TENTACIONES PROHIBIDAS O ATRAPADADos obras de Valeria AdamsBestseller del New York TimesNúmero uno en el ranking de ventas por once semanas.Valeria sonrió cuando vio el cartel al final del set de filmación.Su amiga se había empeñado en hacer todo un debate entre aquellas dos novelas de la saga Señores de la Mafia. A Valeria le gustaban las dos por igual, pero al parecer las lectoras de dividían entre el amor de aquellos dos capos.—¡Vaaaaallll! —la periodista entró gritando al set apenas dieron la orden de grabar, y ella sonrió abrazándola—. ¡Qué feliz estoy de verte! ¡Hay que ver que te tomaste tu tiempo para darnos la nueva novela de la serie! ¡Qué injusto!—¿Estás bien de la cabeza? ¡Estaba escribiendo dos novelas a la vez! —rio Valeria—. Apenas duerno, olvido que alimentarme es vital para mi subsistencia… ¡de hecho tengo suerte de que me baño y todavía no me como el jabón!Las dos rieron a carcajadas, pero su amiga señaló al set, donde una nena preciosa jugaba con su nana,
Eric escuchó el grito de su madre resonando a través de los pasillos de Hellmand Hall, la residencia ancestral de su familia, y se lanzó de la cama porque había jurado que la próxima vez no lo dejaría pasar.Eric ya no era un niño, y ya no le tenía miedo a su padre. Empujó la puerta de su habitación con el hombro y el dolor del golpe desapareció justo en el momento en que vio a su madre acurrucada en el suelo, hecha un ovillo lastimado entre las piernas de su padre.El puño de Eric se fue directo a su mandíbula, y lo vio rodar por el suelo. Había crecido para ser un hombre diferente, o eso quería creer, pero verlo golpear a su madre ya era más de lo que podía soportar. Lo alcanzó en el suelo, se sentó a horcajadas sobre él y descargó su puño contra su nariz. Tormen Hellmand era u
15 años despuésLa gente solía decir que Ucrania era un lugar hostil para los forasteros, pero para alguien que había llegado con las manos vacías, como él, Ucrania le había ofrecido más de lo que podía esperar.También era justo decir que Eric había tomado mucho más de lo que le había ofrecido, que había matado y mordido por su lugar en el mundo, por todo el dinero que tenía, por el hombre era.Se había hecho, se había reconstruido, se había ganado el derecho de ser temido, y dondequiera que se pronunciara su nombre en toda Europa del Este, era sinónimo de poder y de peligro.Miró al hombre que estaba sentado frente a él, atado a una silla de pies y manos, y sacudió una rebelde mota de polvo que se le había pegado al inmaculado traje de diseñador.Ent
Hellmand Hall, la mansión de sus pesadillas…La caravana de cinco autos blindados se detuvo cuando Eric dio la orden. Andrei bajó y le abrió la puerta mientras miraba a la distancia aquella mansión monstruosa que tenía más de cuarenta habitaciones.—¿Qué quieres que haga? —preguntó su mano derecha.—Llévatelos a todos, déjame solo con un sedán —le ordenó—. Manda a investigar las finanzas de Tormen Hellmand, mi padre. Compra alguna propiedad entre este sitio y el pueblo y quédense ahí hasta que yo te avise.—¿Tengo algún límite de gasto? —preguntó Andrei.—Ni de acción —respondió él, indicándole que le importaba poco lo que hiciera mientras consiguiera lo que quería.—¿Qué harás tú? &
Skyler miró el vestido en el espejo y forzó una sonrisa. Debía sonreír. Era lo que debía hacer. Siempre había sido igual.Había crecido rodeada de gente frente a la que no podía ser débil: otros niños. Tan huérfanos como ella, tan desamparados y malditos como ella.—No te confíes —le había dicho un día Einar, su mejor amigo—. Los niños somos malos, más los niños huérfanos, más si todo es una competencia para ser adoptado.—Eso no importa. Yo soy de las que no entra al sistema de adopciones.Skyler había sabido eso a los diez años, cuando la envidia le había agujereado el alma viendo cómo las otras niñas eran adoptadas por familias que las querían.Pero al parecer ella tenía un benefactor que pagaba por su educación y por su lejanía,
A Eric le habría gustado que no fuera así, pero a medida que se acercaba a ella, podía sentir que aquella extraña atracción solo crecía. Skyler tenía el cabello castaño y ondulado sobre los hombros y la mirada de quien lo quería todo porque no tenía nada que perder. A Eric le bastaron unos pocos segundos cerca de ella para saber que era una chica peligrosa. Y decía «chica» y no «mujer» porque de verdad ni siquiera debía llegar a los veinte años.Era sagaz, era atrevida y era condenadamente sincera, tanto que no se molestaba en reconocer que le daría asco acostarse con su padre. Así que debía haberse casado con él por lo mismo que se casaría cualquier otra mujer: dinero.Y la verdad eso a Eric lo habría tenido sin cuidado si no hubiera sido porque su boda se levantaba sobre la muerte de su madre. &iexc
Skyler sintió que las manos le temblaban, le temblaban las piernas y el resto de ella no estaba mejor. Ni siquiera se había dado cuenta de la forma en que su cuerpo reaccionaba a él hasta que fue demasiado tarde. Y ahora él sabía que le gustaba… ¡M@ldición! ¿Pero cómo lo evitaba? ¡Si parecía un condenado dios!Se metió a bañar y se quitó todo el olor dulce que traía, se limpió bien las heridas y volvió a vendarse y a ponerse las pulseras. Intentó dormir, pero sabía que, en mucho tiempo de ahí en adelante, no sería capaz de descansar de nuevo.Todavía faltaba un poco para que amaneciera cuando se levantó, se puso el maquillaje que necesitaba y fue a la cocina. Todo estaba oscuro, había frío y el jardín interior de la mansión estaba sucio y olía horrible, a alcohol de la fi
La noche pasaba tan lenta como cualquier otra para Eric. Hacía años que no lograba dormir sin tener pesadillas así que el insomnio era un amigo bienvenido. Había aprendido a vivir con sus demonios, pero no estaba dispuesto a seguir haciéndolo con los de su padre.Se dirigió hacia su coche. Andrei le había dicho que en la cajuela estaba lo que le había pedido, así que la abrió y se encontró una pequeña maleta cuadrada, de metal, como de treinta centímetros de lado. La abrió y vio, sobre las esponjas que recubrían el interior, los diez viales llenos de polvo y la diminuta pesa de precisión digital, con la que se podían calcular hasta dos kilogramos.Sonrió y, llevándola en la mano, se dirigió a la cocina. Faltaba poco para que amaneciera y si su padre no había cambiado mucho, pronto iba a mandar a pedir su café Civet bi