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Sugar Mommy
Sugar Mommy
Por: Hernando J. Mendoza
Prefacio: Invitación

Hedrick Diehl, un joven de veintiún años, que cursaba sexto semestre de la carrera de economía, estaba sentado en la cómoda silla del aula, que era similar a una sala de cines; los asientos eran escalonados y el tablero blanco, incrustado en la pared, parecía como el de una gran pantalla de un televisor. Había heredado los ojos azules claros y el cabello azabache de su madre. No había crecido con una figura paterna, pues su padre los había abandonado cuando se enteró del embarazo, que lo daría a luz a él. No era de una familia adinerada y tampoco era el más popular o el más guapo de la universidad; su atractivo era ordinario, pero lo suficiente para tener varias admiradoras suspirando por él. Su personalidad era la de un hombre responsable y le gustaba ser directo a la hora de hablar. Le fascinaban las matemáticas y también la lectura. Llevaba puesto un pantalón negro y una camisa azul royal de mangas largas. Atento, apuntaba notas de lo que decía el profesor. Era de tarde y esta era la última materia, que vería en el día. Pero ya el cansancio lo hacía suspirar con somnolencia. Luego de más de una hora, al fin había acabado la clase que estaba recibiendo. Guardó sus cuadernos y se echó la mochila oscura de una sola correa a la espalda y salió del salón. Caminaba por los pasillos de la universidad y un trío de muchachos lo rodeó y lo abrazaron en confianza por los hombros.  

—Hedrick —dijo Aaron, quien tenía el cabello rubio y los ojos verdes. En aspecto, la de los tres eran igual a la de Hedrick. Además, que, de vez en cuando, jugaban microfútbol con los de administración, por lo que tenían buena condición física—. Hoy es viernes e iremos a un bar para buscar hermosas acompañantes de la noche para ir a la discoteca. ¿Quieres venir? Carl dijo que no podía, así que nada más seremos cuatro.

—No —respondió Hedrick, quitándole las manos y siguió caminando sin darle mucha importancia.

—Venga, Hedrick, que aburrido eres, por eso no has estado con ninguna chica todavía. A pesar de que muchas se te han declarado, no le has prestado atención a ninguna… Eres todo un rompecorazones —dijo Andrei, el segundo de sus amigos, quien tenía el cabello castaño y los ojos marrones.

—No me interesa estar en una relación por ahora; todavía no tengo nada que ofrecerles y no quiero, que les suceda lo mismo que le pasó a mi madre.

—Aquí todos sabemos que eres muy distinto a tu padre y que nunca le harías eso a una mujer. Eres tan benevolente y pulcro que, si alguien te toca, se le limpiarían los pecados —bromeó Armand, el tercero. El cual ostentaba la vista y el cabello de color azabache—. Nosotros rezamos para que aparezca una mujer que sea digna del interés de su majestad Hedrick.

—Anímate. Pronto comenzarán los parciales y no podremos volver a salir. Solo por esta vez. Tengo el presentimiento, que encontraras a tu media naranja y la que por fin te logre quitar la castidad, Hedrick —dijo Aaron, levantado el puño—. Hoy será el día en que dejes de ser un niño y te conviertas en un hombre. —Lágrimas improvisadas, salían de los ojos del rubio.

—Deberías ser actor, lo haces muy bien. —Los cuatro llegaron al verdoso campus y sus amigos, seguían insistiéndole, hasta que llegó al punto máximo de su paciencia—. Está bien, iré, pero ya cállense.

Los tres celebraron, se despidieron y se marcharon, dejándolo a él solo. Hedrick soltó un suspiro. La calma lo cubría de nuevo, ni siquiera recordaba cómo era que se había hecho amigo de esos tres molestos y ruidosos chicos. Sonrió, era bueno tener compañeros de personalidades tan opuestas y diferentes. Esperó en la parada de buses y no se tardó en llegar a su casa. Abrió la puerta y se dirigió a la sala de estar.

—Ya he llegado —dijo Hedrick. Se sentó en el mueble y se quitó la mochila.

—¡Hedrick! Estoy haciendo la cena, ya casi la termino —respondió su mamá con tono cariñoso.

—Hoy saldré con mis compañeros —dijo él, encendiendo la televisión para distraerse un rato—. No sé si regrese en la noche.

—¿Qué? —Hanna Diehl, ese era el nombre de su amada madre, quien salió de la cocina, al escuchar alarmada lo que había dicho su único hijo. Llevaba puesto un vestido holgado color gris y el cabello azabache, lo tenía amarrado en una cola de caballo—. Recuerda que mañana vendrá una amiga mía y se estará hospedando por una larga temporada en la casa.

Hedrick lo recordó de inmediato; desde varios días atrás, su madre le había estado advirtiendo de que llegaría una nueva inquilina para sobrellevar los costos de las facturas y el precio de los últimos semestres de él. Los ahorros, que tenía guardados, ya estaban por acabarse y se veían en la obligación de usar su casa como posada, para tener ingresos económicos. Pero por suerte era para alguien conocido. Aunque, sabiendo las amistades de su madre, debía ser una mujer conservadora y poco agraciada, y que, quizás, ya estaría rondando la vejez. Se imaginaba a una mujer adulta y mandona como una abuela y con un carácter estricto que, de seguro, no le gustaría en lo más mínimo. Podría afirmar, con total seguridad, que no se llevarían para nada bien, pero debía soportarlo. No tenía más elección.

—Está bien, estaré aquí antes de que llegue el nuevo huésped.

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