El primer informe apareció en las pantallas antes del amanecer. Andrea se encontraba junto a la ventana del salón, con una taza de café en las manos, viendo cómo los medios difundían la noticia. El rostro de García dominaba la pantalla, acompañado de titulares acusadores que detallaban las actividades corruptas que lo vinculaban a figuras religiosas y movimientos de dinero ilícitos. La táctica había sido precisa, sin errores visibles. Cada cadena de noticias seguía la misma línea, amplificando el impacto.Andrea apretó la taza con fuerza, mientras el frío del exterior se filtraba a través del vidrio. No era satisfacción lo que sentía. Más bien, una sensación de vacío se expandía en su interior. Habían cumplido con el objetivo, pero la idea de que todo terminara con la exposición mediática de García no le ofrecía consuelo. Sabía que un hombre como él no desaparecería sin pelear. Las consecuencias aún estaban por verse.Ricardo entró en la sala, con la misma calma de siempre. Vestía su
Andrea se encontraba sola en el estudio de la mansión, un espacio silencioso que de algún modo había logrado aislarla del caos que reinaba en su mente. Frente a ella, sobre la mesa, reposaba una simple carta, un objeto que hasta hacía unos minutos no representaba más que un pedazo olvidado del pasado de Ricardo. Ahora, ese pedazo se había convertido en algo imposible de ignorar.El aire en la habitación se sentía pesado mientras sus ojos recorrían una y otra vez las palabras escritas en esa carta. El papel viejo, ligeramente amarillento en los bordes, parecía contener más que solo tinta. Lo que revelaba no era un crimen ni una traición flagrante en términos legales, pero el peso emocional que llevaba consigo la golpeaba con fuerza."Irene. Ricardo. Y un hijo."Andrea dejó es
El frío metal del auto policial brillaba bajo las luces intermitentes de las sirenas, creando un destello constante que golpeaba los ojos de Andrea mientras miraba hacia el frente, con las manos tensas sobre su regazo. El resonar de la voz del detective García dando órdenes aún estaba en el aire cuando la situación comenzó a volverse caótica. Desde el interior de la casa, podía escuchar los pasos firmes y decididos de los agentes de policía acercándose, sus botas resonaban como un tambor de muerte que anuncia lo inevitable. Es solo cuestión de minutos antes de que todo se desmorone. Andrea tragó saliva, sintiendo como su decisión la apretaba el pecho, y sus ojos buscaron los de Ricardo, que ya se preparaba para el enfrentamiento.“Ricardo Salazar y Andrea Navas, salgan con las manos en alto”, la voz metálica del megáfono de García rompió el silencio, su tono implacable y cargado de autoridad. Ricardo apretó los puños, sus labios formando una fina línea de desprecio. No había lugar par
La mansión estaba envuelta en un silencio inquietante cuando Ricardo se preparó para salir. Andrea, aún conmocionada por los eventos recientes, no pudo evitar notar la tensión en su rostro mientras él se colocaba el abrigo. La firmeza en sus movimientos, el gesto decidido en su mandíbula, le dijeron todo lo que necesitaba saber, aunque él no pronunció palabra. Sabía que Ricardo no podía seguir huyendo, y que, en su mente, había llegado el momento de terminar con todo. Él no estaba dispuesto a permitir que el detective García los siguiera persiguiendo hasta el fin del mundo, como una sombra constante en su vida. Tampoco estaba dispuesto a ir a la cárcel, nunca.—No puedes hacer esto —dijo Andrea en un susurro, aunque sabía que sus palabras no lo detendrían. Ricardo apenas la miró, su mente ya estaba fija en el curso que había decidido.—Quédate aquí. Cuida de nuestro hijo —respondió él, con esa frialdad característica que tanto la aterraba y, a la vez, la fascinaba.Sin más, Ricardo sa
