Capítulo 3

Abrí el paraguas cuando la lluvia se comenzó a poner más fuerte de lo normal y con pasos largos comencé a caminar por la transitada calle en la que me encontraba.

Había terminado mi larga jornada laboral en el hotel como camarera e iba directamente a una cafetería cercana a tomarme un café y esperar mi siguiente turno en McDonald's, donde era cajera.

No podía ver mucho, pero me guiaba por los locales por los que pasaba rápidamente. Según mis cálculos me faltaba poco para llegar.

Apreté la correa de mi bolso que guindaba en mi hombro derecho y continúe caminando rápidamente. Moría de hambre y me urgía comer lo antes posible, pues una vez entrara a mi segundo trabajo no podía irme de mi puesto y dejarlo tirado solo para ir a comer.

Lo tenía permitido únicamente para ir al baño, pero primero debía avisarle a mi superior y era todo un proceso. Con ese pensamiento en mente, cerré el paraguas al llegar a la puerta de la cafetería y sonreí para mis adentros.

Por fin probaría bocado.

Al entrar al local, dejé el paraguas a un lado de la puerta y me quité la chaqueta para ponerla encima del perchero que allí se encontraba.

Habiendo terminado, comencé a caminar hasta la barra ignorando a la personas a mi alrededor.

Saludé con amabilidad a la muchacha que se encontraba allí atendiendo y pedí un café mediano con algunas galletas para llevar. Pagué todo y me fui a sentar en una mesa que se encontraba pegada de la inmensa ventana del lugar.

Coloqué mi bolso en mis piernas y saqué mi cuaderno para comenzar a tachar los pendientes que ya había realizado y los que me faltaban.

Sí, así de organizada era.

El lugar estaba repleto de gente, pero aún así cada quien estaba en lo suyo y no le prestaba atención a otra cosa que no fueran los aperitivos en sus mesas, acto que imité yo una vez me entregaron mi orden.

Tomé unas galletas, las coloqué en el pequeño plato que me habían traído junto al café y las demás las guardé para llevar a casa. Sabía que mamá y mis hermanos morían por esas galletas, pero como no todo el tiempo nos podíamos dar esos lujos, no las comprábamos casi.

Tomé la taza de café y comencé a soplar el mismo por lo caliente que se encontraba. Cerré los ojos durante unos segundos al sentir el líquido caliente quemando levemente mi garganta y disfrutando ese pequeño momento conmigo misma.

Hice a un lado mis pensamientos negativos sobre los problemas económicos y le di un mordisco a la galleta que tomé segundos antes del plato, miré por la inmensa ventana que se encontraba a mi lado y me relajé un poco.

—¿Será mucha molestia si me siento acá contigo? —volteé rápidamente al escuchar una gruesa voz dirigiéndose a mí y casi me atraganto con la galleta al ver lo guapo que era el hombre que tenía enfrente.

Dios mío, definitivamente era toda una creación del universo.

—Eh... ¿Disculpa? —pregunté confundida al no recordar lo que me había dicho por estar mirándolo con ojos de lujuria.

No, no, no.

Necesito ir a la iglesia, esas no son cosas de Dios.

Bueno, con una miradita no le hacía daño a nadie.

—Que si me puedo sentar acá contigo —repitió nuevamente y fruncí el ceño al escucharlo, pues no lo conocía en lo absoluto y habían más mesas en el lugar a parte de la mía —. Es que todas están ocupadas —señaló las demás mesas y volteé a ver rápidamente solo para confirmar lo que me había dicho.

¿En qué momento se había llenado aquel sitio?

Volteé a verlo rápidamente y asentí.

A mí no me faltaba mucho para irme y él definitivamente parecía interesado en disfrutar un momento en el lugar de manera cómoda, así que no le vi problema que se sentara conmigo.

—Claro, no hay problema —le señalé la silla frente a mí y él me sonrió en respuesta antes de sentarse.

¡Madre mía, pero que sonrisa!

O ese hombre era producto de mi imaginación y yo estaba alucinando por tantos problemas o, era real, pero tallado por los mismos Dioses griegos.

—Eres muy amable, espero no molestar —respondió sacándome de mis pensamientos y le sonreí en respuesta.

