Callista se sostuvo de la silla más cercana al escuchar a Theodoros, no podía hacerle esto. No podía alejarla de Penélope y del bebé.—No puedes hacerme esto, Theo, por favor —suplicó con lágrimas en los ojos, sintiendo que el corazón se le desgarraba de dolor—. No puedes alejarme de…—¡Basta, Callista! No me hagas repetir las cosas y menos llamar a los empleados para que te ayuden a recoger tus cosas. Evítame la pena y evítate la vergüenza de que sepan por qué te vas.—¡No hice nada! —gritó, atrapando a Alena cuando intentaba alejarse—. ¡Diles la verdad! ¡Diles que has mentido! —le exigió, sacudiendo a la mujer con brusquedad.Alena se encogió ante el dolor en el brazo, pero no dio ni un solo paso atrás; no iba a desmentir sus palabras.—No diré nada más —respondió, liberándose del agarre de Callista y huyendo de la biblioteca.—Vete —repitió Theo.—Déjame hablar contigo, por favor. Si quieres una explicación, te la voy a dar —pronunció, dispuesta a revelar la verdad que le carcomía
Callista sabía que esto era una locura, no estaba en sus cinco sentidos y que iba a arrepentirse de continuar; sin embargo, en el fondo, necesitaba sentirse consolada. Cerró los ojos y acortó la distancia entre los dos. Sus labios tocaron los de Apolo y fue sacudida por una violenta descarga que le recorrió el cuerpo.Apolo sostuvo el cuerpo de Callista entre sus brazos como si fuera una delicada y carísima pieza mientras la besaba con increíble ternura. La calidez se extendió por cada rincón de su cuerpo y el deseo de protegerla se intensificó.Sin embargo, la seriedad del momento lo obligó a apartarse de aquel delicioso calor. Tenía que pensar con la cabeza sobre sus hombros y no con la de su entrepierna.—Lo siento —murmuró Callista, mirando a Apolo.—No te disculpes, ni siquiera te arrepientas, Callista —le pidió. Tomándola de las manos, la ayudó a terminar de entrar, la llevó al sillón y volvió por la maleta, cerrando la puerta.Callista lo miró en silencio, el hormigueo en sus l
La sonrisa de Penélope fue de completa felicidad, sus ojos aún tenían lágrimas, pero eran de alegría. Tener a Fénix en Grecia era más de lo que podía soñar.—¡Por Dios! —dijo, abrazando a Lily.Las pequeñas manos de la niña se aferraron a su espalda y vientre mientras Fénix se acercaba con Dominick. El pequeño de cuatro meses estaba hermoso, tenía unos preciosos ojos verdes y el cabello rojizo. Las mejillas regordetas y coloradas.—Bienvenida, Fénix —dijo, abrazándola y dándole un beso al niño.—Aún no puedo creer que esté aquí, contigo —sollozó la muchacha emocionada de volver a ver a Penélope luego de cuatro meses separadas.—Yo tampoco —confesó Penélope—. Alguien que me pellizque —pidió, mirando a Theo, agradeciéndole con la mirada por tan bella sorpresa.Penélope quería acercarse y darle un beso, pero quizá no era el mejor momento, además, había niños presentes.—Gracias, Theo —susurró.—No tienes nada que agradecer, sé lo importante que Fénix y los niños son para ti. Además, ¿de
Callista se puso de pie, con la mirada clavada en el rostro furioso de Cole, y su propia rabia ardió en su interior.—¿Quién te crees tú, para venir a mi oficina y gritarme?La respiración de Cole estaba agitada, sus ojos brillaban de enojo, y tenía los puños apretados.—Soy tu amigo, Callista —dijo con voz ronca—. Nunca esperé que después de tantos años volvieras a traicionarme por culpa de otro hombre —la acusó.Callista enarcó una ceja.—¿Traicionarte?—¡Sí! La primera vez fue cuando aceptaste sin chistar la orden de tu padre para casarte con Eryx Galanis. ¡Tenías que haberle dicho que no! —gritó—. Estábamos juntos, Callista, y teníamos planes…—Planes que desbarataste cuando te dejaste fotografiar en compañía de Elara.—¡Solo éramos amigos!—¿Y por eso te casaste con ella una semana después de mi boda? —le cuestionó, sacando esa espinita que siempre tuvo clavada en el corazón; pero que, por la culpa, nunca reclamó.Entonces, creía que había herido a un buen hombre.—¡Me
