La oscuridad que rodeaba a Isis comenzó a disiparse lentamente. A medida que su conciencia emergía del abismo del inconsciente, los recuerdos de la noche anterior se entrelazaban con sueños febriles. Imágenes de lobos emergiendo de la oscuridad para atacarla y susurros en un idioma olvidado danzaban en su mente, mezclándose con la realidad de la habitación en la que ahora despertaba.
Isis no comprendía qué había sucedido. Tras el impacto en su cabeza, la oscuridad se apoderó de todo. Se percató de que estaba recostada en una cama de una suavidad excepcional. Voces indistintas flotaban a su alrededor, irreconocibles y lejanas. Intentó abrir los ojos; sin embargo, una pesadez abrumadora se lo impidió volviendo a dormirse. Cuando recuperó de nuevo la conciencia, estaba sola. Con cautela, intentó sentarse, lentamente para evitar marearse. La sensación de vértigo persistía, pero logró mantenerse erguida. A su alrededor, el silencio era tan profundo que podía oír el latido de su propio corazón. ¿Cómo era posible que se encontrara en una situación como esa, cuando solo una semana atrás su vida transcurría pacíficamente? Unos días antes había tomado la decisión más impulsiva y emocionante de su vida: dejarlo todo atrás y viajar en busca de aventuras, de retos que le hicieran sentir viva. Pero nada la había preparado para el giro que habían tomado los acontecimientos. La memoria le llegaba a borbotones; recordaba ir de compras, el autobús que partió sin ella y luego... el extraño llamado Jacking. El hombre que se ofreció a llevarla de vuelta al hotel, un hombre cuya presencia era abrumadora. Recordaba haber asentido a su petición para resolver un asunto urgente y luego…, la oscuridad, el bosque, los lobos, el ataque y nada más. Existía un vacío donde deberían estar los recuerdos. ¿Cómo escaparon de la jauría de lobos? Por mucho que se esforzaba en recordar, solo llegaba hasta dónde se había avalanzado sobre Jacking, el frenazo... y nada más. Ahora, estaba en un lugar que no reconocía, una habitación que olía a madera fresca y a un toque de algo salvaje e indómito. La cabeza le dolía terriblemente, un recordatorio palpable del golpe que había sufrido. Se pasó las manos por la frente, sintiendo el contorno de una venda. ¿Qué tan fuerte me golpeé?, se preguntó, pero no había nadie para responder. Tomando una respiración profunda, decidió explorar. Si había aprendido algo en sus veintitrés años, era que la aventura a veces te encuentra a ti, y cuando lo hace, no hay más opción que seguir adelante. —Está bien, Isis—, se dijo a sí misma. —Puede que esto no sea lo que esperabas, pero es la aventura que tienes. ¿Por qué tuve que decidir venir a esta extraña isla sin saber que existían lobos? Precisamente los únicos animales a los que les temo. Intentó incorporarse, pero un nuevo mareo hizo que volviera a tenderse en la cama, cerrando los ojos. Quería estar ahora mismo en su habitación, en su lujoso y confortable apartamento en París. Quería tener los cuidados amorosos de sus padres y su mejor amiga Antonieta. Solo habían transcurrido unos pocos días desde que comenzó a sentir la urgencia de desaparecer. De buscar eso que la hacía sentir incompleta. —¿Qué voy a hacer ahora? ¿Me habrán raptado?—, se preguntó mientras volvía a recostarse, sintiendo que su mundo se había trastocado de una manera inimaginable. Cerró los ojos como si con ello pudiera evitar hundirse en la profundidad de la inconsciencia. Se vió de nuevo en su cómoda cama, en su céntrico y lujoso apartamento, un regalo de sus padres en el corazón de París. Aquel día en que tomó la decisión de escapar de todo, se despertó al sonido familiar de su alarma, una melodía elegida por su capacidad de ser lo suficientemente irritante como para sacarla de los brazos del sueño cada mañana. Mientras se estiraba, su mente vagaba hacia el día anterior, recordando las risas con sus amigos y las discusiones sobre mitología que siempre parecían seguir a sus padres arqueólogos como una sombra. Pero algo en ese día se sentía diferente; una corazonada le decía que ese día no sería como los demás. Pero nada la había preparado para esto. Recuerda que ese día, no tenía idea de que muy pronto sus conversaciones sobre dioses antiguos y criaturas míticas dejarían de ser meras especulaciones para convertirse en su realidad viviente. Suspiró mientras repasaba toda su vida en su mente. ¿Quién era ella realmente? Seguramente ustedes se estarán preguntando eso a estas alturas. Su nombre es Isis Mujtar, una chica de veintitrés años recién cumplidos. Según su madre, era la reencarnación de la diosa egipcia Isis, así como lo oyen, esa era la manera en que su madre la veía. Ella es arqueóloga y se la pasa viajando por el mundo abriendo hoyos por todas partes, como suele decirle cariñosamente. Amanda es su nombre real, aunque su esposo la llama Amonet. Es una morena del Caribe que viajó a Egipto en una expedición cuando tenía dieciocho años por su universidad y ¡plas! ¡Se enamoró de Dakarai Mujtar, su padre, también arqueólogo! Según Amanda, desde la primera mirada, supo que ese hombre tenía que ser suyo. Dakarai es alto y bien formado, con ojos negros como el azabache que la miraron y se quedaron prendados de ella. Solo les bastó una semana para enamorarse perdidamente y al