Callista se puso de pie, con la mirada clavada en el rostro furioso de Cole, y su propia rabia ardió en su interior.—¿Quién te crees tú, para venir a mi oficina y gritarme?La respiración de Cole estaba agitada, sus ojos brillaban de enojo, y tenía los puños apretados.—Soy tu amigo, Callista —dijo con voz ronca—. Nunca esperé que después de tantos años volvieras a traicionarme por culpa de otro hombre —la acusó.Callista enarcó una ceja.—¿Traicionarte?—¡Sí! La primera vez fue cuando aceptaste sin chistar la orden de tu padre para casarte con Eryx Galanis. ¡Tenías que haberle dicho que no! —gritó—. Estábamos juntos, Callista, y teníamos planes…—Planes que desbarataste cuando te dejaste fotografiar en compañía de Elara.—¡Solo éramos amigos!—¿Y por eso te casaste con ella una semana después de mi boda? —le cuestionó, sacando esa espinita que siempre tuvo clavada en el corazón; pero que, por la culpa, nunca reclamó.Entonces, creía que había herido a un buen hombre.—¡Me
«Penélope Clark es, en realidad, Elena Galanis Mavros, la hija de Callista.»El silencio se adueñó de la oficina. La mirada de Apolo se encontró con los ojos confundidos de Theo. Él lo miraba como si hablaran en un idioma diferente.—Sé que es algo inesperado, Theo, pero…—¿De qué diablos hablas? —le interrumpió él, poniéndose de pie, golpeando el escritorio con su puño—. Puede que le creas a Callista y estás en todo tu derecho de hacerlo. Al final de cuentas, la conoces a ella desde hace más tiempo que a mí, pero no esperaba que llegaras a este extremo. ¡¿Qué es lo que pretendes con mentirme?! —gritó, saliendo de la sorpresa, mostrando su enojo ante las palabras de su mejor amigo.—No es ninguna mentira, puedes confirmarlo con solo revisar el sobre que te he entregado. Además, si conoces a Callista, sabes que jamás jugaría con algo tan delicado y querido para ella.—Esto es una locura.—Puede parecerlo, pero es la única verdad que existe. Entiendo lo difícil que debe ser para ti asim
Un calor desconocido se adueñó del cuerpo de Penélope, había experimentado las mieles del amor en el pasado, pero no podía compararse con el deseo y la pasión que los besos de Theo despertaban en su cuerpo. Deseaba más, se sentía hambrienta de todo lo que él podía darle.Los latidos de su corazón y su pulso se aceleraron cuando Theo abandonó sus labios y deslizó la boca sobre su mentón, buscando la curva de su cuello.Penélope gimió al sentir la rodilla de Theo rozar su entre pierna, enviando un escalofrío placentero por su columna vertebral. Ella enredó los dedos en los cortos cabellos y lo atrajo más, echando la cabeza a un lado, dándole completo acceso a la piel de su cuello.La conciencia de Theo le gritaba que se detuviera, pero él la empujó lejos y cerró las puertas a la razón y a lo correcto.Theo abrió la puerta de su habitación y caminó hasta depositar con cuidado el cuerpo de Penélope sobre la cama, interrumpiendo el contacto entre ellos. Sus miradas brillantes y apasionadas
Callista regresó al departamento de Apolo luego del enfrentamiento con Cole en su oficina. Fue imposible quedarse y fingir que nada había sucedido. Las advertencias del hombre que fue su mejor amigo y terminó siendo su más grande enemigo no eran para echar en saco roto. Tenía que ser inteligente y proteger a Elena a toda costa.«Penélope», se recordó.Hasta eso le había robado Cole: el derecho de llamarla por el nombre que eligió para su hija al nacer.Tentada a beber una copa del licor más fuerte, caminó al minibar. Apolo tenía una colección de vinos, whiskys, tequilas y vodkas. Lo mejor del mundo para elegir, pero, al recordar la última vez que bebió, terminó yendo a la cocina por un poco de agua. Eso no iba a calmar los nervios, la tensión, y mucho menos el enojo que sentía, pero era mejor y lo más apropiado al vivir en un lugar que no era suyo.Lo peor era que podía elegir dónde quedarse. Tenía otras propiedades en Atenas, Creta, Santorini y Salónica; sin embargo, había buscado a
