el señor Leandro… tiene mucho poder y… —Sandeces, eso es lo que dices. No cuestiones mis órdenes. Las cosas se harán como yo digo y no admito dis
El silencio que siguió a las palabras de Leandro fue absoluto. Los hombres de Genoveva se miraron entre sí, confundidos y temerosos. La autoridad que emanaba de Leandro era palpable, como si de repente se hubiera quitado una máscara que había llevado durante mucho tiempo.—Durante años he permitido que Genoveva jugara sus juegos, pensando que tenía el control. Pero se equivocó al amenazar a mis nietos y la felicidad de mi hijo."¿Qué está pasando? ¡Respondan!" La voz de Genoveva sonó desde el teléfono caído, su tono cada vez más frenético, mientras le ordenaba al chofer que se diera prisa.Leandro se acercó al teléfono, lo recogió, lo puso en alta voz, habló directamente a Genoveva.—Creo que es hora de que tengamos una conversación, querida —, dijo, su voz fría como el hielo. —Has jugado tu juego durante demasiado tiempo, pero esto se acabó."¿Leandro? ¿Qué estás diciendo?" La voz de Genoveva sonaba desconcertada, perdiendo por primera vez su tono autoritario.—Lo que oyes, Genoveva.