La mansión estaba sumida en un inquietante silencio, interrumpido solo por el leve crujir de las vigas de madera y el ocasional susurro del viento golpeando los ventanales. Andrea se encontraba sentada en el borde de la cama, su respiración lenta, casi contenida, mientras observaba las sombras alargadas que proyectaba la luz de la lámpara sobre las paredes. Era una calma aparente, una tregua temporal en medio de la tormenta que se avecinaba.Desde que regresaron de la emboscada en la calle, algo había cambiado dentro de ella. Durante días, Andrea había intentado ignorar los pensamientos oscuros que crecían en su mente, empujando la verdad hacia los rincones más recónditos de su ser. Sabía que algo no encajaba, pero había decidido ignorar las señales, confiando ciegamente en el amor y la promesa de un futuro junto a Ricardo.Ahora, con su mano reposando sobre su vientre abultado, sentía el latido constante de su hijo como una advertencia silenciosa, una llamada de atención que no podía
La mañana llegó fría y gris, como si el mismo cielo comprendiera el peso de lo que estaba a punto de ocurrir. Andrea se levantó temprano, incapaz de encontrar descanso. El aire en la mansión se sentía cargado de tensión, y el silencio, en lugar de ofrecer calma, parecía sofocante. Sabía que Ricardo estaba planeando algo. No lo había dicho abiertamente, pero ella lo conocía demasiado bien. La forma en que se había movido por la casa la noche anterior, la rapidez con la que había hecho llamadas apenas audibles en su despacho, todo apuntaba a un solo objetivo: García.Andrea cruzó el largo pasillo que conducía al salón principal. Al pasar por el despacho de Ricardo, la puerta entreabierta le permitió ver la luz tenue de la lámpara de su escritorio. Él estaba inclinado sobre algunos papeles, susurrando instrucciones por teléfono. No tuvo que escuchar las palabras para saber de qué hablaba. No había tiempo que perder, y si no actuaba pronto, todo se desmoronaría.Sus pensamientos la llevaro
El primer informe apareció en las pantallas antes del amanecer. Andrea se encontraba junto a la ventana del salón, con una taza de café en las manos, viendo cómo los medios difundían la noticia. El rostro de García dominaba la pantalla, acompañado de titulares acusadores que detallaban las actividades corruptas que lo vinculaban a figuras religiosas y movimientos de dinero ilícitos. La táctica había sido precisa, sin errores visibles. Cada cadena de noticias seguía la misma línea, amplificando el impacto.Andrea apretó la taza con fuerza, mientras el frío del exterior se filtraba a través del vidrio. No era satisfacción lo que sentía. Más bien, una sensación de vacío se expandía en su interior. Habían cumplido con el objetivo, pero la idea de que todo terminara con la exposición mediática de García no le ofrecía consuelo. Sabía que un hombre como él no desaparecería sin pelear. Las consecuencias aún estaban por verse.Ricardo entró en la sala, con la misma calma de siempre. Vestía su
Andrea se encontraba sola en el estudio de la mansión, un espacio silencioso que de algún modo había logrado aislarla del caos que reinaba en su mente. Frente a ella, sobre la mesa, reposaba una simple carta, un objeto que hasta hacía unos minutos no representaba más que un pedazo olvidado del pasado de Ricardo. Ahora, ese pedazo se había convertido en algo imposible de ignorar.El aire en la habitación se sentía pesado mientras sus ojos recorrían una y otra vez las palabras escritas en esa carta. El papel viejo, ligeramente amarillento en los bordes, parecía contener más que solo tinta. Lo que revelaba no era un crimen ni una traición flagrante en términos legales, pero el peso emocional que llevaba consigo la golpeaba con fuerza."Irene. Ricardo. Y un hijo."Andrea dejó es