«Será mejor que terminemos aquí antes de hacernos daño.»Apolo apretó los puños hasta que sus nudillos perdieron el color, y su mandíbula se tensó.—Nunca ha sido mi intención hacerte daño, Callista. No lo haría —le aseguró, tratando de romper esa barrera que ella levantaba entre los dos.—Lo sé, pero, ¿cómo podemos estar seguros de que no vamos a lastimarnos en un futuro si continuamos con este juego?Apolo retrocedió y su rostro mostró un gesto dolorido, como si Callista lo hubiera abofeteado.—¿Juego? —preguntó Apolo, su voz tenía un deje de indignación—. ¡Esto no es un juego, tú no eres un juego para mí, Callista! —gritó, cerrando la distancia entre ellos. La tomó de los brazos y la obligó a mirarlo.—Apolo… —susurró Callista. Las manos de Apolo sobre su piel quemaban, pero no tanto como la intensidad y el dolor en su mirada.—Jamás te he visto como un juego, Callista —repitió, acercándose de nuevo a sus labios mientras sus miradas se enfrentaban.Callista luchó contra el deseo qu
Callista se limpió los labios, hizo un esfuerzo para ponerse de pie y alejarse del retrete antes de perder la batalla de nuevo. Tambaleante, se obligó a caminar. Las náuseas estaban acabando con ella; se sentía sin fuerzas ni ánimos. Llevaba dos meses en ese estado, esperando que los días pasaran, dándole tiempo a Theo de asimilar la noticia y pedirle que le dejara ver a Penélope. Quería ver a su hija, abrazarla y decirle lo mucho que la amaba y todo lo que la había echado de menos durante los últimos veinte años.No pedía mucho, solo quería ver su rostro y sentirla cerca de ella. ¿Acaso pedía tanto? ¡No! Ella solo era una madre desesperada.Las piernas le temblaban. Le costó trabajo llegar hasta el lavamanos, pero lo consiguió. La imagen con la que se encontró en el espejo la asustó: su semblante pálido y demacrado era el resultado de sus largas noches sin dormir y las pocas veces que podía comer, sintiendo que cada bocado era como una piedra golpeando su interior. Si continuaba así,
Penélope se quedó en silencio, apartó la mirada de Theo y apreció el inmenso mar como si fuera la primera vez que lo hacía. Fingiendo no haber escuchado las palabras de Theodoros. No quería saber nada de sus padres. Ellos eran un tema que dolería siempre y no deseaba recordar todo lo que sufrió por culpa de su abandono. Esas heridas la habían marcado de una manera dolorosa.—Antes de que llegaras el bebé estuvo moviéndose, ¿quieres intentarlo? —le preguntó, volviendo su mirada hacia Theo, decidida a mantenerse serena.Theodoros apretó los puños, este momento era crucial, podía aceptar la negativa de Penny a hablar de sus padres y no insistir. Entonces, cuando ella se enterara de la verdad, no podría recriminarle nada, porque él tendría argumentos para defenderse.Sin embargo, tomar la salida fácil era una cobardía, porque conocía la historia. Porque sabía muy bien que Penélope no fue abandonada por sus padres.—Me encantaría —respondió, arrodillándose delante de Penélope. —Dam
Callista estacionó el auto frente a la casa familiar, y sus manos se apretaron al volante, dudosa de bajarse. No sabía si Theo estaba en casa o si iba a encontrarse con Penélope. Cuando salió de su departamento, no pensó en nada.Los nervios y el miedo a no ser recibida hicieron que su estómago protestara y una arcada le subiera por la garganta. Callista se obligó a respirar para controlarse. Se miró en el retrovisor; tenía los ojos llorosos y ligeramente hinchados. Su aspecto no era el mejor en ese momento.Con frustración, inclinó el rostro sobre el volante, se obligó a respirar profundamente, cerró los ojos y esperó a que el ligero mareo le pasara. ¡Tenía que visitar un médico pronto!—¿Señora Callista?La voz de Bemus le llegó baja, en un ligero susurro, como si temiera hablarle.—¿Se encuentra bien?Callista no levantó el rostro, pero negó.—Permítame ayudarle —dijo el chofer—. La llevaré adentro —le ofreció, abriendo la puerta del auto.Callista no se negó; se sentía realmente f