Callista regresó al departamento de Apolo luego del enfrentamiento con Cole en su oficina. Fue imposible quedarse y fingir que nada había sucedido. Las advertencias del hombre que fue su mejor amigo y terminó siendo su más grande enemigo no eran para echar en saco roto. Tenía que ser inteligente y proteger a Elena a toda costa.«Penélope», se recordó.Hasta eso le había robado Cole: el derecho de llamarla por el nombre que eligió para su hija al nacer.Tentada a beber una copa del licor más fuerte, caminó al minibar. Apolo tenía una colección de vinos, whiskys, tequilas y vodkas. Lo mejor del mundo para elegir, pero, al recordar la última vez que bebió, terminó yendo a la cocina por un poco de agua. Eso no iba a calmar los nervios, la tensión, y mucho menos el enojo que sentía, pero era mejor y lo más apropiado al vivir en un lugar que no era suyo.Lo peor era que podía elegir dónde quedarse. Tenía otras propiedades en Atenas, Creta, Santorini y Salónica; sin embargo, había buscado a
«Será mejor que terminemos aquí antes de hacernos daño.»Apolo apretó los puños hasta que sus nudillos perdieron el color, y su mandíbula se tensó.—Nunca ha sido mi intención hacerte daño, Callista. No lo haría —le aseguró, tratando de romper esa barrera que ella levantaba entre los dos.—Lo sé, pero, ¿cómo podemos estar seguros de que no vamos a lastimarnos en un futuro si continuamos con este juego?Apolo retrocedió y su rostro mostró un gesto dolorido, como si Callista lo hubiera abofeteado.—¿Juego? —preguntó Apolo, su voz tenía un deje de indignación—. ¡Esto no es un juego, tú no eres un juego para mí, Callista! —gritó, cerrando la distancia entre ellos. La tomó de los brazos y la obligó a mirarlo.—Apolo… —susurró Callista. Las manos de Apolo sobre su piel quemaban, pero no tanto como la intensidad y el dolor en su mirada.—Jamás te he visto como un juego, Callista —repitió, acercándose de nuevo a sus labios mientras sus miradas se enfrentaban.Callista luchó contra el deseo qu
Callista se limpió los labios, hizo un esfuerzo para ponerse de pie y alejarse del retrete antes de perder la batalla de nuevo. Tambaleante, se obligó a caminar. Las náuseas estaban acabando con ella; se sentía sin fuerzas ni ánimos. Llevaba dos meses en ese estado, esperando que los días pasaran, dándole tiempo a Theo de asimilar la noticia y pedirle que le dejara ver a Penélope. Quería ver a su hija, abrazarla y decirle lo mucho que la amaba y todo lo que la había echado de menos durante los últimos veinte años.No pedía mucho, solo quería ver su rostro y sentirla cerca de ella. ¿Acaso pedía tanto? ¡No! Ella solo era una madre desesperada.Las piernas le temblaban. Le costó trabajo llegar hasta el lavamanos, pero lo consiguió. La imagen con la que se encontró en el espejo la asustó: su semblante pálido y demacrado era el resultado de sus largas noches sin dormir y las pocas veces que podía comer, sintiendo que cada bocado era como una piedra golpeando su interior. Si continuaba así,
Penélope se quedó en silencio, apartó la mirada de Theo y apreció el inmenso mar como si fuera la primera vez que lo hacía. Fingiendo no haber escuchado las palabras de Theodoros. No quería saber nada de sus padres. Ellos eran un tema que dolería siempre y no deseaba recordar todo lo que sufrió por culpa de su abandono. Esas heridas la habían marcado de una manera dolorosa.—Antes de que llegaras el bebé estuvo moviéndose, ¿quieres intentarlo? —le preguntó, volviendo su mirada hacia Theo, decidida a mantenerse serena.Theodoros apretó los puños, este momento era crucial, podía aceptar la negativa de Penny a hablar de sus padres y no insistir. Entonces, cuando ella se enterara de la verdad, no podría recriminarle nada, porque él tendría argumentos para defenderse.Sin embargo, tomar la salida fácil era una cobardía, porque conocía la historia. Porque sabía muy bien que Penélope no fue abandonada por sus padres.—Me encantaría —respondió, arrodillándose delante de Penélope. —Dam
