Hedrick Diehl, un joven de veintiún años, que cursaba sexto semestre de la carrera de economía, estaba sentado en la cómoda silla del aula, que era similar a una sala de cines; los asientos eran escalonados y el tablero blanco, incrustado en la pared, parecía como el de una gran pantalla de un televisor. Había heredado los ojos azules claros y el cabello azabache de su madre. No había crecido con una figura paterna, pues su padre los había abandonado cuando se enteró del embarazo, que lo daría a luz a él. No era de una familia adinerada y tampoco era el más popular o el más guapo de la universidad; su atractivo era ordinario, pero lo suficiente para tener varias admiradoras suspirando por él. Su personalidad era la de un hombre responsable y le gustaba ser directo a la hora de hablar. Le fascinaban las matemáticas y también la lectura. Llevaba puesto un pantalón negro y una camisa azul royal de mangas largas. Atento, apuntaba notas de lo que decía el profesor. Era de tarde y esta era la última materia, que vería en el día. Pero ya el cansancio lo hacía suspirar con somnolencia. Luego de más de una hora, al fin había acabado la clase que estaba recibiendo. Guardó sus cuadernos y se echó la mochila oscura de una sola correa a la espalda y salió del salón. Caminaba por los pasillos de la universidad y un trío de muchachos lo rodeó y lo abrazaron en confianza por los hombros.
—Hedrick —dijo Aaron, quien tenía el cabello rubio y los ojos verdes. En aspecto, la de los tres eran igual a la de Hedrick. Además, que, de vez en cuando, jugaban microfútbol con los de administración, por lo que tenían buena condición física—. Hoy es viernes e iremos a un bar para buscar hermosas acompañantes de la noche para ir a la discoteca. ¿Quieres venir? Carl dijo que no podía, así que nada más seremos cuatro.
—No —respondió Hedrick, quitándole las manos y siguió caminando sin darle mucha importancia.
—Venga, Hedrick, que aburrido eres, por eso no has estado con ninguna chica todavía. A pesar de que muchas se te han declarado, no le has prestado atención a ninguna… Eres todo un rompecorazones —dijo Andrei, el segundo de sus amigos, quien tenía el cabello castaño y los ojos marrones.
—No me interesa estar en una relación por ahora; todavía no tengo nada que ofrecerles y no quiero, que les suceda lo mismo que le pasó a mi madre.
—Aquí todos sabemos que eres muy distinto a tu padre y que nunca le harías eso a una mujer. Eres tan benevolente y pulcro que, si alguien te toca, se le limpiarían los pecados —bromeó Armand, el tercero. El cual ostentaba la vista y el cabello de color azabache—. Nosotros rezamos para que aparezca una mujer que sea digna del interés de su majestad Hedrick.
—Anímate. Pronto comenzarán los parciales y no podremos volver a salir. Solo por esta vez. Tengo el presentimiento, que encontraras a tu media naranja y la que por fin te logre quitar la castidad, Hedrick —dijo Aaron, levantado el puño—. Hoy será el día en que dejes de ser un niño y te conviertas en un hombre. —Lágrimas improvisadas, salían de los ojos del rubio.
—Deberías ser actor, lo haces muy bien. —Los cuatro llegaron al verdoso campus y sus amigos, seguían insistiéndole, hasta que llegó al punto máximo de su paciencia—. Está bien, iré, pero ya cállense.
Los tres celebraron, se despidieron y se marcharon, dejándolo a él solo. Hedrick soltó un suspiro. La calma lo cubría de nuevo, ni siquiera recordaba cómo era que se había hecho amigo de esos tres molestos y ruidosos chicos. Sonrió, era bueno tener compañeros de personalidades tan opuestas y diferentes. Esperó en la parada de buses y no se tardó en llegar a su casa. Abrió la puerta y se dirigió a la sala de estar.
—Ya he llegado —dijo Hedrick. Se sentó en el mueble y se quitó la mochila.
—¡Hedrick! Estoy haciendo la cena, ya casi la termino —respondió su mamá con tono cariñoso.
—Hoy saldré con mis compañeros —dijo él, encendiendo la televisión para distraerse un rato—. No sé si regrese en la noche.
—¿Qué? —Hanna Diehl, ese era el nombre de su amada madre, quien salió de la cocina, al escuchar alarmada lo que había dicho su único hijo. Llevaba puesto un vestido holgado color gris y el cabello azabache, lo tenía amarrado en una cola de caballo—. Recuerda que mañana vendrá una amiga mía y se estará hospedando por una larga temporada en la casa.