«Penélope Clark es, en realidad, Elena Galanis Mavros, la hija de Callista.»El silencio se adueñó de la oficina. La mirada de Apolo se encontró con los ojos confundidos de Theo. Él lo miraba como si hablaran en un idioma diferente.—Sé que es algo inesperado, Theo, pero…—¿De qué diablos hablas? —le interrumpió él, poniéndose de pie, golpeando el escritorio con su puño—. Puede que le creas a Callista y estás en todo tu derecho de hacerlo. Al final de cuentas, la conoces a ella desde hace más tiempo que a mí, pero no esperaba que llegaras a este extremo. ¡¿Qué es lo que pretendes con mentirme?! —gritó, saliendo de la sorpresa, mostrando su enojo ante las palabras de su mejor amigo.—No es ninguna mentira, puedes confirmarlo con solo revisar el sobre que te he entregado. Además, si conoces a Callista, sabes que jamás jugaría con algo tan delicado y querido para ella.—Esto es una locura.—Puede parecerlo, pero es la única verdad que existe. Entiendo lo difícil que debe ser para ti asim
Un calor desconocido se adueñó del cuerpo de Penélope, había experimentado las mieles del amor en el pasado, pero no podía compararse con el deseo y la pasión que los besos de Theo despertaban en su cuerpo. Deseaba más, se sentía hambrienta de todo lo que él podía darle.Los latidos de su corazón y su pulso se aceleraron cuando Theo abandonó sus labios y deslizó la boca sobre su mentón, buscando la curva de su cuello.Penélope gimió al sentir la rodilla de Theo rozar su entre pierna, enviando un escalofrío placentero por su columna vertebral. Ella enredó los dedos en los cortos cabellos y lo atrajo más, echando la cabeza a un lado, dándole completo acceso a la piel de su cuello.La conciencia de Theo le gritaba que se detuviera, pero él la empujó lejos y cerró las puertas a la razón y a lo correcto.Theo abrió la puerta de su habitación y caminó hasta depositar con cuidado el cuerpo de Penélope sobre la cama, interrumpiendo el contacto entre ellos. Sus miradas brillantes y apasionadas
Callista regresó al departamento de Apolo luego del enfrentamiento con Cole en su oficina. Fue imposible quedarse y fingir que nada había sucedido. Las advertencias del hombre que fue su mejor amigo y terminó siendo su más grande enemigo no eran para echar en saco roto. Tenía que ser inteligente y proteger a Elena a toda costa.«Penélope», se recordó.Hasta eso le había robado Cole: el derecho de llamarla por el nombre que eligió para su hija al nacer.Tentada a beber una copa del licor más fuerte, caminó al minibar. Apolo tenía una colección de vinos, whiskys, tequilas y vodkas. Lo mejor del mundo para elegir, pero, al recordar la última vez que bebió, terminó yendo a la cocina por un poco de agua. Eso no iba a calmar los nervios, la tensión, y mucho menos el enojo que sentía, pero era mejor y lo más apropiado al vivir en un lugar que no era suyo.Lo peor era que podía elegir dónde quedarse. Tenía otras propiedades en Atenas, Creta, Santorini y Salónica; sin embargo, había buscado a
«Será mejor que terminemos aquí antes de hacernos daño.»Apolo apretó los puños hasta que sus nudillos perdieron el color, y su mandíbula se tensó.—Nunca ha sido mi intención hacerte daño, Callista. No lo haría —le aseguró, tratando de romper esa barrera que ella levantaba entre los dos.—Lo sé, pero, ¿cómo podemos estar seguros de que no vamos a lastimarnos en un futuro si continuamos con este juego?Apolo retrocedió y su rostro mostró un gesto dolorido, como si Callista lo hubiera abofeteado.—¿Juego? —preguntó Apolo, su voz tenía un deje de indignación—. ¡Esto no es un juego, tú no eres un juego para mí, Callista! —gritó, cerrando la distancia entre ellos. La tomó de los brazos y la obligó a mirarlo.—Apolo… —susurró Callista. Las manos de Apolo sobre su piel quemaban, pero no tanto como la intensidad y el dolor en su mirada.—Jamás te he visto como un juego, Callista —repitió, acercándose de nuevo a sus labios mientras sus miradas se enfrentaban.Callista luchó contra el deseo qu