Hellmand Hall, la mansión de sus pesadillas…
La caravana de cinco autos blindados se detuvo cuando Eric dio la orden. Andrei bajó y le abrió la puerta mientras miraba a la distancia aquella mansión monstruosa que tenía más de cuarenta habitaciones.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó su mano derecha.
—Llévatelos a todos, déjame solo con un sedán —le ordenó—. Manda a investigar las finanzas de Tormen Hellmand, mi padre. Compra alguna propiedad entre este sitio y el pueblo y quédense ahí hasta que yo te avise.
—¿Tengo algún límite de gasto? —preguntó Andrei.
—Ni de acción —respondió él, indicándole que le importaba poco lo que hiciera mientras consiguiera lo que quería.
—¿Qué harás tú? —se preocupó su amigo.
—Voy a hablar con el padre Clemens. Quiero hacer los arreglos para el funeral de mi madre —declaró subiéndose al volante de uno de los sedanes—. Andrei… ¿tienes lo que necesito?
—En la cajuela —aseguró este.
El sedán patinó sobre el camino de grava y Eric condujo las seis millas que le faltaban para llegar a la pequeña iglesia del condado. Era increíble que el padre Clemens siguiera vivo, su contacto decía que ya estaba ciego, pero todavía era como un roble.
Entró a la iglesia y se dio cuenta de que nada había cambiado, ese sitio parecía haberse congelado en el tiempo mientras él se transformaba. Buscó por todos lados pero no encontró al padre. En algún sitio tenía que estar porque la iglesia estaba abierta.
Finalmente se aventuró en la oscuridad del confesionario y el sonido de un llanto casi histérico le llamó la atención. Le hizo recordar el de su madre, con la diferencia de que la última vez que la había escuchado llorar era una mujer hecha y derecha, y aquella parecía casi una niña.
No pudo evitarlo y se sentó. Aquel confesionario siempre le había parecido demasiado oscuro y frío como para dejar que una mujer llorara sola. Su desesperación lo carcomía, le recordaba tanto a la mujer que nunca había podido salvar, que lo hacía odiarse a sí mismo y al mundo.
Solo podía ver a través de la fina rejilla sus puños apretados.
—¿No vas pedir perdón a Dios por tus pecados? —preguntó cuando la calma excesiva le hizo un nudo en la garganta.
—Dios no se sabe mi nombre… Además… tampoco creo que perdone lo que voy a hacer.
Eric conocía demasiado bien el sonido de una hoja de metal cortando sobre la carne, como para no darse cuenta de lo que hacía. Se le detuvo el corazón por un segundo. Sus puños atravesaron la rejilla de madera, rompiendo todo, y a la escasa luz logró atrapar las manos de la chica justo por encima de las muñecas.
—¿¡Estás loca!? —le gritó cuando sintió la sangre caliente palpitar contra su palma izquierda y escurrirse entre sus dedos—. ¡Suéltala!
Apretó su otra mano, obligándola a soltar la navaja con la que se había abierto una de las muñecas, y pudo ver los oscuros moretones sobre la piel de sus antebrazos. Otra víctima… y él odiaba las víctimas.
—¡Escúchame, muchacha! —le gruñó y en ese momento habría dado todo por verla a los ojos, pero la oscuridad no se lo permitía—. Y escúchame bien porque solo lo diré una vez: el que te llevó a esto tiene nombre y apellido, y su vida no vale más que la tuya. ¡Antes de morirte, mata! ¡No tengas miedo, no tengas piedad, no tengas sentimientos! Sobrevive, por encima de quien sea, como sea, sin importar el dolor que dejes detrás de ti. Y si no eres capaz de matar… entonces escapa, escapa, vete al Este, pregunta por el Hellhound y enseña esto —apretó la muñeca que se había cortado y la oyó lanzar un grito de dolor—, te garantizo que él te ayudará a sobrevivir. ¿Entendiste?
La escuchó sollozar con fuerza mientras apretaba los puños.
—¡Dime que entendiste! —le exigió.
—¡Entendí! ¡Entendí! —gritó ella con la voz distorsionada por el llanto—. ¿Tú quién eres?
