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CAPÍTULO 4. La amante de Hellmand Hall

A Eric le habría gustado que no fuera así, pero a medida que se acercaba a ella, podía sentir que aquella extraña atracción solo crecía.  

Skyler tenía el cabello castaño y ondulado sobre los hombros y la mirada de quien lo quería todo porque no tenía nada que perder. A Eric le bastaron unos pocos segundos cerca de ella para saber que era una chica peligrosa. Y decía «chica» y no «mujer» porque de verdad ni siquiera debía llegar a los veinte años.

Era sagaz, era atrevida y era condenadamente sincera, tanto que no se molestaba en reconocer que le daría asco acostarse con su padre. Así que debía haberse casado con él por lo mismo que se casaría cualquier otra mujer: dinero.

Y la verdad eso a Eric lo habría tenido sin cuidado si no hubiera sido porque su boda se levantaba sobre la muerte de su madre. ¡Y estaba más que dispuesto a hacerla pagar por eso! Pero primero iba a divertirse viéndola a ella y a su padre perderlo todo.

Los quería arrastrándose.

Los quería sufriendo.

Los quería muertos.

Y él siempre conseguía lo que quería.

Skyler tembló cuando Eric se pegó a su espalda, casi podía oler la excitación en ella.

La acarició con el dorso de los dedos. Su piel era tan suave que parecía de seda, y sintió la tensión en todo su cuerpo. Estaba intentando luchar contra la forma en que se sentía, pero no iba a dejarla. Si había sedado a su padre en su noche de bodas es precisamente porque tenía toda la intención de ser él quien estrenara a su esposa.

Sus manos se cerraron sobre su cintura, subió despacio, apretando hasta la base de sus senos, pero ni siquiera tuvo que acariciarlos antes de que un gemido se escapara de su boca.

Alcanzó la falda de su vestido y lo subió poco a poco, viendo cómo ella ladeaba la cabeza y disfrutaba el roce de su mano, que llegó hasta a su liguero.

Sus labios rozaron la curva de su hombro y sintió que se estremecía de placer. ¡Era una m*****a zorra y ni siquiera lo ocultaba!

—Yo puedo darte más… —murmuró contra su piel—, mil veces más que él.

De repente el cuerpo de Skyler se tensó y sus ojos se abrieron. Se clavaron en los suyos a través del espejo y Eric pudo ver que ese color chocolate derretido se oscurecía.

—No. No puedes… Tú nunca podrías darme lo que estoy dispuesta a quitarle a Tormen Hellmand —replicó y él sintió que sería capaz de matarla ahí mismo.

¡Nadie, nunca, en los últimos quince años se había atrevido a decirle que no era suficiente!

—¿Te refieres a Hellmand Hall? —bufó con incredulidad—. Estas tierras son una basura comparadas con lo que yo podría darte… si hacemos un pequeño intercambio: tú en mi cama, y la cama de mi padre vacía.

Skyler se apartó de sus manos con un gesto suave, terminó de abrirse el vestido y lo dejó caer al suelo, dándole un minuto para admirarla. Era malditamente hermosa, ¡era preciosa! pero el frío de sus ojos y el fuego de su cuerpo se contradecían de una manera extraña.

Admiró su semidesnudez, perdida en aquella lencería blanca y delicada, pero antes de que él hiciera siquiera un movimiento, Skyler alcanzó una bata de seda y se cubrió con ella.

—Me halagas, Eric… —dijo y en ese justo momento se dio cuenta de que ella sabía su nombre, pero él no sabía el suyo—. Pero si crees que estoy detrás de tu herencia te equivocas. No me importaban estas tierras ni esta casa… pero Tormen tiene algo, algo muy valioso… y yo lo quiero.

Eric la vio sentarse, cruzar las piernas y sonreír, y arrugó el entrecejo porque esperaba que al menos fuera un poco más hipócrita.

—Lo siento, pero tus problemas con tu papi los resuelves sin mí —dijo y había tanto sarcasmo en su voz que a Eric le hirvió la sangre—. No es que no esté acostumbrada a ser un peón en los planes de otros pero… prefiero ser la reina en mis propios planes.

