Capítulo 4

Leonid Kuznetsov

Detuve mis pasos una vez Aleshka y yo estuvimos afuera de la cafetería.

Luego de comernos todos los dulces que había ordenado, ella se alarmó al ver la hora y confirmar que se le estaba haciendo tarde para ir a su lugar de trabajo, así que nuestra pequeña velada se vio interrumpida cuando se levantó de la mesa y comenzó a organizar todo el desastre que habíamos hecho.

Muy a mi pesar le dije que no pasaba nada y comenzamos a recoger los restos de dulces que habíamos dejado en la mesa.

Ella se sentía cómoda a mi lado a pesar de que era un completo desconocido, pero no por demasiado tiempo, pues me encargaría de entrar a su vida y hacerla mía.

Pero además de eso, quería conocerla, saber qué le gustaba, cuáles eran sus defectos, sus virtudes, sus miedos, sus metas, sus temores y mucho más. Quería saber todo de ella.

Con ese pensamiento en mente, abrí el pequeño paraguas cuando la lluvia comenzó a mojarnos más de lo normal, lo coloqué encima de ambos y caminamos hasta mi auto.

Ella había perdido la penitencia, por lo que no le había quedado más remedio que aceptar que la llevara hasta su lugar laboral en mi auto. Al principio se negó rotundamente, pero luego de unos minutos de dudas, finalmente aceptó y yo más emocionado no me podía sentir.

—¿Este es tu auto? —Preguntó una vez estuvimos frente al recién nombrado y asentí. Podía entender su asombro, pues el modelo de mi coche no era muy común en la ciudad por lo costoso que era, razón por la que era uno de mis favoritos y el que usaba con mucha frecuencia para salir a cualquier lugar.

—¿Te gusta? —Pregunté de vuelta con la misma emoción y ella volteó a verme con una sonrisa en el rostro.

—¡Me encanta! —exclamó efusiva —. Siempre veo muchos de esos en las revistas que mamá recolecta para leer todas las tardes.

Asentí con una sonrisa al escucharla.

Sin decir nada más, le abrí la puerta del copiloto y la ayudé a subirse al auto con rapidez, pues a pesar de que teníamos el paraguas encima de nosotros, la lluvia estaba mojando nuestros pies y parte de nuestra ropa.

Cerré la puerta una vez verifiqué tenía el cinturón de seguridad abrochado y sin esperar más, le di la vuelta al coche y me subí al mismo al instante. Encendí la calefacción inmediatamente y volteé a verla solo para emocionarme aún más por la sonrisa que tenía en el rostro.

—¿Quieres escuchar algo de música? —Pregunté luego de poner el auto en marcha y notar como el ambiente se ponía algo tenso por el silencio que se formó en el mismo.

—No quiero molestar, de verdad —murmuró apenada y despegué la mirada de la carretera un instante para voltear a verla.

¿Molestar? ¿Estaba bromeando acaso?

—No molestas en lo absoluto, créeme que si lo hicieras no estarías en el cómodo asiento de mi auto, Aleshka —respondí sincero y con una sonrisa en el rostro, misma que ella me devolvió al instante, pero que no pude disfrutar porque tuve que centrar mi mirada nuevamente en la carretera.

—No lo dices por cortesía, ¿Verdad? —Preguntó nuevamente y negué al escucharla.

¿Qué más necesitaba para convencerse de que no me molestaba en lo absoluto? ¡Dios!

Deseaba con todas mis fuerzas que me mirara todos los malditos segundos que pasaban, que entrelazara sus dedos con los míos, que me abrazara como nunca nadie lo había hecho y que en su mundo no existiera nadie más que yo.

Sí, algo muy posesivo de mi parte, pero así era y no estaba dispuesto a cambiar.

—No tengo otra manera de convencerte más que con mis palabras, pero si te sirve de consuelo, todas mis amistades saben lo quisquilloso que soy con las personas desconocidas y que no me agradan en lo absoluto, así que te puedes considerar una de mis personas favoritas.

—¿Y eso por qué? —Preguntó curiosa.

