Intruso.

Libia se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. Mientras le ponía suma atención a las aclaraciones que daba el jefe de su equipo de seguridad, Arturo.

—Así que no será necesaria la intervención del señor Forjes. Nosotros estamos capacitados para enfrentar esas situaciones.

La muchacha soltó un suspiro y, por extraño que fuese, se sinceró con el tipo.

—Pensé que ustedes trabajan para… Esa persona —dijo, sin ganas de mencionar su nombre—. Y él ya no está en mi vida, así que supuse que también se irían.

—No, cuando el señor… volvió a Brasil, nuestro cheque fue firmado por la señora Rodríguez.

—Yo no sabía eso —Libia habló para sí misma. Se aclaró la garganta y volvió a mirar a Arturo.

—Sí, no tiene que preocuparse por nada. Nosotros sabemos qué hacer. Además, el señor sigue pendiente de la situación.

La joven tragó saliva, tuvo la sensación de darle un sorbo a un café, muy cargado, y sin un gramo de azúcar.

—Bueno, me alegra estar informada.

Arturo se levantó de la silla e incl
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