Eric no pudo controlarse más. La alcanzó en dos zancadas y una de sus manos fue a su garganta, haciendo que se levantara y poniendo la cara a pocos centímetros de la suya.

—Dime una cosa, ¿crees que después de verte casarte con mi padre a menos de dos días de la muerte de mi madre, me voy a quedar tranquilo? —siseó muy cerca de su boca.

Ella solo tensó los músculos pero no respondió a su provocación.

—Espero que no, o de lo contrario no sería divertido. Suéltame —dijo fríamente, y trató de empujarlo para alejarse, pero Eric alcanzó uno de sus antebrazos y la vio gruñir de dolor. 

—¿Cómo te llamas? —demandó, apretando su garganta y la vio sonreír.

—Skyler… Skyler Jensen… señor.

Eric la soltó con brusquedad y ella se llevó una mano a la garganta, pero no hizo un solo gesto que denotara que eso la había afectado de alguna manera.

—Muy bien, Skyler Jensen. Estoy bastante seguro de que vas a terminar en mi cama tarde o temprano —la amenazó.

—Eso no lo dudo —respondió ella—. Pero será cuando lo decida yo, no tú. Ahora lárgate de mi cuarto si no quieres que empiece a gritar, ¡y puedo asegurarte que eso me sale muy bien!

Eric empujó la puerta y se fue, porque realmente necesitaba pensar. Necesitaba pensar y necesitaba información, y eso último era demasiado fácil teniendo en cuenta que estaba todavía en medio de una boda, y borrachos y chismosos eran lo que se sobraba.

Caminó entre las mesas despacio, mientras la gente bebía, peleaba, se besaban o se dormían allí mismo.

Finalmente sus oídos tropezaron con un nombre y se sentó de espaldas a aquella conversación aunque podía escuchar perfectamente lo que decían.

—¿Le viste la cara? —dijo una de las mujeres, que estaba pegada como una garrapata a una botella de vino.

—¿Y qué esperabas? ¿Te imaginas enterarte de que tu padre se ha casado con su amante cuando todavía ni se enfría el cadáver de su madre? —respondió otra.

—¡Es que nadie se hubiera imaginado que el señor Hellmand iba a hacer algo así! —exclamó una tercera.

—Pues yo sí me lo imaginé, ¡desde el primer momento en que la trajo a vivir aquí hace dos meses! ¡Es que hay que ser muy bajo para meter a su amante bajo las narices de su esposa!

—¡Pobre señora Karen, que Dios la tenga en su santa gloria! —se persignó la de la botella—. Trató de echar a esa muchacha tantas veces de la casa… una vez incluso la llevó ella misma a la estación del tren para que se largara, ¡pero esa descarada siempre volvía!

—Sí. El señor siempre la traía de regreso y mira… ahora es la señora de la casa…

—¡Pues no dudo que acabe como la antigua señora, tres metros bajo tierra! —exclamó una de ellas golpeando y Eric apretó los dientes.

No necesitó escuchar más. Ya sabía que Skyler Jensen era exactamente la clase de mujer que parecía: la zorr@ de un viejo con dinero, dispuesta a todo para lograr lo que quería… ¡Pero todos podían jugar a ese juego!

Sintió el celular vibrar en su bolsillo y contestó en cuanto confirmó que era el número de Andrei.

—¿Ya se instalaron? —preguntó con sequedad.

—Sin contratiempos, pero no te llamo por eso —respondió su mano derecha.

—Habla.

—Silas acaba de llamar desde las oficinas de Ucrania. Dijo que llegó una carta para ti.

—¿Una carta? —Eric no comprendía.

—Sí, carta «carta», de las antiguas, con el remitente escrito a mano, con sello y matasello de correo… —le aclaró Andrei—. Y por el nombre del remitente, parece que te la envió tu madre.

Eric ni siquiera esperó otra explicación.

—Dile a Silas que venga a traerla —ordenó—, que no pase por ninguna otra mano hasta que la recibas tú o yo personalmente. ¿Entendido?

—Entendido, no te preocupes.

Pero realmente no estaba preocupado. Su madre estaba muerta. Nada le preocupaba ya.

Lo que quería era ocuparse de los que la habían lastimado.

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