Abrir los ojos

La puerta de la oficina de Noah se abrió de golpe de pronto, llenando con un fuerte ruido la antes silenciosa oficina de la clínica privada, y Nia entró a paso rápido, sus tacones resonando en el suelo de madera pulida, con su madre detrás siguiéndola muy de cerca, las dos con expresiones llenas de angustia, o quizás de miedo por haber sido descubiertas con las manos en la masa.

Habían llegado bastante rápido a la clínica desde la mansión, más rápido de lo que Teo había estado esperando de ellas, aunque la verdad era que Noah llevaba como media hora ahogado en su miseria y arrepentimiento por sus tontos errores que nunca quiso reconocer sino hasta que tuvo la prueba en mano.

—¡Hermano! —exclamó Nia, mirándolo con lágrimas en los ojos, lágrimas que Teo estaba totalmente seguro de que eran falsas.

Noah alzó la cabeza, mirando a su madre y a su hermana como si no pudiera reconocerlas.

—¿Cómo se atreven a ocultarme esto? —preguntó lentamente, con esa voz lenta y peligrosa que usaba
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