Callista estacionó el auto frente a la casa familiar, y sus manos se apretaron al volante, dudosa de bajarse. No sabía si Theo estaba en casa o si iba a encontrarse con Penélope. Cuando salió de su departamento, no pensó en nada.Los nervios y el miedo a no ser recibida hicieron que su estómago protestara y una arcada le subiera por la garganta. Callista se obligó a respirar para controlarse. Se miró en el retrovisor; tenía los ojos llorosos y ligeramente hinchados. Su aspecto no era el mejor en ese momento.Con frustración, inclinó el rostro sobre el volante, se obligó a respirar profundamente, cerró los ojos y esperó a que el ligero mareo le pasara. ¡Tenía que visitar un médico pronto!—¿Señora Callista?La voz de Bemus le llegó baja, en un ligero susurro, como si temiera hablarle.—¿Se encuentra bien?Callista no levantó el rostro, pero negó.—Permítame ayudarle —dijo el chofer—. La llevaré adentro —le ofreció, abriendo la puerta del auto.Callista no se negó; se sentía realmente f
—Penélope…Theo se acercó a la cama de Penélope cuando la miró moverse, y jaló la silla donde había estado esperando a que despertara. Entonces tomó su mano.—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —preguntó, lleno de preocupación, arrepentido de haberle contado la verdad.—Me duele un poco la cabeza —respondió ella, tocando sus sienes—. Estaba soñando una cosa muy loca —murmuró, negando con un ligero movimiento de cabeza.—¿Soñando?—Sí, soñaba que la señora Callista era mi madre, ¿puedes creerlo? ¡Qué cosa más absurda! —exclamó, suspirando.Theo se aclaró la garganta.—¿Qué pasa? —preguntó Penélope al notar la seriedad del hombre. Sabía que era una locura, tal vez ni siquiera debió haberlo mencionado, pero…—No fue ningún sueño, cariño. Te desmayaste por la impresión —susurró, apretando la mano de Penny, temeroso de que fuera a desmayarse de nuevo.Los ojos de Penélope se llenaron de lágrimas, y apartó la mano.—Penélope…—Esto no puede ser cierto, Theo —replicó, apretando las sábanas sobre
Penélope sintió que los labios le quemaban al pronunciar aquella palabra, pero se sentía tan bien, y la mirada de Callista al levantar la cabeza le dio una satisfacción que jamás había experimentado.Con pasos temblorosos, se acercó a ella.Los sollozos de Callista se entrecortaron en su pecho cuando su hija se acercó. Solo tenía que estirar la mano para tocarla; sin embargo, no encontró el valor para hacerlo. Temía que cualquier movimiento rompiera aquel momento.—¿Qué dijiste? —preguntó con la voz quebrada, como si necesitara confirmar que la había escuchado correctamente.—Dije… “Mamá” —repitió Penélope. Su mirada era un torbellino de emociones.Callista perdió la batalla, no pudo contenerse ante el torrente de sentimientos que inundaron su corazón. Dio un paso al frente y alzó las manos, temerosa de que Penélope la rechazara, pero al ver que no se apartaba, envolvió a su hija en un abrazo desesperado.Hacía veinte años que no la sostenía de esta manera. ¿Cuántas cosas habían pasad
Los ojos de Callista se abrieron por la sorpresa que provocaron las palabras de Apolo. Ella no esperaba una confesión como esa; todo el tiempo creyó que era Nereida la mujer que le interesaba. Incluso había sentido pena por él, creyendo que sufría cada vez que veía a su sobrina siendo amorosa con Theodoros, y ahora resultaba que…—Si no te dije nada antes, es porque no pensaba tener una sola oportunidad contigo —continuó Apolo, con sinceridad—. Intenté olvidarte, salí con mujeres, tuve novias, pero siempre eras tú en quien pensaba.Callista bajó la mirada para encontrarse con la cálida mano de Apolo sobre la suya, presionando suavemente sus dedos.—¿Eres consciente de las diferencias que existen entre los dos? —preguntó, correspondiendo la sinceridad de Apolo.—Siempre he sido consciente de ello, Callista. Eres una mujer espectacular, con quien podría conversar horas sin aburrirme. Me pasaría la vida a tu lado y las palabras no serían necesarias, porque tu sola presencia me llena.Un