El sonido de los pasos apresurados de Andrea resonaba en las paredes de la bodega, pero para ella, cada eco, cada golpe de sus zapatos contra el suelo, parecía prolongarse en el tiempo, estirando los segundos hasta convertirlos en una eternidad insoportable. El frío de la noche que se colaba por las grietas de las paredes la envolvía, pero no era el frío lo que la hacía temblar; era el miedo, el pánico desgarrador que se había apoderado de su corazón al ver a los dos hombres frente a frente, con las armas listas para disparar. Ricardo, el hombre al que había amado a pesar de todo, y García, el hombre que representaba la justicia que una vez había respetado, se encontraban en el centro de esa bodega abandonada, listos para terminarlo todo.Andrea sabía, en lo más profundo de su ser, que si no intervenía, la muerte sería inevitable. No estaba dispuesta a perder a Ricardo, no ahora, no después de haberlo elegido, incluso sabiendo que sus manos estaban manchadas de sangre. Sabía que Ricar
—¿Dónde está? —pensó. Su mirada se deslizó buscándolo. Los guardias permanecieron leales, sin señales de amenaza alguna por su parte. Sin embargo, su corazón se aceleró, golpeando contra su pecho como si acabara de correr un maratón. Cada respiración parecía pesada mientras miraba a su alrededor, esperando los pasos que la alertaran de su llegada. Un suave grito ahogado escapó de sus labios cuando lo vio atravesar las puertas dobles que conducían al gran salón, su presencia llamaba la atención incluso desde lejos. Andrea se mordió con fuerza el labio inferior, tratando de mantener la compostura mientras él se acercaba a ella, con los ojos llenos de intenciones lujuriosas que la hacían temblar bajo la capa. —¿Bien, excelente, bella, qué tenemos aquí? —ronroneó, dando vueltas a su alrededor, observando cada centímetro de su carne cubierta bajo la tenue iluminación Su corazón latía como una bestia salvaje atrapada dentro de su jaula, desesperada por liberarse. Cada paso que él dio le p
—¿Hay alguien aquí? La habitación estaba oscura y vacía, o eso creyó. Escuchó pasos acercándose, mientras se aferraba a los barrotes de la pequeña prisión en la que se encontraba. —¿¡Qué carajo!? ¿Quién eres y por qué me pusiste en esta jaula? ¡Déjame salir ahora mismo! —Su corazón se aceleró mientras intentaba comprender la situación. La oscuridad hacía difícil ver algo con claridad, pero podía sentir las frías barras de metal clavándose en su piel. Sus manos temblaban mientras luchaba contra los confines de la jaula, tratando de encontrar cualquier punto débil por donde pudiera escapar. —¡Respóndeme! —gritó, con la voz temblando de miedo e ira—. ¿Qué deseas de mí? —¿Qué busco de ti? —se acercó a la jaula. Su aliento rozó el rostro de Nicole—. Nada, pequeña, pero sí de los malditos padres que te dieron la vida. —Luego se hizo el silencio. -¿Mis padres? ¿Qué tiene eso que ver con que esté encerrada en esta jaula? ¡Déjame ir ahora mismo! ¡Mis amigos vendrán a buscarme muy pronto y l
Cuando Ricardo Salazar entró en los pacíficos confines de la iglesia, el suave resplandor de la luz de las velas iluminó el espacio sagrado. El aroma del incienso persistía en el aire, creando una atmósfera de tranquilidad. Mientras se acercaban a los bancos, una figura surgió de las sombras y llamó su atención. Era Irene, una devota conocida por su dedicación a su fe. A primera vista, la hermana parecía una monja cualquiera, vestida con su modesto atuendo. Sin embargo, había algo diferente en ella, un brillo en sus ojos azul cielo y un sutil sonrojo en sus mejillas. A medida que se acercaba a Ricardo Salazar, su respiración se aceleró revelando un atisbo de anticipación. Con una cálida sonrisa, la hermana Irene se acercó a Ricardo Salazar y le preguntó: —Querido, ¿para qué estás aquí? —Su voz tenía un tono suave y melódico, cautivando a Ricardo Salazar con su dulzura. Sin embargo, había un toque de vulnerabilidad en su voz, como si estuviera luchando por mantener la compostura. De to