Callista salió de su habitación con pasos apresurados; su corazón latía entre el enojo y el dolor. Aquella pequeña cadena con la foto de su hija era su mayor tesoro, lo único que la unía a Elena. Lo único que hacía que su existencia se sintiera real, pues los años que estuvieron separadas superaban con creces los que la sostuvo entre sus brazos.¿Quién se había atrevido a entrar a su habitación y hurgar entre sus pertenencias?—¡Alena! ¡Dione! ¡Petra! —gritó desde lo alto de la escalera, llamando a su personal—. ¡Alena! ¡Dione! —Su desesperación crecía a pasos agigantados, y las mujeres brillaban por su ausencia. ¿Cómo podían demorar tanto? ¿Qué estaban haciendo que no la escuchaban? Callista iba a gritar de nuevo cuando, al bajar las escaleras con prisa, se encontró con las dos mujeres.—Señora, ¿qué sucede?—¿Quién ha sido? —preguntó, mirándolas fijamente—. ¿Quién de las dos ha entrado a mi habitación?—Siempre entramos a su habitación, señora Callista —respondió Dione un poco nervi
—Penélope, ¿quieres explicarme? —pidió Theo sin elevar la voz, viéndola casi suplicante.—Necesita explicar muchas cosas, señora Clark —sonrió Alana—. He encontrado algo más, uno de los collares de la señora Nereida —añadió, mostrando un precioso collar labrado en oro y diamantes negros; un diseño muy especial y único en el mundo.Las piernas de Callista amenazaron con ceder bajo su peso, y su cuerpo se tambaleó al ver aquel collar.—¡Ese collar es mío! —gritó Penélope, caminando hasta Alena para tomarlo de su mano.—¿Tuyo? —se burló Alena ante el silencio en el que se sumergió la habitación, alejándose para impedir que Penny lo tomara.—Sí —afirmó ella, decidida a no darle ninguna maldita explicación a Alena. El origen de su collar era algo muy personal. Nunca lo consideró de valor y pocas veces lo había visto desde que le fue entregado, pero la directora del orfanato le aseguró que había sido lo único que su “madre” había dejado luego de abandonarla.—¡Eres una ladrona! —gritó Alena
Callista se sostuvo de la silla más cercana al escuchar a Theodoros, no podía hacerle esto. No podía alejarla de Penélope y del bebé.—No puedes hacerme esto, Theo, por favor —suplicó con lágrimas en los ojos, sintiendo que el corazón se le desgarraba de dolor—. No puedes alejarme de…—¡Basta, Callista! No me hagas repetir las cosas y menos llamar a los empleados para que te ayuden a recoger tus cosas. Evítame la pena y evítate la vergüenza de que sepan por qué te vas.—¡No hice nada! —gritó, atrapando a Alena cuando intentaba alejarse—. ¡Diles la verdad! ¡Diles que has mentido! —le exigió, sacudiendo a la mujer con brusquedad.Alena se encogió ante el dolor en el brazo, pero no dio ni un solo paso atrás; no iba a desmentir sus palabras.—No diré nada más —respondió, liberándose del agarre de Callista y huyendo de la biblioteca.—Vete —repitió Theo.—Déjame hablar contigo, por favor. Si quieres una explicación, te la voy a dar —pronunció, dispuesta a revelar la verdad que le carcomía
Callista sabía que esto era una locura, no estaba en sus cinco sentidos y que iba a arrepentirse de continuar; sin embargo, en el fondo, necesitaba sentirse consolada. Cerró los ojos y acortó la distancia entre los dos. Sus labios tocaron los de Apolo y fue sacudida por una violenta descarga que le recorrió el cuerpo.Apolo sostuvo el cuerpo de Callista entre sus brazos como si fuera una delicada y carísima pieza mientras la besaba con increíble ternura. La calidez se extendió por cada rincón de su cuerpo y el deseo de protegerla se intensificó.Sin embargo, la seriedad del momento lo obligó a apartarse de aquel delicioso calor. Tenía que pensar con la cabeza sobre sus hombros y no con la de su entrepierna.—Lo siento —murmuró Callista, mirando a Apolo.—No te disculpes, ni siquiera te arrepientas, Callista —le pidió. Tomándola de las manos, la ayudó a terminar de entrar, la llevó al sillón y volvió por la maleta, cerrando la puerta.Callista lo miró en silencio, el hormigueo en sus l