—Yo soy alguien que sobrevivió —susurró—. ¡Ahora vete! ¡Vete! —le ordenó y ella obedeció al instante. Sintió las manos de la muchacha salir de las suyas y era como si el corazón se le rompiera de nuevo.
Tenía la mano izquierda llena de sangre y entre sus dedos se había quedado enredada una pequeña pulsera de plata con el dije de una estrella. Su pulsera…
Cerró los ojos por un segundo y salió del destrozado confesionario, pero ella ya no estaba por ningún lado. ¡Qué regalo de bienvenida! ¡Aquel lugar nunca dejaría de ser un maldito infierno!
Escuchó pasos a su espalda y se giró para encontrarse con la figura encorvada del viejo cura.
—¿Quién anda ahí? —preguntó y Eric se limpió inútilmente la mano con un pañuelo, porque la sangre de la chica se secaba sobre ella.
—Soy Eric, padre Clemens. Eric Hellmand.
El viejo levantó las cejas sorprendido.
—¿De verdad? ¡Pero muchacho…! —Lo ayudó a sentarse en uno de los bancos y se sentó también—. Regresas después de tantos años… Lamento mucho tu pérdida, Eric. Karen era una mujer maravillosa… —Eric vio la pena en su expresión y también la resignación de sus años y su fe—. ¿Vienes a visitar su tumba?
Esa pregunta provocó en Eric una reacción instantánea.
—¿Tumba?... Vengo a hacer los arreglos para su funeral… ¿Cómo que «tumba»?
El viejo apretó los labios, como si no se atreviera a hablar, pero terminó cediendo.
—Hijo, tu madre fue enterrada a las pocas horas de morir. Tu padre pagó por un servicio apresurado… casi nadie pudo asistir… Yo presidí la misa… pero a aquello no se le pudo llamar funeral.
La sangre le hirvió en las venas a Eric. Había vivido media vida sin ella y ahora ni siquiera se podía despedir.
—¿Dónde está? —le exigió saber.
—Junto a tus abuelos…
—Gracias, padre —fue todo lo que dijo antes de dirigirse a la salida sin esperar su respuesta.
Rodeó la iglesia y caminó hasta el pequeño cementerio que estaba detrás. Recordaba bien dónde estaban las tumbas de sus abuelos, y apretó los labios cuando vio la nueva lápida junto a ellos. Era demasiado sencilla, solo su nombre y las fechas, sin una frase, un recuerdo… nada.
No supo cuánto tiempo pasó allí, mirando aquel pedazo de mármol, dándose cuenta de que era tan frío como él, pero ya había caído la noche cuando se levantó, se subió al coche y lo dirigió a la mansión.
Lo único en lo que podía pensar era en cómo habían sido capaces de saltarse su funeral. No podía entenderlo…
Cuando llego la mansión estaba completamente iluminada y adornada con flores claras. Su mente pensó en alguna clase de tributo, pero su padre no sería capaz de tanto. Sabía que no la quería.
La entrada de la mansión estaba desierta, el jardín interior… todo estaba vacío, pero había música y voces saliendo de la capilla. Hellmand Hall tenía su propia capilla y Eric se dirigió a ella a ver qué demonios estaba pasando.
Había pétalos de flores en el suelo, antorchas encendidas y cuando llegó a la puerta lo que vio fue… ¡una boda!
¡Su padre se estaba casando!
¡El maldit0 infeliz se estaba casando!
—¿¡A menos de dos días de la muerte de mi madre!? ¿¡De verdad!? —No gritó pero su voz resonó como un trueno en medio de la capilla y todos se giran a mirarlo.
Tormen Hellmand lo observó con el rostro desencajado por la rabia y sus ojos fueron desde él hasta la mujer que tenía enfrente.
Por un segundo Eric se sintió impresionado por la belleza de aquella chica, que con dificultad debía pasar de los veinte años. Parecía una diosa, fría, distante y única. Habría sido perfecta de no ser porque no había una gota de vida en sus ojos.