—Para nada, más bien espero puedas disfrutar aún en compañía de una desconocida.

—Muy hermosa, por cierto.

Me sonrojé al oírlo y le sonreí nuevamente.

¿Qué se hace en esos casos, Dios mío?

—Muchas gracias —dije de vuelta y mirándolo fijamente.

¡Qué ojazos tiene!

Y ni hablar de sus gruesos brazos, esos que parecían esculpidos por el mismísimo Dios y eran más grandes que mis ganas de vivir.

Hice a una lado mis pensamientos al ver el rumbo que estaban tomando los mismos y negué rápidamente. No tenía ni dos segundos de conocer a aquel hombre cuando ya estaba pensando en cosas pecaminosas con él.

¡Aléjate, Satanás!

Centré mi mirada en el pequeño cuaderno que tenía frente a mí y terminé de masticar la galleta que tenía en mi boca. Faltaban unas pocas horas para entrar a mi segundo trabajo y necesitaba terminar de organizar todo en mi agenda.

Terminé de marcar mis pendientes ya culminados y anoté los que me faltaban por realizar. Le di un sorbo a mi café e ignoré al apuesto hombre que tenía frente a mí, quién ya había realizado su orden y al parecer tenía un banquete en la mesa.

Habían dulces de todo tipo, galletas, croissant, trozos de torta de diferentes sabores y más.

¿Cómo carajos conserva tan buen cuerpo si se come todo eso?

Lo miré sin decir nada más, pero al parecer mi cara decía más que mil palabras, pues él soltó una carcajada al ver mi rostro.

Fruncí el ceño al ver su reacción y tratando de comprender la situación. Solo esperaba que mi cara no reflejara lo confundida que me encontraba por todo aquello.

¿De qué se reía?

—¿Pasa algo? —Le pregunté confundida y él negó aún con una sonrisa en el rostro. Misma que me parecía demasiado hermosa.

¡Concéntrate, Aleshka!

—No, nada —dijo ya un poco más calmado —. Solo que tu reacción me causó un poco de gracia, espero no te hayas molestado por ello.

Una pequeña risita se escapó de mis labios al escucharlo y negué.

En definitiva debía aprender a manejar mis gestos, pues mi cara parecía un libro abierto en cada situación que vivía.

—En mi defensa debo decir que me sorprendí al ver todo lo que habías pedido para comer —respondí entre risas, mismas que él imitó al instante.

Al pasar los minutos y parar de reír ambos, él me miró ya un poco más serio.

—Bueno, todo esto no lo pedí para mí solo, querida —fruncí el ceño al escucharlo y le presté atención —. Es para ambos, tómalo como agradecimiento por dejarme sentar junto a tí en esta fría tarde.

Bien, esa no me la esperaba.

—¿De verdad? —asintió —. No es necesario que hayas hecho todo esto, para mí fue un gusto haberte cedido un espacio en la mesa junto a mí, no hay nada que agradecer.

—Para mí sí hay razones y, como ya pedí todo esto, no lo vamos a botar a la basura, ¿Verdad? —negué rápidamente al oírlo y ambos reímos a carcajadas.

¿Por qué? No lo sé, solo pasó y juro que me sentí demasiado bien.

Tenia tiempo sin reírme de esa manera.

—Por cierto, mi nombre es Aleshka —le tendí mi mano por encima de la mesa y él la aceptó gustoso estrechándola con la suya.

—Y yo soy Leonid, mucho gusto Aleshka —me guiño un ojo y soltó mi mano, haciéndome sonreír.

Sin decir nada más, comenzamos a degustar los postres que teníamos frente a nosotros, hasta que se me ocurrió una idea.

—El último en comer debe pagar una penitencia —solté de la nada y él me miró para posteriormente reírse.

—Hecho, quién pierda debe hacer lo que el otro quiera, ¿Va?

Asentí al escucharlo y a la cuenta de tres, comenzamos a comer como dos niños pequeños los postres que teníamos frente a nosotros.

En medio de risas y mucho chocolate, se me olvidó lo difícil que era mi vida y pasé una tarde diferente en compañía de aquel desconocido que, tiempo después, sería el dueño de mis más oscuras fantasías.

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