El frío metal del auto policial brillaba bajo las luces intermitentes de las sirenas, creando un destello constante que golpeaba los ojos de Andrea mientras miraba hacia el frente, con las manos tensas sobre su regazo. El resonar de la voz del detective García dando órdenes aún estaba en el aire cuando la situación comenzó a volverse caótica. Desde el interior de la casa, podía escuchar los pasos firmes y decididos de los agentes de policía acercándose, sus botas resonaban como un tambor de muerte que anuncia lo inevitable. Es solo cuestión de minutos antes de que todo se desmorone. Andrea tragó saliva, sintiendo como su decisión la apretaba el pecho, y sus ojos buscaron los de Ricardo, que ya se preparaba para el enfrentamiento.“Ricardo Salazar y Andrea Navas, salgan con las manos en alto”, la voz metálica del megáfono de García rompió el silencio, su tono implacable y cargado de autoridad. Ricardo apretó los puños, sus labios formando una fina línea de desprecio. No había lugar par
La mansión estaba envuelta en un silencio inquietante cuando Ricardo se preparó para salir. Andrea, aún conmocionada por los eventos recientes, no pudo evitar notar la tensión en su rostro mientras él se colocaba el abrigo. La firmeza en sus movimientos, el gesto decidido en su mandíbula, le dijeron todo lo que necesitaba saber, aunque él no pronunció palabra. Sabía que Ricardo no podía seguir huyendo, y que, en su mente, había llegado el momento de terminar con todo. Él no estaba dispuesto a permitir que el detective García los siguiera persiguiendo hasta el fin del mundo, como una sombra constante en su vida. Tampoco estaba dispuesto a ir a la cárcel, nunca.—No puedes hacer esto —dijo Andrea en un susurro, aunque sabía que sus palabras no lo detendrían. Ricardo apenas la miró, su mente ya estaba fija en el curso que había decidido.—Quédate aquí. Cuida de nuestro hijo —respondió él, con esa frialdad característica que tanto la aterraba y, a la vez, la fascinaba.Sin más, Ricardo sa
El sonido de los pasos apresurados de Andrea resonaba en las paredes de la bodega, pero para ella, cada eco, cada golpe de sus zapatos contra el suelo, parecía prolongarse en el tiempo, estirando los segundos hasta convertirlos en una eternidad insoportable. El frío de la noche que se colaba por las grietas de las paredes la envolvía, pero no era el frío lo que la hacía temblar; era el miedo, el pánico desgarrador que se había apoderado de su corazón al ver a los dos hombres frente a frente, con las armas listas para disparar. Ricardo, el hombre al que había amado a pesar de todo, y García, el hombre que representaba la justicia que una vez había respetado, se encontraban en el centro de esa bodega abandonada, listos para terminarlo todo.Andrea sabía, en lo más profundo de su ser, que si no intervenía, la muerte sería inevitable. No estaba dispuesta a perder a Ricardo, no ahora, no después de haberlo elegido, incluso sabiendo que sus manos estaban manchadas de sangre. Sabía que Ricar
—¿Dónde está? —pensó. Su mirada se deslizó buscándolo. Los guardias permanecieron leales, sin señales de amenaza alguna por su parte. Sin embargo, su corazón se aceleró, golpeando contra su pecho como si acabara de correr un maratón. Cada respiración parecía pesada mientras miraba a su alrededor, esperando los pasos que la alertaran de su llegada. Un suave grito ahogado escapó de sus labios cuando lo vio atravesar las puertas dobles que conducían al gran salón, su presencia llamaba la atención incluso desde lejos. Andrea se mordió con fuerza el labio inferior, tratando de mantener la compostura mientras él se acercaba a ella, con los ojos llenos de intenciones lujuriosas que la hacían temblar bajo la capa. —¿Bien, excelente, bella, qué tenemos aquí? —ronroneó, dando vueltas a su alrededor, observando cada centímetro de su carne cubierta bajo la tenue iluminación Su corazón latía como una bestia salvaje atrapada dentro de su jaula, desesperada por liberarse. Cada paso que él dio le p