2. PÁNICO

Comencé a gritar desesperadamente, despertando a mis padres y a todos en el campamento. Un trabajador acudió en mi ayuda, atacando al lobo que me llevaba. El lobo empezó a correr más rápido. Sentí un fuerte golpe en mi cabeza y vi aparecer una luz blanca antes de caer inconsciente.

Cuando desperté, estaba en un vuelo a Francia con mis padres. Tuvieron que realizarme varias operaciones para reparar mis tendones y músculos desgarrados. Afortunadamente todo salió muy bien, para asombro de los médicos, y mi recuperación fue notablemente rápida. Al final, sólo me quedó una pequeña cicatriz en la pierna, que fue ocultada ingeniosamente por hermosos tatuajes.

Sin embargo, desde aquel incidente, tan pronto como escucho el aullido de un lobo, aunque sea en la televisión, mi miedo comienza a abrumar mi razón, y una intensa necesidad de huir se apodera de mí, resultando muy difícil de controlar. Mi miedo es tal que puedo encontrarme corriendo grandes distancias sin siquiera darme cuenta.

Fin de la retrospectiva.

Cuando Isis terminó su relato, Jacking se sintió abrumado por un sentimiento de culpa. La cercanía de su manada era un consuelo para él, pero para Isis, cada aullido era un recordatorio de sus peores pesadillas.

—¡Haz algo!— Mat, su lobo, exigió con un gruñido desesperado dentro de su cabeza.

Jacking sabía que tenía que actuar con rapidez. No podía permitir que el terror consumiera a Isis. En ese momento, un lobo entró por su ventana. Los ojos de Isis se encontraron con los del animal, su mundo reducido a un único punto de puro terror.

El animal, una figura imponente de la naturaleza salvaje, era la encarnación de todas sus pesadillas. El golpe al coche fue como el mazo de un juez, sentenciando su cordura a desaparecer en la oscuridad del bosque.

El corazón de Isis latía con tanta fuerza que temía que pudiera estallar dentro de su pecho. Cada inhalación fue un esfuerzo; cada exhalación, un gemido ahogado. La presión en su pecho era insoportable, como si una fuerza invisible intentara aplastarla desde dentro. Las lágrimas brotaron de sus ojos, mientras todo su cuerpo temblaba como una hoja en una tormenta.

El grito que escapó de sus labios no fue humano; era el sonido visceral del miedo primario, un eco de la vulnerabilidad más profunda del ser. Desesperada, Isis actuó por instinto. Se desabrochó el cinturón y se abalanzó hacia Jacking, buscando refugio en el único ser humano presente. Isis gritaba y gritaba, incapaz de controlarse.

Jacking luchó por mantener el control del vehículo, sus músculos tensos y concentrados en la carretera mientras sentía a Isis encima de él, su grito atravesaba la tranquila noche. Con una frenada brusca, los lobos que perseguían el coche chocaron contra él, aturdidos y vulnerables en el suelo.

A través del espejo retrovisor, Jacking vio a su jefe de seguridad, Bennu, y a los guerreros acercándose rápidamente. Su Beta, Amet, le estaba comunicando mentalmente que habían rescatado a las lobas y capturado a los salvajes. Un suspiro de alivio escapó de sus labios; la crisis había sido contenida.

Pero entonces, la voz de su lobo, Mat, resonó en su cabeza, clara y urgente. La situación era tan caótica como dolorosa. Jackingg, dividido entre su humanidad y su naturaleza lupina, había estado luchando con decisiones que su corazón humano rechazaba pero que su lobo, Mat, anhelaba.

—¡Tú la mataste, humano imbécil!— El reproche de Mat retumbó en su cabeza con la fuerza de una tormenta. —¿Por qué la diosa luna me dio a un humano tan imbécil?
—¡Mat, no te pases, no fue a propósito! —Gritó Jacking furioso porque su lobo lo estaba insultando, algo que jamás le había permitido ni sucedido hasta ahora que apareció la humana, a la cual estaba odiando con todo su ser. —Ya viste que no tuve opción, así que deja de gritar en mi cabeza para que pueda pensar.

 El frenado había sido instintivo, una reacción humana para evitar mayores daños, pero había tenido consecuencias no deseadas. Isis yacía inconsciente, un hilo de sangre corría por su frente para formar un pequeño charco rojo en el piso del vehículo. Jacking la tomó en brazos, su corazón humano lleno de remordimiento y miedo.

La sangre se había detenido y la herida en la frente de Isis parecía menos grave de lo que Jacking había temido inicialmente. Aún así, la imagen de ella desmayada y herida lo perseguía. Fue una ocasión que aprovechó su lobo, Mat, para tomar el control de su cuerpo y, con una delicadeza que contrastaba con su carácter salvaje, amamantó a Isis, pasando su lengua por la herida en un instintivo intento de curación.

Jacking se sintió dividido. Por un lado, su lobo, Mat, mostró una preocupación y un cuidado por Isis que no podía negar. Por otro lado, su lado humano estaba plagado de dudas y culpas. La cercanía emocional que Mat sentía hacia Isis era algo que Jacking aún no estaba dispuesto a aceptar.

 Con Isis todavía inconsciente en sus brazos, Mat se dirigió a su casa, sin que nadie de la manada lo notara. Una vez a salvo en su habitación, la recostó con cuidado en la cama y se sentó a su lado, vigilante. La noche avanzó en silencio, y mientras Jacking observaba desde las sombras de su propia conciencia, no pudo evitar preguntarse por qué Isis estaba allí.

—Mat, quédate con ella esta noche—, le susurró Jacking a su lobo. —Protege a nuestra... invitada.

—Si algo le pasa a mi Luna, nunca te lo perdonaré—, respondió Mat con una firmeza que sorprendió al propio Jacking. —No me importa que la rechaces, será solo mía, pero no esperes que yo la rechace, no lo haré. He esperado demasiado por nuestra Luna y ahora qué apareció no permitiré que la trates así. Vete, yo me encargo de mi Luna.

 Jacking no dijo nada, nunca antes su lobo se le había revelado, esto era un asunto muy serio. Mientras Isis dormía, las preguntas persistían en su mente: ¿Qué había traído a Isis a este lugar? ¿Cómo los había encontrado? ¿Estaba su destino irrevocablemente ligado a la manada... y al de él? ¿Cómo podría hacer que su lobo la rechazara?

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