—¡¿Tú qué demonios haces aquí?! —rugió su padre y él dio dos pasos dentro de la capilla
—Vine para el funeral de mi madre y me encuentro nada menos que con tu boda… —Se le escapó una risa irónica—. Ahora entiendo por qué tenías tantas ganas de deshacerte de ella. ¿Qué hiciste? ¿Trajiste a esta put@ a su casa? ¿La humillaste hasta el día en que murió?
—¡Lárgate de mi propiedad! —gritó su padre pero él no se movió.
—No me voy a ir a ningún lado —sonrio—. Te guste o no, soy el único heredero de Hellmand Hall.
—Eso puede cambiar en cualquier momento —siseó Tormen mirando a su esposa y Eric ladeó la cabeza.
—Eso cambiará solo si yo lo permito. Así que me voy a quedar justo aquí para ver su hermoso final feliz… ¡No tienes idea de lo que acabas de provocar, padre!
Sus ojos se encontraron con los de la chica y sintió que no podía respirar, parecía que no había un alma detrás de ellos. Vio que sus labios se curvaban en una sonrisa suave, muy suave, casi satisfecha, y juró que la haría pagar por la muerte de su madre… ¡A los dos!
Miró a la pileta de agua bendita que tenía al lado y metió la mano que aún llevaba ensangrentada. Su padre hizo un gesto de espanto mientras la sangre seca se escurría de sus dedos y manchaba el agua bendita y la piedra.
—Hellmand Hall… siempre fuiste un infierno… —murmuró Eric mirando alrededor—. Pero tu verdadero demonio acaba de llegar, ¡y haré que todo arda a mi manera!
Skyler miró el vestido en el espejo y forzó una sonrisa. Debía sonreír. Era lo que debía hacer. Siempre había sido igual.Había crecido rodeada de gente frente a la que no podía ser débil: otros niños. Tan huérfanos como ella, tan desamparados y malditos como ella.—No te confíes —le había dicho un día Einar, su mejor amigo—. Los niños somos malos, más los niños huérfanos, más si todo es una competencia para ser adoptado.—Eso no importa. Yo soy de las que no entra al sistema de adopciones.Skyler había sabido eso a los diez años, cuando la envidia le había agujereado el alma viendo cómo las otras niñas eran adoptadas por familias que las querían.Pero al parecer ella tenía un benefactor que pagaba por su educación y por su lejanía,
A Eric le habría gustado que no fuera así, pero a medida que se acercaba a ella, podía sentir que aquella extraña atracción solo crecía. Skyler tenía el cabello castaño y ondulado sobre los hombros y la mirada de quien lo quería todo porque no tenía nada que perder. A Eric le bastaron unos pocos segundos cerca de ella para saber que era una chica peligrosa. Y decía «chica» y no «mujer» porque de verdad ni siquiera debía llegar a los veinte años.Era sagaz, era atrevida y era condenadamente sincera, tanto que no se molestaba en reconocer que le daría asco acostarse con su padre. Así que debía haberse casado con él por lo mismo que se casaría cualquier otra mujer: dinero.Y la verdad eso a Eric lo habría tenido sin cuidado si no hubiera sido porque su boda se levantaba sobre la muerte de su madre. &iexc
Skyler sintió que las manos le temblaban, le temblaban las piernas y el resto de ella no estaba mejor. Ni siquiera se había dado cuenta de la forma en que su cuerpo reaccionaba a él hasta que fue demasiado tarde. Y ahora él sabía que le gustaba… ¡M@ldición! ¿Pero cómo lo evitaba? ¡Si parecía un condenado dios!Se metió a bañar y se quitó todo el olor dulce que traía, se limpió bien las heridas y volvió a vendarse y a ponerse las pulseras. Intentó dormir, pero sabía que, en mucho tiempo de ahí en adelante, no sería capaz de descansar de nuevo.Todavía faltaba un poco para que amaneciera cuando se levantó, se puso el maquillaje que necesitaba y fue a la cocina. Todo estaba oscuro, había frío y el jardín interior de la mansión estaba sucio y olía horrible, a alcohol de la fi