Hedrick lo recordó de inmediato; desde varios días atrás, su madre le había estado advirtiendo de que llegaría una nueva inquilina para sobrellevar los costos de las facturas y el precio de los últimos semestres de él. Los ahorros, que tenía guardados, ya estaban por acabarse y se veían en la obligación de usar su casa como posada, para tener ingresos económicos. Pero por suerte era para alguien conocido. Aunque, sabiendo las amistades de su madre, debía ser una mujer conservadora y poco agraciada, y que, quizás, ya estaría rondando la vejez. Se imaginaba a una mujer adulta y mandona como una abuela y con un carácter estricto que, de seguro, no le gustaría en lo más mínimo. Podría afirmar, con total seguridad, que no se llevarían para nada bien, pero debía soportarlo. No tenía más elección.
—Está bien, estaré aquí antes de que llegue el nuevo huésped.
Él y sus tres amigos universitarios, ya estaban sentados en una de las mesas del bar nocturno. La música era suave y las luces eran de un fucsia relajante. Buscaban a sus acompañantes de la noche para luego ir a un ambiente más movido como lo era el de una discoteca. Según ellos, encontrar pareja en un sitio más calmado y privado era mejor, y en este sitio, era perfecto, porque las mujeres siempre ofrecían una compañía más responsable.Hedrick vestía una camisa, que estaba remangada hasta por los codos y desabrochada hasta por el pecho y unos pantalones ajustados de color negro Su semblante era serio, casi que inexpresivo, pero era porque no había nada interesante que hacer, por ahora, porque él era un buen conversador. Uno de sus amigos le hizo señas con su cabeza y vio a la hermosa mujer con vestido vino tinto, que había entrado al establecimiento. Ella tenía una silueta de ensueño y unas caderas que hechizarían a cualquier hombre. Nada más la alcanzó a ver por unos segundos, pero s
—¿Eres una clase de playboy o algo así? —espetó ella con rapidez. Sin volverlo a ver.—No soy millonario, ni de vida ociosa, tampoco soy un hombre un promiscuo que va enamorando y acostándose con cualquier mujer —dijo Hedrick, tomando el control de la discusión—. Además, un playboy te halagará y hablará con rodeos hasta obtener lo que desea, y si lo rechazas, se enojará y es posible que trate mal después de eso, pero yo enseguida te diré a lo que he venido, porque me gusta ser directo: me gustaría seducirte y llevarte a la cama para hacerlo contigo. Solo a ti, no a nadie más. —Hedrick sonrió con levedad, satisfecho con la respuesta que le había dado—. Yo propongo, pero tú eres quien decide.—¿Eres valiente, un tonto o un atrevido? —preguntó Heleanor, esta vez con complicidad con el joven.—Nunca he sido valiente y no he sido descortés contigo, así que tal vez, solo soy un tonto —dijo Hedrick, pidiéndole una bebida al camarero—. ¿Puedo sentarme? —preguntó una vez más a Heleanor—. Si te
Entraron al gran establecimiento nocturno agarrado de manos. Había una increíble multitud saltando y bailando al ritmo de la música electrónica, que sonaba a gran volumen. Luces de colores azules y fucsia se movían de un lado para otro. El ambiente era muy animado.Hedrick no encontró a sus amigos, pero divisó un espacio libre en la pista, donde poder llevar a Heleanor. Encorvó su espalda hacia adelante y extendió su brazo hacia Heleanor. Alzó su cara hacía ella y con una gran sonrisa la invitó a bailar, pero el fuerte sonido opacó sus palabras. Tuvo que acercarse y susurrarle en el oído: ¿me permite esta pieza, mi señora?Heleanor sonrió y aceptó complacida. Lo rodeó por la nuca con sus brazos y levantó la mirada para verlo a directo a los ojos. ¿Por qué se sentía tan cómoda con ese muchacho? Él la hacía sentir segura, como si pudiera desnudar su alma frente a él y mostrarse como en realidad era, sin tener que contenerse. La confianza que él le producía, era como si pudiera quitarse
Hedrick tumbó a Heleanor sobre la cama. Se apoyó con sus brazos, colocándoselos a los lados de la cabeza.Heleanor abrió sus piernas para dejar que Hedrick se acomodara entre ellas. Laprisionó por el cuello, mientras que sus labios se unieron y se humedecieron al contacto. Abrieron sus bocas y sus lenguas se encontraron para comenzar un gustoso jugueteo que los dos disfrutaban.Hedrick se separó con delicadeza del rostro de Heleanor y vio las mejillas rozadas y el pecho que se le inflaba y desinflaba de forma acelerada. Esa mujer, tan hermosa, lo descontrolaba, y la expresión que, ella mostraba, lo estimulaba demasiado. Estaba a punto de explotar. Volvió a atacarle los labios y luego bajó por el cuello; la besó por ambos lados y por el frente, dejando fuertes chupones, que hacían excitar cada vez más a Heleanor. Luego la despojó del vestido vino tinto. Admiraba el cuerpo, solo con su ropa interior de encaje de color negro. La vista era maravillosa, demasiado para él. Observó, como ell
