Cuando Ricardo Salazar entró en los pacíficos confines de la iglesia, el suave resplandor de la luz de las velas iluminó el espacio sagrado. El aroma del incienso persistía en el aire, creando una atmósfera de tranquilidad. Mientras se acercaban a los bancos, una figura surgió de las sombras y llamó su atención. Era Irene, una devota conocida por su dedicación a su fe. A primera vista, la hermana parecía una monja cualquiera, vestida con su modesto atuendo. Sin embargo, había algo diferente en ella, un brillo en sus ojos azul cielo y un sutil sonrojo en sus mejillas. A medida que se acercaba a Ricardo Salazar, su respiración se aceleró revelando un atisbo de anticipación. Con una cálida sonrisa, la hermana Irene se acercó a Ricardo Salazar y le preguntó: —Querido, ¿para qué estás aquí? —Su voz tenía un tono suave y melódico, cautivando a Ricardo Salazar con su dulzura. Sin embargo, había un toque de vulnerabilidad en su voz, como si estuviera luchando por mantener la compostura.
De todo lo malo que se le atribuía, pocas eran las buenas de él, entre ellas estaba: haberla sacado del inframundo en el que caminaba. —Hermana Irene —susurró, aunque dicen que Ricardo no ayudaba a nadie sin pagar un precio—. Justo la persona que estaba buscando. Sacó un revólver de su cinturón y la abrazó.
Sintiendo una repentina inquietud, frunció el ceño cuando Ricardo le reveló el arma. Ella se tensó, sin saber cómo reaccionar. A pesar de conocer su pasado, no podía creer que la violencia solucionaría algo. Sus ojos se abrieron. —Espera… Ricardo —dijo aún con calma, con la mano apoyada en su brazo. Había una mezcla de miedo y preocupación en su expresión mientras lo miraba a los ojos, esperando encontrar algo de comprensión en sus fanales. En ese momento, parecía que ambos estaban en una encrucijada donde la lealtad, la amistad y la confianza chocaban con sus respectivos roles en la vida. Ella se había dedicado a Dios y tales actos de brutalidad violaban todo en lo que creía, sin embargo…
—No te voy a matar—le susurró al oído——pero la usarás. La empujó hacia la pared y le besó el cuello.
La hermana Irene jadeó al sentir los labios de Ricardo presionar su piel sensible, enviando una sacudida de deseo a través de su cuerpo. Su corazón se aceleró, confundida por estos sentimientos hacia alguien que representaba todo lo que le habían enseñado a rechazar. Pero, de nuevo… Tal vez, esto demuestra cuán contradictorios pueden ser los humanos.
Mientras él la empujaba más contra la pared, ella cerró los ojos, sintiéndose mareada por la pasión.
Incapaz de resistirse, levantó la mano y pasó los dedos por su cabello oscuro, gimiendo.
—No sé por qué… —logró tartamudear entre jadeos. No era verdad; sabía por qué quería este placer prohibido. Pero admitirlo en voz alta lo hizo real.
*¿A quién quieres que mate? —Preguntó mientras se dejaba llevar por las sensaciones que las caricias extendían en su piel.
La miró: —A los señores Manilla. Ambos no han pagado el rescate de la pequeña Nicole después de que la secuestrara y eso me enfurece.
Irene no pudo negar su demanda, este hombre era quien la había sacado de la pesadilla de vivir como prostituta e instalado en el convento. También era consciente de las consecuencias que afrontaría si se negaba. Ricardo jamás perdonó a un traidor en el pasado y ella no iba a ser la excepción.
Su rostro se sonrojó por la vergüenza y la culpa como ingredientes venenosos en una poción. Por mucho que intentara ignorar la retorcida lógica detrás de sus deseos, era imposible. La idea de que alguien pudiera sufrir daño, en especial personas inocentes, aún le repugnaba… allí estaba, dispuesta a entregarse a la oscuridad de Ricardo solo porque le proporcionaba placer.
—Oh Dios —gimió ella, escondiendo su rostro en su hombro—. Esto está mal.
