—¿Hay alguien aquí? La habitación estaba oscura y vacía, o eso creyó. Escuchó pasos acercándose, mientras se aferraba a los barrotes de la pequeña prisión en la que se encontraba.
—¿¡Qué carajo!? ¿Quién eres y por qué me pusiste en esta jaula? ¡Déjame salir ahora mismo! —Su corazón se aceleró mientras intentaba comprender la situación. La oscuridad hacía difícil ver algo con claridad, pero podía sentir las frías barras de metal clavándose en su piel. Sus manos temblaban mientras luchaba contra los confines de la jaula, tratando de encontrar cualquier punto débil por donde pudiera escapar.
—¡Respóndeme! —gritó, con la voz temblando de miedo e ira—. ¿Qué deseas de mí?
—¿Qué busco de ti? —se acercó a la jaula. Su aliento rozó el rostro de Nicole—. Nada, pequeña, pero sí de los malditos padres que te dieron la vida. —Luego se hizo el silencio.
-¿Mis padres? ¿Qué tiene eso que ver con que esté encerrada en esta jaula? ¡Déjame ir ahora mismo! ¡Mis amigos vendrán a buscarme muy pronto y luego te arrepentirás! —ontinuó luchando contra la jaula, esperando a que alguien escuchara sus gritos y viniera a rescatarla. Pero en el fondo sabía que tal vez la ayuda no llegaría. El miedo comenzó a consumirla al darse cuenta de lo vulnerable que era en realidad—. Por favor —suplicó, mientras las lágrimas corrían por su rostro—. Déjame ir a casa.
—Lo haré, ten la seguridad —susurró—, siempre que ellos firmen el acuerdo que les he ofrecido.
—¿Qué clase de juego enfermizo estás jugando? Si lastimas a mi familia por algún estúpido contrato, ¡te juro que nunca te perdonaré! —A pesar de sus palabras, Nicole no pudo evitar preguntarse qué tipo de trato podrían aceptar sus padres en tales circunstancias. El pánico subió a su pecho mientras imaginaba los peores escenarios. ¿Quizás ya estaban en peligro? ¿O tal vez tenían demasiado miedo para enfrentarse a esta misteriosa figura que la mantenía cautiva?—. Será mejor que me dejes ir ahora mismo —advirtió, temiendo por su propia vida. Insegura de qué podía hacer para detenerlo. Atrapada en la jaula, se sentía impotente y sola.
De pronto una descarga eléctrica en su espalda a causa de la picana sacudió su debilitado cuerpo.
—¿Oh, qué más? ¿Qué vas a hacer mocosa? ¿No sabes distinguir que aquí soy yo quien manda?
Una oleada de adrenalina la invadió y se lanzó hacia adelante, empujando la jaula con todas sus fuerzas. Mientras lo hacía, logró deslizar su mano a través de un pequeño espacio en los barrotes, alcanzando cualquier cosa que pudiera usar. Sus dedos se cerraron alrededor de un objeto punzante y lo sostuvo con fuerza, dispuesta a defenderse.
—¡Esto aún no termina! ¡Déjame ir ahora mismo o te juro que haré que te arrepientas de haberte metido conmigo! —creyó alimentarse de sus acciones y se preparó para atacar. No estaba dispuesta a que este monstruo la siguiera intimidando. Sin medir las consecuencias, pensó que había encontrado una salida a esta situación de pesadilla.
Ricardo sacó un revólver, lo cargó y apuntó a la cabeza de Nicole.
—¿Qué vas a hacer, estúpida? ¿Quieres una bala en tu cerebro?
Sus ojos se abrieron con terror al ver el arma apuntando a su cabeza. Por una fracción de segundo, pareció ceder a sus demandas, pero algo dentro de ella se negó a rendirse sin luchar. Con todas sus fuerzas blandió el objeto punzante que había encontrado, intentando golpear a Ricardo y alejar el arma de ella.
—¡Aléjate de mí, psicópata! —gritó, su voz llena de miedo y desafío—. ¡Mis padres no estarán de acuerdo con cualquier plan retorcido que tengas! ¡Encontrarán otra manera de salvarme!
Aunque sabía que las probabilidades estaban en su contra, se negó a perder la esperanza.
