El silencio de la noche fue roto por el sonido metálico del arma de Enrico. Leandro, aún aturdido por el brusco despertar, mantuvo la calma a pesar de la amenazante situación.—Muchacho, baja el arma. Estás cometiendo un grave error —dijo Leandro con voz firme y serena.—El único error aquí es que te estés acercando mucho a mi madre, —gruñó Enrico, presionando más el cañón contra Leandro. —¿Qué pretendes con ella? ¿Burlarte? ¿Usarla?Leandro respiró hondo, midiendo cuidadosamente sus palabras. —Estás equivocado, no pretendo nada malo con María. La respeto y la aprecio sinceramente.—¡Mentira! —exclamó Enrico. —No eres más que un mafioso, un hombre sin escrúpulos. ¿Cómo puedo creer que tus intenciones son buenas? —Porque soy un hombre que ha vivido lo suficiente para valorar a una mujer como tu madre, — respondió Leandro con calma. —No busco burlarme ni aprovecharme de ella. Si valoré a una mujer como Genoveva con todo lo cruel y despiadada que era, ¿Cómo crees que no lo haré con Mar
María lo miró, con incredulidad.—No puedo creerlo... ¿Por qué harían algo así?Leandro se encogió de hombros, una pequeña sonrisa en sus labios.—Tal vez piensan que necesitamos pasar más tiempo juntos, ya me he dado cuenta que los niños están jugando a cupido con nosotros.El comentario hizo que María se sonrojara ligeramente. Un silencio incómodo se instaló entre ellos.—Yo... lo siento por lo de la otra noche —dijo finalmente María—. El comportamiento de Enrico fue inaceptable.Leandro negó con la cabeza.—No tienes que disculparte. Entiendo su preocupación. Después de todo, soy...—Un hombre maravilloso —interrumpió María, sorprendiéndose a sí misma con sus palabras.Los ojos de Leandro se abrieron con sorpresa, su corazón acelerándose.—María... —comenzó, pero ella lo interrumpió nuevamente.—Leandro yo… —él le colocó su dedo en los labios para evitar que hable.—Aquí… tú eres lo más maravilloso y aunque le dije a tu hijo que no me importabas sentimentalmente, la verdad es que n
Las palabras de María parecieron golpear a Enrico como un puño físico. Retrocedió un paso, su rostro pálido.—No puedes hablar en serio, mamá —dijo, su voz ahora más baja, casi suplicante—. ¿Has olvidado quién es él?María negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas contenidas.—Sé quién es, como sé quién eres tú, pero eso no significa que seas una mala persona, además, Leandro me hace feliz.Enrico miró a su madre, luego a Leandro, y de nuevo a su madre. La lucha interna era evidente en su rostro.—¡No voy a dejar que te burles de mi madre! —espetó furioso y sacó un arma.—¡Por Dios, Enrico! —gritó María llevándose una mano al pecho con miedo.En ese momento, Carolina, Inés y Lisandro, quienes fueron llamados por los niños, se acercaron.Fue Lisandro el primero que habló.—¡Ya basta! ¡Baja esa maldita arma! Para no ser celoso, estás actuando como un loco, y tu actitud está asustando a los niños, y a las mujeres que dices amar —lo reprendió.Las palabras de Lisandro parecieron pen
Los días pasaron con una calma aparente, pero Inés no podía ignorar el cambio en Enrico. Lo notaba más tenso y evasivo que de costumbre, incluso tenía la sensación de que parecía nervioso, es como si algo le estuviera preocupando demasiado.Su risa, que antes llenaba los espacios con calidez, ahora era forzada y breve, como si algo le inquietara profundamente. La preocupación comenzó a instalarse en el pecho de Inés.Se decía que, quizás, todo esto tenía que ver con la relación de su madre con Leandro, aunque en apariencia eso parecía superado, o tal vez… Eran los King, pensó.Una tarde, incapaz de seguir reprimiendo sus pensamientos, Inés decidió hablar con Lisandro mientras este estaba en la sala de estar.—Lisandro, ¿puedo hablar contigo? —preguntó y este asintió.—Claro, cuñada —le dijo—, ¿Qué te preocupa? ¿En qué puedo ayudarte?—Me preocupa, Enrico ¿no lo has notado que está actuando raro? ¿Más tenso, como si estuviera esperando que algo explote? Me preguntaba si se trataba al