Pero incluso mientras pronunciaba las palabras, no se atrevía a alejarlo. En lugar de eso, lo abrazó con más fuerza, disfrutando del poder que exudaba a pesar de la causa de sus pecados sobre sus hombros. Permanecieron así durante mucho tiempo, entrelazados en el abrazo del otro, hasta que sus corazones se desaceleraron y la realidad volvió a estrellarse.
Nicolás y Ricardo fueron enemigos desde la secundaria, solo tenían rencor e incluso en la universidad sus caminos se cruzaron, pero la situación continuó. Ricardo recordó mientras fumaba un cigarrillo y miraba la fotografía de su primera víctima. Esa noche hubo una fiesta. Allí estuvieron todos los universitarios y por supuesto: Clásicos, música, alcohol y tonterías raras. Ya era bastante tarde, fue al baño y escuchó ruidos. El bullicio era más silencioso en el pasillo. Decidió investigar y cuando abrió la puerta de la habitación vio a Nicholas follándose sin piedad a una de las bellezas universitarias. Su cara parecía aburrida mientras la dama gemía de placer a cuatro patas. Se dio la vuelta para regresar. Nicolás lo vio y trató de molestarlo, moviéndose más rápido. —Oh, carajo, Ricardo Salazar… —gimió mientras la chica lo veía confundida. —Mi nombre es. —Lo sé —la había interrumpido. Miró hacia la puerta y le sonrió. —¿Qué dijiste, maldito insecto? —En sus ojos se reflejó por primera
Varios meses después de llegar a un acuerdo. Andrea había sido llevada a la mansión de Ricardo. Ella salió al jardín y lo miró. Parecía distraído, perdido en quién sabe qué pensamientos. Andrea parpadeó para contener las lágrimas y estudió a Ricardo desde una distancia segura, mientras el dolor se filtraba en cada faceta de su alma. Hasta dónde habían caído, se preguntó con amargura. Una vez campeones de una causa, unidos por un objetivo común, ahora se encontraban entrelazados en una oscuridad tan profunda que amenazaba con tragarlos enteros. Aunque no era tarde. En el fondo, sabía que todavía existía un rayo de esperanza, uno capaz de reavivar las llamas de la justa ira y expulsar las sombras que los consumían a ambos. Haciendo acopio de cada gramo de coraje que poseía, dio un paso adelante y se dirigió a él con una nueva resolución ardiendo en sus ojos. —Ricardo.… Tenemos la facultad para hacer las cosas bien. Podemos alejarnos de este camino de destrucción y buscar la redención. ¿
Hubo otra pausa cuando se acercó. —¿Qué crees que es lo más sagrado para un hombre en la vida? —Le pidió una respuesta. Sosteniendo la cabeza del difunto por los cabellos bien conservados por su personal dedicado a la ciencia. La visión de Andrea se volvió borrosa, llenándose de lágrimas calientes mientras luchaba por comprender la lógica retorcida que se desarrollaba ante ella. —Amor… Familia —Logró pronunciar, su voz era poco más que un suspiro—. Esas conexiones significaron todo para ti alguna vez, ¿recuerdas? ¿Por qué desechaste eso? A pesar de la agonía que la desgarraba, se negó a sucumbir al odio o la desesperación, rezó, en cambio, para que la chispa de humanidad escondida en lo más profundo de Ricardo prevaleciera. —Es cierto que alguna vez creí en todo eso, pero descubrí que eran sólo susurros del corazón que una vez tuve —bajó el tono de la voz y acercó la cabeza del cadáver a su rostro—. ¡Pero este bastardo me robó eso y mi virilidad! El grito se escuchó por toda la
Algunos meses después… —¿Cómo está la mujer más bella de la ciudad? —Caminó por el suelo de la habitación, acercándose a la ventana. Era algo que era inevitable para él. Miraron por la ventanilla la bulliciosa ciudad. Andrea respiró profundo, tratando de calmar la tensión interna. A pesar de los horrores que había enfrentado, no podía negar el calor que se extendía por su pecho al verlo parado a su lado. Giró la cabeza y se encontró con su mirada, sus ojos se fijaron en una conversación silenciosa que decía mucho sobre el progreso que habían logrado desde esa fatídica noche en el jardín. Una pequeña sonrisa apareció en las comisuras de su boca mientras lo estudiaba de cerca, admirando el crecimiento que había presenciado en él. —Estoy mejor, gracias—, respondió, colocando una mano suave sobre su panza. Su hijo, símbolo de esperanza y renovación, seguía creciendo dentro de ella. —Tú también has recorrido un largo camino, amor. —¡Vamos mujer! No seas tan modesta —La miró y sonrió—