Ricardo le quitó el cuchillo con natural facilidad. Aplicó tres descargas eléctricas más en la espalda de Nicole. No me hagas enojar o no habrá trato y nunca volverás a casa. ¿No sabes quién soy? Gritando de dolor por las descargas eléctricas, Nicole cayó al suelo, retorciéndose de agonía. Con ojos llorosos, miró a Ricardo Salazar, todavía luchando por comprender la gravedad de la situación. A pesar de sus heridas, ella se negó a ceder a sus amenazas. —No… por favor… te lo ruego… permite que me vaya —suplicó, con la voz temblando por el miedo y la desesperación— Prometo no contarle a nadie sobre esto. Solo déjame vivir mi vida y olvidar que te conocí. Por mucho que quisiera odiarlo, una parte de ella no podía evitar sentir simpatía por el hombre que parecía consumido por cualquier retorcida vendetta que tuviera contra sus padres. Pero, en última instancia, su propia supervivencia y seguridad eran lo primero. Y haría todo lo que estuviera en su poder para asegurarse de salir con vida. Ricardo sintió un poco de compasión por la niña, se agachó y extendió la mano para acariciar su delicado rostro. Él le secó las lágrimas y le dijo: —Solo no me obligues a matarte. Tus padres le deben a una amiga mucho más que dinero y tienen que pagarle. ¿Tú entiendes? —Alejó su mano de ella. Se levantó y avanzó en la oscuridad hacia una puerta— ¿Comprendes? —preguntó de nuevo.
Temblando por el contacto de su mano, Nicole asintió, con los ojos muy abiertos por el miedo y la comprensión. No le gustaba el hecho de que él tuviera algún tipo de control sobre sus padres, pero también sabía que resistirse más a él le causaría más daño. —Sí —susurró, su voz apenas audible— Lo entiendo. Mientras él se alejaba, dejándola sola en la oscuridad una vez más, Nicole no pudo evitar preguntarse qué terrible secreto ocultaban sus padres. Y prometió descubrirlo.
Cuando Ricardo Salazar entró en los pacíficos confines de la iglesia, el suave resplandor de la luz de las velas iluminó el espacio sagrado. El aroma del incienso persistía en el aire, creando una atmósfera de tranquilidad. Mientras se acercaban a los bancos, una figura surgió de las sombras y llamó su atención. Era Irene, una devota conocida por su dedicación a su fe. A primera vista, la hermana parecía una monja cualquiera, vestida con su modesto atuendo. Sin embargo, había algo diferente en ella, un brillo en sus ojos azul cielo y un sutil sonrojo en sus mejillas. A medida que se acercaba a Ricardo Salazar, su respiración se aceleró revelando un atisbo de anticipación. Con una cálida sonrisa, la hermana Irene se acercó a Ricardo Salazar y le preguntó: —Querido, ¿para qué estás aquí? —Su voz tenía un tono suave y melódico, cautivando a Ricardo Salazar con su dulzura. Sin embargo, había un toque de vulnerabilidad en su voz, como si estuviera luchando por mantener la compostura. De to
Nicolás y Ricardo fueron enemigos desde la secundaria, solo tenían rencor e incluso en la universidad sus caminos se cruzaron, pero la situación continuó. Ricardo recordó mientras fumaba un cigarrillo y miraba la fotografía de su primera víctima. Esa noche hubo una fiesta. Allí estuvieron todos los universitarios y por supuesto: Clásicos, música, alcohol y tonterías raras. Ya era bastante tarde, fue al baño y escuchó ruidos. El bullicio era más silencioso en el pasillo. Decidió investigar y cuando abrió la puerta de la habitación vio a Nicholas follándose sin piedad a una de las bellezas universitarias. Su cara parecía aburrida mientras la dama gemía de placer a cuatro patas. Se dio la vuelta para regresar. Nicolás lo vio y trató de molestarlo, moviéndose más rápido. —Oh, carajo, Ricardo Salazar… —gimió mientras la chica lo veía confundida. —Mi nombre es. —Lo sé —la había interrumpido. Miró hacia la puerta y le sonrió. —¿Qué dijiste, maldito insecto? —En sus ojos se reflejó por primera
Varios meses después de llegar a un acuerdo. Andrea había sido llevada a la mansión de Ricardo. Ella salió al jardín y lo miró. Parecía distraído, perdido en quién sabe qué pensamientos. Andrea parpadeó para contener las lágrimas y estudió a Ricardo desde una distancia segura, mientras el dolor se filtraba en cada faceta de su alma. Hasta dónde habían caído, se preguntó con amargura. Una vez campeones de una causa, unidos por un objetivo común, ahora se encontraban entrelazados en una oscuridad tan profunda que amenazaba con tragarlos enteros. Aunque no era tarde. En el fondo, sabía que todavía existía un rayo de esperanza, uno capaz de reavivar las llamas de la justa ira y expulsar las sombras que los consumían a ambos. Haciendo acopio de cada gramo de coraje que poseía, dio un paso adelante y se dirigió a él con una nueva resolución ardiendo en sus ojos. —Ricardo.… Tenemos la facultad para hacer las cosas bien. Podemos alejarnos de este camino de destrucción y buscar la redención. ¿