La noche pasaba tan lenta como cualquier otra para Eric. Hacía años que no lograba dormir sin tener pesadillas así que el insomnio era un amigo bienvenido. Había aprendido a vivir con sus demonios, pero no estaba dispuesto a seguir haciéndolo con los de su padre.Se dirigió hacia su coche. Andrei le había dicho que en la cajuela estaba lo que le había pedido, así que la abrió y se encontró una pequeña maleta cuadrada, de metal, como de treinta centímetros de lado. La abrió y vio, sobre las esponjas que recubrían el interior, los diez viales llenos de polvo y la diminuta pesa de precisión digital, con la que se podían calcular hasta dos kilogramos.Sonrió y, llevándola en la mano, se dirigió a la cocina. Faltaba poco para que amaneciera y si su padre no había cambiado mucho, pronto iba a mandar a pedir su café Civet bi
Skyler apenas podía respirar. Le dolía tanto un costado del cuerpo que no sabía si prefería despertarse o dejarse morir de una buena vez.Había demasiada oscuridad a su alrededor, había frío, pero en ese instante, más que el dolor, las paredes de su estómago devorándose unas a otras la hicieron reaccionar.El solo hecho de abrir los ojos le dolía, y no pudo evitar quejarse. Sintió el latigazo de dolor en todo el cuerpo y trató de incorporarse pero una mano sobre su brazo la detuvo.—¡Hey…! Tranquila… tranquila… —Escuchó murmurar a una voz conocida que no esperaba pudiera sonar tan suave y mucho menos preocupada.Intentó enfocar la vista y sus ojos tropezaron con los de Eric. Tenía una expresión atenta que no parecía combinar con el resto de su imagen.—¿Dón… d
Eric podía sentir la vibración del celular en su bolsillo mientras ayudaba a Skyler a llegar a la cama y acostarse. Era una chica rebelde, incluso en el estado en que estaba se atrevía a rechazar la ayuda, pero parecía que no le quedaba más remedio y eso definitivamente jugaba a su favor.—Regreso en un momento, voy por analgésicos y por algo de comer para los dos. —Fue lo último que le dijo antes de salir para dirigirse a la cocina, pero su celular volvió a vibrar y vio que era una llamada de Andrei, así que la respondió.—¿Eric? —Podía notar su preocupación.—Habla —dijo él. Siempre había sido así de seco y a su amigo jamás le había importado.—Estoy en las afueras de la propiedad…—¿Aquí en Hellmand Hall? —Eric arrugó el entrecejo porq
Había pasado casi una semana desde que Tormen le había descargado el puño por última vez, ojalá hubiera sido la primera vez que la golpeaba, pero por desgracia, nada más lejos de la realidad. Simplemente antes la señora Karen la defendía y la paliza era compartida, así que tocaba a menos…Skyler realmente lamentaba que hubiera muerto, pero más lamentaba ver que en cierto punto se había quedado sin fuerzas para reaccionar, que ya no quería pelear… Y lo peor de todo era que había muerto sola, y aunque su hijo hubiera estado con ella, habría muerto sola, porque Eric era tan perverso como su padre.Había intentado no acercarse y él había respetado eso. Skyler sentía una extraña sensación de peligro cada vez que lo tenía cerca. Nunca había conocido a un hombre como él. Tormen era un maldito bruto, pero
Eric estaba tan enojado consigo mismo que apenas podía respirar. Por la rabia y porque el cuerpo de Skyler era una tentación a la que era difícil resistirse.Pensó meterse en el despacho de su padre para ver si podía averiguar algo sobre su hermano. La habitación de su madre no tenía mucho que ofrecer en cuestión de información, pero recordaba que ella llevaba un diario. Así que su padre debía tenerlo.Pero cuando estaba listo para forzar una de las ventanas, vio que alguien ya se le había adelantado, y no le sorprendió saber que ese alguien era Skyler.Así que allí estaban, más pegados imposible, y toda la atracción que sentía por ella y que no quería sentir, se la cobraba haciendo que reaccionara igual aunque no quisiera. La torturó acariciando uno de sus menos y sintiendo cómo se estremecía solo con su roce.