—Porque solo mis personas favoritas están dentro de mí auto así como lo estás tú ahora —al escucharme, soltó una sonora carcajada y volteé a verla al instante aprovechando que estábamos en un semáforo en rojo.

—¡Oh, vaya, qué halago! —respondió con sarcasmo y la miré con una sonrisa.

—No te burles, es verdad.

—No me burlo, lo juro —apretó los labios para no soltar una carcajada y entrecerré los ojos al ver su gesto.

—Aja, dilo hasta que te lo creas.

—Bueno, admitiré que me da un poco de risa escucharte, pues hablas de tu auto como si fuera tu primogénito, ese que cuidas con tu vida y por el que serías capaz de enfrentarte a quien sea si llegan a hacerle una sola raya.

—Lo dirás bromeando, pero soy muy celoso con las cosas que me pertenecen, así que digamos que si a alguien algún día se le ocurre meterse con mi auto, efectivamente se las verá conmigo.

—Vaya, pareces un padre celoso y protector. Si tienes hijos imagino lo paternal que debes ser.

—Por los momentos no tengo hijos, los anhelo con toda mi alma, pero sé que pronto el universo cumplirá mi deseo de convertirme en padre —apreté mis dedos en el volante del auto y miré fijamente la carretera.

Esa era una promesa que me había hecho a mí mismo hacía tiempo. Era mi anhelo más grande y no me iría de este mundo sin saber lo que era ser papá. Afortunadamente a mi lado estaba la mujer que me daría ese privilegio, así que más feliz y emocionado no me podía sentir.

Ella aún no sabía nada, pero eso igual no me quitaba la emoción. Sería mi mujer, la madre de mis hijos y dueña de todo mi imperio, ¡Qué puto orgullo, carajo!

—Y mientras tanto todo tu amor se lo darás a tu auto, ¿No es así? —solté una carcajada al escucharla y esta vez resistí las ganas de voltear a mirarla, pues el tráfico por ese lado de la ciudad por el que no encontrábamos estaba un poco congestionado.

—Sí, pero no por demasiado tiempo, ya encontré a quién regalarle todo el amor que tengo para dar —confesé por primera vez con una sonrisa en el rostro y mirando la placa del auto que estaba frente al mío.

El mismo no tenía nada en particular que llamara mi atención, pero al mirarlo resistía las ganas de voltear a ver a Aleshka, quién estaba seguro me estaba mirando a mí.

—Vaya, me alegra mucho oír eso, definitivamente esa chica será muy afortunada.

—Afortunado seré yo cuando ella decida aceptarme como su pareja por la eternidad.

—¿Por la eternidad? ¿No es eso demasiado tiempo?

—Tal vez sí, pero si es que existe otra vida después de esta, créeme que estoy dispuesto a buscarla en las que sean necesarias para seguir dándole lo mejor de mí y continuar nuestra historia de amor.

—Te veo muy enamorado, me alegra saber que hay alguien que ocupa ese corazón.

Asentí con una sonrisa en el rostro y nos quedamos en silencio unos minutos, mismo que no fue incómodo en lo absoluto, algo que para mí fue un gran avance.

Decidí no decir nada más y al parecer ella tampoco, por lo que lo único que se escuchaba en el auto eran las gotas de lluvia que chocaban contra el mismo al caer.

Al notar que ya faltaba poco para poder llegar a su lugar de trabajo, decidí hacer una última pregunta, misma que esperaba no respondiera de manera afirmativa o me daría un ataque de celos ahí mismo.

—Hablame de ti, ¿Tu corazón tiene dueño?

—Afortunadamente si.

—Vaya, ¿Se puede saber quién es el afortunado? —El veneno en mi tono de voz no se hizo esperar, pero aún así traté de disimularlo lo más que pude.

Alguien ocupaba su corazón.

—Sí, Tovaritch.

—¿Es ruso?

Bien, al parecer era alguien de nuestro mismo país. Sería fácil poder dar consejos él y saber que era lo que tenía que yo no.

—Sí, ruso y el amor de mi vida.