Hubo otra pausa cuando se acercó. —¿Qué crees que es lo más sagrado para un hombre en la vida? —Le pidió una respuesta. Sosteniendo la cabeza del difunto por los cabellos bien conservados por su personal dedicado a la ciencia. La visión de Andrea se volvió borrosa, llenándose de lágrimas calientes mientras luchaba por comprender la lógica retorcida que se desarrollaba ante ella. —Amor… Familia —Logró pronunciar, su voz era poco más que un suspiro—. Esas conexiones significaron todo para ti alguna vez, ¿recuerdas? ¿Por qué desechaste eso? A pesar de la agonía que la desgarraba, se negó a sucumbir al odio o la desesperación, rezó, en cambio, para que la chispa de humanidad escondida en lo más profundo de Ricardo prevaleciera. —Es cierto que alguna vez creí en todo eso, pero descubrí que eran sólo susurros del corazón que una vez tuve —bajó el tono de la voz y acercó la cabeza del cadáver a su rostro—. ¡Pero este bastardo me robó eso y mi virilidad! El grito se escuchó por toda la
Algunos meses después… —¿Cómo está la mujer más bella de la ciudad? —Caminó por el suelo de la habitación, acercándose a la ventana. Era algo que era inevitable para él. Miraron por la ventanilla la bulliciosa ciudad. Andrea respiró profundo, tratando de calmar la tensión interna. A pesar de los horrores que había enfrentado, no podía negar el calor que se extendía por su pecho al verlo parado a su lado. Giró la cabeza y se encontró con su mirada, sus ojos se fijaron en una conversación silenciosa que decía mucho sobre el progreso que habían logrado desde esa fatídica noche en el jardín. Una pequeña sonrisa apareció en las comisuras de su boca mientras lo estudiaba de cerca, admirando el crecimiento que había presenciado en él. —Estoy mejor, gracias—, respondió, colocando una mano suave sobre su panza. Su hijo, símbolo de esperanza y renovación, seguía creciendo dentro de ella. —Tú también has recorrido un largo camino, amor. —¡Vamos mujer! No seas tan modesta —La miró y sonrió—
En la calle oscura y ventosa, la pregunta en sí no era quién los había matado sino qué estaba haciendo su marido allí. Andrea observó cómo Ricardo cogía el teléfono y a regañadientes, informaba del incidente a las autoridades y luego esperaba, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. A pesar de todo lo que habían pasado juntos, no podía evitar preocuparse por las consecuencias de sus acciones y lo que podrían significar para su futuro. El peso de sus errores pasados amenazaba con aplastarlos a ambos una vez más, pero ella se aferraba a la esperanza de que de alguna manera pudieran encontrar un camino a seguir juntos.—Oficial García a sus órdenes.El solo hecho de escuchar la voz del hombre que había irrumpido en su mansión le hizo sentir un fuerte dolor de estómago una repulsión instantánea la cual tuvo que aguantarse porque la situación lo ameritaba.—Soy Ricardo detective. Necesito su ayuda.Su corazón se aceleró mientras escuchaba la súplica desesperada de Ricardo, sabiendo
La mansión estaba sumida en un inquietante silencio, interrumpido solo por el leve crujir de las vigas de madera y el ocasional susurro del viento golpeando los ventanales. Andrea se encontraba sentada en el borde de la cama, su respiración lenta, casi contenida, mientras observaba las sombras alargadas que proyectaba la luz de la lámpara sobre las paredes. Era una calma aparente, una tregua temporal en medio de la tormenta que se avecinaba.Desde que regresaron de la emboscada en la calle, algo había cambiado dentro de ella. Durante días, Andrea había intentado ignorar los pensamientos oscuros que crecían en su mente, empujando la verdad hacia los rincones más recónditos de su ser. Sabía que algo no encajaba, pero había decidido ignorar las señales, confiando ciegamente en el amor y la promesa de un futuro junto a Ricardo.Ahora, con su mano reposando sobre su vientre abultado, sentía el latido constante de su hijo como una advertencia silenciosa, una llamada de atención que no podía
La mañana llegó fría y gris, como si el mismo cielo comprendiera el peso de lo que estaba a punto de ocurrir. Andrea se levantó temprano, incapaz de encontrar descanso. El aire en la mansión se sentía cargado de tensión, y el silencio, en lugar de ofrecer calma, parecía sofocante. Sabía que Ricardo estaba planeando algo. No lo había dicho abiertamente, pero ella lo conocía demasiado bien. La forma en que se había movido por la casa la noche anterior, la rapidez con la que había hecho llamadas apenas audibles en su despacho, todo apuntaba a un solo objetivo: García.Andrea cruzó el largo pasillo que conducía al salón principal. Al pasar por el despacho de Ricardo, la puerta entreabierta le permitió ver la luz tenue de la lámpara de su escritorio. Él estaba inclinado sobre algunos papeles, susurrando instrucciones por teléfono. No tuvo que escuchar las palabras para saber de qué hablaba. No había tiempo que perder, y si no actuaba pronto, todo se desmoronaría.Sus pensamientos la llevaro