Allí, frente a ella, estaba su esposo, Enrico de pie en medio de la cabaña, con una sonrisa y sus pies descalzos sobre el piso cubierto de cobijas blancas y pétalos de rosas.La chimenea encendida proyectaba sombras danzantes en las paredes, creando un ambiente íntimo y cálido. Vestía un impecable traje blanco que resaltaba su porte elegante, pero sus ojos reflejaban una mezcla de nervios y determinación.Inés no podía creer que el hombre que amaba, le hubiese dado el susto de su vida. Cuando entró, lo primero que sintió fue el intenso calor de la chimenea. Luego sus ojos recorrieron el escenario, deteniéndose en cada detalle: los pétalos, las cobijas, las velas, la mesa preparada y luego de nuevo en Enrico, quien ahora se veía nerviosa, no pudo evitar que su rostro se transformara en una mueca de enojo.—¿Qué es esto, Enrico? ¿Acaso te volviste loco? ¿Te parece gracioso que tus hombres me hicieran creer que estaba secuestrada? ¿Sabes que casi me matas del susto? Llegaron al frente d
La música suave llenaba la cabaña mientras Enrico e Inés se mecían lentamente al ritmo de la melodía. Sus cuerpos estaban pegados, moviéndose como uno solo. Inés apoyó su cabeza en el pecho de Enrico, escuchando los latidos de su corazón.—Esto es perfecto —, susurró ella, cerrando los ojos y dejándose llevar por el momento.Enrico besó suavemente su cabello. —Tú eres perfecta —, respondió en voz baja. —Gracias por darme una nueva oportunidad de hacer las cosas contigo bien. Prometo que no la voy a desperdiciar, te demostraré, en cada momento de mi vida, cuán grande es mi amor por ti.Inés levantó la mirada, sus ojos brillando con emoción. —No necesitas agradecerme nada. Te amo, Enrico. Con todos tus defectos y virtudes, jamás imaginé que ibas a lograr abrirte paso en mi corazón.Él sonrió, inclinándose para besarla tiernamente. El beso comenzó suave, pero pronto se volvió más apasionado. Sin romper el contacto, Enrico la guio hacia la cama, también cubierta de pétalos.La recostó c
Por otra parte, Carolina estaba preparando una deliciosa comida para Lisandro, mientras este la observaba con adoración.—No es que me queje, me encantas que me consientas, pero quisiera ser yo quien te complaciera —dice Lisandro acercándose a ella lentamente.—Bueno, ya llegará el momento cuando tú me consientas, porque ahora quiero ser yo quien te prepare tus platos preferidos y te haga sentir especial —pronunció ella con una sonrisa. Lisandro llegó a su lado y la abrazó por detrás. Ella se recostó contra su pecho, disfrutando de la calidez de su cuerpo.—Me encanta consentirte —dijo ella, girando la cabeza para mirarlo—. Además, cocinar para ti me relaja. Lisandro la besó suavemente en la mejilla.—No prefieres otra forma para consentirme, porque a mí se me ocurren unas muy particulares —le dice mientras comienza a masajearle los senos suavemente por encima de la ropa.Carolina se giró entre sus brazos para mirarlo de frente.—¿Ah, sí? ¿Y qué se te ocurre? —preguntó con curiosida
Lisandro se separó ligeramente, acariciando el rostro de Carolina con ternura.—¿Sabes? No me importaría comer comida quemada todos los días si significa poder tenerte as—, dijo con una sonrisa pícara.Carolina soltó una carcajada, dándole un suave golpe en el hombro. —Eres imposible —, respondió, aunque sus ojos brillaban de amor. —Pero creo que deberíamos limpiarnos y arreglar este desastre, antes de que alguien venga y nos encuentre así.—No te preocupes, estamos en la parte de nuestra casa y nuestros padres están con los niños viendo películas, no creo que se acerquen por aquí en toda la noche.Ella asintió, mientras Lisandro la ayudaba a bajar de la encimera, para seguidamente acomodarse la ropa, no podían dejar de lanzarse miradas cómplices y sonrisas.—¿Qué te parece si ordenamos una pizza? —, sugirió Lisandro mientras apagaba la estufa y abría las ventanas para disipar el olor a quemado.—Me parece perfecto, aunque no sé si quieran traer envíos tan lejos —, respondió Carolina