—¿Y están casados o algo así?

Cómo me diga que sí, juro que no respondo por mis actos. Ella me gustaba y estaba dispuesto a todo para hacerla mía.

—Dios te oiga, Leonid.

Espera, ¿Qué?

—¿Qué? ¿No planea casarse contigo? Cualquiera en su sano juicio lo haría, Aleshka.

—No es eso, pasa que es un cantante muy famoso a nivel internacional y lo más probable es que no sepa ni que existo.

De la nada el aire regreso a mis pulmones y sentí como si todo el peso que sentia en mi espalda se hubiera esfumado de la nada.

¿Un jodido cantante famoso?

¡Qué imbécil fui al creer que se trataba de alguien real, carajo!

—Espera, ¿Me estás hablando de tu amor platónico?

—Sí, ¿De quién pensabas que lo hacía?

—Juré que me hablabas de tu pareja sentimental, Aleshka —confesé sincero. No tenía caso ocultarle algo tan obvio como eso.

—No, no, no. Por los momentos yo estoy soltera, solo que Tovaritch es el dueño de mi corazón, así que espero pueda saber que existo algún día para poder declararle todo mi amor.

—Vaya, te deseo suerte con ello —dije con diversión y ella río al escucharme.

—Gracias, créeme que la necesito —me siguió el juego y luego de unos segundos, ambos soltamos unas sonoras carcajadas.

Definitivamente la química y conexión que había entre ambos era grande.

—Y bueno, nunca me dijiste si querías escuchar música o no —murmuré una vez recordé por qué habíamos llegado a ese punto de la conversación.

—Ah, si es cierto —comenzó a jugar con los dedos de sus manos y me miró con una sonrisa en el rostro —. ¿Pondrías una de Tovaritch?

Reí al escucharla y asentí.

A ella le podía dar el maldito mundo si así lo quisiera, no hacía falta ni que lo pidiera, carajo.

—De todas las músicas que ha sacado, ¿Cuál es tu favorita?

—Mode Avión —levanté una ceja al escucharla.

—El título promete.

—La letra no tanto, pero lo que más me gusta es el ritmo de la música.

—¿Y te la sabes?

—Sin equivocarme —respondió orgullosa y reí al escucharla.

—¿Te parece si apostamos? —Necesitaba terminar mi día de la mejor manera y no me quedaría tranquilo hasta lograrlo.

—¿Qué quieres apostar? —Preguntó divertida al escucharme y la miré pícaro.

—Si te equivocas en algún pedazo de la canción, tendrás que regalarme algo, ¿Te parece?

—¿Regalarte algo? Pero no tengo nada qué regalarte, de verdad.

—Tranquila, yo te pediré algo que sé puedes darme.

—¿Y qué es eso?

—No te diré, aún.

—¿Eso no se considera como trampa?

—No, pues el juego lo inventé yo y por ende las reglas son mías también.

—Y, por supuesto, a tu beneficio.

—Asi es.

—Me arriesgaré solo porque me caes bien, pero como me pidas algo que no puedo darte, te ganarás un pellizco de mi parte, ¿Trato?

—Trato.

Coloqué la música en el reproductor del auto y a los pocos segundos ella comenzó a cantar. Cómo lo prometió, se la sabia al pie de la letra, razón por la que sabía perdería y no podría obtener nada de su parte.

Así que preso de mis instintos, aparqué el auto tan lento como pude y la miré mientras cantaba.

Miré sus labios moverse y, sin poder resistirme más, me quité el cinturón de seguridad y me acerqué a ella rápidamente.

Tomé mi rostro entre sus manos y uní nuestros labios en un beso que había anhelado desde que la había visto en el restaurante.

No sabía si después de eso ella querría saber más de mi, pero de lo que sí estaba seguro era que no me arrepentiría en lo absoluto de mi decisión. Besarla fue lo mejor que pude hacer, y mis pensamientos fueron confirmados cuando ella posó sus manos encima de mi nuca atrayéndome más a su boca y me siguió el beso con la misma intensidad.

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