La sonrisa de Penélope fue de completa felicidad, sus ojos aún tenían lágrimas, pero eran de alegría. Tener a Fénix en Grecia era más de lo que podía soñar.—¡Por Dios! —dijo, abrazando a Lily.Las pequeñas manos de la niña se aferraron a su espalda y vientre mientras Fénix se acercaba con Dominick. El pequeño de cuatro meses estaba hermoso, tenía unos preciosos ojos verdes y el cabello rojizo. Las mejillas regordetas y coloradas.—Bienvenida, Fénix —dijo, abrazándola y dándole un beso al niño.—Aún no puedo creer que esté aquí, contigo —sollozó la muchacha emocionada de volver a ver a Penélope luego de cuatro meses separadas.—Yo tampoco —confesó Penélope—. Alguien que me pellizque —pidió, mirando a Theo, agradeciéndole con la mirada por tan bella sorpresa.Penélope quería acercarse y darle un beso, pero quizá no era el mejor momento, además, había niños presentes.—Gracias, Theo —susurró.—No tienes nada que agradecer, sé lo importante que Fénix y los niños son para ti. Además, ¿de
Callista se puso de pie, con la mirada clavada en el rostro furioso de Cole, y su propia rabia ardió en su interior.—¿Quién te crees tú, para venir a mi oficina y gritarme?La respiración de Cole estaba agitada, sus ojos brillaban de enojo, y tenía los puños apretados.—Soy tu amigo, Callista —dijo con voz ronca—. Nunca esperé que después de tantos años volvieras a traicionarme por culpa de otro hombre —la acusó.Callista enarcó una ceja.—¿Traicionarte?—¡Sí! La primera vez fue cuando aceptaste sin chistar la orden de tu padre para casarte con Eryx Galanis. ¡Tenías que haberle dicho que no! —gritó—. Estábamos juntos, Callista, y teníamos planes…—Planes que desbarataste cuando te dejaste fotografiar en compañía de Elara.—¡Solo éramos amigos!—¿Y por eso te casaste con ella una semana después de mi boda? —le cuestionó, sacando esa espinita que siempre tuvo clavada en el corazón; pero que, por la culpa, nunca reclamó.Entonces, creía que había herido a un buen hombre.—¡Me
«Penélope Clark es, en realidad, Elena Galanis Mavros, la hija de Callista.»El silencio se adueñó de la oficina. La mirada de Apolo se encontró con los ojos confundidos de Theo. Él lo miraba como si hablaran en un idioma diferente.—Sé que es algo inesperado, Theo, pero…—¿De qué diablos hablas? —le interrumpió él, poniéndose de pie, golpeando el escritorio con su puño—. Puede que le creas a Callista y estás en todo tu derecho de hacerlo. Al final de cuentas, la conoces a ella desde hace más tiempo que a mí, pero no esperaba que llegaras a este extremo. ¡¿Qué es lo que pretendes con mentirme?! —gritó, saliendo de la sorpresa, mostrando su enojo ante las palabras de su mejor amigo.—No es ninguna mentira, puedes confirmarlo con solo revisar el sobre que te he entregado. Además, si conoces a Callista, sabes que jamás jugaría con algo tan delicado y querido para ella.—Esto es una locura.—Puede parecerlo, pero es la única verdad que existe. Entiendo lo difícil que debe ser para ti asim
Un calor desconocido se adueñó del cuerpo de Penélope, había experimentado las mieles del amor en el pasado, pero no podía compararse con el deseo y la pasión que los besos de Theo despertaban en su cuerpo. Deseaba más, se sentía hambrienta de todo lo que él podía darle.Los latidos de su corazón y su pulso se aceleraron cuando Theo abandonó sus labios y deslizó la boca sobre su mentón, buscando la curva de su cuello.Penélope gimió al sentir la rodilla de Theo rozar su entre pierna, enviando un escalofrío placentero por su columna vertebral. Ella enredó los dedos en los cortos cabellos y lo atrajo más, echando la cabeza a un lado, dándole completo acceso a la piel de su cuello.La conciencia de Theo le gritaba que se detuviera, pero él la empujó lejos y cerró las puertas a la razón y a lo correcto.Theo abrió la puerta de su habitación y caminó hasta depositar con cuidado el cuerpo de Penélope sobre la cama, interrumpiendo el contacto entre ellos. Sus miradas brillantes y apasionadas