mes ya estaban casados. Quizás piensen que Isis exagera en la manera de describir a sus queridos padres. Pero no lo hace, su amor fue y es tan apasionado que, incluso ahora, después de veintitrés años, se miran como si fuera la primera vez. Y eso sin contar que pareciera que no quisieran salir nunca de la cama. Con esos padres, ya queda claro que Isis es una morena de uno setenta y cinco metros de altura, con unas curvas de infarto, según sus amigos. Sus ojos son negros azabache, al igual que los de su padre, y sus labios son rojos y carnosos, como los de su madre. Es una mezcla algo peculiar, pero con un buen resultado. Suele llevar el cabello largo y suelto, lo que le da un aspecto único, con ondas negras. Debido al trabajo de sus padres, Isis ha viajado prácticamente por todo el mundo y ha vivido en los lugares más increíbles. Sabe hablar y escribir perfectamente siete idiomas, además de un sinfín de dialectos. Tiene amigos y conocidos en todas partes. Su pasión es la lectura, el baile y la música. Aunque es muy feliz de tener esos padres, a veces se siente asfixiada con tanto cuidado. Aunque en estos momentos no le molestaría para nada ver aparecer a los guardias que la siguen a todas partes por orden de su padre. ¿Por qué tuvo que escapar de la manera que lo hizo de ellos?Isis suspira y deja de pensar en su vida. Abre los ojos al darse cuenta de que se le ha pasado el mareo. Debe averiguar qué le sucede cuanto antes y avisar a sus padres. Con un poco de esfuerzo, logra sentarse y lleva la mano a la cabeza, sintiendo que la venda está húmeda. Parece que sigue sangrando.—Uff... creo que no voy a poder ir al baño—, murmura sentada en la cama. Se desliza hasta colocar los pies en el suelo, pero un fuerte mareo la hace volver a caer hacia atrás en la cama. —¡Diantres! Por este camino me orinaré en la cama. ¿Dónde estoy? ¿Por qué nadie ha venido a verme? Isis trata de recordar todo lo que sucedió. Por suerte o por desgracia, tiene una memoria fotográfica, pero en este momento su memoria no le devuelve nada útil. Decide ser paciente y ver qué sucede.¿Habrán recibido sus padres la carta que le dejó? Se pregunta ahora preocupada, pensando que no debió hacerles eso. Aunque su padre la protege con tanto cuidado, en lo más profundo de ella sabe por qué lo hace
Jackin Arrington, conocido como el Alfa de la poderosa manada "La Maat Ra", en realidad lleva el nombre de Horus y su mitad lobo se llama Mat. Es hijo del último faraón sobrenatural de Egipto, Ransés, y de la gran esposa real Nefertari. Como único príncipe heredero, posee los grandes poderes que alguna vez ostentaron los faraones de esa estirpe. En Horus se han reencarnado los poderes del hijo de los dioses, Isis y Osiris de Egipto. Con casi mil años de edad, se niega a volver a sentir el dolor de la pérdida, por lo que no desea encontrar a su mitad, su Luna. Después de la gran guerra en la que fueron atacados por Apofis, muchos tuvieron que huir hacia otras tierras. En el caso de Horus, escapó junto a sus padres, los faraones, su pequeña hermana y todos los niños del imperio. En el camino, sus padres se sacrificaron para ponerlos a salvo, perdiéndolos junto a su hermana menor la princesa Merytnert. Fue entonces cuando llegaron a refugiarse en esta isla, donde han vivido en paz desd
La oscuridad era absoluta, una densa negrura que parecía devorar incluso el propio paso del tiempo. Isis ignoraba que en esta isla, en esta época del año, los días eran cortos. No había previsto que el autobús del hotel la dejaría sin taxis a la vista, y mucho menos que aceptaría tomar un aventón con un extraño de regreso al hotel, simplemente porque el hombre decía que trabajaba allí.—¿Qué estaba pensando?— murmuró para sí misma.Mientras tanto, Isis observó cómo el extraño conducía a una velocidad vertiginosa, sumergiéndose más profundamente en el bosque y en un envolvente manto de oscuridad. La carretera asfaltada dio paso a un camino de tierra, y sólo los faros del coche lograron atravesar la noche omnipresente.Cuanto más avanzaban, más se adentraban en la inhóspita naturaleza salvaje, dejando atrás cualquier rastro de civilización. A su lado, el extraño al volante se había sumido en un silencio sepulcral, con los ojos fijos en el camino que tenía delante mientras el vehículo su
Comencé a gritar desesperadamente, despertando a mis padres y a todos en el campamento. Un trabajador acudió en mi ayuda, atacando al lobo que me llevaba. El lobo empezó a correr más rápido. Sentí un fuerte golpe en mi cabeza y vi aparecer una luz blanca antes de caer inconsciente.Cuando desperté, estaba en un vuelo a Francia con mis padres. Tuvieron que realizarme varias operaciones para reparar mis tendones y músculos desgarrados. Afortunadamente todo salió muy bien, para asombro de los médicos, y mi recuperación fue notablemente rápida. Al final, sólo me quedó una pequeña cicatriz en la pierna, que fue ocultada ingeniosamente por hermosos tatuajes.Sin embargo, desde aquel incidente, tan pronto como escucho el aullido de un lobo, aunque sea en la televisión, mi miedo comienza a abrumar mi razón, y una intensa necesidad de huir se apodera de mí, resultando muy difícil de controlar. Mi miedo es tal que puedo encontrarme corriendo grandes distancias sin siquiera darme cuenta.Fin de