En la calle oscura y ventosa, la pregunta en sí no era quién los había matado sino qué estaba haciendo su marido allí. Andrea observó cómo Ricardo cogía el teléfono y a regañadientes, informaba del incidente a las autoridades y luego esperaba, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. A pesar de todo lo que habían pasado juntos, no podía evitar preocuparse por las consecuencias de sus acciones y lo que podrían significar para su futuro. El peso de sus errores pasados amenazaba con aplastarlos a ambos una vez más, pero ella se aferraba a la esperanza de que de alguna manera pudieran encontrar un camino a seguir juntos.—Oficial García a sus órdenes.El solo hecho de escuchar la voz del hombre que había irrumpido en su mansión le hizo sentir un fuerte dolor de estómago una repulsión instantánea la cual tuvo que aguantarse porque la situación lo ameritaba.—Soy Ricardo detective. Necesito su ayuda.Su corazón se aceleró mientras escuchaba la súplica desesperada de Ricardo, sabiendo
La mansión estaba sumida en un inquietante silencio, interrumpido solo por el leve crujir de las vigas de madera y el ocasional susurro del viento golpeando los ventanales. Andrea se encontraba sentada en el borde de la cama, su respiración lenta, casi contenida, mientras observaba las sombras alargadas que proyectaba la luz de la lámpara sobre las paredes. Era una calma aparente, una tregua temporal en medio de la tormenta que se avecinaba.Desde que regresaron de la emboscada en la calle, algo había cambiado dentro de ella. Durante días, Andrea había intentado ignorar los pensamientos oscuros que crecían en su mente, empujando la verdad hacia los rincones más recónditos de su ser. Sabía que algo no encajaba, pero había decidido ignorar las señales, confiando ciegamente en el amor y la promesa de un futuro junto a Ricardo.Ahora, con su mano reposando sobre su vientre abultado, sentía el latido constante de su hijo como una advertencia silenciosa, una llamada de atención que no podía
La mañana llegó fría y gris, como si el mismo cielo comprendiera el peso de lo que estaba a punto de ocurrir. Andrea se levantó temprano, incapaz de encontrar descanso. El aire en la mansión se sentía cargado de tensión, y el silencio, en lugar de ofrecer calma, parecía sofocante. Sabía que Ricardo estaba planeando algo. No lo había dicho abiertamente, pero ella lo conocía demasiado bien. La forma en que se había movido por la casa la noche anterior, la rapidez con la que había hecho llamadas apenas audibles en su despacho, todo apuntaba a un solo objetivo: García.Andrea cruzó el largo pasillo que conducía al salón principal. Al pasar por el despacho de Ricardo, la puerta entreabierta le permitió ver la luz tenue de la lámpara de su escritorio. Él estaba inclinado sobre algunos papeles, susurrando instrucciones por teléfono. No tuvo que escuchar las palabras para saber de qué hablaba. No había tiempo que perder, y si no actuaba pronto, todo se desmoronaría.Sus pensamientos la llevaro
El primer informe apareció en las pantallas antes del amanecer. Andrea se encontraba junto a la ventana del salón, con una taza de café en las manos, viendo cómo los medios difundían la noticia. El rostro de García dominaba la pantalla, acompañado de titulares acusadores que detallaban las actividades corruptas que lo vinculaban a figuras religiosas y movimientos de dinero ilícitos. La táctica había sido precisa, sin errores visibles. Cada cadena de noticias seguía la misma línea, amplificando el impacto.Andrea apretó la taza con fuerza, mientras el frío del exterior se filtraba a través del vidrio. No era satisfacción lo que sentía. Más bien, una sensación de vacío se expandía en su interior. Habían cumplido con el objetivo, pero la idea de que todo terminara con la exposición mediática de García no le ofrecía consuelo. Sabía que un hombre como él no desaparecería sin pelear. Las consecuencias aún estaban por verse.Ricardo entró en la sala, con la misma calma de siempre. Vestía su