Heleanor buscó con su brazo, tratando de encontrar al atractivo muchacho, cono el que había compartido su cama, pero no lo halló por ningún lado. Así estaba bien, era mejor que tener que echarlo de su departamento para que se fuera. Después de todo, solo había sido una aventura de una noche y lo había disfrutado, como para terminar en malos términos. Se cubrió con la sabana y su celular timbró, el ruido resultaba fastidioso. Un pequeño dolor de cabeza la hacía ver con dificultad.—Buenos días, señora Heleanor —dijo una voz femenina al otro lado del móvil. Era su secretaria y la que llegaría al país en los próximos días.—¿Qué sucede, Lara? —preguntó ella, aún indispuesta.—Ya todo está listo para que ocupe el puesto de directora de la corporación Heard en la sede de esa ciudad.Heleanor tenía varias empresas, pero su patrimonio más valorado, era la corporación Heard. Había varios edificios en distintos países y ahora se haría cargo de la que estaba en esta nación.—Me tomaré libre est
Tres días pasaron en los que Heleanor y Hedrick, no se dirigieron ni una sola palabra. Ambos se evitaban tanto en miradas como en presencia. Todavía estaban asimilando la inesperada verdad, que les había explotado en sus narices, como una poderosa bomba. Ni siquiera lograban concebir el sueño, por el insomnio que les provocaba saber, que sus habitaciones estaban a pocos metros del uno del otro. Hanna Diehl dormía en el piso de abajo y ellos dos, arriba. Bastaban algunos pasos y podrían discutirlo, pero ninguno lo hizo. Lo más difícil era a la hora de la comida, pues lo hacían en la misma mesa y sus asientos estaban ubicados de frente. Las marcas de su noche pasional, estaban por borrarse. Pero no podían seguir así, necesitaban hablar o perderían la cordura.Era de tarde y ya habían terminado las clases. Hedrick y sus amigos estaban sentados en el verdoso campus de la universidad, formando un círculo.—Hedrick… Hedrick. —Lo llamaba Aaron con insistencia y Hedrick salió de los pensamien
Tres días pasaron en los que Heleanor y Hedrick, no se dirigieron ni una sola palabra. Ambos se evitaban tanto en miradas como en presencia. Todavía estaban asimilando la inesperada verdad, que les había explotado en sus narices, como una poderosa bomba. Ni siquiera lograban concebir el sueño, por el insomnio que les provocaba saber, que sus habitaciones estaban a pocos metros del uno del otro. Hanna Diehl dormía en el piso de abajo y ellos dos, arriba. Bastaban algunos pasos y podrían discutirlo, pero ninguno lo hizo. Lo más difícil era a la hora de la comida, pues lo hacían en la misma mesa y sus asientos estaban ubicados de frente. Las marcas de su noche pasional, estaban por borrarse. Pero no podían seguir así, necesitaban hablar o perderían la cordura.Era de tarde y ya habían terminado las clases. Hedrick y sus amigos estaban sentados en el verdoso campus de la universidad, formando un círculo.—Hedrick… Hedrick. —Lo llamaba Aaron con insistencia y Hedrick salió de los pensamien
Hanna Diehl había regresado caminando despacio y vio a Hedrick acostado en el sofá con su celular y a Heleanor en la silla del comedor. Había silencio y se notaba la distancia entre ellos. Por suerte les había avisado para lograrse separar a tiempo oportuno y no le pareció extraño, pues no los había visto cruzar palabra, ni una sola vez, después de que se presentaron con sus nombres.—Hanna —dijo Heleanor, tratando de recuperar el aliento—. ¿Qué ha sucedido?—Se me ha olvidado la cartera —respondió Hanna. Pero ella notó las mejillas que aún estaban rosadas—. ¿Qué tienes, Heleanor? Estás toda roja. —Hedrick miró por el rabillo del ojo hacia donde estaba ellas. ¿Debía preocuparse? —. Ten cuidado, podrías resfriarte. —No, su madre no había encontrado nada inusual.—Lo haré, Hanna. Tendré más cuidado con el resfriado —dijo ella con astucia, mirando a Hedrick.—Ya vuelvo —dijo Hanna. Agarró su bolso y volvió a irse.Hedrick esperó varios segundos. Luego tomó su mochila y caminó hasta donde